miércoles, 27 de abril de 2011

Fidel Castro Philip Bonsal Playa Giron Francisca López Civeira

Girón  en  el  contexto  continental

                                                                          por Francisca López Civeira

 

El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 marcó un momento de cambio en el contexto continental y, especialmente, en las relaciones entre Estados Unidos y la América que José Martí llamó con toda precisión “nuestra”. La ruptura de la hegemonía estadounidense en lo que consideraba su zona de influencia segura fue el centro de tal cambio, en tanto el proceso revolucionario que se iniciaba en la isla caribeña planteaba la subversión de la relación dependiente con lo que, en pleno clima de la Guerra Fría, generaba expectativas y posibilidades de nuevos caminos para nuestros pueblos. Este acontecimiento planteaba un reto inesperado para el imperio que había logrado construir un bloque continental, consumado en 1948 en la Organización de Estados Americanos (OEA). Los “barbudos” se convertían en un símbolo en el imaginario popular, que de alguna manera desafiaba la dominación norteña.

La influencia de la Revolución Cubana se hizo notar rápidamente en el ámbito continental a través de la simpatía que despertó como proceso en sí y en la persona de su máximo líder --quien había crecido como figura romántica del héroe y se había transformado en un paradigma de las luchas populares--, simpatía que rápidamente se convirtió en solidaridad y en el incremento de los movimientos revolucionarios, así como el surgimiento o ampliación de la lucha guerrillera en distintos países de la región. En este contexto, se produjeron los acontecimientos que tuvieron uno de sus momentos culminantes en la batalla de Girón de abril de 1961. Sin embargo, aquel hecho militar tuvo un ámbito más amplio en su génesis, despliegue y resultados, dada su importancia política en los planos nacional, bilateral --entre Estados Unidos y Cuba-- y continental, así como hacia el interior de la política norteamericana. De modo especial, interesa aquí destacar el accionar de Estados Unidos en el continente, como espacio de confrontación con la Revolución Cubana en el período de definiciones que llevó a la invasión por Playa Girón, así como en el momento del desarrollo de aquella batalla y su impacto inmediato.

La administración republicana de Dwight Eisenhower (1953-1961), ante la nueva coyuntura, diseñó desde muy temprano la política de enfrentamiento a la Revolución Cubana en todas sus variantes, a partir del objetivo central de destruirla e impedir la aparición de una “segunda Cuba”. Su precedente más inmediato había sido la acción frente al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, en 1954, terminada de manera exitosa para los intereses de Estados Unidos. Esa experiencia estaría presente en el desafío que planteaba el proceso cubano. El equipo que había diseñado aquella acción en Guatemala, en esencia era el mismo que enfrentó la nueva situación cubana. En líneas generales, las vías trazadas para lograr ese objetivo estratégico a corto plazo con Cuba fueron:

·       Aislar el ejemplo cubano tras una campaña de descrédito que preparara a la opinión pública interna y la de América Latina.

·       Arrastrar a los países del continente a asumir una política anticubana a través de la OEA.

·       Ofrecer alternativas al modelo cubano en construcción.

En los primeros momentos, el Gobierno norteño pretendió neutralizar el filo revolucionario del nuevo poder, de ahí que reconociera al Gobierno cubano el 7 de enero y sustituyera a su embajador Earl E. T. Smith, demasiado comprometido con el régimen de Batista. Philip Bonsal, un diplomático de carrera y con experiencia en situaciones complejas, llegó a Cuba el 19 de febrero para asumir el cargo, lo cual hizo con la visión de Cuba como Estado clientelar. Según plasmó en sus memorias: “Washington era el líder no solo de los activistas directamente responsables de la caída del dictador, sino de muchas de las fuerzas potencialmente dinámicas en la vida cubana. [1] Por lo tanto, Castro tendría que actuar a partir de los patrones de la dependencia. Bajo tales criterios, Bonsal y el equipo de formulación de política exterior estadounidense se plantearon en lo inmediato la negociación para empujar al Movimiento 26 de Julio contra “los elementos radicales y contra el posible crecimiento de la fuerza de los comunistas”, a partir del reconocimiento explícito de que Castro era “incuestionablemente el jefe en Cuba”.[2]

