Jon Sobrino: «En conjunto, la Iglesia suele distanciarse de Jesús para que no moleste» "Si algún día me encuentro con el Papa, espero que hablemos como amigos" José Manuel Vidal, 19 de diciembre de 2010 Santo y seña de la Teología de la Liberación, el jesuita salvadoreño de origen vasco, Jon Sobrino, sigue siendo una referencia mundial en los que, en la Iglesia, buscan a un Dios encarnado que opta por sus preferidos, los pobres. De paso por Bilbao dice que, "en conjunto, la Iglesia suele distanciarse de Jesús para no molestar". Y también asegura que lo "enoja y avergüenza" la situación del mundo actual, porque "el primer mundo una sigue poniendo el sentido de la historia en la acumulación y en el disfrute que la acumulación permite".Lo entrevista Asteko Elkarrizketa en Gara. Me cuentan -en broma- que está enfadado con el mundo y también le he escuchado más de una vez que quiere poder vivir sin sentir vergüenza del ser humano... ¿Cuál es la razón? A veces siento vergüenza. Por ejemplo, ¿nos interesamos de veras por Haití? Obviamente levantó interés al principio, y ha habido algunas respuestas serias. Pero pasa un tiempo y ya no importa... Otro ejemplo que he contado otras veces: en un partido de fútbol de equipos de elite jugando la Champions, calculé que sobre el terreno de juego, entre 22 jugadores, había dos veces el presupuesto del Chad... Eso a mí me enoja y me avergüenza. Algo muy hondo tiene que cambiar en este mundo... ¿A dónde nos llevan el neoliberalismo y la globalización? Es tal el desastre que, en buena parte, ha provocado que algunos respondan humanamente: voluntarios, ONG, bastantes iglesias -católicas o protestantes-, otras religiones... Pero creo que el llamado Primer Mundo -una cuarta parte de la humanidad- sigue poniendo el sentido de la historia en la acumulación y en el disfrute que la acumulación permite. La diversión, por ejemplo, es una megaindustria multinacional: el deporte de élite, el turismo... Ignacio Ellacuría llamó a eso la «civilización del capital», que produce una sociedad gravemente enferma, en trance fatídico y fatal. Y solía decir que la solución es darle la vuelta; por eso fraguó la expresión de que necesitamos una «civilización de la pobreza». Ellacuría era terco en eso: hay que darle la vuelta; el motor de la historia no puede ser acumular sino solucionar las necesidades básicas de 6.500 millones de seres humanos, y el sentido de la historia es la solidaridad con espíritu. En nuestra sociedad es habitual que grandes compañías realicen «campañas de solidaridad» muy mediáticas con galas benéficas, apadrinamientos, envío de ayuda, etc... ¿Se está desvirtuando el concepto de la solidaridad? Entiendo la pregunta, pero creo que ocurren las dos cosas. Por un lado, cierto bienestar y cierta afluencia de recursos hace que dar ayuda sea más fácil, y que si uno no tiene el corazón de piedra -como decía el profeta Ezequiel-, se le convierta un poco en corazón de carne y ayude. Creo que parte de esas solidaridades son auténticas. Ahora bien, esas solidaridades también suelen ser usadas para ocultar la ignominia de la falta de una solidaridad mayor y más fundamental, y no sólo de eso, sino también de la opresión de las grandes potencias a los pequeños países. ¿Tal vez sirven para enmascarar las raíces de los problemas? Puede ser usado así, aunque, irónicamente, buena parte de las ONGs son precisamente para decir la verdad -aunque no les hacen mucho caso-, no sólo para ayudar económicamente, sino también para defender los derechos humanos. Lo veo complejo y hay que analizar cada situación. Es claro que el poder somete a todo el mundo, pero cada uno debe empujar el carro de la historia como pueda. Ciertamente, lo que nos ofrecen como soluciones a mí me produce indignación y me da tristeza. ¿Al ciudadano medio del mundo desarrollado le corresponde alguna responsabilidad en la pobreza, la opresión o las guerras que asolan el planeta? Objetivamente, sí. ¿Quién declara las grandes guerras? Los gobiernos, movidos por oligarquías, pero elegidos por los ciudadanos. Cuando los gobiernos ofrecen guerra directamente, algunos los eligen y otros no, pero yo no escucho que un gobernante ofrezca vivir peor, bajar, para que otros muchos puedan subir un poco. En ese sentido, objetivamente somos corresponsables. El mundo se divide entre oprimidos y opresores; no hay que darle vueltas... La Congregación para la Doctrina de la Fe emitió en 2006 una «Notificatio» en la que estima que usted falsea la figura del Jesús histórico al destacar demasiado su humanidad en detrimento de su divinidad. Es el argumento de la vieja herejía... Lo que yo digo es que en la realidad humana de Jesús de Nazaret se ha hecho presente Dios. Pero me dicen que