Graciela Almada
Lunes, 28 de Noviembre de 2011
Para: Eladio Gonzalez
Asunto: Poema Che
Eladio, me lo envió un oyente, es de un poeta catamarqueño. Extraordinario, yo no lo conocía...
Saludos. Graciela Almada.-
EL CHE Y LAS MASAS
I
Los sumergidos
Terapeuta del oxígeno,
asfixiado de patrias, te echaste a rodar tierras,
a rodar mapamundi,
en busca de algún modo de aliviar el sistema
respiratorio de nuestra alma, hermano.
Así fue cómo un día
junto a Fidel jugaste con la muerte
tal como el viento juega con banderas o crines.
Días ya sin eclipse y Cuba libertándose
de sus legañas y del dólar.
(Cuba,
anclada en el ombligo del trópico y el mar,
con velamen y mástiles en forma de palmeras,
mueve ahora su proa hacia el futuro,
hacia donde se vuelven tambien los girasoles.)
Tú eras como un monte
que no se apea nunca de su cima,
pero tu alma tenía ese color de alba
de la cascada que desciende
desde la altura a redimir los yermos.
¡Corazón ese tuyo galopando
en la noche hacia el día
entre una polvareda de estrellas y rocío!
Fuiste entonces creciendo como río de invierno
emancipado por la primavera.
Te laurearon estratega del coraje absoluto.
Pero no era todo.
Tu práctica de eventos, de ideas y de hombres
fue como un olivar rescatador de tierras
trocadas en escorias por las minas,
pero no era todo.
Descubriste tambien que la ternura
rescate de los héroes futuros,
es la leche nutricia de la tierra,
y que si hay coro de ángeles
es el acorde sacro del corazón del hombre.
Tu América,
la de color de surco y trigo,
estaba en tus adentros.
Sus Amazonas, Platas y Orinocos
(esos chorros que endulzan la mitad del Alántico)
como caudal y pulso de sus venas.
Los Andes, huesos tuyos.
La gea, verde o seca, carne tuya, profunda.
Y tambien el maíz
(con su leche que amaltea en la niñez del choclo)
que sigue siendo nuestro subsuelo y horizonte,
y en que el sol quechua o azteca
se volvía y se vuelve pan y vino y canción.
Y la papa,
manzana universal del edén sumergido.
Y las frutas del trópico que salvan en sus odres
el néctar de los dioses mandados al subsuelo.
Y las maderas en que se repite
el tiempo detenido de los fósiles.
Llevabas en tu entraña a los indios ya hundidos.
Los Mayas,
que en Ilíadas puras
amasaron el trópico, el bosque y las estrellas
y en la razón humana descubrieron los números
que mandan en la música y el panal de la abeja.
Y los incas
que ordeñaron metales y flores de piedra,
que sabían de memoria el cielo
hasta hacer de las cimas cimientos de ciudades.
Y los Tíhuanacos que alzaron junto al lago
cuya espuma salpica la nieve de las cumbres,
una especie de orografía humana.
El invasor traía
menos fierro en el puño que herrumbre en la conciencia,
y bajo el cetro de la cruz,
la monarquía universal del fraude.
Y los indios,
mascando sombra y bebiendo estupor,
vestidos más de llagas que de harapos,
fueron mermando a prisa como un río en la seca.
(Alzados de su muerte sin cenizas ni olvidos,
Guatimocín, Lautaro y Tupac Amarú,
latían en tus puños, oh Che, una vez más).
América y su historia masacrada,
digo los indios de hoy, eran tu insomnio
ellos, de espaldas al futuro
y siempre regresando
hacia un tiempo difunto
desde un presente intransitable.
Siglos de noche y sangre y látigo irredento.
Siglos de agachamiento y llanto enjuto
y mirar estancado.
Indio sepulto a medias en la caja que tunde
su corazón y el de la tierra en pena.
Tu primo intento, oh Che, de insertar tu latido
en el latir de un mundo sin sombra,
fue ofrecer un día
la lotería de la aurora a diablos
sumidos en un sueño más hueco que sus vientres:
desamarrarlos de sus dioses de greda
chupadores de chicha, rumiadores de coca,
y de sus dioses importados
libadores de médula y monedas.
Pero tambien, como el mejor, sabías
algo más hondo que el semen y el llanto:
Las fauces del expolio, como las de la tumba,
tragaron siempre sin prejuicios ni asco,
lenguas, credos, estirpes.
