En homenaje a Antonio Maceo el día de su muerte en combate.
7 de diciembre de 1962
Compañeros:
Hoy se cumple un año más del 66 aniversario de la caída del Titán de Bronce en la lucha por la liberación de Cuba. Como todos los años, el pueblo de Cuba acude a rendirle su homenaje.
A través de estos años de recordación se ha visto desfilar ante su monumento siempre al mismo pueblo, pero en esta tribuna, representantes de muy diversas tendencias sociales. Hoy, que estamos en la tarea de la construcción del socialismo en Cuba, que empezamos una nueva etapa de la historia de América, el recuerdo de Antonio Maceo adquiere luces propias. Empieza a estar más íntimamente ligado al pueblo, y toda la historia de su vida, de sus luchas maravillosas y de su muerte heroica, adquiere el sentido completo, el sentido del sacrificio para la liberación definitiva del pueblo. Maceo no estuvo solo en esa lucha. Fue uno de los tres grandes pilares en que se asentó todo el esfuerzo de liberación de nuestro pueblo. Con Máximo Gómez y Martí, constituyeron las fuerzas más importantes, las expresiones más altas de la Revolución de aquella época.
Cuando Maceo, con Panchito Gómez Toro -el hijo de Gómez- al lado, rendía su vida par la liberación de Cuba, ya Martí lo había hecho un año antes; ya la cabeza política más firme y más profunda de las fuerzas de liberación había dejado de pensar, y no se veían en el horizonte los dirigentes capaces de llevar la guerra revolucionaria en Cuba hasta los extremos de liberación total de todos poderes coloniales; más aún quienes fueron sus herederos ni siquiera tuvieron la penetración suficiente para comprender el alcance de los planes yanquis y toda la maligna maniobra que estaba encerrada en el Maine y en lo que siguiera.
Es así como aquella guerra de liberación, que formalmente terminara en el 98 y que llegara también a una culminación formal en 1902, con la independencia, no había acabado ni mucho menos.
Lo que hoy tenemos es su continuación directa, pero más aún, podemos decir que desgraciadamente hoy tampoco ha acabado la tarea de liberación de Cuba. Mientras el enemigo imperialista mantenga sus garras fuertes, mantenga su apetito, sus deseos de destruir nuestra Revolución, tenemos que seguir en pie de guerra, y sigue para nosotros, tan viva y tan presente como en los días de la gesta gloriosa del 68 o del 95, la historia y los ejemplos de Antonio Maceo y de todos los hombres de aquella época, que lucharon treinta largos años por dejar los cimientos de lo que hoy estamos construyendo.
Antonio Maceo tiene dos momentos, los más importantes de su vida, los que lo definen como hombre y como genio militar.
El primero de ellos es cuando contra todas las corrientes, contra todos los conformismos, contra todos los desesperados que querían alcanzar algún tipo de paz después de 10 años de lucha cuando se desintegra el Ejército de Liberación y se firma la Paz del Zanjón, Antonio Maceo expresa la Protesta de Baraguá y solo trata de seguir la lucha en condiciones imposibles. Aquel pequeño ejército de la manigua estaba, sin embargo, estructurado como un remedo de cualquier país que poseyera todo el territorio, tenía Congreso, Presidente, Delegados, Ministros y separación total entre la fuerza combatiente y la fuerza civil.
En el año 78, las profundas crisis que dividían el campo patriota se habían acentuado tanto que la unidad de mando y la autoridad se habían perdido totalmente. Y la Protesta de Baraguá fue el último intento de un espíritu noble por continuar una lucha a la cual ya venía dedicado desde diez años antes. Fue infructuosa en ese momento, pero se continuó en la idea. Y todos los grandes patriotas, algunos en Cuba, otros diseminados por el Caribe o por otros países de América, tercamente, mientras envejecían en el empeño, iban tentando una y otra vez volver a la Patria para darle su libertad.
En el año 95 lo lograron por fin. Tras las primeras escaramuzas se organizó un ejército, con características de tal, bajo la jefatura de Máximo Gómez. Y entonces se preparó la segunda de las hazañas definitorias de la vida de Maceo: la Invasión.
