jueves, 28 de noviembre de 2013

Ramon Carrillo Marcelino de la Rosa General Manuel Belgrano creador de la Bandera Argentina batalla de Tucumán Chaubloqueo Museo Che Guevara toto





De: "FUNDACIÓN Dr. RAMÓN CARRILLO" [mailto:fundacion.ramoncarrillo@gmail.com]
Enviado el: jueves, 28 de noviembre de 2013 04:14 p.m.
Para: fundacion.ramoncarrillo@gmail.com
Asunto: 1812 - LA HOMÉRICA BATALLA DE TUCUMÁN, SEGÚN LA TRADICIÓN Y SUS PROTAGONISTAS


1812 - LA HOMÉRICA BATALLA DE TUCUMÁN

  SEGÚN LA TRADICIÓN Y SUS PROTAGONISTAS

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Por el Ing. geógrafo Marcelino de la Rosa
(1810 - 1892)
Nació en Tucumán en abril de 1810 y falleció en su provincia natal en 1892. Ingeniero geógrafo y agrimensor. Autor del plano del lugar en que se desplegó la trascendente batalla de Tucumán y de la obra «Tradiciones históricas de la guerra de la Independencia», un trabajo de recopilación y reconstrucción in situ de los hechos históricos, según los relatos que obtuvo de los propios protagonistas. – Retrato tomado de una fotografía.



CARTA DEL GRAL. BARTOLOMÉ MITRE DIRIGIDA AL ING. MARCELINO DE LA ROSA

Buenos Aires, setiembre 10 de 1885.

Estimado compatriota y amigo:

Oportunamente recibí por conducto de nuestro amigo el señor don Belisario Saravia, el precioso croquis que Vd. tuvo la bondad de confeccionar, valiéndose de sus recuerdos y de sus conocimientos personales y científicos del terreno de los alrededores de Tucumán, con el generoso y patriótico objeto de suministrarme datos á fin de ilustrar gráficamente la memorable batalla alcanzada por el general Belgrano en 1812. Es un trabajo notable, que hace honor á Vd. y por el cual le anticipé mis agradecimientos, que ahora reitero.

Como acto de justicia y en prueba de mi agradecimiento, en el plano topográfico de la batalla de Tucumán que he mandado grabar en Paris para la 4ª y definitiva edición de la «História de Belgrano», le he puesto la siguiente inscripción: «Plano coordinado por Bartolomé Mitre, según datos del ingeniero geógrafo don Marcelino de la Rosa combinados con la tradición».

He leído después la carta esplicativa de fecha 1º del corriente que con respecto al croquis dirijió Vd. al señor Saravia para que me la comunicase, la cual conservaré como un valioso documento.

Posteriormente he recibido su muy interesante carta esplanatoria del 11 del corriente, que he estimado mucho como una muestra de su buena voluntad, á la par que de su inteligencia profesional y de su patriotismo, en que se combinan todos estos elementos, y que igualmente conservaré como un recuerdo suyo á la vez que como un documento histórico.

Habiendo marchado ya mi manuscrito á Paris, no tendré tiempo de utilizar las observaciones y correcciones que Vd. me hace, pero las tendré muy presente para aprovecharlas en alguna oportunidad, á fin de que su trabajo sea utilizado como corresponde.

Me admira la fidelidad de su memoria y la firmeza de su pulso en la edad á que felizmente ha alcanzado, y sobre todo la lozanía de sentimientos juveniles que revelan sus escritos, y le deseo largos años de vida y prosperidad, ofreciéndome á Vd., en cuanto pueda serle útil ó agradable.

Me considero muy feliz en haber tenido ocasión de estrechar con Vd. relaciones, no solo por la utilidad que de ello puedo haber reportado para bien de la história pátria, sino por la favorable idea que de su persona y cualidades tenía, y que hoy me ha sido confirmada.

Quiera contarme en el número de sus amigos y disponer como guste de su affmo., compatriota y S. S.
Bartolomé Mitre.