El desarrollo de la Revolución demostró la inviabilidad de tal política, de ahí que en la reunión 411 del Consejo de Seguridad Nacional, de junio 25, el secretario de Estado en funciones, Christian Herter, afirmara que los intereses de negocios en Cuba clamaban por acciones económicas contra el régimen cubano y que habría que utilizar la maquinaria de la OEA antes que intervenir unilateralmente. Al discutir la “inquietud en el Caribe”, el Presidente preguntó si se podía presionar a la OEA para que fuera más efectiva, pero Herter opinó que “muchas naciones latinoamericanas simplemente no deseaban verse envueltas”.[3] Es decir, se estaba valorando una posible acción desde el organismo regional, pero se reconocía que no había condiciones en ese momento para lograrlo, por tanto ese sería un escenario por ganar para desarrollar la política de enfrentamiento a la Revolución Cubana.

El primer intento de incorporar a la OEA en la política anticubana, de manera directa, fue la convocatoria a la V Reunión de Consulta de los cancilleres americanos para discutir lo que denominaron la “tensión en el Caribe”, en Santiago de Chile, en agosto de 1959. En aquella reunión, el canciller cubano Raúl Roa denunció la violación de la soberanía cubana y del principio de no intervención --consagrado en la Carta de la OEA-- por las dictaduras de Trujillo, Somoza e Ydígoras Fuentes por indicación de Estados Unidos y agregó: “Yo debo advertirles a los representantes en esta conferencia y a los representantes de la prensa, que todos los hilos de las conspiraciones fueron elaborados secretamente en Washington […].” El Canciller cubano añadía que en Estados Unidos se había considerado aplicar el Pacto de Río contra Cuba.[4]

Estados Unidos no logró lo que pretendía en aquella oportunidad, solo alcanzó el  acuerdo de que un comité panamericano especial presentara un informe sobre el Caribe para analizar en la XI Conferencia Panamericana y la “Declaración de Santiago” que subrayaba los principios generales del panamericanismo. Esto no era suficiente, por lo cual había que trabajar con mayor profundidad.

El 15 de septiembre, Herter remitió el documento “Instrucciones del Departamento de Estado a todas las postas diplomáticas y consulares en las repúblicas americanas” cuyo asunto era “Información de política de Estados Unidos hacia el régimen de Castro en Cuba”, que establecía en su conclusión la línea a seguir:

Es de interés de los Estados Unidos intensificar y acelerar la tendencia a convertir en escéptica la opinión latinoamericana sobre Castro en los asuntos de dictadura, intervención y comunismo. Si el resultado final de la presión de la opinión latinoamericana sobre estos asuntos es que Castro adopte actitudes y cursos de acción más aceptables o reducir su apoyo público, el objetivo de Estados Unidos de aislar y eventualmente eliminar los aspectos indeseables de la Revolución Cubana será servido.

Se hacía la aclaración de que cualquier reacción pública debía tener la apariencia de ser latinoamericana y que no pareciera un esfuerzo de parte de este Gobierno para desacreditar a Castro”.[5] Esta debía ser una buena oportunidad para que la USIS (United States Information Service) actuara enfocando la opinión latinoamericana sobre los aspectos negativos del régimen de Castro, sin que su origen fuera atribuido al Gobierno norteamericano. Se estaba diseñando la política norteamericana para detener y aplastar el proceso revolucionario en la Isla.

En octubre de 1959, el Departamento de Estado emitió un documento bajo el título “Política básica actual de Estados Unidos hacia Cuba” que establecía como objetivo inmediato que, a más tardar a fines de 1960, hubiera un gobierno en Cuba que cumpliera, al menos mínimamente, los objetivos norteamericanos para América Latina, pero sin dar la impresión de presión o intervención directa contra el Gobierno de Castro salvo “donde la defensa de los legítimos intereses de Estados Unidos o la defensa de los principios del sistema interamericano pudiera crear incidentalmente una implicación de abierta oposición” norteamericana a actitudes o acciones “del gobierno de Castro.” Por tanto, el criterio sería evitar actos que pudieran consolidar el “régimen de Castro” y, por el contrario, emprender “al mayor alcance posible” operaciones para alentar y unir a la oposición, con elementos potencialmente aceptables al pueblo cubano, al tiempo que se desarrollaran a través de América Latina acciones, políticas y declaraciones que enfatizaran los conceptos estadounidenses de “genuina democracia representativa, sólido desarrollo económico, no intervención y solidaridad interamericana.”[6] En este documento se aprecia el avance en el delineamiento de la política anticubana y el papel que se asignaba a los países latinoamericanos, lo cual se completaría rápidamente.

