martes, 22 de marzo de 2011

Vargas Llosa propuso amnesia a37

 

América Latina y Premios Nobel: el caso Vargas Llosa.

Por José García-Romeu.

 

Con motivo de la feria del libro de Buenos Aires y de ciertas polémicas desatadas en torno a Mario Vargas Llosa, la atribución del más prestigioso premio literario al escritor peruano nos invita a preguntarnos cómo este tipo de distinción es percibido cuando se lo adjudica a un hispanoamericano.

 

Nobel de literatura y Nobel de la paz llamarán más particularmente nuestra atención por el carácter eminentemente político que se les presta. Antes de la edición de 2010, cada uno de estos premios fue otorgado respectivamente a cinco personalidades hispanoamericanas.

 

Señalemos entre los escritores a Pablo Neruda (1971) y a Gabriel García Márquez (1982); y entre los defensores de la paz a Pérez Esquivel (1980) y a Rigoberta Menchú (1992). Ésta fue galardonada por su combate en favor de los indígenas en Guatemala,

aquél por su defensa de los derechos del hombre en la Argentina.

 

Para comprobar la importancia de los debates que tales premios producen en América, recordemos además el rechazo provocado por la distinción de altos responsables estadounidenses comprometidos con políticas consideradas como agresivas o criminales contra naciones latinoamericanas. Así es como Henry Kissinger fue recompensado el mismo año (1973) en que –siendo Secretario de Estado– su país respaldaba el golpe de Pinochet, mientras que Roosevelt (1906) fue el artífice de la discutible doctrina del gran garrote (big stick) que justificaría repetidas ingerencias en América central y el Caribe.

 

¿Qué nos permite asociar el premio Nobel de literatura y el de la paz? En realidad, es imposible ignorar que el compromiso político del escritor, tanto como el del hombre de

Estado o el del militante por la dignidad humana es escrutado, si no por los jurados del Nobel, sí por quienes comentan sus arbitrios: ¿Borges no habría perdido la ocasión de ser recompensado por sostener las dictaduras sangrientas contra las cuales luchaba Pérez Esquivel mientras que García Márquez era elegido sin que tuviera que ocultar su sostén indefectible a Fidel Castro? En estos casos era fácil acusar de izquierdistas a diferentes jurados del premio Nobel o al mismo Secretario perpetuo de la Academia sueca de literatura.

 

La polémica se repite en 2010, aunque invertida, porque cuando algunos esgrimen los compromisos democráticos del nuevo recipiendario otros mencionan sus simpatías neoliberales. Bernard Kouchner, ministro francés de relaciones exteriores en el momento del otorgamiento del premio, expidió un comunicado que confunde los motivos de los dos premios Nobel: "Al distinguir la obra y la persona de Mario Vargas Llosa, el jurado […] ha reconocido no solamente una obra y una potencia de creación fuera de lo común, sino también un compromiso constante por las libertades y la democracia en América latina y en el mundo".

 

Quienes critican la distinción concedida a Vargas Llosa lo hacen también en nombre de sus compromisos políticos: Granma (8 de octubre de 2010) declara, por ejemplo, que lo "que (Vargas Llosa) ha construido con la escritura lo ha ido destruyendo con su catadura moral, los desplantes neoliberales, la negación de sus orígenes y la obsecuencia ante los dictados del imperio".

 

En América Latina quedaron atrás los tiempos en que se exigía a la literatura que entrara en la arena política. El mismo Vargas Llosa y Julio Cortázar sostenían en 1969, en una polémica con Oscar Collazos, que la escritura, sin ignorar el hecho político, debía antes que nada responder a inquietudes estéticas. Hoy, en que se excluye la defensa de una literatura binaria y militante por miedo a resucitar el realismo socialista, parece que el punto de vista de Vargas Llosa y Cortázar se ha impuesto definitivamente.

 

Pero si la novela no ha de remedar o ser la prolongación de un volante político, no por eso el escritor deja de ser un hombre público del cual la sociedad reclama opiniones autorizadas en virtud del ascendiente intelectual que le atribuye. A causa de esos compromisos éticos e ideológicos que se exigen al escritor, la atribución del Nobel de literatura provoca tantos debates políticos como el Nobel de la paz. Y no hay quien se levante contra esta confusión, ni siquiera Vargas Llosa, que declaró: "es un premio literario y espero que me lo hayan dado más por mi obra literaria que por mis opiniones políticas. Ahora, si mis opiniones políticas, en defensa de la democracia y la libertad, y contra las dictaduras, han sido tenidas en cuenta, pues en buena hora. Me alegro".

 

Como vemos, Vargas Llosa nos invita a evaluar sus méritos, tanto políticos como estéticos. Autor, tiempo ha, de obras ambiciosas e innovadoras en que denunciaba una sociedad inmovilizada en la violencia y el autoritarismo (La ciudad y los perros, 1963; La casa verde, 1967; Conversación en la catedral, 1969), su trabajo tomó luego naturalmente un carácter más sistemático y menos original, reemplazando la invención por la receta hábil y la producción del best seller periódico, a veces entretenido, otras, confesémoslo, algo mediocre (La guerra del fin del mundo, 1981; Lituma en los Andes, 1993; La fiesta del chivo, 2000…).

 

Es de lamentar que su distinción llegue tan tarde, ya que su talento, grande en sus primeros escritos, se agostó con el tiempo. Por otra parte, Vargas Llosa no dejó de enturbiar su imagen al multiplicar las intervenciones políticas intempestivas, recorriendo un amplio espectro ideológico desde su adhesión inicial al comunismo hasta su profesión de fe thatcheriana y su entusiasta proselitismo neoliberal.

