José Martí, Gramsci y los desafíos del siglo XXI
Por Armando Hart Dávalos (Para Prensa Latina) *
Mortalmente herido por balas españolas, con 41 años, caía José Martí en un
lugar conocido por Dos Ríos en el oriente de Cuba, el 19 de mayo de 1895.
Al conocer de su muerte en el campo de batalla el poeta nicaragüense Rubén
Darío, destacada figura del modernismo exclamó: Âíque has hecho Maestro!
Pero Martí, además de poeta de fina sensibilidad, que figura entre los
mejores prosistas de la lengua española era un hombre de acción,
organizador de la guerra contra España por la independencia de Cuba y
fundador del Partido Revolucionario Cubano para dirigirla.
Hombre profundamente ético, conocedor del valor del ejemplo expresó:
"La razón, si quiere guiar, tiene que entrar en la caballería ! Y morir, para
que la respeten los que saben morir." (fin de la cita)
También la obra intelectual y política de Antonio Gramsci quedó trunca con
su temprana muerte en la cárcel del fascismo en 1937. A los 46 años, aquel
cerebro dejó de pensar, cumpliéndose así el pedido del fiscal en los
juicios que le condenaron a prisión, cuando dijo: "no debemos permitir que
este cerebro continúe pensando". Pocas veces se ha hecho un elogio mejor a
un pensador.
Fue Martí quién habló del hilo invisible que une a los hombres y a los
acontecimientos en la historia. Intentaré hoy aquí en esta Séptima edición
de la Jornada de la cultura cubana en Italia, desde la bella ciudad de
Nápoles, que con tanta hospitalidad nos ha acogido, seguir ese hilo y
establecer los nexos que para América Latina y Europa tienen estas dos
extraordinarias figuras.
Los dramáticos desafíos que estos inicios de siglo colocan ante nosotros
nos obligan a repensar toda la inmensa cultura acumulada por el hombre en
su milenaria historia y buscar en ella los fundamentos teóricos para la
necesaria acción política que nos conduzca a ese mundo mejor al que aspira
la inmensa mayoría de la población de nuestro planeta.
Por primera vez, en esa dilatada historia del hombre sobre la Tierra,
existe la posibilidad real de que desaparezca el género humano, y no solo
esto, sino que con él desaparezcan también todas las formas de vida. Es
muy triste y amargo pensar que nuestro globo terráqueo pueda convertirse,
por la acción irracional y bárbara de algunos hombres, en un inmenso
cementerio.
De aquí la urgencia de emprender la elaboración del mejor pensamiento
filosófico de interés político y educativo para una Humanidad amenazada de
muerte.
Martí, a quien tocó también vivir tiempos difíciles en Estados Unidos en
las postrimerías del siglo XIX abordó con realismo el drama derivado del
impetuoso desarrollo material y la crisis de los valores espirituales que
observaba en aquella sociedad y subrayó la posibilidad de enfrentarlo
con la cultura y la ética. Solo podremos abordar el desafío con
posibilidades de victoria basándonos en la cultura y en especial en la
ética.
Antonio Gramsci, destacado dirigente comunista, fundamentó toda su
concepción de cómo marchar hacia el socialismo en la exaltación de la
cultura, y fueron precisamente los errores que se cometieron en este
terreno uno de los elementos que condujo al desastre del socialismo en el
siglo XX.
José Martí y Antonio Gramsci subrayaron el papel de la cultura como
elemento fundamental para la nueva sociedad. Recordemos aquella idea
martiana de convertir a Cuba en universidad del continente.
Exaltando las ideas y el ejemplo de ambos podremos analizar, sin
exclusiones de ningún tipo, el pensamiento de los más grandes sabios de la
Humanidad, y encontrar los caminos que conduzcan a la solución de los
agudos problemas de nuestro tiempo. Hasta ahora se han venido destacando
personajes aislados poniéndolos en contradicción con otros o simplemente
desconociendo la contribución de importantes figuras de la cultura
universal.
No hay que hacer exclusiones, para relacionarnos con el mundo es necesario
trabajar con el pensamiento universal sin sectarismos estériles e incluso
perjudiciales. Comencemos, como ya señalé, por el latinoamericano y
caribeño y el europeo a fin de plantearnos estudiar el de toda la
humanidad sin excepciones.
Con el pensamiento de Martí y de Gramsci como guía encontremos lo que
quedó olvidado, distorsionado, en milenios de historia hasta hoy.
Empecemos por el análisis de Gramsci.