La programación completa de la política a seguir frente a la Revolución Cubana se haría a fines del año 1959, y las decisiones se tomarían al inicio de 1960. El “Programa de acción sobre Cuba” presentado el 28 de diciembre de 1959 en un memorándum de Roy Rubottom, Secretario de Estado Asistente para Asuntos Interamericanos, señalaba que: “nuestra actitud de paciencia y tolerancia en la conducción de nuestras relaciones con Cuba” no podía ser considerada “un signo de debilidad que diera estímulo a los elementos comunistas-nacionalistas en todas partes de América Latina que están tratando de promover programas similares a los de Castro.” [7] Para Rubottom, tales programas podían “socavar el prestigio de Estados Unidos” y exponer a los propietarios norteamericanos a un tratamiento igual. Por tanto, proponía un programa de acción a implementar de inmediato que contemplaba medidas diversas de presión diplomática, económica a partir de la cuota azucarera de Cuba en el mercado de Estados Unidos, acciones continentales desde los países latinoamericanos y otras. Se había puesto en marcha la maquinaria de agresiones que se plasmaría en el “Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro”, preparado por el Grupo 5412 el 16 de marzo de 1960, cuyo objetivo quedaba bien explícito:

[…] provocar la sustitución del régimen de Castro por uno más consagrado a los verdaderos intereses del pueblo cubano y más aceptable para los Estados Unidos, de manera tal que se evite cualquier apariencia de intervención norteamericana. Esencialmente, el método para alcanzar este fin será el de inducir apoyo y, en la medida posible, dirigir la acción dentro y fuera de Cuba, por grupos selectos de cubanos […].[8]

Los procedimientos eran: crear una oposición cubana unificada y responsable, desatar una ofensiva propagandística con emisora radial, crear una organización encubierta de inteligencia y acción dentro de Cuba, preparar una fuerza paramilitar fuera de Cuba y dar apoyo logístico a operaciones militares  encubiertas.

En un memorándum de Herter de 17 de marzo, este informaba que el Departamento, la CIA y la USIA estaban empeñados “en un programa acelerado para preparar a la opinión pública y gubernamental latinoamericana para apoyar a Estados Unidos en una posible acción de la OEA bajo la Resolución anticomunista de Caracas”, [9] aunque reconocía que había pocas posibilidades de tener éxito con la OEA en el futuro inmediato y que se necesitaba de un liderazgo oposicionista en Cuba para presionar a ese organismo.

Ese mismo día 17 se produjo una reunión decisiva con el Presidente en la Casa Blanca, a la que asistieron el vicepresidente Nixon, Herter, el director de la CIA Allen Dulles y otros jefes de esa Agencia, además de otros altos funcionarios. Allí Dulles informó el programa de acción encubierta del Grupo 5412 --que contenía  el lema que debía usar la oposición: “Restaurar la Revolución” traicionada por Castro-- el cual fue aprobado por Eisenhower con la condición de jurar que él no había oído nada de esto, lo que se enmarcaba en la doctrina de la negación plausible. Se manejaron posibles escenarios para ubicar a la oposición, entre ellos Puerto Rico, aunque era preferible México, pero tenían dificultad para su aceptación. También se habló de que Venezuela sería mejor, pero su gobierno probablemente no aceptaría y que se exploraría a Costa Rica.[10] El propio Eisenhower afirmó en sus memorias que el 17 de marzo ordenó a Allen Dulles iniciar la preparación de una fuerza armada de cubanos exiliados para invadir a Cuba y restablecer el sistema democrático representativo. El desarrollo de tal plan contemplaba el uso de territorios latinoamericanos y el apoyo de sus gobiernos en las acciones específicas y en la OEA, de manera colectiva.

