jueves, 29 de julio de 2010

Cárcel cubana azul Haydee Santamaria Melba Hernandez Celia Hart Jose Martí Moncada

 

 

En nombre de La Polilla
Enviado el: Jueves, 29 de Julio de 2010

Un cúmulo de noticias de interés nacional postergó la publicación de este texto que hoy, en homenaje al aniversario de la muerte de Haydeé Santamaría, les entregamos, léalo detenidamente, porque dice mucho lo que realmente son las prisiones en Cuba:


Una cárcel azul en la historia           Por Marlene Caboverde Caballero

 

melba-haydee.jpgEl 26 de julio se aproxima y con la fecha llegan los recuerdos. La memoria se renueva con los ecos que traen los testigos de aquella epopeya y sobre todo, con el canto que estalla en los sitios donde la derrota marcó el comienzo de grandes batallas y victorias. 

Dos mujeres, Haydée Santamaría y Melba Hernández embellecieron la gesta del Moncada y por ello sufrieron prisión, en la cárcel de Guanajay, en la provincia de La Habana. Desde hace varios lustros aquella celda donde ellas mordieron la tristeza y alimentaron optimismos y futuros es un pequeño museo. 

Celia Hart Santamaría Cuadrado, hija de Haydée y un ser humano de especial sensibilidad visitó el sitio y reflejó esa experiencia en un trabajo hermosísimo y útil que apareció en varias publicaciones del año 2004 y que también recibió Antonio Guerrero Rodríguez, uno de los cinco antiterroristas cubanos encarcelado injustamente desde hace casi doce años en los Estados Unidos. 

Se trata de una narración íntima tocada por ese hálito martiano que engrandeció a su madre y que ha sedimentado la obra de su padre, Armando Hart Dávalos. No obstante, es un testimonio que tiene esa marca personal suya donde se conjugan tantas voces y rostros, tantos sueños y ansias. 

“Una cárcel azul”, es una aproximación al Moncada, sus protagonistas y seguidores. Aparece en el libro Les debo verlos libres, publicado en el 2009 gracias a la Sociedad Cultural José Martí, el Centro de Estudios Martianos y el Instituto Cubano-Mexicano José Martí.  

Por estos días en los que las hazañas del Moncada emergen rejuvenecidas por la memoria es oportuno leer ese texto de la tristemente desaparecida Celia Hart, y asumirlo como una suerte de regalo donde se confabulan presentes y pasados, todos conectados por la historia, definitivamente nuestra, inolvidable.  

                                           Una cárcel azul         (Publicado por primera vez en Tricontinental, 9 de marzo de 2004) 

Era sábado en la mañana. El cielo se oscurecía por momentos anunciando la llegada del “norte”. Miriam, con su paciente obsesión, me había llamado durante las últimas semanas para que no dejara de ir a lo que suponía la última conmemoración del 49 aniversario de la salida de la cárcel de mujeres de mi mamá y Melba Hernández. 

La guagua ya esperaba, y el grupo de combatientes era nutrido y demasiado alegre para tener un promedio de edad cercano a los 70 años. En estas actividades, relacionadas con la lucha y la vida de mi madre, siempre comienzo a sentirme mal. 

Todos me ven y quizá por mi carácter medio desenfadado o por algún que otro parecido ocasional con ella, me llenan de halagos y atenciones, me escuchan hablar esperando que sea Yeyé quien lo haga, por supuesto que habla Celia, con su componente Santamaría, pero con un millar y medio más de otros componentes heredados o adquiridos, que bien vale la pena no reseñar. 

El hecho es que con media sonrisa y algún bostezo, abordo el ómnibus lleno de algarabía, como si fuésemos escolares a alguna excursión. Tomamos la avenida que separa a mi ciudad, la más bella del mundo, de la provincia de La Habana. Ahora el cielo se despeja y desliza coquetón el velo blanco para divisar de vez en cuando ese azul perfecto y total hecho en Cuba. Eché un vistazo, lo contemplé con orgullo y enseguida reaccioné anta tanta inmensidad de azul: “¡Ah! Industriales volvió a ganar”. […] 

Llegamos a Guanajay. Allí nos esperaban los oficiales a cargo de la prisión de máxima seguridad. El compañero político, un jovencito mulato demasiado joven, nos dio la bienvenida. Sus palabras fueron serias y sentidas, de tal suerte que el alborozo inicial fue cediendo paso a una dulce consternación. 