Organizándolas pacientemente, a sus tropas, nutriéndolas con una fuerte caballería, amparados en el escaso poder de fuego de la infantería de aquella época, con movimientos continuos, con marchas y contramarchas, combatiendo sin cesar casi día a día, atacando fulminantemente la mayoría de las veces, resistiendo a pie firme los ataques otras, Antonio Maceo cruzó la Isla de una punta a la otra y llevó el fuego revolucionario a provincias que no lo habían conocido en la anterior etapa de la guerra de liberación.
Para hacer esto que hoy se puede referir en pocas palabras, se necesitaba un inmenso poder de organización, una inmensa fe en la victoria, y en la capacidad de lucha de sus hombres, y un poder de mando extraordinario para ejercerlo día a día durante años de lucha en condiciones extremadamente difíciles, con bajas constantes, donde los heridos corrían el peligro de ser muertos inmediatamente si caían en poder de los españoles, donde los ejércitos españoles con capacidad de movilidad ya a fines del siglo XIX, capacidad y movilidad suficientes como para concentrar grupos de ejército grandes, trataban de cercarlo constantemente y lo acosaban una y otra vez. Cuando Maceo deja el Ejército de Occidente, cruza la Trocha y llega a esta zona donde perdiera la vida, se había cumplido su tarea fundamental, la Revolución estaba encendida en todo el territorio de Cuba.
Pero también es cierto que ya en ese momento, tácticamente, las tropas españolas estaban aprendiendo a luchar contra la nueva modalidad, contra el avance inesperado de las fuerzas patriotas y se estaba neutralizando su empeño.
La muerte de Maceo prácticamente selló la suerte de las tropas de Occidente como poder combatiente, y quedaron, en lo fundamental, las tropas de Las Villas, dirigidas personalmente por Gómez, y las tropas de Oriente dirigidas por Calixto García, sosteniendo el peso fundamental de la lucha.
Después vino el Maine, vinieron los norteamericanos, vino la Enmienda Platt, vinieron cincuenta años de penumbra en nuestra vida, de preparación para las nuevas batallas, de intentos repetidos por distintos patriotas que fracasaban y a veces morían en el empeño, como Guiteras, como Julio Antonio Mella, como tantos otros, que fueron jalonando la historia de la lucha revolucionaria de nuestro país. Pero hemos llegado a un momento donde el machete de Maceo vuelve a estar presente y vuelve a adquirir su antigua dimensión. Hemos pasado por la prueba más dura que puede pasar pueblo alguno, hemos estado frente a la destrucción atómica, hemos mirado al enemigo preparar su
inmenso caudal de cohetes, de armas de destrucción de todo tipo, y hemos visto cómo apuntaba todo ese arsenal hacia Cuba, hemos oído sus amenazas y hemos visto sus aviones, surcando nuestros aires. Y este pueblo, digno de Maceo, de la estirpe de Maceo, de Martí, de Máximo Gómez, no tembló, ni siquiera vaciló. Y el mundo moderno ha visto el espectáculo extraordinario de un pueblo entero que se preparaba a la peor de las catástrofes con una moral increíble.
Todas las historias de las grandes luchas heroicas de la humanidad podían resumirse -sin exagerar, sin pensar que es un "chovinismo" excesivo- en estos momentos de la historia de Cuba.
Nuestro pueblo todo fue un Maceo, nuestro pueblo todo estuvo disputándose la primera línea de combate en una batalla que no presentaría quizás líneas definidas, en una batalla donde todo sería frente y donde seríamos atacados desde el aire, desde el mar, desde la tierra, cumpliendo nuestra función de vanguardia del mundo socialista en este momento, en este lugar preciso de la lucha.
Por eso, sus palabras, sus frases tan queridas resuenan tan hondo en el corazón de los cubanos, y es de obligada recordación esa frase que está inscripta al costado del monumento: “Quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha". Ese fue el espíritu de Maceo y ese fue el espíritu de nuestro pueblo.
