jueves, 9 de mayo de 2013

Ernesto Che Guevara Orlando Pantoja Tamayo Pedro Hernandez Soto Antonio Macelo Chaubloqueo Venceremos Hasta la Victoria Siempre




Homenaje al Che Guevara
PEDRO HERNÁNDEZ SOTO   -   14 agosto de 2012
 
Ofrenda floral al capitán Orlando Pantoja Tamayo, “Olo”
El pasado jueves 9, día en que se cumplía con exactitud el aniversario 50 del rotativo provincial, por esas cosas de la vida, en camino hacia el Complejo Escultórico Memorial Ernesto Che Guevara transité  un tramo de la carretera de Camajuaní a Santa Clara, por donde mismo entró el Guerrillero Heroico, en diciembre de 1958, a una de los gestas que le inmortalizara.
Efectuaríamos allí un homenaje a ese paradigma del hombre del siglo XXI. A partir de ese momento mi pensamiento estuvo en repasar las convicciones y acciones de ese hombre, y de quienes le acompañaron en su gesta boliviana.
La batalla de Santa Clara es unos de los más importantes hitos de nuestras luchas libertarias. Creo que cada cubano ha aprendido su desarrollo. Estudié en la Universidad Central, donde la columna 8 instaló su primera jefatura. Fui compañero de “El Gallego”, el hombre que entregó el bulldozer a El Vaquerito para arrancar la línea de ferrocarril y descarrilar el tren blindado.
En innumerables ocasiones, en las efemérides de su apresamiento en la Quebrada del Yuro, hice el recorrido a pie, desde el centro docente hasta el crucero junto a trabajadores, profesores y estudiantes. He estado en incontables conferencias, talleres y simposios sobre sus acciones de guerra; he leído libros y visto videos sobre el particular.
Conozco el Complejo Escultórico desde la época de su construcción. Es una obra impresionante, domina la ciudad. En su plaza y calzada reúne los villaclareños en fechas y momentos memorables. La preside una estatua en bronce del Che que mide 6,80 m. y pesa 20 toneladas. Se levanta sobre un pedestal de 16 mts. de alto, de ellos visibles 10. Está orientada hacia el Sur, mirando hacia la serranía del Escambray, donde combatió con su columna 8, y a la América del Sur, allí por la libertad peleó y fue asesinado.
La figura del Che exhibe su maltratado uniforme guerrillero, el brazo derecho está enyesado y con la mano izquierda carga su fusil M-2, tal cual lo vieron los santaclareños en aquella memorable ofensiva.
Cuando llegamos ya nos esperaba un nutrido grupo de trabajadores de Vanguardia . De inmediato nos explicaron que este homenaje solo podía hacerlo colectivos con destacados resultados en la producción, los servicios, la docencia y la defensa. A continuación nos fueron pasando en total silencio, en pequeños grupos de cuatro, para ponernos de uno en fondo frente al parapeto que abriga los nichos con los restos de nuestros compañeros.
En aquel santuario a media luz, con muros de rocas, techo de fragmentos de madera y piso de grises lajas, se escuchó el Himno Nacional. Después la voz de la guía, situada a nuestras espaldas, fue dando, con pausas y armonía, los nombres de cada uno de los guerrilleros inhumados. Entonces el responsabilizado contestaba ¡Presente!, se acercaba al nicho que le habían designado, ponía su flor y se retiraba al final de su fila.
Mi emoción crecía con el desarrollo de la ceremonia. Y llegó el momento en que le tocó el turno al combatiente que tenía asignado. Para mí resonó aquel nombre más alto  que cualquier otro: ¡Orlando Pantoja Tamayo! ¡Olo!
Di un paso al frente coloqué la flor en su lugar, y dediqué todo mi reconocimiento -durante instantes que me parecieron siglos- a aquel joven campesino que terminó la Guerra de Liberación con los grados de Capitán del Ejercito Rebelde y dedicó su vida a la Revolución.
La mayor conmoción correspondió al momento de la ofrenda al Che. A su nombre todos los presentes contestamos con un fuerte y sentido ¡PRESENTE! La ofrenda floral hizo el joven reportero Landrey Lay Fabregat quien leyó a continuación una carta de su autoría:
COMANDANTE, acepté que usted había muerto un día de octubre de 1997, cuando vi pasar sus huesos cubiertos con una bandera cubana.
Tenía yo 13 años por ese entonces y estaba en octavo grado. Antes, en la pura infancia, confié en que algún día lo encontraríamos vivo en una prisión de América del Sur, organizando la lucha guerrillera desde un campo de concentración o quizás en un hospital militar, perdida la memoria y la gloria del gran hombre que un día fue.
Después vi a Fidel y a Raúl en esta Plaza, renombrándolo como jefe del destacamento de refuerzo, vi el inmenso tributo que le rindió el pueblo de Santa Clara y no quedó duda para mí, ni para ninguno de los pocos esperanzados que pudiéramos quedar en el mundo.
Por eso me conformé con llenar mi casa con siete retratos suyos, con ser un cubano que actúa como piensa y está dispuesto a cargar con las consecuencias que se deriven de sus actos.
Hago extensiva esta máxima al periódico Vanguardia, que hoy cumple medio siglo de existencia, y voto para que en los próximos cincuenta años la prensa cubana prosiga su lucha para mantener posiciones de vanguardia en el difícil contexto que estamos viviendo.
Ojala haya más periodistas dispuestos a enfrentar lo mal hecho, a mantener la actitud inconforme que usted nos legó, porque tales son los profesionales que nos hacen falta y no los que dicen sí con la cabeza para después renegar con el corazón.
No creo que hagan falta más palabras entre nosotros, sería como gastar la voz en cosas que ya están dichas.
Tampoco nos despedimos con un Hasta la victoria siempre, como se ha hecho costumbre, porque la victoria está siempre unos pasos más allá de donde la buscamos y cualquier triunfalismo a destiempo puede frustrar el sueño más hermoso del mundo. Nos despedimos con un abrazo cálido, Comandante, y la voluntad de seguir esta Revolución infinita.
Es la prueba más tangible de que los hombres como usted, aunque muertos, no están vencidos.