Durante el año 1960, se incrementaron las acciones de Estados Unidos contra la Revolución Cubana. En marzo, el Departamento de Comercio revocó las licencias para exportar helicópteros a Cuba; en mayo, comenzaron las transmisiones desde Radio Swam dirigidas a fomentar la oposición en Cuba; en junio, las principales empresas norteamericanas anunciaron la intención de no enviar más petróleo a la Isla y prohibir el procesamiento del crudo soviético en sus refinerías --según orientación de su gobierno--; el 4 de julio, se rebajaron 700 000 toneladas de la cuota cubana de azúcar y se dieron aumentos a otros países del área como Costa Rica, República Dominicana entre otros; el 11 de julio, Eisenhower anunció la concesión de un empréstito de $500 000 000 para el desarrollo económico de América Latina, exceptuando a Cuba, en lo que se llamó “Plan Eisenhower”, que recibió gran propaganda mediática. Simultáneamente se preparaba la fuerza paramilitar con bases de entrenamiento en países centroamericanos.

A partir de la puesta en marcha de este plan --que seguía en lo fundamental lo aprobado el 17 de marzo--, entre el 16 y el 29 de agosto se celebraron las VI y VII conferencias de cancilleres de la OEA en Costa Rica. En ellas se discutiría la denuncia de Venezuela contra el dictador dominicano Trujillo y la tensión en el Caribe, que remitía a lo que llamaban el “problema cubano”. Con las acciones desplegadas, se ponía en marcha el mecanismo de la OEA con mejores posibilidades. En la VI conferencia, el canciller cubano, Raúl Roa, realizó una intervención medular:

Afronta hoy nuestra América la más decisiva coyuntura de su historia. Las VI y VII Reuniones de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores […] entrañan, en verdad, esta disyuntiva insoslayable: o nuestra América afirma, de una vez y para siempre, su autodeterminación, independencia, soberanía y decoro frente a la potencia intracontinental […] o habrá desoído el mandato de Simón Bolívar, Benito Juárez y José Martí […][11]

En aquel escenario, Roa denunció las agresiones de Estados Unidos a Cuba y afirmó: “El Gobierno Revolucionario de Cuba no ha venido a San José de Costa Rica como reo, sino como fiscal. Está aquí para lanzar de viva voz, […] su yo acuso implacable contra la más rica, poderosa y agresiva potencia capitalista del mundo […].”[12] A continuación, citó a Bolívar, Juárez y ampliamente a Martí para demostrar el papel de Estados Unidos en el continente y recordar el mandato de los grandes próceres latinoamericanos.

Durante la VII reunión, celebrada a continuación de la VI, Estados Unidos obtuvo un primer triunfo parcial en el organismo regional: se aprobó la “Declaración de San José” que condenaba la intervención de una potencia extranjera en los asuntos hemisféricos. Estados Unidos tuvo que eliminar el nombre de Cuba del texto para lograr la aprobación, pero quedaba implícita la condena a Cuba pues se la acusaba de permitir la presencia chino-soviética. Este acuerdo se articulaba con la aprobación simultánea por el Senado norteamericano del cese de la ayuda a los países que colaboraran económicamente o vendieran armas a Cuba. Las presiones, los chantajes y las promesas de concesiones rendían los primeros frutos, aunque pobres aún; pero la política estadounidense avanzaba en sus proyectos de involucrar al continente en las acciones contra la joven revolución isleña. El canciller Roa, ante aquella votación, expresó la posición cubana:

La Delegación de Cuba, que me honro en presidir, ha decidido retirarse de la VII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores.

[A pesar de las pruebas aportadas] Los gobiernos latinoamericanos han dejado sola a Cuba.

Me voy con mi pueblo, y con mi pueblo se van también de aquí los pueblos de nuestra América.[13]

La respuesta inmediata de Cuba fue la Primera Declaración de La Habana, aprobada en asamblea popular el 2 de septiembre de 1960, que proclamaba el rechazo a la “Declaración de San José” y denunciaba cómo esta lesionaba la “autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los hermanos pueblos del Continente.” [14]

Las acciones directas de hostilidad siguieron incrementándose: en octubre de 1960, Estados Unidos prohibió los embarques de mercancías hacia Cuba, excepto productos medicinales y algunos suministros médicos, y declaró ilegal la venta, transferencia o contratación de cualquier barco norteamericano al Gobierno de Cuba o a ciudadanos de Cuba a partir del 20 de octubre. Esta hostilidad llegó al punto de la ruptura: el 3 de enero Estados Unidos rompió las relaciones con Cuba, justamente cuando terminaba el mandato del republicano Eisenhower, pues el demócrata John F. Kennedy asumía la presidencia el 20 enero de 1961. En  realidad, hacía cerca de un año que habían retirado al embajador como medida de presión. Era un acto que, a todas luces, precedía a una acción militar. A esta acción siguieron otras aprobadas de inmediato por la nueva administración, como la suspensión de la cuota azucarera cubana el 31 de marzo de 1961.

