viernes, 1 de abril de 2011

José Martí Cleveland Cárcel norteamericana tortura Isla Juventud Cuba

Eukanuba.bmpAbu Ghraib una joven soldado norteamericana con su mascota humana.

 

La máquina de levantar.   Método de tortura denunciado por José Martí (*) en los EEUU.

                                                                             Por Julio César Sánchez Guerra (**)

Martí vivió en los EEUU entre 1880 y 1895. Cuando se leen sus crónicas escritas para diversos diarios de Latinoamérica, allí pueden verse las entrañas de la sociedad norteamericana. Nada escapa a su mirada ahondadora: la ciudad con sus palacios; la maravilla; el Presidente, el bandido, las costumbres, el pugilato de los hombres, los inviernos en el alma de los pueblos.

El 9 de agosto de 1886, escribe una carta a La Nación de Buenos Aires (así llamaba a sus artículos), donde abordaba entre otros asuntos: “Cleveland y su partido. Cruel tratamiento de los presos en la penitenciaría”…

Comenta las contradicciones entre el Presidente de la Casa Blanca y su partido; el vicio de los políticos que no quieren representar los intereses de toda la nación. Y apunta Martí: “El egoísmo levanta los pueblos y los pierde”. A propósito de esa palabra, “levantar; José Martí, denunció un método de tortura que por aquellos días se aplicaba en la prisión del Estado de Nueva York: “La máquina de levantar”.[1]

La prisión gozaba fama de ejemplar y clemente. Pero el “curioso” periodista, supo por los presos, que allí… “alzar los ojos es tener encima una red de látigos”; que hay “privilegios para los serviles y espías”; que “no ven allí en cada preso una criatura a quien mejorar y compadecer, sino bestia que ha de halar en agonía una tarea enorme”.

¿La máquina de levantar?

Dejemos que sea Martí, con esa capacidad de captar los detalles, quien haga pasar, como una cinta cinematográfica, una visión del horror:

“No ha habido en cinco años presos puesto en ella que no pidiese clemencia a los cuarenta segundos; los cuelgan por las manos esposadas, de una especie de horca que van subiendo los alcaides lentamente; las esposas les cortan las carnes; la circulación cesa en los brazos; las puntas de los pies vagan por el suelo; los alaridos espantables detienen en el aire los martillos de los presos que escuchan desde sus talleres; y el color no se lo detienen en las mejillas, porque allí no hay una sola mejilla con color: sacan en brazos al preso del potro, y luego lo echan a andar, como una fiera deshuesada”.

¿Podía esa sociedad, con tales castigos que nos recuerdan las torturas medievales ser ejemplo de las repúblicas nuevas de Nuestra América? En la respuesta a esa pregunta estaban las advertencias martianas.

Ciento veinte años después oímos hablar de la cárcel de Abu Ghraib en el Irak ocupado en nombre de la libertad. Otra vez la tortura hasta la muerte, con una risa sádica y enferma; espaldas acribilladas a latigazos; perros en la cara; pequeñas pirámides de hombres desnudos y humillados; juegos a muerte; libros sagrados en los inodoros…

¿Y la libertad; y los derechos humanos; y la democracia? Esas son también palabras para confundir a los que sueñan con la verdad; para dominar a los que no conocen las entrañas de los imperios.

Desde allá, Martí los denuncia con un dedo que apunta a una prisión del Estado de Nueva York, donde se levantaba a un hombre para matar, sus mejores esperanzas.

 

(**) Funcionario del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos. Isla de la Juventud

 

(*) José Martí y Pérez, cubano, periodista, poeta, revolucionario, desempeñó el cargo de

Cónsul Argentino en Nueva York, fue corresponsal para el Diario La Nación de Buenos Aires.

 



[1] José Martí, Oc, T. XI, página 28.