De forma un tanto torpe avancé en la cola que llegaría hasta la celdita donde estuvo presa aquella persona que me regañaba por no ponerme la plancha de los dientes o porque no me gustaba el pepino en la ensalada… 

Llegamos. La fotografía, harto conocida, cobraba vida en aquel recinto. Muy delgada, mi madre con la blusita blanca y la mirada de quien fue testigo del infierno. Luego la cama, no sé cómo dormiría, porque dormir para ella requería de ciertos acomodos […] 

Un libro carcomido y de edición baratísima de Las fuerzas morales de José Ingenieros, está protegido por un vidrio. Qué raro, me dije, nunca supe que mamá leía a Ingenieros. Mi niñez se me vino encima. Ya no reía. Algo me decía que aquella cama y aquellos barrotes corrían por mis venas. 

No escuché la voz del político. Apenas podía con mis pensamientos. Traté (como dicen a la ligera) de recordarla en sus buenos momentos, en la Casa o en mi casa llena de gente, color y buena música, cuando deseaba que yo fuese la criatura más bella del Universo (creo que llegó a creérselo alguna vez), luchando porque mis ojos torcidos se enderezaran, o fuese mi andar más elegante, que ya a los doce años debía haber leído Cien años de soledad. “Si no lo lees ahora, mi hijita, estarás sola siempre”. O tratando que mis dedos ensartaran una aguja. Nada servía. 

Allí estaba real y objetiva en su dolor. No sé hasta donde le sirvió Ingenieros, y que fuerza moral le dio. Sin pensarlo ni una vez les dije alzando la vista que la carta que escribió desde allí a mis abuelos, donde les comunicaba la felicidad de que Fidel estuviese vivo y que Abel sería el alma de la familia, debería pertenecerles y que con gusto se las daba.

Me detuve. Ya no eran los apuestos oficiales de la prisión. Habían entrado durante mis reflexiones unos hombres vestidos de azul que me miraban con cierta curiosidad. Miriam -dije- ¿Quienes son? Los reclusos -me respondió, rápidamente-. “¿Los reclusos? ¿Los de aquí?”. Ellos eran cerca de quince. Serios, limpios y sin un solo atuendo de esos que vemos en las temibles películas del sábado, llenos de grilletes o algo así. 

Ah -le dije-, pero son los que tienen libertad condicional. No, Celia, -me dijo Miriam ya molesta- son los reclusos de la cárcel, la condena menor es veinte años. Son presos comunes. No -exclamé-, me froté los ojos, eché un último vistazo a la triste camita y la imagen martirizada de mi madre, y escuché. Estaba hablando uno de aquellos azules: “Para nosotros es de gran orgullo que un museo tan importante como este esté en nuestro reformatorio. Nosotros mismos lo pintamos y mantenemos y no queremos que nadie lo haga”. 

No es posible -me dije-debo estar soñando con mamá. ¿Estos presos, muchos de ellos asesinos, hablando así de la historia y diciendo que ya todos tenían el noveno grado gracias a las facilidades de la revolución para superarse? No había división entre los oficiales y ellos. Me puse a mirar y no había ni una sola arma de fuego, al menos a la vista. […] 

Me separé del grupo un poco y esperé la alocución del preso común sobre dos presas políticas de hace cerca de 50 años, protagonistas de la revolución que engendró la sociedad que a última instancia los había apresado. 

Ya nos tocaba la actividad cultural… ¡con ellos!, no sin antes prometer que les enviaríamos nuevas fotos y buena pintura para la celdita. No hablaron de comida ni de maltrato, ni de lo habitual que habla un hombre que tiene regulado sus encuentros con la luz del día. 