no acabo de decir de verdad que es Dios, y que hablo de Jesús de Nazaret demasiado en concreto, e incluso que lo convierto en político, y eso, en general, no suele gustar a las autoridades de las curias romanas y, también, diocesanas. Ha ocurrido con varios teólogos; en mi caso empezó en 1976. En la Notificatio dijeron que dos libros míos contenían afirmaciones erróneas y peligrosas. Antes se los había dado a leer a siete teólogos serios y ninguno me dijo que hubiera problema alguno de posibilidad de herejía... Pienso que Jesús de Nazaret siempre estorba. Dios estorba menos porque es tan intocable, tan impalpable... Pienso que en la Iglesia tenemos una tendencia a distanciarnos de Jesús de Nazaret. No quiere decir que no hablemos de Cristo, pero Cristo es «el ungido», un adjetivo. Creo que lo más peligroso es ignorar que Jesús no simplemente murió, sino que lo ejecutaron; y lo mataron porque se enfrentó al poder de los sumos sacerdotes e, indirectamente, al poder romano. Evidentemente, Jesús no hizo sólo eso; predicó cosas bellísimas y dificilísimas: las bienaventuranzas, la misericordia con la gente, la oración al Padre... Da gusto ver a Jesús, pero también es cosa seria, y si alguien quiere seguir la vía de Jesús le va a costar... Por eso pienso que, en conjunto, también la Iglesia suele distanciarse de él para que no moleste. Pero, gracias a Dios, hay personas y grupos a quienes Jesús les atrae. Lo he visto en El Salvador, sobre todo entre los pobres y quienes los defienden. Tras la «Notificatio», usted remitió una carta al general jesuita, Peter Hans Kolvenbach, en la que precisaba que diferentes teólogos no encontraban incompatibilidad con la doctrina de la Iglesia, que la campaña contra usted y la Teología de la Liberación venía de 30 años atrás y que Ratzinger, en su época de cardenal, ya había sacado de contexto reflexiones y expresiones suyas. Deduzco que hay un acoso premeditado contra usted... No lo llamaría acoso, pero sí predisposición contra mí y varios más. El entonces cardenal Ratzinger [hoy Papa Benedicto XVI], en un artículo en el año 1984-85, me criticaba cinco puntos, pero también criticaba a Gustavo Gutiérrez, Ignacio Ellacuría y Hugo Assmann; los cuatro estábamos en esa corriente que se llamaba Teología de la Liberación. Ratzinger ya estaba en contra de esa corriente. Si algún día me encuentro con él espero que hablemos como amigos... Por cierto, ya no se oye tanto hablar de la Teología de la Liberación. ¿Acaso ha cambiado algo? La Teología de la Liberación nace hace unos cincuenta años, en América Latina, un continente de gran pobreza y de fe cristiana. Algo irrumpió allí. Algo hizo explosión. ¿Qué irrumpió? La verdad de los pobres, que era realidad durante siglos. La Iglesia los había visto y les había ayudado de varias formas, pero... cuando algo es tan real y explota, te afecta, te sacude y te anima a hacer algo. Así comenzó la llamada Teología de la Liberación, que pretendía que los pobres tuviesen vida, justicia y dignidad. Para las Iglesias cristianas, eso era la voluntad central de Dios. Y en ese sentido también «explotó» Dios. Y enseguida hubo dos reacciones. Una, fuera de las iglesias. El vicepresidente de EEUU, [Nelson] Rockefeller, estaba viajando por América Latina en los años setenta y dijo, entre otras cosas: «Si lo que están diciendo los obispos en Medellín [en la Conferencia Episcopal de 1968, donde toma cuerpo eclesial la Teología de la Liberación] se hace realidad, nuestros intereses peligran». Dentro de la Iglesia institucional también hubo una reacción en contra por parte de algunos obispos y cardenales. O sea que nació la Teología de la Liberación y enseguida llegaron enfrentamientos. Todo eso llevó a algo único en la historia de América Latina. Quisieron frenarlo de diversas maneras; una fue matar. Asesinaron a decenas de sacerdotes, religiosos y religiosas, y cuatro obispos. Otros dos se salvaron por error. Y lo que es menos conocido: a miles de laicos, la mayoría pobres. La Teología de la Liberación desencadenó un modo de vivir basado en la compasión, concretado luego en formas de justicia, basada en el amor a los más pobres. Esto hoy ha bajado en el nivel eclesial y de obispos que defienden esa línea. Decía monseñor Romero [arzobispo de San Salvador] semanas antes de que lo mataran en 1980 que «un cristiano que se solidariza con la parte opresora no es verdadero cristiano»... Evidentemente. Identificarse con la parte opresora quiere decir formar parte de ese grupo de seres humanos que está oprimiendo y quitando la vida a otros, lentamente, a través de la pobreza o de la represión. Esa persona no es cristiana. ¿En qué se parece a Jesús si es todo lo contrario? Y además no es humana. Tenía razón