Es hacer un acto de fe, conciencia en la redención humana, apostar por la
justicia social, comprometernos con un futuro mejor para el hombre. Es
tener a Gramsci vivo, actuante, como lo necesitamos los revolucionarios,
los que creemos que la utopía revolucionaria es posible. Como necesitamos
que permanezcan vivos y actuantes, siempre renovados, Marx, Engels y
Lenin, el peruano José Carlos Mariátegui, el cubano Julio Antonio Mella,
el argentino Aníbal Ponce, y por supuesto, el Che Guevara y Fidel Castro.
La obra intelectual y política de Antonio Gramsci nos sobrecoge por su
significación dramática al quedar trunca con su temprana muerte. El
movimiento comunista internacional que en los años 20 y 30 había tomado
una fuerza relevante en el terreno de las ideas, desembocó, tras el
desenlace de la Segunda Guerra Mundial, en un camino bien distinto al
enfoque de Gramsci sobre los temas de la democracia, la cultura, el
socialismo y, por tanto, de los enfrentamientos políticos e ideológicos
que tenía ante sí el ideario de Marx, Engels y Lenin.
Hace años, alguien afirmó que la política cultural cubana, y en especial
su carácter socialista y democrático y su forma de abordar las relaciones
del Estado y el Partido con los intelectuales tenía fundamentos en
Gramsci. Con la visión de casi medio siglo transcurrido puedo afirmar que
fue a partir de la historia cultural cubana y del pensamiento de José
Martí que esa política se fue elaborando y aplicando al calor de las
profundas transformaciones de la Revolución.
Toda aquella obra creadora en el campo de la cultura y el arte y su
relación con la política quedó sintetizada en las ya célebres Palabras a
los intelectuales, de Fidel Castro, en 1961. En aquella ocasión Fidel
apuntó:
La Revolución (â?¦) debe actuar de manera que todo ese sector de artistas
y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentre
dentro de la Revolución un campo donde trabajar y crear y que su espíritu
creador, aún cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tenga
oportunidad y libertad para expresarse, dentro de la Revolución. Esto
significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución nada.
(fin de la cita)
A mí particularmente, me enriquecieron mucho las experiencias del trabajo
educativo y de masas de los primeros seis años de la Revolución
incluyendo, desde luego, la gran campaña de alfabetización. Allí llegué a
apreciar la necesidad de una amplia participación popular y, a su vez, de
un empeño pedagógico e intelectual de rigor y profundidad. El gigantesco
movimiento de masas que generó la Revolución en la educación y la cultura,
fueron decisivos para comprender las líneas básicas que requería una
política acertada en este campo esencial para que el socialismo se
mantenga vivo y pujante.
Mas tarde, desde el Ministerio de Cultura, y en contacto con lo mejor de
la intelectualidad cubana y con la población abordando los más complejos
temas del arte y la cultura, se me fue confirmando la esencia de esa
política.
Por estas razones, ante el señalamiento de que nuestra política cultural
estaba fundamentada en Gramsci, se ha planteado, con razón, que la
Revolución cubana vino a confirmar la validez del pensamiento cultural de
Antonio Gramsci. Aunque conocía la historia y la vida del fundador del
Partido Comunista de Italia y uno de los más importantes -pienso que el
más importante pensador marxista tras la muerte de Lenin- debo confesar
que fue después de mi llegada al Ministerio de Cultura que decidí conocer,
en detalles, diversos matices de su pensamiento revolucionario.
Así pude constatar que, en efecto, se había producido una coincidencia
esencial entre conclusiones derivadas de la historia cultural de Cuba y
las del pensamiento gramsciano.
Sentí satisfacción porque una vez más comprobaba la certeza de nuestras
ideas. Realmente, Gramsci había profundizado en el tema en el plano
filosófico con tal rigor que se convirtió en uno de los clásicos del
pensamiento socialista, diríamos que en uno de los clásicos más
importantes de Europa para entroncarlo con los otros clásicos, Marx,
Engels y Lenin. En el terreno específico de la cultura y de las
relaciones del Partido y el Estado con los intelectuales, hace un aporte
singular.
Marx, Engels y Lenin sentaron las bases filosóficas, económicas, sociales
y políticas, pero no pudieron apreciar con tal sutileza y en toda su
dimensión la problemática de los intelectuales y la cultura.
Sencillamente, porque no la tuvieron nunca ante sí en la forma en que se
presentó en tiempos de Gramsci. El, más contemporáneo a nosotros, situó su
enfoque central en el tema cultural. Nosotros debemos hacerlo en el siglo
XXI. ¿Dónde está la esencia de su planteamiento? Diría, desde luego,
alrededor de las relaciones entre cultura-intelectuales, y
sociedad-revolución.