Hemos sido dignos de él en estos momentos difíciles que acaban de pasar, en esta confrontación donde hemos estado a milímetros de la catástrofe atómica.
Eso es lo que hoy podemos mostrar con orgullo ante su recuerdo y ante el mundo, y repetir cada una de las frases de Maceo, ejemplo de un revolucionario que lucha por la liberación de su país, y repetirlas hoy con la misma fe, con misma encendida fe en el porvenir de la humanidad, en el porvenir de todo lo noble de la humanidad, en el porvenir socialista de la humanidad, y repetir también -cambiando quizás levemente sus frases - que mientras quede en América, o tal vez mientras quede en el mundo un agravio que deshacer, una injusticia que reparar, la Revolución Cubana no puede detenerse, debe seguir adelante y debe sentir en sí los males de este mundo oprimido en que nos ha tocado vivir, debe hacer suyos los sufrimientos de pueblos que, como el nuestro hace pocos años, levantan la bandera de la libertad y se ven masacrados, destruidos por el poder colonial.
Y no solo aquí en América donde tantos lazos nos unen, en el África, en el Asia, dondequiera que un pueblo en armas levante cualquier arma -que puede ser el símbolo del machete de Maceo o del machete de Máximo Gómez- donde los dirigentes nacionales de sus pueblos levanten su voz –que puede ser el símbolo de la voz de Martí-, allí nuestro pueblo debe ir con su cariño, con su comprensión inmensa. Un pueblo que sale de la prueba de la que ha salido el nuestro, no puede mantenerse indiferente ante ninguna injusticia en ningún lugar del mundo; dejaría de ser martiano, además, si permaneciera indiferente cuando en algún lugar del mundo los poderes represivos masacran al pueblo.
Por eso hoy levantamos el pensamiento de nuestros grandes héroes, de los luchadores de aquella guerra gloriosa, y lo hacemos nuestro y lo repetimos una y otra vez, porque no han sido nada más que fases de la misma lucha de la humanidad por deshacerse de la explotación. Porque todas las frases de Antonio Maceo, de Martí o de Gómez, son aplicables hoy en esta etapa de la lucha contra el imperialismo, porque toda su vida y toda su obra, y el final de su vida, no es nada más que un jalón que marca el mismo largo camino de liberación de los pueblos.
Y por ese camino ha marchado el pueblo de Cuba. Por el camino de la lucha, de la lucha cruenta, sin descanso, contra el poder colonial, están marchando muchos pueblos del mundo y, día a día, se levantan nuevos machetes en distintas partes de distintos continentes, para decirle al imperialismo que, cuando las razones no bastan, también está la fuerza del pueblo, y para enseñarle al imperialismo que cuando el pueblo se une no hay fuerza de las armas que pueda detenerlo. Lo parará en una batalla, lo liquidará en algún momento, aprovechara sus momentos de debilidades, aprovechará a veces su credulidad, como el caso del infortunado héroe del Congo, Patricio Lumumba; pero nunca podrá detener el avance de los pueblos.
Y frente a su soberbia bestial, frente a su afán de aniquilar a todo lo que es puro en el mundo, se alzan los hombres, se alzan los hombres dirigidos por gente que levanta las banderas de Martí, de Maceo y de Gómez.
Y en cualquier lugar del mundo, donde esas banderas tremolen, allí debemos dirigir nuestras miradas y nuestro saludo.
Y frente al imperialismo que nos amenaza hoy, con tanta furia como ayer, con tanto deseo de destruirnos como ayer, que prepara en silencio su nuevo artero ataque, sacamos el arsenal de todas nuestras fuerzas y de toda nuestra fe; mostramos las fases de todos nuestros grandes combatientes que representan la voluntad del pueblo y agregamos lo nuevo, lo último, lo que nuestro pueblo ha fabricado en esta última etapa de su experiencia histórica, para lanzarlo una y otra vez a la cara del imperialismo.
¡Patria o muerte! ¡Venceremos!
Fuente: Che Guevara, Ernesto: Obras. 1957-1967, Casa de las Américas, La Habana, 1970.