domingo, 10 de octubre de 2010

La Victoria Estratégica Cap 14 Fidel Castro en acción

 

La victoria estratégica - Fidel Castro Ruz

Contención en Santo Domingo

(Capítulo 14)

Con el Combate de Pueblo Nuevo y el inicio de lo que llamé entonces la primera batalla de Santo Domingo, las fuerzas rebeldes dieron el primer paso para arrebatar la iniciativa al enemigo, quien la mantendrá parcialmente todavía en los demás sectores donde se desarrollaba su ofensiva. No será hasta el 5 de julio, fecha en que ocurrió el Combate de El Naranjal, cuando el Ejército perderá su empuje en el sector sur, es decir, en la zona del río de La Plata. El 9 de julio, las fuerzas rebeldes darán otro golpe importante en Meriño y privarán también al enemigo de la iniciativa estratégica en el sector noroccidental. La única otra acción ofensiva en esta zona será la ocupación de Minas de Frío el día 13.

En La Plata, Camilo dirigía la defensa del sector nordeste.

Por tanto, puede afirmarse que a partir del 28 de junio se inició una segunda etapa en la ofensiva enemiga, caracterizada por la contención de esta por nuestras escasas y pobremente equipadas fuerzas. La segunda etapa, a los efectos historiográficos, se extiende hasta el 11 de julio. Ese día, el comienzo de las acciones en Jigüe que conducirán a la rendición del Batallón 18 y a la liquidación de los refuerzos enviados para auxiliarlo, marcó el inicio de la tercera etapa, que será la final de este proceso, y que se caracterizará por el despliegue ya incontenible de la contraofensiva rebelde en los tres sectores de las operaciones hasta la derrota terminante del enemigo y su salida de la Sierra Maestra.

Yo estaba convencido de que Sánchez Mosquera, a pesar de la derrota recibida entre los días 28 y 30 de junio, no iba a permanecer inactivo. No sería consecuente con todo lo que se decía de él si se mantenía en una posición pasiva después del golpe potencialmente desmoralizador que acabábamos de darle. Además, tampoco era concebible que, después de llegar hasta allí, abandonara la pretensión de seguir avanzando hasta coronar el firme de la Maestra en la zona del alto de El Naranjo, con lo cual se colocaría al alcance de las instalaciones de la Comandancia de La Plata.

El combatiente rebelde Braulio Curuneaux, experto tirador de la ametralladora calibre 50.

Por tanto, ordené a todos los pelotones que habían participado en la acción contra el campamento enemigo que reasumieran sus posiciones anteriores, en caso de que se hubiesen movido de ellas, las cuales estaban concebidas a manera de semicírculo desde Pueblo Nuevo, pasando sobre el río Yara al este de Santo Domingo, hasta Leoncito, sobre el propio río, al Oeste. En las primeras horas de la mañana del día 1ro. de julio, todas las fuerzas rebeldes se habían reposicionado de acuerdo con este plan.

El pelotón de Lalo Sardiñas se ubicó nuevamente en Pueblo Nuevo, con la intención de contener cualquier intento enemigo de penetración río arriba en dirección a Santana o La Jeringa. Ese mismo día, por cierto, firmé una orden en la que, en reconocimiento al extraordinario papel desempeñado por Lalo durante los tres días de acciones en Santo Domingo, decretaba la amnistía del juicio contra él —que había quedado pendiente para cuando concluyera la guerra, por la actuación excesivamente violenta que tuvo en octubre de 1957 al requerir a un soldado por una falta disciplinaria, de la cual resultó la muerte involuntaria del combatiente—, y disponía la restitución de su grado de capitán. Era un acto de justicia hacia uno de nuestros más aguerridos y competentes jefes, quien había sido un factor decisivo en el exitoso desenlace de lo que en ese mismo documento califiqué como "la más resonante victoria rebelde desde que comenzó la guerra".

A la izquierda de Lalo, cubriendo la falda del firme de El Naranjo que da para el arroyo de Los Mogos, volvieron a ubicarse la escuadra de Zenén Meriño y el pelotón de Andrés Cuevas, pero este último fue movido por mí hacia La Plata al día siguiente, pues quería utilizarlo en algún otro sector donde fuese más necesario. A continuación, ya en el mismo firme de El Naranjo, mantenía sus posiciones el grupo al mando de Huber Matos y, a la izquierda de este, la escuadra de Braulio Curuneaux con la ametralladora 50. Del otro lado del arroyo de El Naranjo, en la falda del firme de Gamboa, Félix Duque se colocó de nuevo con su escuadra. Daniel quedó más arriba, muy cerca del firme, en un lugar que los combatientes de su grupo bautizaron como el alto de La Pulga; era una reserva operativa capaz de actuar según las circunstancias.