El nuevo presidente también se ocupó de ofrecer incentivos a los países latinoamericanos, de ahí su discurso del 13 de marzo de 1961 llamando a los pueblos del hemisferio a unirse en un gran esfuerzo de cooperación que denominó “Alianza para el Progreso”. Este proyecto debía resolver algunos de los problemas sociales acuciantes, como vivienda, salud, escuelas, trabajo y tierra. Se recurría al ofrecimiento de ayuda para ganar apoyo en la política de enfrentamiento a la Revolución Cubana.

En el contexto descrito, en territorios de algunos países latinoamericanos se estaba preparando la fuerza que debía invadir a Cuba. Se había trabajado para lograr la participación directa de la OEA y, en específico, de algunos gobiernos caracterizados por sus estrechas relaciones con Estados Unidos. De ahí que se utilizaran bases fundamentalmente en la Guatemala de Ydígoras Fuentes y otros países de América Central como la Nicaragua de Anastasio Somoza, donde se instaló el centro de operaciones de la fuerza aérea.[15]

Siguiendo el plan inicial, se había estructurado una oposición bajo el nombre de Frente Revolucionario Democrático, dirigido a su vez por el Consejo Revolucionario Cubano, a partir de la cual se reclutaron los hombres para participar en los entrenamientos y la futura invasión. El plan aprobado en marzo de 1960 por Eisenhower estaba en marcha en todas sus partes. Una vez tomada una porción del territorio cubano, la OEA entraría en acción: el gobierno provisional que sería trasladado a esa zona pediría la intervención de la organización continental, con lo cual se legitimaría la invasión.

Durante la campaña presidencial norteamericana desarrollada en 1960, los dos candidatos --Richard Nixon por los republicanos y John F. Kennedy por los demócratas-- habían incorporado el tema de Cuba. El presidente electo, Kennedy, asumió el plan preparado por su predecesor.

Justo en vísperas del inicio de la invasión, el presidente Kennedy buscaría uncir a los países de nuestra América a su carro de guerra: el 14 de abril de 1961envió a los miembros de la OEA una proposición para participar en el Consejo Interamericano Económico y Social, donde discutirían el programa de Alianza para el Progreso. Se estaba ofreciendo un programa que podía ganar las voluntades de los diferentes gobiernos de la región. Al día siguiente se realizaban los bombardeos a los aeropuertos cubanos con aviones a los que se les habían pintado las insignias cubanas. A partir de entonces los acontecimientos se precipitaron.

El 16 de abril se efectuaba en La Habana el entierro de las víctimas de los bombardeos del día anterior y, en esa ocasión, se produjo un hecho de alto sentido político: Fidel Castro declaró el carácter socialista de la Revolución. Era el momento preciso para definir el rumbo de la Revolución Cubana. Ante la inminencia de una invasión, los futuros combatientes debían luchar, y quizás morir, con absoluta conciencia de la causa que estaban defendiendo. Fue una decisión política esencial.

Efectivamente, al amanecer del 17 de abril se producía la invasión por el sur de Matanzas, que fue derrotada en 68 horas. Pero otros escenarios también eran parte de ese combate desde mucho antes: el 18 de octubre de 1960, Cuba había presentado en carta al Presidente de la Asamblea General de la ONU una reclamación bajo el título “Reclamación del Gobierno Revolucionario de Cuba referente a los distintos planes de agresión y actos de intervención que está ejecutando el Gobierno de los Estados Unidos contra la República de Cuba, con manifiesta violación de su integridad territorial, soberanía e independencia, y evidente amenaza para la seguridad y la paz internacionales.” Esta carta se acompañó de un memorándum explicativo con detalles de los actos agresivos cometidos, al que luego se incorporaron otros documentos en demanda de la discusión del asunto denunciado, con argumentos detallados que incluían el entrenamiento de mercenarios en Guatemala, la isla Cisne (Guam) y Estados Unidos. Esta denuncia se reiteró en diciembre 31 de ese año y en enero de 1961.[16] En la ONU, el Canciller cubano denunció reiteradamente la manipulación de la OEA que Estados Unidos hacía en su política de agresiones a la Revolución Cubana.