monseñor Romero. Recientemente, en un congreso de pensadores cristianos, dijo usted -parafraseando al teólogo José María Díez Alegría- que «la Iglesia ha traicionado a Jesús»; «esta Iglesia no es la que Jesús quiso». ¿Hacia dónde está conduciendo a la Iglesia católica su jerarquía? No parafraseé sino que cité literalmente a Díez Alegría. Él dijo que, «en conjunto, la Iglesia católica ha traicionado a Jesús», y me parece una reflexión importante. Obviamente, no toda la Iglesia. Yo creo que está diciendo que Jesús de Nazaret molesta, y por eso la Iglesia le traiciona. José Antonio Pagola dice: lo más necesario hoy es «movilizarnos y aunar fuerzas urgentemente para centrar a la Iglesia con más verdad y celeridad en la persona de Jesús y en su proyecto del reino de Dios». Según la fe cristiana, el reino de Dios es la voluntad de Dios sobre este mundo para que haya vida para todos, empezando por los pobres. Y Pagola terminó con estas palabras: «Muchas cosas habrá que hacer en la Iglesia católica, pero ninguna más decisiva que esta conversión». A mí me encanta que use la palabra conversión: es un cambio radical. No veo nada más importante que volver a ese Jesús porque tendemos a separarnos de él; no siempre, no todos, no de todas maneras, pero... Dicho con toda sencillez: cuando uno oye hablar a cristianos, cristianas, sacerdotes, obispos y no obispos, qué rara vez se escucha que hablen de Jesús de Nazaret, que cuenten lo que dijo y lo que hizo... Se está perdiendo lo de Jesús; eso es lo que yo quería decir en el congreso. En América Latina se hizo muy presente en don Hélder Cámara, en don Pédro Casaldáliga, en muchos otros... Pero también hay la tentación de decirle, como el gran inquisidor de la novela «Los hermanos Karamázov»: «Vete y no vuelvas...». Incluso de forma drástica... Recuerdo el eslogan de la extrema derecha y del Ejército en la época de la represión y de la guerra en El Salvador: «Haga patria, mate un cura». ¿Por qué les perseguían de manera tan cruel? Nos perseguían no sólo a nosotros, sacerdotes o grupos cristianos, sino sobre todo a los campesinos... Con la Conferencia de Obispos de Medellín de 1968 hubo un gran cambio, una irrupción, y Jesús de Nazaret se hizo presente. Ser cristiano era seguir la vida de ese Jesús, estar con las víctimas, con los pobres; y, para defenderlos, enfrentarse a los poderosos. La oligarquía no toleraba eso, y mucho menos que viniera de gente reconocida de la Iglesia. Los sacerdotes se-ríamos mejores o peores, pero éramos un símbolo importante en el país. Esa Iglesia que que- rían tener de su lado se les fue; entonces asesinaron al primer sacerdote, Rutilio Grande, jesuita, gran amigo, el 12 de marzo de 1977. Se armó un gran revuelo y monseñor Romero tomó una decisión muy importante: lo denunció, dijo que no volvería a estar presente en actos civiles públicos hasta que no se esclareciera el crimen. Y el domingo del entierro ordenó que sólo hubiese una misa única. La gente de dinero, la oligarquía, se fue encorajinando: «Les hemos matado un cura y siguen...». Continuaron matando sacerdotes y repartían panfletos con aquella frase: «Haga patria, mate un cura». En junio, a los jesuitas nos dieron un mes para salir del país o nos mataban a todos... No nos marchamos. Siguieron matando sacerdotes y monjas, y sobre todo campesinos... En ese contexto llegó la matanza de los seis sacerdotes jesuitas y de las dos mujeres [16-XI-1989] en la Universidad Centro- americana (UCA). Usted era también uno de los objetivos de los militares, pero le salvó encontrarse en Tailandia asistiendo a un congreso. ¿Cómo recuerda aquellos hechos? De Londres me llamó un amigo, me preguntó si estaba sentado y si tenía un lápiz para escribir. Y comenzó: «Han matado a Ellacuría y a...». Sentía como si me arrancaran la piel a jirones, pero cuando más me enojé es cuando me dijo que habían matado a la cocinera y a su niña. Que maten a Ellacuría, «merecido» lo tenía -como Jesús de Nazaret-. ¡Pero matar a una cocinera y a su hija de quince años...! Recuerdo también que un tailandés convertido a la religión católica me preguntó si en El Salvador había católicos que mataban a sacerdotes. Entendió bien el horror que entrañaba aquello. En El Salvador matar a sacerdotes suponía romper no ya las reglas del bien, sino del mal. Todo podía ocurrir. Y ocurrió... ¿Ha temido muchas veces por su vida? Sí y no... Varias veces explotaron bombas en la UCA y en nuestra casa. Estábamos en las listas, Ellacuría el primero, y también los demás. A veces en los periódicos a mí también me destacaban. Pero pensar que nos podía pasar lo que le pasó a Rutilio Grande, al padre Alfonso Navarro, a monseñor Romero... no nos provocaba temor. Nos solían preguntar por