martes, 29 de noviembre de 2011

carta abierta a Fidel Castro que señaló a OTAN por cinismo genocida

De: Juan José Oppizzi [mailto:luceroppizzi@yahoo.com.ar]
Enviado el: Martes, 29 de Noviembre de 2011

 

Carta abierta a Fidel Castro

 

 

Señor Fidel Castro Ruz:

                            luego de haber leído con mucha atención su interesantísimo escrito titulado "Cinismo genocida de la OTAN", me surgieron algunas reflexiones que quiero compartir con usted. Me solidarizo con los conceptos que allí se vierten sobre la instancia dramática frente a la que nos hallamos. La humanidad está enfrentando perspectivas que nunca antes la habían acechado de una manera tan global. Tal vez en esa característica resida lo novedoso, ya que no en los problemas mismos, que son los que tantos pensadores y luchadores sociales han denunciado desde hace muchos años. Ahora vacilan los centros de poder que parecían estar para siempre libres de cualquier zozobra. Países que ostentaban economías supuestamente inexpugnables, en estos días tienen los mismos inconvenientes que antes se le achacaban a los "subdesarrollados". Y ahora los centros de poder abandonan los escasos guantes blancos que solían ponerse para disfrazar ciertas acciones y se lanzan a una desaforada actividad de preservación. Nunca tan peligroso algo como un poder amenazado por su mismo final. La OTAN –si alguna duda le cabía a alguien– procede a mover sus piezas según su invariable esquema de post Segunda Guerra Mundial. Lo que ha ocurrido, para desgracia de ese criterio, es que el mundo no es el mismo de aquel entonces; las pretensiones unipolares de Estados Unidos –realimentadas tras la caída de la URSS– se encuentran con la pared de la propia realidad, que no obedece a las planificaciones de ellos. Buscan, entonces, una violenta compensación. La ONU viene mostrando –según usted lo señala claramente– cada vez con mayor evidencia que en su estructura madre es un apéndice de las políticas del Departamento de Estado norteamericano, y los países allí representados deben asistir a un terrible juego de jerarquías nacionales, en el que, por ejemplo, Gran Bretaña ignora los mandatos de la Asamblea General y los reclamos de soberanía que Argentina le hace sobre las islas Malvinas, e Israel se burla de las numerosas resoluciones instándola a permitir la existencia de un estado palestino independiente (agreguémosle, además el retiro de los aportes económicos de EE.UU. a la UNESCO, en protesta porque allí se admitió a Palestina como miembro). Mal puede aguardar la humanidad alguna solución de parte de entidades internacionales que siguen los dictados de centros de interés puntuales, en lugar de contemplar los problemas atinentes al mundo entero.

  El siniestro eje formado por Estados Unidos-Israel corporiza un movimiento que busca cortar camino en su objetivo imperial; los métodos que se contemplan ya no se detienen en acciones menores: ahora van a la última instancia; pero la realidad plantea –usted lo dice con exactitud– que esa última instancia es la última instancia del planeta, con lo cual se hace muy difícil entender cuál es el logro que tienen en vista. No puedo eludir la evocación de un fantasma del pasado: aquel demente que, en la Cancillería de Berlín, al comprobar que su delirio estaba definitivamente divorciado de la realidad, decidió aniquilar lo que restaba de su país en un arranque de furia suicida. ¿No habrá en estos manejadores del poder mundial una consciente o inconsciente tendencia análoga? ¿Qué mecanismo atroz pone en marcha un intento de preservación que lleva implícito su aniquilamiento? ¿Pensarán en una salvación sólo para ellos? No carecerán de asesores que les adviertan sobre lo que ha de ocurrir en un holocausto nuclear: por buenos que sean los refugios en los que se escondan las élites señaladas para salvarse (contemplemos, además, la horrorosa selección de tales minorías), en algún momento, diez, veinte o treinta años después, deberán salir y allí les tocarán las generales de la ley, la ruina de todo, sea natural o fabricado por los humanos; el camino trunco. ¿Cuál será, entonces, la victoria para gozar? ¿Qué imperio podrán reconstruir? Vea usted, don Fidel, la paradoja: uno de los argumentos favoritos de la propaganda yanqui en su combate contra cualquier idea de cambio, de progreso social, de organización no capitalista en cualquier parte del mundo, fue siempre la supuesta irracionalidad de esos planteos (hasta el hartazgo usaron la palabra "utopía" en un sentido desdeñoso); especialmente en la última década del siglo veinte, la llamada "economía de mercado" se presentaba como la máxima sensatez, frente al "delirio" de cualquier experiencia alternativa; ahora se resquebraja esa falacia con la simple observación de lo que está a la vuelta de la esquina.

El completo panorama mostrado por usted acerca de la amenaza a la que la humanidad está expuesta aquí y ahora, me lleva a sumarme al llamado a todos los habitantes del mundo, cualesquiera sean sus ideas, sus creencias o sus puntos de vista respecto de la historia, para que tomen conciencia de que la monstruosa maquinaria pone en ciernes el crimen por antonomasia: robarle al conjunto de los pobladores del globo la posibilidad. Lo posible es un ámbito que aún no invadieron ni sojuzgaron, y es el territorio que no debemos ceder a ningún precio, porque después de su caída no habrá nada más. Un holocausto bélico romperá las secuencias del tiempo: nos quedará un pasado que nadie ha de recordar, un presente catastrófico y una total ausencia de futuro. Lo posible se volverá imposible. La magnitud de este crimen supremo quizá pueda advertirse mejor si aludimos a lo que también podría aguardarnos, de no mediar este cinismo genocida: la oportunidad de que el Hombre alcance niveles de organización superiores, de que prosiga con la maravillosa aventura del conocimiento, de que realice creaciones artísticas de creciente belleza, de que su conciencia se amplíe a niveles cósmicos, de que retome los vínculos profundos con la naturaleza, de que realice en este mundo los ideales más altos que han columbrado los visionarios; en suma: de que ese fascinante período vital, que nos pone sobre este suelo en calidad de individuos, realmente porte con orgullo el nombre de "Existencia".

Saludo a usted cordialmente, enarbolando otro de los atributos difíciles de arrebatar por los sombríos demonios que nos amenazan: la esperanza.

 

 

 

                                                             Juan José Oppizzi      

 

 

Noviembre 29 de 2011

 

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