Esa misma mañana, el enemigo realizó un tanteo en dirección a las posiciones de Duque en el estribo de Gamboa. Al amanecer, previendo ese movimiento —que me parecía el más lógico— avisé a Duque de la posibilidad del avance desde Santo Domingo en su dirección, y le mandé a decir a Curuneaux que si advertía semejante desplazamiento no hiciera nada hasta que los guardias no chocaran con la tropa de Duque. Yo estaba seguro de que las fuerzas rebeldes en el firme de Gamboa eran lo suficientemente sólidas como para frenar el golpe enemigo, lo cual nos permitiría maniobrar con la gente de Huber Matos, apoyada por la ametralladora de Curuneaux —que se subordinaba al puesto de mando— para cortar a los soldados por su retaguardia y hacerles una pequeña encerrona.

Curuneaux, sin embargo, comenzó a hostigar a los guardias desde que se percató de su movimiento por el firme de Gamboa. En definitiva, la fuerza enemiga —posiblemente un pelotón— no llegó a chocar con Duque y regresó a Santo Domingo dos horas después. De manera evidente, se trataba de una finta de Sánchez Mosquera para descubrir nuestras defensas en esa dirección.

Entre los documentos de ese día se conserva una nota de Curuneaux en la que me rendía cuenta minuciosa de las balas gastadas. Vale la pena citarla a manera de ejemplo del control estricto que exigíamos a nuestros capitanes: "En el ataque de ayer le hice al enemigo 476 disparos, que unidos a los 275 anteriores suman 751, quedando por tanto 349 tiros". Seguidamente, me pedía 162 tiros que había dejado en la casa del Santaclarero. Le respondí que debía mantenerlos allí como reserva.

En los días siguientes, los guardias se limitaron a moverse por los alrededores de su campamento y, cuando más, entraban y salían del caserío de El Naranjo, a veces a la vista de nuestras posiciones. Se mantuvo contra ellos un hostigamiento permanente, con disparos esporádicos de fusilería y un tiro de Curuneaux con la calibre 50, cada media hora más o menos. La intención era más psicológica que otra cosa: debían saber que seguíamos allí cuidando el acceso a la Maestra.

El día 3, en vista de la inacción en este frente y de los movimientos desarrollados por la agrupación enemiga que había logrado finalmente ocupar San Lorenzo el día 1ro., me trasladé hacia Minas de Frío y dejé a Camilo con la responsabilidad de la coordinación de la defensa en este sector.

Al otro día mandé a buscar a Lalo con su personal para que participara en la emboscada que preparaba a la compañía del Ejército que había penetrado en Meriño. La tropa de Lalo era la única que no estaba en una posición defensiva en el sector de Santo Domingo, sino de ataque. Orienté, entonces, a Camilo que cubriera con la escuadra de Zenén Meriño el camino que subía desde Pueblo Nuevo hacia el firme, y que vigilara bien los movimientos de los guardias en ese flanco. La situación operativa en aquel momento permitía lo que pudiera parecer como un debilitamiento de la línea de contención en su extremo derecho, puesto que en caso de que el enemigo intentara de nuevo avanzar río arriba, la única disposición que habría que tomar era la de vigilar con atención su movimiento y fortalecer la defensa del camino que subía al firme desde Santana. Sin embargo, yo estaba convencido de que el próximo intento de Sánchez Mosquera iba a ser por el firme de El Naranjo o por el mismo de Gamboa, por donde había tanteado el día 1ro.

El sábado 5 de julio, los guardias de Santo Domingo se movieron de nuevo, y fueron rechazados de forma fácil por los rebeldes en la subida de El Naranjo. El enemigo sufrió cuatro bajas y abandonó un fusil Springfield y 350 tiros. Ese mismo día, en El Naranjal, Ramón Paz rechazó definitivamente el avance enemigo del Batallón 18 desde el Sur.

En vista de estos acontecimientos, le indiqué a Camilo que ordenara el traslado del pelotón de Guillermo García —el cual cubría, en el alto de San Francisco, los accesos a la zona de La Jeringa y las cabezadas del río Yara desde el Norte— hacia La Plata, y de allí a donde yo estaba, para recibir instrucciones. También mandé a buscar a Curuneaux y su ametralladora. Para compensar este último movimiento, Camilo trasladó el pelotón de reserva de Daniel más abajo, y reforzó con algunos de los hombres de esta tropa la línea rebelde en la loma de Sabicú. Después de intervenir en la acción de Meriño el día 8, Curuneaux fue enviado por mí de regreso al firme de El Naranjo, a donde llegó justo a tiempo para ocupar su posición anterior a la izquierda del alto de Sabicú.

Sánchez Mosquera lanzó finalmente, el miércoles 9 de julio, su intento de asalto al firme de la Maestra. Desde el amanecer, la vanguardia enemiga comenzó a subir por toda la falda de Sabicú. De nuevo, el sanguinario oficial demostró ser también el jefe más capaz. Sus hombres no se desplazaron por camino alguno, sino por dentro del monte, ni lo hicieron en formación lineal, sino desplegados a lo largo de un frente relativamente extenso. La artillería enemiga disparó de manera incesante sobre la loma, mientras la aviación ametrallaba y bombardeaba el área donde los mandos de la agrupación enemiga presumían que debían estar las posiciones defensivas rebeldes. Ese día, muchos de los combatientes contemplaron por primera vez los terribles efectos de las bombas incendiarias de napalm, suministradas al Ejército de la tiranía por los Estados Unidos.

