martes, 29 de noviembre de 2011

Poema al Che Guevara Catamarca Luis L. Franco argentino poeta El Che y las Masas

Graciela Almada  
Lunes, 28 de Noviembre de 2011
Para: Eladio Gonzalez
Asunto: Poema Che

Eladio, me lo envió un oyente, es de un poeta catamarqueño. Extraordinario, yo no lo conocía...

Saludos.  Graciela Almada.-

 

EL CHE Y LAS MASAS

 

                     I

         Los sumergidos

 

Terapeuta del oxígeno,

asfixiado de patrias, te echaste a rodar tierras,

a rodar mapamundi,

en busca de algún modo de aliviar el sistema

respiratorio de nuestra alma, hermano.

 

Así fue cómo un día

junto a Fidel jugaste con la muerte

tal como el viento juega con banderas o crines.

Días ya sin eclipse y Cuba libertándose

de sus legañas y del dólar.

(Cuba,

            anclada en el ombligo del trópico y el mar,

con velamen y mástiles en forma de palmeras,

mueve ahora su proa hacia el futuro,

hacia donde se vuelven tambien los girasoles.)

 

Tú eras como un monte

que no se apea nunca de su cima,

pero tu alma tenía ese color de alba

de la cascada que desciende

desde la altura a redimir los yermos.

¡Corazón ese tuyo galopando

en la noche hacia el día

entre una polvareda de estrellas y rocío!

 

Fuiste entonces creciendo como río de invierno

emancipado por la primavera.

Te laurearon estratega del coraje absoluto.

Pero no era todo.

Tu práctica de eventos, de ideas y de hombres

fue como un olivar rescatador de tierras

trocadas en escorias por las minas,

pero no era todo.

Descubriste tambien que la ternura

rescate de los héroes futuros,

es la leche nutricia de la tierra,

y que si hay coro de ángeles

es el acorde sacro del corazón del hombre.

 

Tu América,

la de color de surco y trigo,

estaba en tus adentros.

Sus Amazonas, Platas y Orinocos

(esos chorros que endulzan la mitad del Alántico)

como caudal y pulso de sus venas.

Los Andes, huesos tuyos.

La gea, verde o seca, carne tuya, profunda.

Y tambien el maíz

(con su leche que amaltea en la niñez del choclo)

que sigue siendo nuestro subsuelo y horizonte,

y en que el sol quechua o azteca

se volvía y se vuelve pan y vino y canción.

Y la papa,

manzana universal del edén sumergido.    

Y las frutas del trópico que salvan en sus odres

el néctar de los dioses mandados al subsuelo.

Y las maderas en que se repite

el tiempo detenido de los fósiles.

 

Llevabas en tu entraña a los indios ya hundidos.

Los Mayas,

que en Ilíadas puras

amasaron el trópico, el bosque y las estrellas

y en la razón humana descubrieron los números

que mandan en la música y el panal de la abeja.

Y los incas

que ordeñaron metales y flores de piedra,

que sabían de memoria el cielo

hasta hacer de las cimas cimientos de ciudades.

Y los Tíhuanacos que alzaron junto al lago

cuya espuma salpica la nieve de las cumbres,

una especie de orografía humana.

 

El invasor traía

menos fierro en el puño que herrumbre en la conciencia,

y bajo el cetro de la cruz,

la monarquía universal del fraude.

Y los indios,

mascando sombra y bebiendo estupor,

vestidos más de llagas que de harapos,

fueron mermando a prisa como un río en la seca.

(Alzados de su muerte sin cenizas ni olvidos,

Guatimocín, Lautaro y Tupac Amarú,

latían en tus puños, oh Che, una vez más).

 

América y su historia masacrada,

digo los indios de hoy, eran tu insomnio    

ellos, de espaldas al futuro

y siempre regresando

hacia un tiempo difunto

desde un presente intransitable.

Siglos de noche y sangre y látigo irredento.

Siglos de agachamiento y llanto enjuto

y mirar estancado.

Indio sepulto a medias en la caja que tunde

su corazón y el de la tierra en pena.

 

Tu primo intento, oh Che, de insertar tu latido

en el latir de un mundo sin sombra,

fue ofrecer un día

la lotería de la aurora a diablos

sumidos en un sueño más hueco que sus vientres:

desamarrarlos de sus dioses de greda

chupadores de chicha, rumiadores de coca,

y de sus dioses importados

libadores de médula y monedas.

 

Pero tambien, como el mejor, sabías

algo más hondo que el semen y el llanto:

Las fauces del expolio, como las de la tumba,

tragaron siempre sin prejuicios ni asco,

lenguas, credos, estirpes.