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Plano del escenario en que se desarrolló la batalla de Tucumán – Confeccionado por el Ing. geógrafo y agrimensor Marcelino de la Rosa. Plano primordial que se empleó para representar gráficamente la batalla de Tucumán.
(Fuente: Marcelino de la Rosa; "Tradiciones Históricas de la Guerra de la Independencia Argentina". Tucumán, 1890. Apéndice de las "Memorias del General Gregorio Aráoz de La Madrid". Publicación Oficial. Tomo I. Establecimiento de Impresiones de Guillermo Kraft, calle de Cuyo 1124. Bs. As, 1895)




Plano_del_Gral_Bartolomé_Mitre_Batalla_de_Tucumán.jpg
Plano de la batalla de Tucumán – Cartografía del Ing. Marcelino de la Rosa, redibujada para ilustrar la cuarta edición de la obra "Historia de Belgrano" de Bartolomé Mitre.


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TRADICIONES HISTÓRICAS
DE LA
GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA

Al compaginar estos recuerdos, recogidos de la tradición oral, no tenemos otro propósito que hacer conocer ciertos acontecimientos gloriosos para el pueblo tucumano, que tuvieron lugar en la inmortal epopeya de la guerra de nuestra independencia.

La memorable batalla del 24 de septiembre de 1812, librada en los extramuros de esta ciudad, que es una de las más gloriosas de las armas argentinas, le valió á Tucumán el renombre de Sepulcro de la tiranía, como más tarde, el 9 de julio de 1816, le valió también el de Cuna de la independencia, con motivo de haberse instalado en esta ciudad el Congreso Argentino, que, con heróica valentía, proclamó ante la faz de las Naciones nuestra emancipación política de la Metrópoli.

Pero aquel primer timbre de honor que se le discernió á Tucumán, no fué solamente por la participación que tuvo en aquella inmortal jornada, sinó que fué más aún por el hecho de haberse levantado espontáneamente en masa á tomar las armas en defensa de la pátria, al tener noticia de que el ejército patriota que operaba sobre Jujuy, se retiraba para Córdoba por el camino que de Salta iba directamente á Santiago del Estero, sin llegar á esta ciudad, en cumplimiento de órdenes del Directorio de Buenos Aires.

Este hecho heróico del pueblo tucumano, y algunos otros incidentes de gran importancia que tuvieron lugar el día de la batalla, se han escapado al ojo escudriñador y penetrante del autor de la "Historia de Belgrano", sin duda por falta de buenos datos, los que se han conservado por la narración oral que nos hacemos eco para referirla tal como la recogimos de boca de nuestros antepasados.

Pero, como el recuerdo de esos hechos gloriosos para Tucumán fatalmente se va perdiendo, á medida que las generaciones que figuraron en esa inmortal lucha van cayendo en la tumba, y como á cada instante perdemos algunos de esos preciosos hilos que nos ligaban á aquellos tiempos homéricos, borrándose así poco á poco muchos recuerdos gloriosos y hasta los nombres de los preclaros ciudadanos que se distinguieron en primera línea, consideramos que es un deber de patriotismo salvarlos del olvido.

Este deber nos impone la obligación de contar á nuestros hijos lo que vimos en nuestra infancia, y de referirles lo que oímos á nuestros padres sobre todo lo referente á lo que hicieron para legarnos una Pátria libre é independiente.

Los sucesos de que vamos á ocuparnos, no serían bien comprendidos sin el conocimiento de algunos de sus antecedentes, y del teatro en que se desenvolvieron, por lo que creemos indispensable que antes de narrarlos demos algunas esplicaciones al respecto para su mejor inteligencia, haciendo al mismo tiempo una ligera digresión para dar mayor autoridad á nuestras palabras.

No podemos decir con propiedad que hemos sido contemporáneos á los sucesos que ocurrieron en el año de 1812, no obstante de que hemos nacido á fines de abril de 1810, porque en 1819 recién pudimos darnos cuenta de lo que pasaba á nuestra vista. Sin embargo, hemos estado después en contacto con los que fueron actores ó espectadores, hemos vivido entre la generación que presenció ese drama sangriento desarrollado en los sudburbios de esta ciudad.

El conocimiento de los más ínfimos detalles é incidentes que ocurrieron en la batalla eran notoriamente vulgares á todas las clases sociales. Sin embargo los datos de que nos hemos servido, no los hemos tomado de la masa común del pueblo, sino de las personas más conspícuas y espectables de nuestra sociedad de entonces
[1].