Movido por un interés de nuestra política inmediata, he llegado a la
conclusión de que la esencia del planteamiento de Gramsci se halla en
estudiar cómo la comunicación entre la labor de los intelectuales y la
práctica social transformadora es un tema central de la política, y que es
en ella y no en otra parte, donde se resuelve o complica su problemática.
Es en la política y en la educación donde hay que librar la batalla
decisiva de carácter intelectual para poder tener una sociedad sana. En
el orden de las ciencias sociales y humanísticas, la política es la forma
en que se materializa el pensamiento y las conclusiones científicas a que
se llegan. La política es la práctica de sintetizar todo el pensamiento
social, económico y cultural en general.
En la Europa de hoy se habla de renovar el pensamiento moderno desde sus
fundamentos primigenios. Esto fue lo que hizo José Martí en el siglo XIX,
modernizarlo y proyectarlo en beneficio de todos los desposeídos del
mundo. Es la única renovación posible. En la cultura cubana de dos siglos
hizo síntesis lo mejor de la cultura espiritual de la civilización nacida
en el Mediterráneo hace más de dos mil años y que a finales del siglo
XVIII y principios del XIX llegó a nuestro país a través de las ideas de
la Ilustración y la Modernidad. Martí representa mejor que nadie esa
síntesis cultural y que él orientó hacia la acción, al terreno de la
educación y la política práctica. Un pensamiento suyo, al que no se le ha
extraído aún todas las consecuencias que encierra, constituye un
manifiesto cultural y ético:
"Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre."
Las más importantes investigaciones de las disciplinas psicológicas, de la
antropología y las ciencias del hombre han subrayado que el valor
primigenio esencial de la cultura es la justicia. Esta verdad se puede
comprobar con el rigor del método científico más elevado que la
civilización moderna ha exaltado a primer plano. La historia del mundo
viene a confirmar también que allí donde avanzó la cultura, progresó la
justicia, y a la inversa, donde retrocedió aquélla, se limitó la cultura.
La tragedia se halla en que el hombre junto a la facultad de asociarse de
manera consciente, que lo distingue del conjunto del reino animal,
arrastra, a la vez, de sus ancestros prehistóricos a la fiera que según
Martí todos llevamos dentro y que se manifiesta en la expropiación del
trabajo de otros hombres y en la división entre explotados y explotadores.
Pero Martí también señalaba que los hombres somos seres admirables porque
podemos ponerle riendas a la fiera. Las riendas son parte esencial de lo
que llamamos cultura, que ha alcanzado los más altos niveles de creación
espiritual con las limitaciones propias de cada tiempo histórico y del
nivel de las fuerzas productivas.
Martí, al igual que Gramsci, concibió la cultura como medio de liberación
y así en su conocido ensayo Nuestra América apuntó:
La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La
historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque
no se enseñe la de los arcontes de Grecia (...) Injértese en nuestras
repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras republicas.
(fin de la cita)
Y más adelante señala:
El problema de la independencia: no era el cambio de formas, sino el
cambio de espíritu.
Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema
opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. (fin de la
cita).
Martí reunía en una sola pieza un alto pensamiento, una elevada cultura y,
ser al mismo tiempo, un gran movilizador social. Maestro de la palabra,
orador sobresaliente dijo que Hacer es la mejor manera de decir y es
precisamente esa cultura la que debemos exaltar porque constituye una
necesidad para forjar el ideario latinoamericano del siglo XXI. Partimos
de una tradición independentista vinculada a la lucha por la liberación
social y nacional iniciada por Simón Bolívar, José de San Martín, Bernardo
O'Higgins, Tiradentes, Benito Juárez y tantos más en el siglo XIX. El
proceso intelectual iniciado en la ciudad argentina de Córdoba en el año
l918, se extendió por muchos países de América y al calor de aquel
movimiento se destacaron figuras como José Ingenieros, Aníbal Ponce, Julio
Antonio Mella y surgieron otras como José Carlos Mariátegui que le
abrieron un camino revolucionario a la cultura. La corriente de ideas
comunistas íntimamente vinculadas a la cultura, y que de ell!
a provenían, se alejó y, en muchos casos, se divorció de esos orígenes
intelectuales.
No se procuró la relación del socialismo con el ideal redentor que
representaban los grandes próceres del continente que simbolizamos en el
libertador Simón Bolívar; se marcho por el camino de la mediocridad y de
la torpeza política. Se requería una política culta para movilizar de
forma estable y continuada a las masas.
En Cuba tuvimos la inmensa fortuna de que el ideal socialista en el siglo
XX se nutrió de la sabiduría política y filosófica de José Martí, y del
acervo intelectual que en la decimonónica centuria alcanzó una escala
superior que todavía está por conocerse en el mundo. Las ideas socialistas
desde Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena hasta Fidel Castro,
fueron asumidas desde la cultura y la tradición martianas.