La esfinge sonsacada viene a explicar ahora

el profundo abolengo del sudor y el dolor,

el destino de piedra de los puños que amasan,

a más del pan, la historia:

siempre y aún metidos en un rojo ocaso,

zampados en la inopia como en una vendimia,

junto a los latifundios tragaleguas,

los del despojo y el ayuno.

El hombre denunciando en su escultura

la obscena vecindad del esqueleto.

Y la muerte trajeada de enfermera.

La confluencia del sudor y el llanto,

salobre hidrografía bajando de los Andes

 a golpear los dos océanos.

 

El todo que presiden

los grandes del empacho y el eructo,

que tapan con tedeums sus conciencias

de mantis religiosa que almuerza su consorte

y alza después los brazos a los cielos:

la Santa Trinidad

de la cruz, de la espada, y de la bolsa.

Y desde luego, amigos,

el árbitro del Norte

con su joroba de mochila,

con su barriga de vanguardia,

con sus uñas más largas que sus brazos,

galopando a horcajadas sobre el globo terráqueo,

usando de rodajas de su espuela

la Corona de Espinas.

 

Y sus laderos, los que ya saben

los que se otorgan los otoños opimos

y dejan que el invierno les cuaje los latidos

y les arrulle sus ensoñaciones

música de cadenas y monedas.

(Todo esto mientras el Kremlim

se lava las manos en agua de borraja).

 

                                II

 

                  Sabiduría de Aurora

 

Entonces como el gallo,

encarcelado en las tinieblas

 predice a voz en cuello

la insurrección del sol,

destilaste en tu entraña los jugos de la sombra

y tu sabiduría fue de asombro y aurora.

 

Fue siempre el fuego el número primero del mundo.

El alma no es soplo sino llama.

El asomo y fugar del devenir, llamas en danza.

Una intensa batalla se alberga en cada cosa.

En la armonía de lo discordante

el misterio se vuelve transparencia

y es todo cuanto una epopeya y un idilio.

En jadeo que es música

la mutación sin pausa de lo vivo prosigue.

Los lirios putrefactos dan un olor de angustia,

mas la oquedad de la carroña

ofrece alcoba al cuervo y a la cuerva en nupcias.

Lo infinito resuella y pulsa en lo finito.

Lo efímero se mece en brazos de lo eterno.

Vida y muerte son cambios de postura del Ser.

En la inmortal batalla no morimos del todo.

(Sólo la estupidez con aureola

pudo ver en la tumba

el subaerodromo del vuelo al Más Allá...).

 

Quién no se busca no se encuentra.

Quién no espera no puede hallar lo inesperado.

Bueno que un día el hombre se improvisó a sí mismo,

y después, una noche de insomnio, creó a Dios

a su imagen y semejanza.

 Y he aquí que el hombre se promueve y transforma

más que las mariposas y los sapos.

Hiñendo el polvo de ídolos y ruinas

improvisa en la historia sus presencias inéditas.

 

He aquí que las masas,

las masas sin más odio que su hambre,

ni más resentimiento que su harapo,

enyugadas no menos que los bueyes con que aran,

cautivos en los surcos como en rejas de cárcel,

o en las noches sin alba de las minas,

o en el infierno insepulto de los hornos,

las masa que no cumplen cumpleaños,

pues siempre cumplen siglos de miserias:

ahora están encintas de una hégira inminente.

No fue Jesús sino el sudor impago  

quien multiplicó los peces y los panes,

remontó las pirámides y azuzó las galeras.

Con sudor, no con agua, es que se riega el surco,

y con sudor se moja la argamasa,

y con sudor se leuda el pan,

y el sudor salva al fierro de su infierno en la fragua.

Gloria a la universal materia prima!

 

El cerebro y las manos son la ecuación humana.

Si es capaz la rutina de herrumbrar el relámpago,

la historia quiere ya 

derrotar los inviernos y las lápidas,

desenyugar al hombre del salario y el miedo

y encontrar algún día

el sudor insurrecto, la humillación en armas,

el arte de saltar del gemido al combate,

la lava puesta en pie para explorar las cimas...

 

Siglos de polvo y fuga ante los intangibles

se volverán contra ellos hechos temblor de tierra:

el hambre comerá y la sed beberá,

y (algo más alto que las astronáuticas)

el alma entonces alzará su voz.

 

                                III

 

                          Punta del Este

 

Como palmera o salto de agua en el desierto,

suena la voz de él aquí en Punta del Este.

Su risa, ruido de cadenas rotas.

