martes, 21 de diciembre de 2010

helados argentinos niñez congelada y navideña

 

Cuentos de Navidad.

Mai en tiempo de adviento.

Por Adolfo Pedroza. (*)

Salgo del trabajo, es casi medianoche del viernes. Camino por la Avda. Pellegrini con todo su mundo y submundo extendido en sus calles. Negocios, esquinas y recovecos de obras en construcción.

Tiempo de vuelta a casa desandando la senda sin apuro porque nadie aguarda. Tiempo de dejar que los ojos puedan captar toda esa variedad de caras, imágenes, colores, matices y gestos a lo largo de unas cuadras. También habrá tiempo para un helado, rico, de tres colores, a precio posible.

En uno de los cruces, la esquina tiene un cuadro conocido. Un muchachito de no más de 12 años trata de deslumbrar a los automovilistas, detenidos por el  semáforo, con tres pelotitas color fluor. Las  arroja por el aire. Las ataja.   Vuelve a revolearlas de a una, de a dos y hasta de a tres, en un circulo imaginario creado por la habilidad de sus manos. Ahora, exhibe las tres pelotitas en una mano en alto recorriendo los autos por una moneda que premie su muestra artística.

A un costado, sentada en la vereda, con cara de aburrimiento, está su hermanita que le hace señas que son un evidente reclamo. Él le dirá "Ya va Mai, ya va!".

Mai tendrá unos 6 años. Ojos grandes. Negros. Te atropellan para no pasar desapercibidos. Otras noches la he visto pidiendo la contribución, auto por auto, para la destreza artística de su hermano. Hoy está como "empacadada".

Estoy en la cola de la caja para mi ticket del helado, Veo como su hermano la toma de mala gana de la vereda y la ubica en la cola. A mis espaldas. La discusión es fuerte. Ella insiste en que él prometió. El se defiende diciendo que la mami pasó a buscar plata para comprar y que todavía no volvió a juntar… Ella le retruca "es uno chiquito" … pero "de dos gustos" y le vuelve a decir con voz fuerte "Lo prometiste y yo te ayudé"

Mis ojos miran aquel gran salón con coquetas y blancas mesas, con adolescentes vestidos como tales y con gente un poco más grandes vestidas con colores de moda, ropa de estilo y zapatos de marca. El ambiente general es de charla, hay bullicio y los grupos no son de más de 3 o 4 personas. Todos parecen formar pequeñas islas a las que parecería no importarle el resto.

La cola se movió. Recibo mi ticket mientras que, a mis espaldas, la discusión continúa. Mai no está dispuesta a resignar su helado de dos colores. Salí de la cola y unos pasos más adelante espero que me sirvan el helado. Escucho la discusión del cajero con el hermano de Mai porque el dinero no alcanza… "Además te dije que no los quiero dentro del salón" le recrimina y él responde, respetuosamente, que su hermanita lo comerá afuera.

Dos lagrimones ruedan por los ojazos de Mai, que no se resigna a no tener su helado, mientras su hermano sigue la negociación con el señor de la caja. Los ojos del hermano de Mai están algo desorbitados. Se siente mal. Sabe que todos lo miran… solo recrimina a su hermana para que no llore.

Finalmente y luego de haber dejado un dinero sobre el mostrador de la caja, aguarda a un costado y al rato le traen el helado a Mai. He retirado mi helado y estoy sentado en unos bancos del exterior del negocio. Las mesitas individuales están repletas.

Mis ojos están enfocados en Mai. Disfruta del helado. Algunas lágrimas todavía bordean sus ojos, pero estos están ahora encendidos y regalan todo su brillo a aquel casi minúsculo helado de dos colores. Está sentada en cuclillas en la vereda, del lado de afuera del local  donde no hay mesas, apoyada contra el vidrio.

Está frente a mí, pero no me ve. Tampoco ve a su hermano que ha vuelto a la esquina. Está sobre la senda peatonal y, de frente a los autos, revolea las pelotitas de color fluor cada vez más alto y con mayor velocidad. Hasta con bronca se podría decir.

Mai, a primera vista, es la cara de la alegría. Sus ojos grandes y negros se convierten en transparentes donde uno puede empezar a ver todo su dolor interior,  su falta de niñez, aquellas lágrimas que brotaron porque no podía comer un helado como cualquier otro niño y que todavía deambulan por su rostro.

Esos ojos no tienen secretos. Están perdidos en el paisaje de la ciudad. Mai,   una las tantas niñas que muchos ojos parecen no ver. Hoy están  afuera de la heladería. Mañana afuera de la vida. Lo nuevo que recordamos en Navidad desafía a que  nuestros  ojos dejen de tener secretos y vean lo que está pasando. + (PE)

(*)  Adolfo A. Pedroza reside en Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina.

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