La esfinge sonsacada viene a explicar ahora
el profundo abolengo del sudor y el dolor,
el destino de piedra de los puños que amasan,
a más del pan, la historia:
siempre y aún metidos en un rojo ocaso,
zampados en la inopia como en una vendimia,
junto a los latifundios tragaleguas,
los del despojo y el ayuno.
El hombre denunciando en su escultura
la obscena vecindad del esqueleto.
Y la muerte trajeada de enfermera.
La confluencia del sudor y el llanto,
salobre hidrografía bajando de los Andes
a golpear los dos océanos.
El todo que presiden
los grandes del empacho y el eructo,
que tapan con tedeums sus conciencias
de mantis religiosa que almuerza su consorte
y alza después los brazos a los cielos:
la Santa Trinidad
de la cruz, de la espada, y de la bolsa.
Y desde luego, amigos,
el árbitro del Norte
con su joroba de mochila,
con su barriga de vanguardia,
con sus uñas más largas que sus brazos,
galopando a horcajadas sobre el globo terráqueo,
usando de rodajas de su espuela
la Corona de Espinas.
Y sus laderos, los que ya saben
los que se otorgan los otoños opimos
y dejan que el invierno les cuaje los latidos
y les arrulle sus ensoñaciones
música de cadenas y monedas.
(Todo esto mientras el Kremlim
se lava las manos en agua de borraja).
II
Sabiduría de Aurora
Entonces como el gallo,
encarcelado en las tinieblas
predice a voz en cuello
la insurrección del sol,
destilaste en tu entraña los jugos de la sombra
y tu sabiduría fue de asombro y aurora.
Fue siempre el fuego el número primero del mundo.
El alma no es soplo sino llama.
El asomo y fugar del devenir, llamas en danza.
Una intensa batalla se alberga en cada cosa.
En la armonía de lo discordante
el misterio se vuelve transparencia
y es todo cuanto una epopeya y un idilio.
En jadeo que es música
la mutación sin pausa de lo vivo prosigue.
Los lirios putrefactos dan un olor de angustia,
mas la oquedad de la carroña
ofrece alcoba al cuervo y a la cuerva en nupcias.
Lo infinito resuella y pulsa en lo finito.
Lo efímero se mece en brazos de lo eterno.
Vida y muerte son cambios de postura del Ser.
En la inmortal batalla no morimos del todo.
(Sólo la estupidez con aureola
pudo ver en la tumba
el subaerodromo del vuelo al Más Allá...).
Quién no se busca no se encuentra.
Quién no espera no puede hallar lo inesperado.
Bueno que un día el hombre se improvisó a sí mismo,
y después, una noche de insomnio, creó a Dios
a su imagen y semejanza.
Y he aquí que el hombre se promueve y transforma
más que las mariposas y los sapos.
Hiñendo el polvo de ídolos y ruinas
improvisa en la historia sus presencias inéditas.
He aquí que las masas,
las masas sin más odio que su hambre,
ni más resentimiento que su harapo,
enyugadas no menos que los bueyes con que aran,
cautivos en los surcos como en rejas de cárcel,
o en las noches sin alba de las minas,
o en el infierno insepulto de los hornos,
las masa que no cumplen cumpleaños,
pues siempre cumplen siglos de miserias:
ahora están encintas de una hégira inminente.
No fue Jesús sino el sudor impago
quien multiplicó los peces y los panes,
remontó las pirámides y azuzó las galeras.
Con sudor, no con agua, es que se riega el surco,
y con sudor se moja la argamasa,
y con sudor se leuda el pan,
y el sudor salva al fierro de su infierno en la fragua.
Gloria a la universal materia prima!
El cerebro y las manos son la ecuación humana.
Si es capaz la rutina de herrumbrar el relámpago,
la historia quiere ya
derrotar los inviernos y las lápidas,
desenyugar al hombre del salario y el miedo
y encontrar algún día
el sudor insurrecto, la humillación en armas,
el arte de saltar del gemido al combate,
la lava puesta en pie para explorar las cimas...
Siglos de polvo y fuga ante los intangibles
se volverán contra ellos hechos temblor de tierra:
el hambre comerá y la sed beberá,
y (algo más alto que las astronáuticas)
el alma entonces alzará su voz.
III
Punta del Este
Como palmera o salto de agua en el desierto,
suena la voz de él aquí en Punta del Este.
Su risa, ruido de cadenas rotas.
Como canción de cuna o de torcaza
esa palabra suya bajando hacia los suyos,
y de pronto, en su voz,
ya descendiendo sobre los guardianes
de nuestra catalepsia,
una voz de montaña charlando con los llanos...