La tradición disiente completamente de la "Historia de Belgrano" en los detalles de algunos sucesos. Además, en la parte descriptiva de las provincias de Salta y Tucumán y en lo relativo al curso de los ríos, se ha incurrido en gravísimos errores que si bien estos en nada afectan al fondo de la historia, es necesario rectificarlos para la buena inteligencia de los sucesos.

Para corroborar este aserto vamos á copiar en seguida un párrafo de la Historia que dice así: "El río Juramento ó Pasaje divide á Tucumán de Salta y en el punto en donde abandona el nombre de Guachipas y toma el de Pasaje, forma un notable ángulo saliente, que avanza hácia el Norte y continúa con la denominación de río Salado cubriendo ambas fronteras por la parte del Gran Chaco."
[2]

Todo este párrafo es completamente erróneo. Los que conocen esas localidades, saben que el río Pasaje no divide á Tucumán de Salta sino el río Tala, distante de aquél como 30 leguas, más ó menos, al Sud; y saben también que al desprenderse el Pasaje de la Sierra que ciñe por el Naciente el Valle de Lerma, de donde sale, se dirige, en rumbo general al Este, Sud-Este, y que con esta dirección, más ó menos, penetra en la provincia de Santiago del Estero, en donde tomando la denominación de Salado, pasa como 18 ó 20 leguas al Naciente de esta ciudad, formando así, en cierta manera, la frontera Oeste y Sud del Gran Chaco Austral y va á derramar sus aguas en el caudaloso Paraná al Norte de Santa Fé.


Descripción de los caminos entre Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero

El antiguo camino carretero que venia de Jujuy y de Salta para las provincias del Sud y que es el mismo que hoy existe, se bifurcaba entonces, como sucede hoy mismo, en el lugar denominado Yatasto, al Sud de Metán. El que se apartaba á la izquierda, se dirijía hácia el Naciente, é iba á despuntar un cordón de sierras que se ven á esa parte, distantes cinco ó seis leguas, que corre de Sud á Norte y que tiene su origen á poca distancia al Norte de la ciudad de Tucumán, y así que doblaba dichas sierras y sus adyacentes, se dirijía al Sud, en cuyo rumbo cortaba esta provincia en su ángulo Nord-Este, en el departamento de Burruyacú, é inclinándose en seguida al Sud-Este, se internaba en la de Santiago del Estero. Este camino solo era transitado en aquella época por las tropas de mulas que se llevaban del Litoral á las tabladas de Jujuy ó al Alto Perú.

El otro que quedaba á la derecha, era el carretero, ó como se llamaba entonces, camino real. Se dirijía al Sud y conducía directamente á Tucumán, atravesando por el Rosario de la Frontera y demás poblaciones que se conocen actualmente sobre la vía férrea, y pasando el río Tala entraba en esta Provincia. La primera población que tocaba era la de Trancas, pueblo muy pequeño y de muy pocos habitantes; en seguida pasaba por las demás poblaciones, que es inútil nombrarlas, hasta llegar á Tapias, que era la Posta, cuya habitación estaba media legua más al naciente de la que hoy existe. De allí, pasando el río de este nombre y el Saladillo, que estaba en seguida, se internaba en el monte de El Alfatal que venía á salir al lugar de la Aguadita, en la Cañada de Los Nogales, distante dos leguas y media al Norte de esta ciudad.


La cañada de los Nogales

Era esta en aquellos tiempos, un campo despejado, cubierto de grandes pajonales, y con pequeñas prominencias en el terreno, cercados con pequeños grupos de árboles. Tenía la figura de una elipse prologada é irregular, circunvalada de montes altos y espesos. En su parte Sud había una especie de gran portada, que la formaban dos hileras de montes, que se dirijían á encontrarse en sentido contrario, dejando un espacio limpio y despejado como de dos á tres cuadras, por lo que se llamaba á este lugar La Puerta Grande. Pasada ésta se encontraba otro campo más pequeño, pero más despejado.