Fue precisamente José Carlos Mariátegui, fundador del Partido Comunista
peruano, desde su visión indoamericana quien planteó que el socialismo en
América no podía ser copia ni calco sino creación heroica. Por su parte
Julio Antonia Mella, también fundador, en 1925, del Partido Comunista
cubano, insistió en que nuestro socialismo no podía ser copia de
revoluciones hechas en otros climas. Así, esta percepción del socialismo,
articulada con la tradición revolucionaria de la cultura cubana, facilitó
su comprensión por la generación que bajo la dirección de Fidel Castro,
irrumpe en el escenario político en la década del 50 del pasado siglo y
corona este proceso con el triunfo de la revolución en 1959 y que
proclama, en 1961, su carácter socialista.
José Martí fue exaltado como autor intelectual de aquella revolución y es
hoy paradigma de hombre de pensamiento revolucionario y de cultura.
También el pensamiento de Gramsci ha sido rescatado y su significación
teórica y práctica se agiganta no solo para Europa sino que tiene un
alcance universal y conserva una validez impresionante en la lucha contra
la pretendida hegemonía cultural del imperialismo.
Si hacemos un repaso a la memoria histórica del socialismo en nuestra
América, se comprenderá que la deficiencia principal de la llamada
izquierda latinoamericana, y también a escala mundial, en el siglo XX, fue
divorciarse o separarse de la cultura.
Y ¿cómo hallar los caminos del "nuevo socialismo", como se ha planteado?
Pienso que sería un buen punto de partida lo que señaló Engels en el
sentido de que el marxismo es un método de investigación y de estudio y
Lenin que consideró al marxismo como una guía para la acción. Con éste
método y ésta guía podemos abordar los problemas concretos de nuestro
tiempo pero como ellos mismos señalaron no existe una fórmula de
aplicación general para todas las situaciones y países. Nos corresponde a
nosotros a partir del desarrollo concreto de nuestras sociedades y de la
tradición intelectual y política de América Latina y el Caribe encontrar
de manera creadora las vías y formas más adecuadas que abran cauce a ese
socialismo verdadero del siglo XXI al que aspiran nuestros pueblos.
Cualquier análisis que realicemos debe partir de nuestra historia y de los
vínculos que a lo largo de los siglos se han forjado entre los países
latinoamericanos y caribeños y que hacen de nuestra región la de mayor
vocación hacia la integración poseedora de un patrimonio espiritual de una
riqueza impresionante.
Fue en Nuestra América donde las ideas de Libertad, Igualdad y
Fraternidad de la revolución francesa adquirieron un alcance
verdaderamente universal. Y es que si el siglo XVIII fue el siglo de la
luces, en este lado del mundo el siglo XIX fue el de los fuegos, es decir
de los fuegos de Bolívar y las luces de aquellos fuegos son las que
necesita la actual centuria para enfrentar el drama de la humanidad. En
nuestra región el ideal socialista se relacionó con los intereses de los
explotados de América: los trabajadores blancos, los africanos
esclavizados, los asiáticos y, en especial, con una vocación irrenunciable
a vincularnos a la población aborigen de nuestro continente que ahora
tiene en Evo Morales su paladín más sobresaliente. Allá, en el llamado
nuevo mundo, se fundieron la ancestral tradición aborigen y el complejo de
etnias y culturas que llegaron muchos siglos antes de Cristóbal Colón con
las que lo hicieron en los tiempos posteriores a la llegada de los
conquist!
adores europeos. En esa articulación de etnias y culturas está la fuerza
esencial de la riqueza de la América de Fidel, Chávez y Evo Morales. Fue
precisamente en esta región del mundo donde se produjeron las principales
corrientes de pensamiento de los últimos 50 años y que apuntamos
seguidamente:
-La renovación del pensamiento socialista que generó la Revolución cubana
y que nos representamos en Fidel Castro y Ernesto Guevara, y que inspiró a
muchos otros movimientos sociales de igual aspiración, en la última mitad
del siglo XX.
-La cosmovisión estética, expresada en escuelas de trascendencia e impacto
universal, como la literatura de lo real maravilloso de Alejo Carpentier
y en los grandes maestros del llamado "boom literario" de América Latina,
sin olvidar la epopeya transformadora del idioma español, cuyos artífices
pioneros, Martí y Darío, estimularon la actitud creadora e innovadora en
todos los campos de las bellas artes.