Como canción de cuna o de torcaza

esa palabra suya bajando hacia los suyos,

y de pronto, en su voz,

ya descendiendo sobre los guardianes

de nuestra catalepsia,

una voz de montaña charlando con los llanos...

 

Y los sordos de herencia y conveniencia

tienen que oír la voz.

Y los que acuñan y reacuñan

mentiras muertas en idiomas muertos,

tienen que oír la voz.

Y los ya amortajados en sí mismos,

o que besan la mano que los castra,

tienen que oír la voz.

Los generales del azúcar, el estaño, el petróleo,

la carne y las ideas envasadas,

autorizando su estrategia tránsfuga

en los astrólogos del dólar

(los de cerebro marsupial y vientre

con botas de canguro cegada de monedas)

tienen que oír la voz.

 

Y el aire, el aire cruje como escarcha pisada

cuando en las barbas mismas del sanedrín del oro

la voz canta sin prisa ni demora

la ratería alzándose a epopeya,

la flota funcional de dividendos

navegando en las olas del sudor y del llanto,

(ay el subdesarrollo piloteado!)

y su devocionario de Somorra

y su moral publicitaria envuelta 

en celofán aséptico,

y su filantropía de cuervos piadosos

ya enlutados, sabéis, por el difunto...

 

Cuando calla la voz puede advertirse

que todo ha ido enrojeciendo:

las paredes, las lámparas, el ámbito y la historia,

todo está rojo de rubor,

menos los dignatarios ya con color de lápida.

 

                                  IV

 

                      El hombre nuevo

 

El Che dialoga con su eco:

"Meras acefalías coronadas, los reyes,

pero el hombre que tiene

de corona real el pensamiento

                                   (¡Su majestad el Hombre!)

prefirió abdicarla y abdicar el mundo.

Su fobia al falo que alza su vertical augusta

por sobre el horizonte yacente de los féretros,

su esquivez a lo bello como a un pecado en ciernes,

su pasión por la dieta

                             de memorándums y ensueños tránsfugas,

su vocación de miedo de tumba y más allá

y su rutina de utopías,

han ido al cabo desalmando su alma.

Nuestro galán atómico sigue ignorando aún

que ni tierra ni espíritu son un valor de cambio

y que la higiene del futuro exige

dejar al mercader aquende de la historia.

¿No es que a través de junglas y de siglos

viene el hombre esculpiendo con sus manos

y su alta nostalgia de futuro,

la forma decisiva de su alma?

El hombre es la vanguardia de sí mismo".

 

El Che dialoga con sus sueños:

"Los astros atraviesan su sustancia,

mas lo que importa es que él eche su propia luz.

El hombre repatriado a sí mismo eso es todo.

Hablo en nombre del alma,

de la manos callosas en el timón del mundo,

verificando que el pájaro es más chico que sus alas,

la vida más hermosa que la inmortalidad,

y, más hermosa que la vida,

la libertad que ahora, como el verso o la música

comienza a emparentarse con las ciencias exactas.

Va a ser emancipado del pastor el rebaño

y del rebaño emancipado el hombre.

Libre de su sable el general,

volverán a ser hombres".

 

El Che dialoga con su alma insomne:

"Los labios son un rojo compromiso de besos

del beso que nos nutre mucho más que el bocado.

el amor siempre alerta para el combate puro,

los ojos dando entrada al firmamento humano,,

y el alma redactando su parte de victoria.

El hombre sobrehumano de humanidad, amigos,

pasando por encima de sus dioses,

terrestre y celeste como los grandes ríos".

(Esa su pasión y su alarido

y morirá por ellos inmortalmente un día.)

 

                             V

                 

                   Ingreso de la selva

 

La aurora está pasando lista

uno a uno a sus pájaros

ante la innumerable sonrisa del rocío.

Aquí termina la égloga.

Ay, bien cosida a la piel la selva

con su  gendarmería de mosquitos y píques

y su alfombra de fiebres!

Con las camisas sucias como su propia suerte,

con las botas rotosas como su itinerario.

Marchando de rodillas en penitencia de hereje

(con el fusil colgado de los dientes a uso

a uso de gata que traslada su mininos)  

usurpando los túneles urdidos por las antas.

Días sin luz a veces,

como el día enterrado de los mineros collas

dando ya olor y encierro de sepultura al bosque.

Y la quinta columna, digo el hambre,

metida ya en los huesos guerrilleros.

Con lengua de leona lamiendo a sus cachorros

se lamen las heridas y las penas gruñendo:

"con tal que no se herrumbre el hierro de la sangre".

Carne y hueso de crujido.

Mas sigue sacándole la lengua al cielo y al infierno.