qué no nos marchábamos del país y respondíamos que nos daría vergüenza irnos, nos daría vergüenza decir que hay que estar con la gente y luego marcharnos. Yo, además, daba clases de cristología y tenía que contar la vida de Jesús. ¿Con qué cara iba yo a hablar de Jesús si me marchaba? Y no nos íbamos, sobre todo, porque nos sentíamos parte de algo mayor, todo un pueblo al que queríamos y que nos quería... Para mí fue un don haber ido a El Salvador. Estoy agradecido de por vida. Vive allá desde hace más de medio siglo. Han cambiado mucho algunas cosas en El Salvador, pero la pobreza continúa, la situación incluso se ha agravado con la delincuencia y la violencia de las bandas juveniles... El Salvador, como está pasando con Haití, desapareció de las noticias. Se firmaron los tratados de paz y algo importante ocurrió: dos ejércitos convinieron no seguir luchando militarmente. Y es muy bueno. Además, en los acuerdos de paz se decidió investigar las violaciones de derechos humanos graves de ambas partes. Naciones Unidas hizo un estudio bastante serio sobre ello. ¿Pero qué pasó? Antes de que saliese el informe de Naciones Unidas, el presidente Cristiani concedió amnistía a los que aparecían en él. Una amnistía así no es un acto de reconciliación, de humanización; sirvió sobre todo para que no tocara a la parte gubernamental. Todavía nadie ha sido juzgado por el asesinato de monseñor Romero -tampoco lo ha canonizado el Vaticano-... Por la premura de tiempo, los acuerdos tampoco trataron suficientemente la economía, y eso se sigue notando. No digo que con buenos acuerdos sobre los modos de producción, la legislación laboral, etc... hubiese cambiado mucho. No soy muy optimista pero, al no hacer nada, la injusta situación económica sigue sin visos de solución. Y han ocurrido otras dos cosas negativas importantes: muchos salvadoreños -de dos a tres millones- van a Estados Unidos a buscar trabajo, lo que trae infinidad de problemas humanos, divisiones de familias, etc... El otro problema es la violencia de las pandillas, que han generado un tipo de vida en el que los jóvenes encuentran un sentido de identidad, estando dispuestos a matar y ser matados. Y hay que añadir las mafias, el narcotráfico, los secuestros... A veces me pregunto, trágicamente, por qué en El Salvador, y en países semejantes, no se han decidido a un suicidio colectivo. Para muchísima gente aquello no es vivir. Pero en el pueblo existe una fuerza mayor para seguir adelante y enfrentar los problemas más difíciles. Esa fuerza se expresa en el empeño por sobrevivir, por los intentos de organización. Y es alimentada por mucha gente buena, los mártires con monseñor Romero a la cabeza. Aquí creo que esto es difícil de comprender. Me sorprende el poco acento salvadoreño que tiene... ¿En El Salvador le siguen conociendo como vasco? Es cierto, no he cambiado el acento. En cuanto a lo de vasco, creo que no he perdido mis orígenes... Pero tampoco es un absoluto... Tampoco es que me sienta salvadoreño, aunque es lo que más me siento. Creo que lo que me ha ocurrido en El Salvador es una mayor apertura a todo lo que sea humano, más allá de lugares... Descarta volver a Euskal Herria para quedarse... Lo normal es que no vuelva para quedarme; si vengo tendré que pensar qué hacer para poder ayudar aquí. Me encantaría cooperar, hacer el bien, pero no tengo ninguna receta. El cambio sería muy grande. En El Salvador están los pobres que no dan la vida por supuesta y tienen a casi todos los poderes del mundo en contra. Aquí, en Europa, la vida se da por supuesta, y con mucho poder a su favor. Si se me permite decirlo metafísicamente: los pobres son «los que no son reales». Aquí pensamos que lo real somos nosotros. Estar en El Salvador significa cooperar a que todos vivamos, y la utopía de hacerlo como hermanos y hermanas. Aquí lo tendría que repensar, aunque veo personas y cosas buenas a las que me podría apuntar. LA MISA EN EL SACERDOTE SECULARIZADO ESTUDIO TEOLÓGICO JURÍDICO SOBRE EL EJERCICIO DEL ORDEN SAGRADO EN EL SACERDOTE SECULARIZADO CUESTION TEOLOGICA Y MORAL El "status" eclesial del sacerdote secularizado presenta un serio problema teológico - sacramental: Por una parte la Iglesia le prohibe el ejercicio del sagrado ministerio; por otra el sacramento del Orden imprime carácter; por consiguiente quien lo recibió seguirá siendo siempre sacerdote. ¿Se lesiona de alguna manera la coherencia dogmática? ¿Hasta donde puede llegar la prohibición de la Iglesia? Analizaremos minuciosamente el caso. I) EL RESCRIPTO DE SECULARIZACION 1.- El rescripto de secularización aparece como algo típicamente jurídico y pastoral. Todo él está orientado en el sentido de que no se dé fisura en la ley del celibato, y de que no sufran los fieles escándalo. 