-El pensamiento social filosófico y ético de la teología latinoamericana
de la liberación, cuando la analizamos, no solo como un fenómeno teológico
del cristianismo, sino como una propuesta revolucionaria, en función del
reino de este mundo.
-La revolución bolivariana propuesta y convocada por el presidente Chávez.
-El nuevo cine latinoamericano, el más reciente espacio de la creatividad
latinoamericana y caribeña en el mundo de las artes y de la comunicación.
-El movimiento de educación popular, cuyas concepciones y experiencias han
terminado marcando consensos universales en organismos internacionales y
gobiernos. Dentro de ello debe subrayarse el estudio del pensamiento
educacional de Paulo Freyre.
En Europa, tras la muerte de Lenin se puso en práctica desde la Unión
Soviética, una política representada por Stalin que pasó por alto
aspectos esenciales de carácter ético, jurídico y político lo que resultó
particularmente grave porque a través de ellos se manifiesta la vida real
de millones y millones de personas que inciden, desde luego, en el curso
de la historia. Al subestimarlos no se les dio la debida atención o
quedaron relegadas dos categorías fundamentales situadas en el corazón de
la cultura y de las luchas revolucionarias: la ética y la juridicidad. El
pensamiento de Antonio Gramsci representa la aspiración socialista que se
quebró precisamente por falta de cultura.
Hemos contraído un inmenso compromiso en estos años de crisis mundial en
que hay que tener muy presente aquel pensamiento aparecido en el
"Manifiesto comunista" que señala que la lucha entre explotadores y
explotados ha concluido siempre con la victoria de uno sobre otro o con el
exterminio de ambos.
Hay que fortalecer el indispensable vínculo entre todas las fuerzas que
están a favor del cambio, entre los intelectuales y el movimiento social.
Para ello debemos insistir en la importancia del derecho y de la ética
frente a la violación descarada de los principios en los que dijo
sustentarse la moderna civilización.
Es imprescindible ensamblar el tema de la ética con las demandas
económico-sociales; hay que denunciar la corrupción y exigir la necesidad
de transformaciones sociales. Por esto, en mis memorias de los años 50,
señalo: Para mí todo empezó como una cuestión de carácter moral.
Cada día tengo mayor satisfacción al recordar que la generación del
centenario de Martí, la de Fidel, desde hace más de medio siglo mantiene
la cultura ética como tema central. En estas cuatro categorías está la
clave: cultura, ética, derecho y política. Es necesario precisar lo que
entendemos por cada una de ellas:
"Cultura: categoría primigenia y superior de la justicia.
"Etica: la justicia es el sol del mundo moral. (Luz y Caballero).
"Derecho: su primera categoría es precisamente la justicia.
"Política solidaria: en el sentido más universal y abarcador del término.
En estas cuatro categorías encontraremos, sin lugar a dudas, aportes del
pensamiento martiano y latinoamericano que resultan esenciales en la
búsqueda del pensamiento filosófico y político que necesita el siglo XXI
para alcanzar el equilibrio que garantice la supervivencia humana.
Comencemos por ellas para cualquier debate cultural sobre los grandes
temas de nuestro tiempo partiendo de aquella idea de Gramsci, que
señalaba que toda filosofía debía empezar por un análisis crítico de las
verdades del sentido común.
Para asumir esa inmensa cultura en el siglo XXI debemos retomar la
tradición socialista apoyándonos en una antigua institución jurídica
romana que establecía, en el caso de las herencias, acogerse al beneficio
de inventario, es decir aceptarlas solo si las deudas no sobrepasaban los
beneficios. Los aspectos positivos de la herencia socialista tras la
muerte de Lenin podemos asumirlos a partir de la cultura que representan
Antonio Gramsci, Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui, Ernesto Che
Guevara, Fidel Castro entre otros.
Toda nuestra acción debe partir, como ya he señalado, de una visión
integral de la ciencia y la cultura que proporcione el fundamento
científico de la ética y de la solidaridad. Hay que estudiar, desde el
punto de vista científico, el papel de la vida espiritual apoyándonos en
los progresos alcanzados por al psicología y otras ciencias de la vida.
Desterremos definitivamente los ismos que debilitan la actividad creadora
del hombre. Consideremos a los sabios, no como dioses que todo lo
resolvieron adecuadamente sino como gigantes, que descubrieron verdades
esenciales que son, a su vez, puntos de partida para descubrir otras
verdades que ellos, en su tiempo, no podían encontrar. Solo así podremos
alcanzar el pensamiento filosófico radical y profundo que necesita el
siglo XXI.
ag/ahd
*Director de la Oficina del Programa Martiano. Texto de la conferencia de
clausura del foro "José Martí, Antonio Gramsci y la cultura universal".