Ya veces por ensayo ¡oh Che!

según estilo tuyo pateando en la sierra,

dando golpes que avientan la selva y los kepíes,

con cautivos devueltos de aguinaldo.

Para algo van llevando el alba en sus mochillas.

 

Los sanmartines y bolívares,

sin poder evitarlo o sin saberlo

fueron nomás los estrategos

del mostrador y el latifundio.

Pero tú, comandante en alpargatas, eres

el almirante de los náufragos.

El dolor irredento de los otros

te va partiendo el pecho

como el arado parte la tierra de la siembra!

El resuello sin rienda de tu alma

te aconsejó la desmesura:

te echaste al hombro media América en modorra.

(Donde tú y los tuyos amanecen

la historia hace la venia).

 

Mas he aquí que poco a poco

la selva misma se te ha puesto en contra:

los senderos aceptan el soborno,

y la CIA y los rangers han sobornado tu asma.

Los siervos que veneran la tradición sagrada

de sus propias cadenas, vuelven el lomo hipotecado.

Los del Kremlim ordenan la paz de los museos,

y los escribas mienten, ellos que nunca sudan

sudor y menos sangre, sudan apenas tinta,

para esconder como el jibión la fuga 

y arrojan su calumnia final como los monos

usan de proyectiles sus saldos digestivos.

 

                                  V

 

                   Muerte y Resurrección

 

Con almas tres veces más caninas que los perros

con que dan caza al hombre

por el crimen de leso Pentágono –ser hombre-

vienen las boinas de color de bilis

y moscas de cadáver.

Un ejército entero contra un puñado de hombres.

Un cielo bien nublado de aviones y de cuervos

contra un puñado de hombres.

Toda la cobardía y la mugre bimanas

remontadas a las nubes, contra un puñado de hombres

y aún tiemblan los aguados cojones de alquiler,

ante esa sola sílaba insufrible:

el Che, el Che.

 

Y en tanto él y los suyos desafían

a la bestia mundial

 babeante y erizada de dólares y crímenes,

los prudentes del mundo se han cruzado de brazos

presenciando la escena inenarrable:

los izquierdistas de zurdez  infracta,

los curas accionistas de fábricas de armas,

los de las democracias con cruz y dividendos,

los revolucionarios con palomas y olivos.

 

Han muerto ya los suyos hasta el último

-Joaquín, Braulio, Alejandro-

o están muriendo ahora –Tania, Peredo, Cubas-.

Los cirujanos de la muerte avanzan.

Olor a tumba abierta exhala de sus fauces,

pero la muerte es ñata y no los huele:

ella, que busca ahora

sólo auscultar un tórax entre los otros, oye

resollar de leones en su asma.

 

El Che aún combate.

Está sin piernas, pero aún combate.

Detrás de su melena y sus heridas,

sangriento, sudoroso, ululando, tosiendo,

con reniegos, con lágrimas, con gritos,

ardiendo y humeando,

tumefacto, escarlata, espantoso, supremo,

demonio puro traducido a arcángel,

buen señor de la vida y de la muerte,

hijo padre del hombre,

ya cabalgando sobre las edades.

 

Una muerte asustada de sí misma

por haber intentado matar lo que no muere.

Pues siempre hay un peldaño más bajuno,

en la escalera del descenso humano.

"Tiren, no tengan miedo".

De su luz sólo queda una sonrisa

de desprecio capaz de congelar el trópico.

Como lo perros que mean una mata de nardos,

asesinan ahora su cadáver,

y mutilan la mano que sembraba el futuro,

y avientan bien el resto en ceniza y en humo

y pesadilla.

 

Mientras tanto su América

se hace crespón y nubarrón de golpe,

y la tierra se arruga como gusano hollado,

y los montes doblegan la testa encanecida,

y enronqueciendo de repente

los ríos acarrean hasta el mar sus sollozos

de sal e infinitud como los suyos.

Mientras el viento aúlla las estrellas

por su amo perdido,

nubes y almas inician un temporal de llanto:

un llanto de cuchillos fundidos gota a gota.

 

Pues dicho está que todo agravio

Resultó impracticable contra un quidam

que cayó para alzarse sin derrumbe posible.

(Su boina asciende a gorro frigio

del continente que alza al fin sus puños).

Triste de él en la noche de la hecatombe ciega,

feliz de él en la aurora de su muerte sin tumba.

El Che, el Che, el Che,

muerto de días pero no de siglos,

joven ya para siempre,

aproximando ahora más que antes,

la juventud y púrpura del mundo

hacia el alba del nuevo crecimiento!

 

        Luis L. Franco – Argentino, catamarqueño

        1898 - 1989