2.- El efecto propio del rescripto aparece claro: conceder la dispensa del celibato y otras cargas inherentes al Orden Sagrado, y excluir al orador o solicitante de las filas del clero. Deja, pues, el interesado de pertenecer al estamento clerical. 3.- El rescripto de secularización no es una pena canónica, sino una gracia otorgada por el legislador. 4.- Las prohibiciones del rescripto están redactadas de forma indirecta: "Advierta el Ordinario de ellas al sujeto". 5.- Varias son las prohibiciones, mas en la práctica (con excepción de una) apenas se han tenido en cuenta a la hora de exigir su cumplimiento, ya que muchos ex - clérigos de modo habitual son profesores de religión, incluso en facultades dependientes de la Iglesia; desempeñan cargos directivos de pastoral; residen en el lugar donde ejercieron el ministerio, etc. etc. 6.- En la práctica se pone mayor énfasis en la prohibición primera ;"nullam ordinis sacri functionem peragat". ( No practique ninguna función del Orden sagrado). De hecho tampoco se ha acatado esta prohibición en numerosos casos. Muchos sacerdotes casados vienen ejerciendo en pequeñas comunidades las funciones propias del presbítero. Muchos obispos son conocedores de estos hechos, y a ninguno se le ocurre llamar la atención, siempre y cuando no se practiquen públicamente en templos. Lo único que preocupa es que "coram populo" se ejerciten estas funciones del Orden sagrado. 7.- El actual rescripto ( a partir de aproximadamente 1980) cambia la frase "nullam ordinis sacri functionem peragat" por "exclusus manet ab exertitio sacri ministerii". El hecho de elegir esta fórmula y eliminar la anterior parece claro que se debe a no incidir en una incoherencia dogmática: privar al ordenado de toda función emanante de un sacramento que imprime carácter. La frase "queda excluido del ejercicio del sagrado ministerio" palia algo la prohibición del anterior rescripto. II ) EL ORADOR (SOLICITANTE DE LA DISPENSA) La intención de muchos sacerdotes al solicitar el rescripto de secularización, era exclusivamente la de obtener la dispensa del celibato. Hubiese deseado seguir incluso dentro del clero, pero como sacerdotes casados. No se permitía formular esta petición. Necesariamente había que solicitar tanto la dispensa del celibato como la reducción al estado laical. Ambas luego se concedía de forma inseparable. NO HUBO POR TANTO LIBERTAD EN EL MODO DE FORMULAR LA SOLICITUD. 2.- No parece correcto exigir en una instancia de tipo eclesiástico la renuncia al ejercicio de un sacramento recibido, para conseguir la dispensa de una ley humano - eclesiástica. El sacerdocio, una vez recibido, es un derecho divino. El celibato es una ley humana, en cuanto adherida al estado clerical de modo necesario. 3.- Al no ser la petición de dispensa acto libre en su totalidad, no podrá implicar necesariamente a la conciencia en la aceptación de compromisos o prohibiciones anejas a la dispensa. III) EL ASPECTO TEOLÓGICO. 1.- La función estrictamente sacerdotal es la celebración de la Eucaristía. Todo sacerdote y solamente el sacerdote es ministro de la Eucaristía. La teología lo afirma sin titubeos. a) Juan Pablo II recuerda: " Debéis celebrar la Eucaristía que es la raíz y la razón de ser de vuestro sacerdocio. Seréis sacerdotes, ante todo, para celebrar y actualizar el sacerdocio de Cristo..." "La Eucaristía se convierte así en el misterio, que debe plasmar interiormente vuestra existencia". (Ordenación sacerdotal de Valencia 8 noviembre 1982). b) Autores teólogos de solvencia, como consta en textos de dogma y de moral, han afirmado que, por derecho divino, todo sacerdote tiene obligación de celebrar de vez en cuando la Eucaristía. Otros teólogos , por el contrario, afirman que la obligación recae sobre el sacerdocio en general, no sobre cada individuo en particular. Ante esta discusión se pueden sacar estas conclusiones mínimas: a) Si entra de por medio el derecho divino, jamás se puede prohibir de por vida a un sacerdote la celebración de la Eucaristía, ni siquiera como pena canónica por delitos cometidos. En este sentido San Basilio refiere algunos casos de sacerdotes que por haber cometido faltas notorias, sólo podían ejercer sus funciones sacerdotales en casas particulares. ( S. Basilio Obispo) 199 pág. 32, 716)( Suponemos siempre el estado de gracia santificante.) b) Jamás se podrá decir que un sacerdote peque por celebrar la santa misa, supuesto el estado de gracia. c) La celebración de la santa Misa es un derecho inalienable concedido por Dios a cada uno de los sacerdotes. Aunque no se pueda afirmar que haya obligación de celebrar, sí se puede inferir el derecho a ello. 3.