 

Para no repetir sin pruebas las invectivas de Granma – pronunciadas en un lenguaje estereotipado– citemos algunas de sus contribuciones al pensamiento universal, escritas a partir de 1990. Luego de que Margaret Thatcher fuera desplazada del poder, Vargas Llosa publicó en El País ("Elogio de la dama de hierro", diciembre de 1990) una apología enfática de esa señora férrea: "En los últimos dos años visité a varios jefes de Gobierno […]. Todos eran gobernantes respetables que habían servido más o menos bien a su país. Pero sólo a uno de ellos profesaba esa admiración sin reservas, esa reverencia poco menos que filial que no he sentido por ningún otro político vivo, y sí, en cambio, por muchos intelectuales y artistas (como Popper, Faulkner o Borges): la señora Thatcher."

 

Un espíritu malicioso no dejaría de notar que la tribuna que trascribimos parece la parodia involuntaria de un panegírico estalinista de Pravda. Con frecuencia la ideología varía, pero no los procedimientos discursivos.

 

Cinco años más tarde, Vargas Llosa y el escritor argentino Juan José Saer polemizaron

sobre la última dictadura que ensangrentó la Argentina. En un artículo titulado "Jouer avec le feu" (Le Monde, 18 de mayo de 1995) el autor peruano expone los horrores de la represión militar antes de atribuir al terrorismo de la extrema izquierda la responsabilidad de su origen, olvidando un elemental principio de justicia y de lógica que hace recaer la responsabilidad principal de un crimen sobre su autor. Y concluye el artículo instando a los argentinos a que entierren el pasado como lo hicieron los chilenos y españoles (que sin embargo ven resurgir ese pasado sin tregua) para salvaguardar la democracia contra las reacciones de unas fuerzas armadas poco dispuestas a dejarse juzgar.

 

En una respuesta vigorosa ("Mario Vargas Llosa au-delà de l'erreur", Le Monde, 26 de mayo de 1995) y luego de restablecer algunos hechos históricos alterados por Vargas Llosa, Juan José Saer muestra que el futuro premio Nobel repite las argucias de los militares.

 

En resumen, los términos de esta querella son los siguientes: mientras uno atenúa la culpa de los principales criminales y se complace en el olvido de las fosas comunes, el otro identifica escrupulosamente las responsabilidades y se rehúsa a inclinarse ante la bestia entorchada y condecorada.

 

Se puede aplaudir o abuchear al premio Nobel de literatura, dos actitudes extremas en que habrá de dividirse fatalmente el público hispanoamericano y a las que se expone el autor de La ciudad y los perros a partir del momento en que expresa opiniones tan tajantes sobre cuestiones tan graves. En cambio, si podemos lamentar que las personas que lo invitaron a inaugurar la feria del libro no se plantearan previamente la oportunidad de honrar con un acto tan solemne a un escritor de ideas tan erráticas (hubiera bastado con proponerle una conferencia, un debate o una mesa redonda), anular el agasajo equivaldría ahora a censurar a quien ya lo fue, en 1978 [1], por aquella dictadura liberticida cuyas culpas, más tarde, él mismo pretendió atenuar.

 

Pero más allá de la polémica actual, queda sin resolver el problema de la atribución de un premio que aspira pomposamente al respeto universal. Recompensar a Vargas Llosa (después del comunista Neruda, el simpatizante castrista García Márquez, el socialcristiano Pérez Esquivel y la indigenista Menchú) muestra la inversión –intencional o no– de los esquemas ideológicos dominantes.

 

¿Justo movimiento de compensación, puro azar o inconsistencia de los criterios estéticos de una Academia sueca incapaz de emanciparse de los prejuicios políticos? No obstante, nada impide releer las obras de juventud de Vargas Llosa y los relatos de Juan José Saer, fallecido desgraciadamente demasiado temprano como para atraer la atención –que hubiera merecido– de los eminentes jurados.+ (PE)

 

[1] En "Censura, autoritarismo y cultura: Argentina, 1960-1983" (Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1986), Andrés Avellaneda cita el decreto 2608 del 31 de octubre de 1978 que prohíbe la circulación de "La tía Julia y el escribidor" de Mario Vargas Llosa: «CONSIDERANDO: […] Que el análisis del libro […] revela por su contenido distorsionante e intencionalidad, reiteradas ofensas a la familia, la religión, las instituciones armadas, y a los principios morales y éticos que sustentan la estructura espiritual e institucional de las sociedades hispanoamericanas… » (p. 174).

 

 Datos biográficos del autor.

Francés de origen argentino. Nació en Buenos Aires en 1966; hizo todos sus estudios en Francia. Es "Agregé" de Español y Doctor en Letras. Su tesis de doctorado versó sobre dictadura y literatura en la Argentina durante el período 1976-1983. Se especializó en literatura rioplatense, sobre la cual escribió numerosos artículos; también publicó estudios sobre literatura ecuato-guineana de expresión española. Autor de "Dictature et littérature en Argentine"  (Ed. L'Harmattan, 2006) y "L'Univers de Julio Cortázar", (Éd. Ellipses, 2010). Participó como responsable científico y redactor de los artículos consagrados a la literatura argentina en el  "Dictionnaire de Littératures hispaniques. Espagne et Amérique latine" dirigido por Jordi Bonells (Ed. R. Laffont, París, 2009). Actualmente es Maître de Conférences de l'Université du Sud (Toulon-Var), Francia.

 

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