En 1961, cuando era inminente la agresión, Cuba denunció la amenaza desde el 15 de abril y, en especial, ese día se presentó a la Asamblea General la acusación al Gobierno de Estados Unidos por los bombardeos a los aeropuertos cubanos. El Gobierno estadounidense pretendía remitir la discusión al ámbito de la OEA, pero Cuba hizo uso de su derecho soberano al llevarlo al organismo mundial. De esta manera, sustraía la discusión del ámbito dominado por Estados Unidos y la situaba en un espacio más amplio. Una vez desatada la invasión, la ONU fue un escenario de confrontación: Cuba denunció la invasión y la responsabilidad norteamericana, a lo que el representante de Estados Unidos, Adlai Stevenson, respondió:

Estas acusaciones dije que eran falsas, de manera categórica, porque Estados Unidos no ha cometido agresión contra Cuba y no se ha lanzado invasión alguna desde Florida o desde cualquier parte de su territorio.

[…]

El doctor Roa ha pretendido que en repetidas oportunidades los Estados Unidos han intervenido en Cuba […]. Sin embargo, un examen cuidadoso del discurso del doctor Roa demostrará que no hay evidencia alguna contra los Estados Unidos.[17]

Por su parte, Dean Rusk, secretario de Estado, afirmó lo mismo en conferencia de prensa el 17 de abril:

No hay ni habrá ninguna intervención allí por parte de fuerzas de los Estados Unidos. El Presidente ha aclarado esto […].

No tenemos una información completa sobre lo que sucede en esa isla. Mucho de lo que sabemos proviene del propio régimen de Castro e indica que una seria intranquilidad y desórdenes existen en todos los puntos del país.

[…]. Lo que suceda en Cuba corresponde que lo decida el mismo pueblo cubano.[18]

El representante de Guatemala, Santiago Gálvez, también se sintió obligado a intervenir en los debates de la ONU:

[…] niego en la forma más rotunda y categórica que de esas bases [en Guatemala] hayan salido los aviones y las tropas que han atacado a Cuba. El mismo corresponsal confirma esto en la edición de The New York Times de hoy […] donde por cierto manifiesta que en la base de Retalhuleu, tantas veces aludida aquí, no hay ningún movimiento ni de tropas ni de aviones.[19]

Sin embargo, el representante norteño ante la ONU mostró su preocupación por la reacción en ese organismo ante lo que acontecía en Cuba. En telegrama a su gobierno de 19 de abril, afirmaba que el ambiente era muy insatisfactorio “ y extremadamente peligroso para la posición estadounidense en el mundo.” En su criterio: “Nuestro prestigio está pues, comprometido, principalmente en América Latina.” [20]  Stevenson planteaba que todos creían que Estados Unidos había diseñado esa acción por lo que sería necesario encontrar una base jurídica, dada por la toma de sectores del territorio cubano con alguna ciudad como capital, para que un “gobierno rebelde” pudiera solicitar ayuda.

No obstante tales negativas públicas, después del triunfo cubano sobre los invasores --quienes en sus declaraciones desnudaron la participación norteamericana en la organización, la preparación y el desarrollo de aquella acción--, el presidente aceptó el lunes 24 de abril su plena responsabilidad. Si el 12 de abril Kennedy había afirmado en conferencia de prensa que no permitiría que se organizara una invasión contra Cuba desde Estados Unidos, el lunes 24 de abril, en declaraciones especiales del secretario de Prensa de la Casa Blanca, Pierre Salinger, admitía su responsabilidad “por el fracaso en Cuba”.

