martes, 2 de agosto de 2011

Ayer opresión y muerte Hoy Ciudad Escolar 26 de julio Santiago de Cuba a16

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 Ayer, símbolo de opresión y muerte.Hoy, Ciudad Escolar 26 de julio

 

     La enorme silueta amarilla del que fuera el Cuartel Moncada se impone sobre la ciudad de Santiago de Cuba. Un pequeño sector del edificio se ha convertido en Museo. Entrando, una estatua de Martí y una frase de Fidel:” Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su bicentenario”.     Hasta el museo llega el bullicio de los niños en su hora de recreo. Es que  aquella fortaleza que fuera sinónimo de opresión y muerte, a partir de 1960 se ha transformado, por obra de la Revolución,  en la Ciudad Escolar 26 de Julio, una institución en donde más de 2500 niños cursan la escuela primaria.
   Construido en 1859 por los soldados españoles llevó al principio el nombre de Nuevo Presidio. En él guardaron prisión algunos patriotas que lucharon por la independencia. Entre ellos José Guillermo Moncada, o Guillermón como le decían sus amigos. Guillermón era de origen campesino, un patriota de sentimientos muy puros. Enfermo de tuberculosis, murió por el trato recibido durante su cautiverio y en 1890, otro patriota, Saturnino Lora, propuso ponerle su nombre al cuartel.
     Atacado el 26 de julio de 1953, vienen después el proceso contra los revolucionarios, la prisión y la lucha en la Sierra. Cuando el 1° de enero de 1959, Batista huyó a la República Dominicana, Raúl Castro se presentó en el cuartel para pedir la rendición de los oficiales que se habían acuartelado. Finalmente, el 28 de enero de 1960, la fortaleza se convirtió en la Ciudad Escolar 26 de Julio.
      En la primera sala del museo, un texto firmado por el Comandante Raúl Castro, da cuenta de las intenciones de los revolucionarios:
     “El 26 de julio de 1953 abrió una nueva fase en la historia de Cuba: la fase de la acción armada como método principal de lucha contra la tiranía batistiana y el dominio semicolonial extranjero sobre nuestro país. Para destruir la tiranía hay que poner en marcha el movimiento de masas. Hace falta echar a andar un motor pequeño que ayude a andar el motor grande. El motor pequeño sería la toma de la Fortaleza del Moncada, la más alejada de la Capital, la que, una vez en nuestras manos, echaría a andar el motor grande que sería el pueblo combatiendo con las armas que capturaríamos…Sólo había una parte débil del plan. Si fallábamos en la toma del cuartel, todo se vendría abajo. Una cosa dependía de la otra. El motor grande del pequeño. Pero era una posibilidad y detrás de ella nos lanzamos”
      El asalto fracasó. En la galería quedaron 61 asaltantes muertos: seis en combate y 55 torturados y asesinados. Dieciocho hombres con las armas y el parque que quedaban siguieron a Fidel a las montañas. Durante una semana ocuparon la parte alta de la Cordillera de la Gran Piedra pero el hambre y la sed vencieron su última resistencia. Se distribuyeron en pequeños grupos, algunos consiguieron infiltrarse en las filas del ejército, otros fueron presentados por Monseñor Pérez Serrantes y, cuando sólo quedaban con Fidel dos compañeros, totalmente extenuados los tres, una fuerza al mando del teniente Sarría los sorprendió durmiendo. Este oficial, en desacuerdo con la represión desatada, no cumplió con la orden de matarlos y los llevó a la cárcel que estaba en el centro de la ciudad. Allí los periodistas les tomaron fotos, las publicaron en los periódicos y Batista, que ya había difundido la noticia de la muerte de Fidel para desalentar al pueblo, no pudo matarlos.
       Un cuadro enorme muestra los rostros de los 61 jóvenes salvajemente torturados y asesinados. Al lado hay una sala más pequeña en la que se encontraron restos de cabellos, de piel, de uñas. En las fotografías, los cuerpos semidesnudos demuestran que no cayeron en combate.
        Hoy, los restos de los combatientes caídos en el asalto al Moncada descansan en el Cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba junto al mausoleo de Martí. Las tumbas están en orden alfabético de sus nombres para que la primera sea la de Abel Santamaría. Se encuentran junto al Apóstol para dar cumplimiento a un deseo de Fidel que mientras estaba preso en la Isla de Pinos, escribió.
     “Espero que un día, en la Patria Libre, se recorran los campos del indomable Oriente recogiendo los huesos heroicos de nuestros compañeros para juntarlos todos en una gran tumba junto al Apóstol como mártires que son del Centenario y cuyo epitafio sea un pensamiento de Martí: Ningún mártir muere en vano ni ninguna idea se pierde. En el ondular y el revolverse de los vientos la alejan o la acercan pero siempre nos queda la memoria de haberlos visto pasar”
      La compañera que nos guía en la visita al Cementerio de Santa Ifigenia es Gladys. Ella  nos dice: Esto demuestra que Fidel nunca perdió la confianza y la seguridad que tenía en el triunfo y que, estando preso, pensaba en lo que iba a hacer cuando Cuba fuera libre”.

 

     LBD


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                                                               Los Héroes del Moncada

 

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