Y los sordos de herencia y conveniencia
tienen que oír la voz.
Y los que acuñan y reacuñan
mentiras muertas en idiomas muertos,
tienen que oír la voz.
Y los ya amortajados en sí mismos,
o que besan la mano que los castra,
tienen que oír la voz.
Los generales del azúcar, el estaño, el petróleo,
la carne y las ideas envasadas,
autorizando su estrategia tránsfuga
en los astrólogos del dólar
(los de cerebro marsupial y vientre
con botas de canguro cegada de monedas)
tienen que oír la voz.
Y el aire, el aire cruje como escarcha pisada
cuando en las barbas mismas del sanedrín del oro
la voz canta sin prisa ni demora
la ratería alzándose a epopeya,
la flota funcional de dividendos
navegando en las olas del sudor y del llanto,
(ay el subdesarrollo piloteado!)
y su devocionario de Somorra
y su moral publicitaria envuelta
en celofán aséptico,
y su filantropía de cuervos piadosos
ya enlutados, sabéis, por el difunto...
Cuando calla la voz puede advertirse
que todo ha ido enrojeciendo:
las paredes, las lámparas, el ámbito y la historia,
todo está rojo de rubor,
menos los dignatarios ya con color de lápida.
IV
El hombre nuevo
El Che dialoga con su eco:
"Meras acefalías coronadas, los reyes,
pero el hombre que tiene
de corona real el pensamiento
(¡Su majestad el Hombre!)
prefirió abdicarla y abdicar el mundo.
Su fobia al falo que alza su vertical augusta
por sobre el horizonte yacente de los féretros,
su esquivez a lo bello como a un pecado en ciernes,
su pasión por la dieta
de memorándums y ensueños tránsfugas,
su vocación de miedo de tumba y más allá
y su rutina de utopías,
han ido al cabo desalmando su alma.
Nuestro galán atómico sigue ignorando aún
que ni tierra ni espíritu son un valor de cambio
y que la higiene del futuro exige
dejar al mercader aquende de la historia.
¿No es que a través de junglas y de siglos
viene el hombre esculpiendo con sus manos
y su alta nostalgia de futuro,
la forma decisiva de su alma?
El hombre es la vanguardia de sí mismo".
El Che dialoga con sus sueños:
"Los astros atraviesan su sustancia,
mas lo que importa es que él eche su propia luz.
El hombre repatriado a sí mismo eso es todo.
Hablo en nombre del alma,
de la manos callosas en el timón del mundo,
verificando que el pájaro es más chico que sus alas,
la vida más hermosa que la inmortalidad,
y, más hermosa que la vida,
la libertad que ahora, como el verso o la música
comienza a emparentarse con las ciencias exactas.
Va a ser emancipado del pastor el rebaño
y del rebaño emancipado el hombre.
Libre de su sable el general,
volverán a ser hombres".
El Che dialoga con su alma insomne:
"Los labios son un rojo compromiso de besos
del beso que nos nutre mucho más que el bocado.
el amor siempre alerta para el combate puro,
los ojos dando entrada al firmamento humano,,
y el alma redactando su parte de victoria.
El hombre sobrehumano de humanidad, amigos,
pasando por encima de sus dioses,
terrestre y celeste como los grandes ríos".
(Esa su pasión y su alarido
y morirá por ellos inmortalmente un día.)
V
Ingreso de la selva
La aurora está pasando lista
uno a uno a sus pájaros
ante la innumerable sonrisa del rocío.
Aquí termina la égloga.
Ay, bien cosida a la piel la selva
con su gendarmería de mosquitos y píques
y su alfombra de fiebres!
Con las camisas sucias como su propia suerte,
con las botas rotosas como su itinerario.
Marchando de rodillas en penitencia de hereje
(con el fusil colgado de los dientes a uso
a uso de gata que traslada su mininos)
usurpando los túneles urdidos por las antas.
Días sin luz a veces,
como el día enterrado de los mineros collas
dando ya olor y encierro de sepultura al bosque.
Y la quinta columna, digo el hambre,
metida ya en los huesos guerrilleros.
Con lengua de leona lamiendo a sus cachorros
se lamen las heridas y las penas gruñendo:
"con tal que no se herrumbre el hierro de la sangre".
Carne y hueso de crujido.
Mas sigue sacándole la lengua al cielo y al infierno.