Al entrar el camino á esta Cañada, se dividía en dos ramales: el de la derecha que era el carretero, ó camino principal, se dirijía al Sud por el centro de ella, que luego la abandonaba á la izquierda para tomar la dirección á la Puerta Grande, en donde cambiaba de rumbo al Sud-Este, y se dirijía al punto en que hoy está situado el Pueblo Nuevo; siguiendo adelante, pasaba, con dirección al Sud, rozando los éjidos del poniente de esta ciudad, y volvía á tomar su dirección anterior para dirijirse al lugar de Santa Bárbara, situando sobre el río Salí.

El otro también era para vehículos, se apartaba á la izquierda, con el nombre de camino del Alto, el cual subiendo la suave pendiente de la Cañada, penetraba á un monte alto que se llamaba de Los Sosa, pasado el cual, atravesaba por un terreno despejado, poblado solamente en algunas partes de poleares y matorrales, y entraba á esta ciudad por la calle del Cabildo, hoy «25 de Mayo».

Si nos hemos detenido demasiadamente en la descripción de estos caminos, es porque de su conocimiento depende la buena inteligencia de los sucesos que se van á desenvolver.

Según lo asevera la historia,
[3] el general Belgrano traía la idea desde Jujuy de hacer pié en Tucumán y esperar al enemigo para batirlo; pero los hechos y las medidas que tomó, contradicen esa aserción, porque si tal pensamiento hubiera traído, habría con anticipación prevenido á las autoridades de Tucumán y Catamarca que reúnan sus milicias y las sujeten á disciplina; que reúnan caballadas y todos los elementos de guerra de que pudieran disponer hasta su llegada. Además, habría venido directamente á Tucumán, y nó por el camino de Santiago del Estero, que lo distanciaba más de veinte leguas de esta ciudad. Todo esto prueba que el general Belgrano no se había resuelto á venir á Tucumán. Sin embargo es forzoso convenir en justa reparación al honor del ilustre General, que el plan de campaña que había concebido y premeditado, de antemano, era aquel, como lo manifiesta en sus repetida correspondencia al Director de Buenos Aires [Bernardino Rivadavia]; pero éste se lo cruzaba, ordenándole terminantemente y con apremio que se retirase á todo trance á Córdoba, llevando todo su tren de maestranza, destruyendo y quemando [4] todo aquello que no pudiera llevar, conminándole su cumplimiento con la más estricta responsabilidad.

Es histórico que después del combate del río de Las Piedras, el enemigo se hizo más cauto, y ya no hostilizó ni persiguió á los patriotas, dejándolos marchar libremente. Así, pues, sin inconveniente alguno, nuestro pequeño ejército llegó á Yatasto, en donde tomó el camino de la izquierda, que conducía directamente á Santiago del Estero. Mientras tanto en Tucumán, ni en las demás provincias del Sud, nada se sabía de esta determinación del ejército patriota, por lo que había en el pueblo una ansiosa espectativa y alarmante inquietud. En esas angustiosas circunstancias llegó el Teniente coronel don Juan Ramón Balcarce con un corto piquete de soldados, mandado por el general Belgrano desde Burruyacú con el objeto de recoger todas las armas que hubieren en la Provincia, ya sean las del servicio público ó ya sean de los particulares. Inmediatamente de llegar este jefe, mandó publicar un bando ordenando que en un término muy perentorio y bajo penas severas, todo el mundo presentase sus armas, sean de la clase que fuesen, y sin distinción de personas. Como es de suponerse, esta órden, y las fatales noticias que en esos momentos circularon de que el ejército patriota se retiraba para Córdoba, sin llegar á esta ciudad, y de que el enemigo estaba en marcha sobre Tucumán, produjeron un gran estupor y una espantosa confusión y aturdimiento, que era como decirle al pueblo: sálvese el que pueda.

Era tan apremiante y tan obligatoria la orden de entregar las armas, que el Oficial del ejército don Rudecindo Alvarado que accidentalmente se encontraba en esta ciudad, tuvo que enviar también su espada, pero luego se la devolvieron
[5].

La presencia del peligro parece que hubiera sido un poderoso incentivo para enardecer el patriotismo y retemplar el corage del pueblo tucumano. Jamás há existido uno en aquella época, más vigorosamente arraigado en el corazón del tucumano, ese noble y elevado sentimiento de amor á la patria. A su invocación todo se sacrificaba: vida, hacienda, honores y fama.