- Todo sacramento da derecho al uso del mismo. No podemos concebir un matrimonio a quien se le prohiba la relación conyugal de por vida, ni un bautizado a quien se le prohiba asistir a funciones religiosas por haber recibido otro sacramento, o para que pueda recibirlo. Con el Orden sacerdotal no puede haber excepción. Incluso la prohibición al sacerdote casado de ejercer públicamente el ministerio, lesiona la coherencia dogmática. Puede caber como medida pastoral transitoria, mientras el pueblo no se mentalice tras una catequesis previa. IV) TRENTO Y EL CARACTER SACRAMENTAL 1.- El canon 40 del Concilio de Trento, sesión IX (Dz. 964) dice: "Si quis dixerit per Sacran ordinationem non dari Spiritun Sanctum, aut per eam non imprimi characterem vel eum qui sacerdos semel fuit,laicum rursus fieri posse, anathema sit." Difícilmente se podrá afirmar que este canon es dogmático en sus dos partes primeras y solamente disciplinar en la última. Podemos afirmar que todo él es dogmático. 2.- En el rescripto de secularización se afirma claramente que el orador queda reducido al estado laical. Con un juego de palabras se podrá afirmar , que no es laico pero "pertenece al estado laical". O sea, para los efectos, como si no fuera sacerdote, aunque sigue siéndolo. No llega a comprenderse todo esto a la luz del dogma definido por Trento. Tal vez a causa de este craso error en un documento oficial, en los últimos rescriptos de secularización evitan el término "reducción al estado laical". Evitan la letra, mas el conflicto queda sin resolver. 3.- Dice la encíclica "Redemptor hominis" de Juan Pablo II: "En la fidelidad a la propia vocación deben distinguirse los esposos, como lo exige la naturaleza propia del matrimonio. En una línea de similar fidelidad a su propia vocación deben distinguirse los sacerdotes, dado el carácter indeleble que el sacramento del Orden imprime en sus almas".--- Si el carácter indeleble es la fuente de donde mana la fidelidad a la vocación sacerdotal, será posible la dispensa del celibato, pero en modo alguno la dispensa del sacerdocio, y mucho menos la prohibición de ejercerlo de por vida, al menos en lo estrictamente sacerdotal: la celebración de la Eucaristía y la proclamación del Evangelio. 4.- La teología posconciliar explica el carácter sacramental por la alianza entre Dios y el sujeto que recibe el sacramento. Dios será fiel a su alianza, aunque falle el sujeto. Ahora bien, en nuestro caso suponemos que el sacerdote casado quiere seguir siendo sacerdote. Dios es fiel a su alianza. No cabe que una fuerza intermedia rompa o impida esta alianza. La fidelidad es entre Dios y su sacerdote. V) PROHIBICIONES INCOHERENTES CON EL DOGMA. 1.- No siempre las prohibiciones de la Iglesia han gozado de gran coherencia en lo dogmático. La Histoia demuestra que muchas decisiones jurídicas y pastorales han constituido abuso de poder, injerencias en la conciencia individual, incluso violación en los derechos inalienables de la persona. 2.-Baste recordar como ejemplos: Prohibición a los sacerdotes casados ( Concilio de Elvira y otros) del uso del matrimonio; reducir a servidumbre a los hijos de los clérigos; métodos de los tribunales de la inquisición: tortura, cárceles, humillaciones y pena de muerte; imposición de afirmar algo contra la ciencia (Galileo); bautizar a los judíos casi a la fuerza y exigirles inmediatamente la legislación canónica, aplicándoles las penas contra los herejes; etc. etc. 3.- El caso que nos ocupa ( la práctica exclusión del sacerdocio a los clérigos que han contraído matrimonio) parece también un abuso de poder incoherente con el dogma. VI) CONCLUSIONES 1.-Todo sacerdote secularizado sigue siendo verdadero sacerdote. Puede lícitamente administrar todos los sacramentos que no exijan jurisdicción especial: Bautismo, Eucaristía, Unción de enfermos. Y esto puede hacerlo en privado, lo mismo que cualquier otro sacerdote. En público siempre y cuando no se pueda producir escándalo en los fieles. =- Por prudencia humana y cristiana, por no causar sensación de desprecio a la ley o al legislador, por evitar escándalo en personas no suficientemente formadas, evitará el sacerdote casado celebrar la Eucaristía públicamente en lugares donde sean conocidas sus circunstancias. 2.- Cuando existe urgente necesidad puede administrar también la penitencia. Incluso en ambientes donde no existen otros sacerdotes, puede provocar el error común y administrar la penitencia.(Esto está elaborado con anterioridad al nuevo Código de D.C. En la actualidad tal vez resulte más factible lo relativo a la confesión. Existe un estudio reciente sobre el tema). 3. - Puede lícitamente el sacerdote casado atender pequeñas comunidades, siempre y cuando en ellas se comprenda el valor teológico de su decisión. Aquí la prudencia tiene un lugar eminente. 