Sin embargo, las posiciones rebeldes resistieron con firmeza la acometida. El enemigo llegó hasta el mismo alto de Sabicú, y allí chocó con las fuerzas de los tenientes Dunney Pérez Álamo y Geonel Rodríguez, reforzadas con personal de Daniel y apoyadas por la ametralladora de Curuneaux, que estaba todavía allí, y la escuadra que, bajo el mando de Huber Matos, se había mantenido en el flanco izquierdo de la línea rebelde en el firme de El Naranjo.

Se combatió tenazmente durante más de dos horas. Después de un momento de relativa calma, la lucha se reanudó con mayor violencia alrededor del mediodía. Al cabo, el Ejército se replegó y regresó a Santo Domingo después de sufrir un número indeterminado de bajas y dejar abandonados varias armas y bastante parque.

El Combate de El Naranjo tuvo una significación mucho mayor que lo que pudieran indicar sus resultados concretos, en términos de bajas y botín ocupado. Representó el último esfuerzo del fuerte contingente enemigo estacionado en Santo Domingo por seguir avanzando hacia el corazón rebelde.

Téngase en cuenta que, en ese momento, esta era la tropa enemiga más peligrosa para nosotros por varias razones: era la que estaba más cerca de La Plata, una de las más numerosas y mejor equipadas, y la que contaba con el jefe más decidido e inteligente. Sin embargo, todos estos factores, aparentemente favorables, se estrellaron contra la resistencia de un puñado de combatientes bien preparados, decididos a luchar hasta el final para impedir el avance enemigo en esa dirección.

No hay que desestimar tampoco el hecho de que los golpes recibidos por esta tropa en la primera Batalla de Santo Domingo, pudieran haber creado un ambiente derrotista y cierta desmoralización entre los soldados y, sobre todo, en su engreído jefe. El hecho fue que, después del día 9, Sánchez Mosquera no hizo el menor intento de moverse en dirección alguna hasta que recibió la orden perentoria de abandonar Santo Domingo el día 26. Esta inercia me permitió trasladar de nuevo hacia otros sectores a Curuneaux y otros combatientes rebeldes que cubrían este frente, que quedó protegido durante todo ese tiempo por las escuadras de Duque, Geonel Rodríguez, Zenén Meriño, Huber Matos y Álamo, y por el personal de reserva de Daniel en el firme de El Naranjo.

Pocos días después del Combate de El Naranjo, el borde externo de este frente quedó cubierto con varias escuadras y grupos de las Columnas 3 y 4, al mando, respectivamente, de los comandantes Juan Almeida y Ramiro Valdés, quienes fueron distribuidos por Camilo en Agualrevés, La Jeringa, el llamado cruce de Lima, el punto de la Maestra donde el camino del firme es interceptado por el que viene de Palma Mocha, por la subida de Santana y otros puntos de la Maestra.

El personal del firme de El Naranjo mantuvo sus posiciones a pesar del embate constante de la aviación, que se empleó a fondo en la zona durante todos estos días, y del incesante fuego de morteros realizado por el enemigo desde Santo Domingo. Fue uno de esos obuses de mortero 81, lanzado al rumbo, el que vino a caer el día 11 directamente encima del caballete de la casa de un colaborador campesino, en la falda de la loma de Sabicú opuesta al campamento enemigo, en el momento en que el combatiente Juan de Dios Zamora, auxiliado por las también combatientes Rita García y Eva Palma, cocinaban el almuerzo de las fuerzas rebeldes. La explosión mató de manera instantánea al cocinero e hirió de extrema gravedad al capitán Geonel Rodríguez y al teniente Carlos López Mas, conocido por Carlitos Mas, quienes se encontraban descansando en la casa. Conducidos rápidamente a la Comandancia de La Plata, los dos combatientes fueron operados de urgencia por los cirujanos rebeldes, pero la hemorragia interna resultó incontenible y ambos murieron.

Radio Rebelde informó con pesar, el día 12, la muerte de Geonel y su entierro en suelo rebelde. Era una pérdida particularmente dolorosa la de este joven estudiante de ingeniería, colaborador del Che en la creación de El Cubano Libre, el primer periódico guerrillero en la Sierra Maestra; combatiente modesto y valeroso, quien caía abatido, no por el fuego concentrado de un combate, sino por un azar infortunado. Todavía hoy se conserva su tumba a la entrada de la Comandancia de La Plata, donde permanecen los restos que su madre anciana nunca quiso reclamar, para que reposaran por siempre allí, en la tierra por cuya defensa entregó su vida generosa. En la rústica cruz que los señala fue clavado el plato de campaña de Geonel, grabado por sus propios compañeros en homenaje a su memoria.

Salvo este lamentable incidente, nada extraordinario ocurrió en este frente durante los días en que se desarrolló la Batalla de Jigüe. Mi atención se concentró en lo que constituyó el objetivo prioritario para nuestras fuerzas en ese momento: la derrota del batallón cercado por el Sur. Mientras tanto, me mantuve en comunicación constante con Camilo, quien desde La Plata dirigía la defensa del sector nordeste, mientras el Che aguantaba al enemigo en la zona de Minas de Frío.

 

 

 

 

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