En el caso de Ydígoras Fuentes, también en diciembre de ese año reconoció la participación de su país en la preparación de la invasión a Cuba y explicó que tenía como objetivo lograr que Estados Unidos gestionara con Gran Bretaña el traspaso del territorio de Belice a dominio guatemalteco. El diario The New York Times, en comentario sobre el discurso de año nuevo de Miguel Ydígoras Fuentes, señaló que el presidente guatemalteco exigió “el precio lógico por su complicidad en la frustrada aventura de Playa Girón.”[21]

En las arenas de Playa Girón la invasión era derrotada, en la ONU, el Canciller cubano daba a conocer en la sesión de la noche del 20 de abril el parte oficial del Gobierno Revolucionario donde se informaba la caída del último punto de los mercenarios y, en aquel escenario, rendía tributo “a los hombres y mujeres de mi patria que, a pie firme y unidos en compacto haz, han destrozado la fuerza mercenaria de invasión, organizada, financiada y equipada por el Gobierno de los Estados Unidos.”[22]

La derrota de Playa Girón tuvo un fuerte impacto en la política de Estados Unidos hacia Cuba, pero también hacia el continente y, en sentido general, se hacía muy visible la necesidad de cambiar la imagen de debilidad que se desprendía de aquellos hechos. Esto era particularmente importante con vistas a las elecciones parciales de noviembre de 1962, momento en el cual era imprescindible presentar resultados alentadores.

Algunos autores concuerdan en la opinión de que el fracaso de Girón constituyó para Kennedy un reto que debía resolver mostrando una imagen más dura ante los círculos políticos norteños. Se considera que de aquella aventura había salido con una imagen debilitada, como presidente joven y sin experiencia, por lo cual debía presentarse más firme, más fuerte, sobre todo en la política frente a la Unión Soviética y a la Revolución Cubana, y mostrar mejores resultados.

En realidad, Girón fue un duro golpe para la administración Kennedy, por lo que se hacía indispensable revertir la situación creada. Para América Latina se intensificó el ofrecimiento de ayuda a través de la Alianza para el Progreso, de ahí el anuncio del programa de ayuda hemisférico en la reunión de la OEA en Punta del Este, en agosto de 1961. Se trataba de una transferencia de $20 000 000 000 en diez años, a partir de las reformas que hicieran los gobiernos latinoamericanos. El propósito quedaba muy claro: eliminar las causas que pudieran  extender el ejemplo de Cuba, por tanto, promover una “Revolución pacífica regulable”. Se creó entonces el Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso a cargo de la OEA para asegurar, según decían, el progreso económico y social mediante las reformas estructurales.

Estas acciones permitieron a la Administración demócrata llegar con mejores posibilidades a la VIII Reunión de Consulta de cancilleres en Punta del Este, Uruguay, en enero de 1962 --solicitada por Estados Unidos y Colombia-- donde se aprobó la resolución “Exclusión del actual Gobierno de Cuba de su participación del Sistema Interamericano”, por 14 votos a favor, 1 en contra (Cuba) y 6 abstenciones (México, Chile, Argentina, Brasil, Ecuador y Bolivia). Se argumentaba la “incompatibilidad del Gobierno de Cuba con el sistema  interamericano”, y por tanto su expulsión de la OEA. Si bien Estados Unidos no logró las sanciones colectivas a que aspiraba, sí logró la separación.

El pueblo cubano respondió el 4 de febrero de 1962 con su Asamblea General del Pueblo de Cuba que aprobó la Segunda Declaración de La Habana:

¿Qué explica racionalmente la conjura que reúne en el mismo propósito agresivo a la potencia imperialista más rica y poderosa del mundo contemporáneo y a las oligarquías de todo un continente […] contra un pequeño pueblo de solo siete millones de habitantes […]? Los une y los concita el miedo. No el miedo a la Revolución Cubana; el miedo a la revolución latinoamericana. […]

Aplastando a la Revolución Cubana creen disipar el miedo que los atormenta, el fantasma de la revolución que los amenaza.

Después de denunciar la política de dominación de Estados Unidos, el entrenamiento a latinoamericanos para sembrar el terror, asesinar a dirigentes antimperialista e impedir el avance de la revolución continental y de exponer la naturaleza de la Alianza para el Progreso, en la Declaración se afirma: “Porque esta gran humanidad ha dicho ‘¡Basta!’ y ha echado a andar. Y su marcha, de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente.”[23]

Después de este logro, Estados Unidos decretó el bloqueo económico, comercial y financiero a Cuba el 3 de febrero de 1962, mediante el Decreto presidencial 3447 que invocaba la seguridad nacional y hemisférica. En su texto planteaba:

Por lo tanto: Prohíbo, para hacerse efectivo a las 21:01 a.m. hora standard del Este, de febrero 7 de 1962, la importación a los Estados Unidos de todos los productos de origen cubano, además de todos los productos importados desde o a través de Cuba; y por lo tanto, autorizo y ordeno al Secretario del Tesoro el cumplimiento de dicha prohibición […].

