Homenaje al Che Guevara
PEDRO HERNÁNDEZ SOTO
- 14 agosto de 2012
Ofrenda floral al capitán Orlando Pantoja
Tamayo, “Olo”
El pasado jueves 9, día en que se cumplía con
exactitud el aniversario 50 del rotativo provincial, por esas cosas de la vida,
en camino hacia el Complejo Escultórico Memorial Ernesto Che Guevara transité
un tramo de la carretera de Camajuaní a Santa Clara, por donde mismo
entró el Guerrillero Heroico, en diciembre de 1958, a una de los gestas
que le inmortalizara.
Efectuaríamos allí un homenaje a ese
paradigma del hombre del siglo XXI. A partir de ese momento mi pensamiento
estuvo en repasar las convicciones y acciones de ese hombre, y de quienes le
acompañaron en su gesta boliviana.
La batalla de Santa Clara es unos de los
más importantes hitos de nuestras luchas libertarias. Creo que cada cubano ha
aprendido su desarrollo. Estudié en la Universidad Central, donde la columna 8
instaló su primera jefatura. Fui compañero de “El Gallego”, el hombre que
entregó el bulldozer a El Vaquerito para arrancar la línea de ferrocarril y
descarrilar el tren blindado.
En innumerables ocasiones, en las efemérides
de su apresamiento en la Quebrada del Yuro, hice el recorrido a pie, desde el
centro docente hasta el crucero junto a trabajadores, profesores y estudiantes.
He estado en incontables conferencias, talleres y simposios sobre sus acciones
de guerra; he leído libros y visto videos sobre el particular.
Conozco el Complejo Escultórico desde la
época de su construcción. Es una obra impresionante, domina la ciudad. En su
plaza y calzada reúne los villaclareños en fechas y momentos memorables. La
preside una estatua en bronce del Che que mide 6,80 m. y pesa 20 toneladas. Se
levanta sobre un pedestal de 16 mts. de alto, de ellos visibles 10. Está
orientada hacia el Sur, mirando hacia la serranía del Escambray, donde combatió
con su columna 8, y a la América del Sur, allí por la libertad peleó y fue
asesinado.
La figura del Che exhibe su maltratado
uniforme guerrillero, el brazo derecho está enyesado y con la mano izquierda
carga su fusil M-2, tal cual lo vieron los santaclareños en aquella memorable
ofensiva.
Cuando llegamos ya nos esperaba un nutrido grupo de trabajadores de Vanguardia .
De inmediato nos explicaron que este homenaje solo podía hacerlo colectivos con
destacados resultados en la producción, los servicios, la docencia y la
defensa. A continuación nos fueron pasando en total silencio, en pequeños
grupos de cuatro, para ponernos de uno en fondo frente al parapeto que abriga
los nichos con los restos de nuestros compañeros.
En aquel santuario a media luz, con muros de
rocas, techo de fragmentos de madera y piso de grises lajas, se escuchó el
Himno Nacional. Después la voz de la guía, situada a nuestras espaldas, fue
dando, con pausas y armonía, los nombres de cada uno de los guerrilleros
inhumados. Entonces el responsabilizado contestaba ¡Presente!, se acercaba al
nicho que le habían designado, ponía su flor y se retiraba al final de su fila.
Mi emoción crecía con el desarrollo de la
ceremonia. Y llegó el momento en que le tocó el turno al combatiente que tenía asignado.
Para mí resonó aquel nombre más alto que cualquier otro: ¡Orlando Pantoja Tamayo! ¡Olo!
Di un paso al frente coloqué la flor en su
lugar, y dediqué todo mi reconocimiento -durante instantes que me parecieron
siglos- a aquel joven campesino que terminó la Guerra de Liberación con los
grados de Capitán del Ejercito Rebelde y dedicó su vida a la Revolución.
La mayor conmoción correspondió al momento de
la ofrenda al Che. A su nombre todos los presentes contestamos con un fuerte y
sentido ¡PRESENTE! La ofrenda floral hizo el joven reportero Landrey Lay
Fabregat quien leyó a continuación una carta de su autoría:
COMANDANTE, acepté que usted había
muerto un día de octubre de 1997, cuando vi pasar sus huesos cubiertos con una
bandera cubana.
Tenía yo 13 años por ese entonces y estaba en
octavo grado. Antes, en la pura infancia, confié en que algún día lo
encontraríamos vivo en una prisión de América del Sur, organizando la lucha
guerrillera desde un campo de concentración o quizás en un hospital militar,
perdida la memoria y la gloria del gran hombre que un día fue.
Después vi a Fidel y a Raúl en esta Plaza,
renombrándolo como jefe del destacamento de refuerzo, vi el inmenso tributo que
le rindió el pueblo de Santa Clara y no quedó duda para mí, ni para ninguno de
los pocos esperanzados que pudiéramos quedar en el mundo.
Por eso me conformé con llenar mi casa con
siete retratos suyos, con ser un cubano que actúa como piensa y está dispuesto
a cargar con las consecuencias que se deriven de sus actos.
Hago extensiva esta máxima al periódico
Vanguardia, que hoy cumple medio siglo de existencia, y voto para que en los
próximos cincuenta años la prensa cubana prosiga su lucha para mantener posiciones
de vanguardia en el difícil contexto que estamos viviendo.
Ojala haya más periodistas dispuestos a
enfrentar lo mal hecho, a mantener la actitud inconforme que usted nos legó,
porque tales son los profesionales que nos hacen falta y no los que dicen sí
con la cabeza para después renegar con el corazón.
No creo que hagan falta más palabras entre
nosotros, sería como gastar la voz en cosas que ya están dichas.
Tampoco nos despedimos con un Hasta la
victoria siempre, como se ha hecho costumbre, porque la victoria está siempre
unos pasos más allá de donde la buscamos y cualquier triunfalismo a destiempo
puede frustrar el sueño más hermoso del mundo. Nos despedimos con un abrazo
cálido, Comandante, y la voluntad de seguir esta Revolución infinita.
Es la prueba más tangible de que los hombres
como usted, aunque muertos, no están vencidos.