Ya veces por ensayo ¡oh Che!
según estilo tuyo pateando en la sierra,
dando golpes que avientan la selva y los kepíes,
con cautivos devueltos de aguinaldo.
Para algo van llevando el alba en sus mochillas.
Los sanmartines y bolívares,
sin poder evitarlo o sin saberlo
fueron nomás los estrategos
del mostrador y el latifundio.
Pero tú, comandante en alpargatas, eres
el almirante de los náufragos.
El dolor irredento de los otros
te va partiendo el pecho
como el arado parte la tierra de la siembra!
El resuello sin rienda de tu alma
te aconsejó la desmesura:
te echaste al hombro media América en modorra.
(Donde tú y los tuyos amanecen
la historia hace la venia).
Mas he aquí que poco a poco
la selva misma se te ha puesto en contra:
los senderos aceptan el soborno,
y la CIA y los rangers han sobornado tu asma.
Los siervos que veneran la tradición sagrada
de sus propias cadenas, vuelven el lomo hipotecado.
Los del Kremlim ordenan la paz de los museos,
y los escribas mienten, ellos que nunca sudan
sudor y menos sangre, sudan apenas tinta,
para esconder como el jibión la fuga
y arrojan su calumnia final como los monos
usan de proyectiles sus saldos digestivos.
V
Muerte y Resurrección
Con almas tres veces más caninas que los perros
con que dan caza al hombre
por el crimen de leso Pentágono –ser hombre-
vienen las boinas de color de bilis
y moscas de cadáver.
Un ejército entero contra un puñado de hombres.
Un cielo bien nublado de aviones y de cuervos
contra un puñado de hombres.
Toda la cobardía y la mugre bimanas
remontadas a las nubes, contra un puñado de hombres
y aún tiemblan los aguados cojones de alquiler,
ante esa sola sílaba insufrible:
el Che, el Che.
Y en tanto él y los suyos desafían
a la bestia mundial
babeante y erizada de dólares y crímenes,
los prudentes del mundo se han cruzado de brazos
presenciando la escena inenarrable:
los izquierdistas de zurdez infracta,
los curas accionistas de fábricas de armas,
los de las democracias con cruz y dividendos,
los revolucionarios con palomas y olivos.
Han muerto ya los suyos hasta el último
-Joaquín, Braulio, Alejandro-
o están muriendo ahora –Tania, Peredo, Cubas-.
Los cirujanos de la muerte avanzan.
Olor a tumba abierta exhala de sus fauces,
pero la muerte es ñata y no los huele:
ella, que busca ahora
sólo auscultar un tórax entre los otros, oye
resollar de leones en su asma.
El Che aún combate.
Está sin piernas, pero aún combate.
Detrás de su melena y sus heridas,
sangriento, sudoroso, ululando, tosiendo,
con reniegos, con lágrimas, con gritos,
ardiendo y humeando,
tumefacto, escarlata, espantoso, supremo,
demonio puro traducido a arcángel,
buen señor de la vida y de la muerte,
hijo padre del hombre,
ya cabalgando sobre las edades.
Una muerte asustada de sí misma
por haber intentado matar lo que no muere.
Pues siempre hay un peldaño más bajuno,
en la escalera del descenso humano.
"Tiren, no tengan miedo".
De su luz sólo queda una sonrisa
de desprecio capaz de congelar el trópico.
Como lo perros que mean una mata de nardos,
asesinan ahora su cadáver,
y mutilan la mano que sembraba el futuro,
y avientan bien el resto en ceniza y en humo
y pesadilla.
Mientras tanto su América
se hace crespón y nubarrón de golpe,
y la tierra se arruga como gusano hollado,
y los montes doblegan la testa encanecida,
y enronqueciendo de repente
los ríos acarrean hasta el mar sus sollozos
de sal e infinitud como los suyos.
Mientras el viento aúlla las estrellas
por su amo perdido,
nubes y almas inician un temporal de llanto:
un llanto de cuchillos fundidos gota a gota.
Pues dicho está que todo agravio
Resultó impracticable contra un quidam
que cayó para alzarse sin derrumbe posible.
(Su boina asciende a gorro frigio
del continente que alza al fin sus puños).
Triste de él en la noche de la hecatombe ciega,
feliz de él en la aurora de su muerte sin tumba.
El Che, el Che, el Che,
muerto de días pero no de siglos,
joven ya para siempre,
aproximando ahora más que antes,
la juventud y púrpura del mundo
hacia el alba del nuevo crecimiento!
Luis L. Franco – Argentino, catamarqueño
1898 - 1989