Por tanto: Yo, por este medio, ordeno al Secretario de Comercio […] que continúe llevando a cabo la prohibición de todas las exportaciones de los Estados Unidos a Cuba, y, por tanto, autorizo al Secretario de Comercio […] que continúe, efectúe, modifique o revoque las excepciones de tales prohibiciones.[24]

De manera simultánea se preparaba el Plan Mangosta, que contemplaba la intervención militar directa de Estados Unidos y sería el factor de base para el desarrollo de los acontecimientos que condujeron a la Crisis de Octubre en 1962.

Como se ha expuesto, los hechos que rodearon a la histórica jornada que se libró en las arenas de Playa Girón, constituyeron una batalla política de altísimo calibre e importancia, en la cual se vio envuelto el continente, tanto por la política estadounidense para incorporar a nuestros pueblos a través de la OEA a su hostilidad hacia la Revolución Cubana, como por el significado de esta revolución para la América nuestra representada en la voz de Cuba en aquellos momentos decisivos. Girón marcó también el derrotero inmediato de la política norteamericana hacia el continente en el propósito de revertir las posibilidades que el pueblo cubano había abierto desde 1959.

 

 

 

 



[1]    Philip W. Bonsal, Cuba, Castro, and the United States, University of  Pittsburgh Press, 1972, pp. 28-29.

[2]    Telegrama de la Embajada al Departamento de Estado, de 6 de enero, en Foreign Relations of the United States, 1958-1960, vol. VI, Washington, 1991, pp. 345-346. (En adelante, FRUS.)

[3]    Ibíd., pp. 541-543.

[4]    Roa se refería al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) aprobado en 1947. (Véase Sergio Matos Ochoa,  El Panamericanismo a la luz del derecho internacional, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1980, p. 167.)

[5]    FRUS, pp. 599-602. (El destacado es de la autora.)

[6]    Ibíd., pp. 638-639.

[7]    Ibíd., pp. 716-720.

[8]    Ibíd., pp. 850-851. (El destacado es de la autora.) El 5412 era un grupo especial del Consejo de Seguridad Nacional con funcionarios de los Departamentos de Estado y Defensa para revisar propuestas de acciones encubiertas.

[9]    Ibíd., p. 860. La resolución a que se hace referencia fue adoptada en la IX Conferencia Panamericana de Caracas dentro del proceso para el golpe de Estado en Guatemala en 1954.

[10]  Ibíd., pp. 861-863.

[11]  Raúl Roa, Retorno a la alborada, Universidad Central de Las Villas, 1964, t. II, p. 233.

[12]  Ibíd., pp. 246-252.

[13]  Ibíd., pp. 344-345.

[14]  En Cinco documentos de la Revolución, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 115.

[15]  También hubo lugares de entrenamiento en Estados Unidos, mientras algunos fueron enviados a Panamá y Puerto Rico. Para más detalles ver, entre otras obras, Elio Carré Lazcano, Girón: una estocada a fondo, DOR del PCC, La Habana, 1975; y Miguel Ángel Sánchez,  Girón no fue solo en abril, Orbe, La Habana, 1979.

[16]  Los documentos aludidos pueden verse en Raúl Roa, ob. cit.

[17]  Historia de una agresión, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, p. 147.

[18]  Ibíd., p. 148.

[19]  Ibíd., p. 171.

[20]  Documento reproducido por Tomás Diez, La guerra encubierta contra Cuba, Editora Política, La Habana, 1997, pp. 144-146.

[21]  Citado en Historia de una agresión, p. 173.

[22]  R. Roa, ob. cit., pp. 512-513.

[23]  En Cinco documentos de la Revolución, pp. 137-173.

[24]  Sociedad Cubana de Derecho Internacional, Agresiones de los Estados Unidos a Cuba revolucionaria. Anuario de 1984, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, p. 314. (Destacado de la autora.)