4.- El ejercicio privado o familiar de su sacerdocio siempre será lícito, supuestas las premisas anteriores y jamás puede ser impedido. De hecho nunca se ha prohibido. VII) ALGUNAS DIFICULTADES. SOLUCIÓN 1.- Algunos teólogos modernos afirman que nadie puede celebrar la Eucaristía en privado, sino en comunidad. Respuesta: siempre se ha sostenido como normal y necesaria la comunidad. Pero también se ha permitido celebrar privadamente, ya que el sacerdote está unido místicamente a toda la Iglesia. 2.-La Iglesia tiene derecho a poner las condiciones y modalidades en la administración de los sacramentos. Respuesta: Cabrá discutir la conveniencia o no del celibato. Pero ningún casado ni nadie podrá exigir el sacerdocio para sí. Conforme.----Afirmamos en cambio que la coherencia dogmática exige que, una vez ordenado un cristiano sacerdote, aunque se le impida temporalmente el ejercicio público, no se le puede impedir lo que constituye la manifestación esencial de su sacerdocio: la celebración de la Eucaristía. ----Celibato y sacerdocio son perfectamente separables. En cambio no se pueden separar del sacerdocio la Evangelización y la celebración Eucarística. 3.- En el número 26 de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia leemos: "Toda legítima celebración de la Eucaristía es dirigida por el Obispo, a quien ha sido confiado el oficio de ofrecer a la Divina Majestad el culto de la religión cristiana y de reglamentarlo en conformidad con los preceptos del Señor y las leyes de la Iglesia, precisadas más concretamente para su diócesis según su criterio". Respuesta: Este párrafo va dirigido a la obligación del Obispo de dar normas y vigilar la celebración de la Eucaristía en su diócesis. Se trata de evitar abusos en los clérigos con la celebración de Misas al margen de todas las normas litúrgicas, sin ornamentos, sin respetar el canon, con invenciones subjetivas peregrinas, sin respetar las normas de predicación, etc. Hemos visto u oído de Misas con tintes de sacrilegio por lo irreverentes. Pero de ninguna manera va contra estos principios aquí mencionados, que sirven para aclarar la conciencia o el fuero interno del sacerdote secularizado, para que en privado o en un pequeño grupo de familiares o amigos bien preparados, pueda ejercer el sacramento del Orden, que recibió de Jesucristo, en la celebración de la Eucaristía. 4.- Con la práctica de la celebración de la Eucaristía por el sacerdote secularizado se rompe la comunión eclesial. Respuesta: Habría que distinguir. Si el secularizado crea una comunidad y, al margen del Ordinario de la Diócesis, celebra siempre con ella la Eucaristía, creemos que puede romperse la comunión eclesial. Si el secularizado celebra de vez en cuando en su casa la Eucaristía con la familia y / o algunos amigos bien formados, de ninguna manera se rompe esta comunión eclesial. Suponemos que el sacerdote secularizado va al templo público a participar como fiel en la Eucaristía habitualmente, y sólo de vez en cuando, o en tiempo de enfermedad o ancianidad celebra en su casa. Vitoria, España 22 febrero 1983. JOSE MARÍA LORENZO. NOTA: ESTE ESTUDIO FUE APROBADO POR DOS CANONISTAS Y POR UN TEÓLOGO, TODOS ELLOS DE PRESTIGIO INTELECTUAL, OTORGÁNDOLE A LA TESIS LA MÁXIMA CALIFICACIÓN. OMITIMOS LOS NOMBRES DE LAS INSIGNES PERSONAS POR RAZONES OBVIAS. Nota 2 posterior. Con fecha posterior, 17-10-83 Se envió el presente estudio a todos los obispos de España, con esta nota: Tengo el honor de enviarle un estudio teológico – moral sobre Ejercicio del Orden Sagrado en el sacerdote casado. Creo que le podrá ser útil, sobre todo sabiendo que no es mucho lo que se ha elaborado hasta la fecha sobre el particular. Por otra parte ha sido este trabajo una de las aportaciones o ponencias que hemos enviado España al Sínodo mundial de los sacerdote casados, celebrado en Italia al finalizar el verano. Espero que lo juzgue positivo y de gran interés. Ningún obispo puso ninguna pega u objeción a este estudio. JML. Mi correo electrónico: mistica@jet.es ¿Hasta cuándo van a tener marginados a los sacerdotes secularizados? 27.12.10 | 13:14. Archivado en Crítica