La gala era un pequeño patio… Volvió el político a empuñar el micrófono y nos explicó que los presos eran seleccionados cuidadosamente… Ah, -respiré- son esos que escogen. “Por ellos mismos en asamblea”, concluyó el muchacho de decir. “Qué, ¿ellos mismos? ¡Ah, no! Esto es Alicia en el país de las maravillas, ahora mismo me largo de acá”… Me detuvo la voz pausada y trémula de un hombre recitando una poesía de su inspiración. Era sobre Melba, y entre la cadencia infantil de la rima y la sinceridad de su texto me contuve: Era de ojos azules. Era un preso componiendo y recitando poesía. Me miraba a mí con lágrimas en los ojos y la verdad, de lo maravilloso terminó por conquistarme de un golpe. 

Vinieron los presos azules con flores y besos, me atiborraron de agua de coco, porque querían que todo fuese hecho por ellos mismos. Se levantaron agradeciendo la oportunidad que se les concedía para aprender, superarse y cuidar la celdita de Melba y mamá. Ya no había más que pensar. 

Un oficial rubio cantó Yolanda y un preso le hizo la voz acompañante. Cuando gritaban Yolanda se juntaban sus cabezas como colegas de grupo. Terminó la velada llena de flores y yo no paraba de lagrimear. Ya no era por mi madre y su angosta camita. Ahí estaban seres humanos que habían cometido faltas tan grandes que en muchos casos deberían pagar de por vida. Pero se les dio la posibilidad de ser libres de espíritu, y de superarse y de conocer y eran mejores hombres que cuando estaban libres, hasta más seguros, según ellos. 

Las palabras finales fueron para nuestros hermosos hermanos presos en estados Unidos. Los Cinco Héroes. El espejo de Alicia se me volvió a torcer. Ellos allá, por soñar que un día todos los presos del mundo puedan tener trajecitos azules y ver televisión y cuidar de museos. 

Ellos no podían cantar Yolanda con sus carceleros, ni Yesterday tampoco. Que Gerardo no ha podido ver la luz de diosa que se le enciende a Adriana cuando se ríe, ni Tony pudo jamás recitar un solo verso, desde su altura universal a su carcelero en público. Ni pueden verse ni hablarse. Ni tienen museos que cuidar. Ni siquiera pueden ver el pálido azul de aquel cielo. 

Estamos en lo cierto. Y estos presos, Industriales, mis cinco hermanos tan grandes como los apóstoles en Roma tienen relación con la angosta camita de Yeyé. 

En eso tal vez, en eso estaba pensando mi mamá cuando recostó su cabeza. No en mí, sino que a partir de aquel entonces nos sobrarían jóvenes como Abel y como Boris, así de guapos, así de tiernos y dispuestos a soñar en camitas angostas. Que los presos de azul, estudiando, sin grilletes ni gritos eran posibles. Allá están nuestros apóstoles. Roma fue evangelizada. No creo que los flamantes Estados Unidos de América se resistan a serlo.

No sé si filmaron la visita, creo que no está permitido, pero sería una lección de amor frente a la cual pocos podrían dejar de bajar la cabeza o juntar las manos.  

 

Véase además

Recuerdan a Haydee Santamaría en su tierra natal / Eduardo Luis Martín

http://www.granma.cubaweb.cu/2010/07/28/nacional/artic23.html

Lic. Rosa Cristina Báez Valdés "La Polilla Cubana"
Moderadora Lista e-mail Cuba coraje

“Es necesario escalar montañas para gritar a los cuatro vientos la verdad de los Cinco. Habrá que superar cordilleras, físicas y morales, vencer empinadas cuestas donde golpean el viento y la nieve, para que otros descubran una historia silenciada, prohibida. Habrá que emprender otra vez la hazaña del Libertador, volver de nuevo desde el valle de Caracas hasta el Altiplano con el reclamo de libertad y de justicia” / Ricardo Alarcón de Quesada

“La derecha avanza -como la maleza en la selva- por las grietas que deja la izquierda en sus hermosos proyectos” / Fernando Báez

"Los malos no triunfan si no donde los buenos son indiferentes” / José Martí