Pero quiero entrar en este tema; lo que de verdad pretendo es denunciar el agravio comparativo entre estos sujetos y los sacerdotes (secularizados) que han recibido el sacramento del matrimonio. A ellos, aparte de los insultos y marginación total que han recibido de sus hermanos sacerdotes y jerarcas, no se les permite el ejercicio del ministerio, cometiendo a nuestro juicio, tremendo desajuste teológico. De la mano del José Amado Aguirre (1) queremos dar unas razones en pro del ejercicio ministerial de los sacerdotes dispensados y casados. Teológicamente la Iglesia ha enseñado y enseña que el sacramento del orden sacerdotal está referido al servicio de la comunidad, y no para el propio y exclusivo provecho, gracia o dignidad del ordenado (diácono, presbítero, obispo) Es decir, que el fiel bautizado que ha recibido el sacramento del orden sagrado, deberá ejercer algún ministerio sacerdotal específico según las disposiciones reglamentarias canónicas del caso. Además la misma teología afirma que tal orden sagrado "imprime carácter", es decir que es uno de los sacramentos de por sí indelebles, permanentes, y por lo tanto no se puede repetir ni perder, como pueden y aún deben en algunos casos repetirse los sacramentos de la eucaristía (comunión), confesión (reconciliación), matrimonio y extremaunción (santa unción). Una última observación teológica: la obligatoriedad del celibato sacerdotal es una determinación positiva disciplinaria en la Iglesia católica de rito latino que no vincula a la religión católica de rito oriental. No es por lo tanto un requisito esencial para recibir el orden sagrado, aún cuando históricamente desde hace siglos las legítimas autoridades de la Iglesia lo exijan como conditio sine qua non (condición imprescindible para recibir el orden sagrado en el rito latino) Así está legislado en el Código actual de derecho canónico (1983) Un Papa muy inteligente e innovador, Pío XII, tuvo el santo atrevimiento de romper esa inseparabilidad canónica entre sacerdocio y celibato en nuestra Iglesia de rito latino. Autorizó a pastores anglicanos que ingresaban a la Iglesia católica y que ya estaban casados válidamente, a continuar su vida conyugal incorporados al clero romano. El Papa Pablo VI continuó con esta política pastoral ampliando aún a otros casos de pastores cristianos no católicos. El Concilio Vaticano II, laudable por tantos títulos, no trató el tema del celibato sacerdotal por la oposición directa del Papa Pablo VI. En compensación, este Papa accedió a liberar a miles de sacerdotes del compromiso celibatario permitiéndoles el matrimonio canónico sacramental. Así las cosas y las leyes eclesiásticas, en pocos años creció inmensamente el número de sacerdotes que pedían autorización para un matrimonio cristiano normal y público en resguardo de la autenticidad de su conciencia. Pero para obtener esta facultad matrimonial debían renunciar formalmente y para siempre al ejercicio del ministerio sacerdotal. Actualmente son bastante más de ciento cincuenta mil estos sacerdotes que en la práctica están marginados aún de los oficios que un laico puede ejercer y ejerce en la administración y en el culto católico. El Pueblo de Dios, título que el Vaticano II adjudica a la Iglesia católica, se pregunta azorado: ¿hasta cuándo privilegiaremos las leyes de los hombres sobre el mandato divino? Encapsular la vocación sacerdotal en el celibato, no es legítimo ni teológica ni jurídicamente. El hecho histórico, no continuo ni lealmente observado, de la inseparabilidad de sacerdocio y celibato no constituye un argumento teológico. ¿Es lícita y válida la prohibición ilimitada de ejercer el ministerio sacerdotal al sacerdote casado canónica y sacramentalmente por la Iglesia? Sé que me muevo en terreno minado... pero vale la pena arriesgar todo, aún la vida en pro de la verdad, la caridad y la misma justicia. Esta es mi auténtica postura sacerdotal: tal prohibición ut supra, es no sólo ilícita teológica y jurídicamente, sino que es insanablemente nula de pleno derecho (1). Doy en síntesis algunas razones necesarias y ... al margen de la ley... o en contra de toda ley de los hombres. "El sábado, es decir la ley, está para el hombre y no el hombre para el sábado". Exposición argumental: En el Código se estatuyen las causales de excomunión y suspensión a divinis de sacerdotes y obispos. Allí no se tipifica el caso de un ordenado que accede al matrimonio con dispensa de la Santa Sede. Por lo tanto, siendo toda ley penal de estricta y restringida interpretación, se ve con claridad la ilicitud y aún ilegalidad de la prohibición "sine die" del ministerio sacerdotal a tales sacerdotes casados. Pero hay otro argumento más contundente: toda pena dice relación a algún delito, y cuanto mayor es la pena, mayor debe ser el delito. Pues bien, ¿dónde está el delito para tanta pena? Porque contraer matrimonio es algo meritorio, digno de un cristiano. Si la Santa Sede autoriza la recepción de un sacramento, no puede basar en tal recepción la penalidad de la inhabilitación "pro" vita del ordenado. (1) El Padre José Amado Aguirre es abogado civil, Doctor en Ciencias Jurídicas, ex juez de Tribunales eclesiásticos de la Archidiócesis de Córdoba – Argentina. Ver página web http://personales.jet.es/mistica |