Así fué, que todos los ciudadanos corrieron espontáneamente á la plaza para organizarse militarmente. Tocaron las campanas del Cabildo llamando al pueblo, y á los cabildantes. Reunida esta corporación y en sesión pública, dispuso destacar una diputación ante el general Belgrano en solicitud de que no abandonase á Tucumán sin hacer antes algún esfuerzo para probar fortuna en un combate, ó por lo menos detenerlo, retirándole todo los recursos de movilidad y abastecimiento, hostilizándolo de todas maneras, á fin de debilitarlo reduciéndolo á la impotencia, para lo que la estación les era muy favorable.

Fueron nombrados para desempeñar esa Comisión el coronel don Bernabé Aráoz que á la sazón era la autoridad principal del país, y el alma de ese movimiento patriótico del pueblo, patriota exaltado y decidido, muy prestigioso en toda Provincia, y de una posición expectable en nuestra sociedad de entonces; el Cura y Vicario de esta ciudad Dr. don Pedro Miguel Aráoz, hombre de talento natural é inteligencia clara, de fácil y vehemente palabra, y como coadjutor el Oficial de ejército don Rudecindo Alvarado
[6].

La Comisión se dirigió primeramente al alojamiento del coronel Balcarce, á quien le hizo saber el objeto de su misión ante el general Belgrano, que la aprobó con decisión, y acordando con dicho Jefe el enrolamiento de los cívicos y ciudadanos que concurriesen á alistarse, se trasladó al Cuartel General que estaba en Burruyacú. Allí, el general Belgrano la recibió con demostraciones de una cordial estimación, y habiéndole hecho presente su moción, poniendo al mismo tiempo á su disposición todos los elementos y recursos que la Provincia pudiera disponer, el General contestó que su solicitud estaba en perfecta armonía con sus vistas á ese respecto y con el plan de campaña que se había trazado de antemano; pero que estaba contrariado con las órdenes severas del Directorio, que le ordenaba retirarse á todo trance á Córdoba, las que tenía forzosamente que cumplir contra su voluntad. Entonces la Comisión, insistiendo en su propósito, redobló sus argumentos, y hasta se permitió exponerle que abandonar al pueblo, quitándole sus armas, era dejarlo maniatado á disposición del enemigo; y que dada la exaltación de los ánimos, no sería extraño que se sublevase y lo hostilizase en su marcha. El general Belgrano que buscaba un pretexto para desobedecer las órdenes descabelladas del Gobierno de Buenos Aires, ninguno más á propósito, ni más oportuno que el que se le presentaba, se decidió á venir á Tucumán; pero pidió á la Comisión que se le facilitara veinte mil pesos plata para socorrer la tropa, y mil quinientos hombres de caballería. La Comisión le ofreció el doble de ambas cosas.

Inmediatamente dió orden al ejército de ponerse en marcha con dirección á esta ciudad, y él acompañado de la Comisión, se adelantó, y cuando llegó á esta, fué directamente al cuartel á saludar á sus nuevos soldados que, en número de cuatrocientos á quinientos hombres estaban en ejercicios.

El tiempo era muy apremiante; no debía perderse un instante, porque de un momento á otro el enemigo debía aparecer. Inmediatamente se pusieron en acción y movimiento las pocas herrerías y carpinterías que había en la ciudad. El general Belgrano, desplegando una asombrosa actividad, se multiplicaba en todas partes. Tan pronto estaba en los talleres donde se hacían lanzas, ó se componía el armamento del ejército, como en los cuarteles ó en el campo de instrucción; todo lo inspeccionaba, no tenía descanso, porque se trabajaba de día y de noche. Pidió contingentes de hombres á Santiago y á Catamarca.

Por otra parte el coronel don Bernabé Aráoz y su hermano el Cura don Pedro Miguel y otros ciudadanos de distinción, tampoco descansaban un momento en reunir las milicias de la Provincia, caballadas para montar estas y el ejército, ganado vacuno para su mantenimiento; y tantas otras cosas que se necesitan, en tales casos, en un ejército. Felizmente el enemigo demoró en presentarse diez días, tiempo precioso, que lo aprovechó ventajosamente el general Belgrano en medio prepararse.

El ejército español, después del combate del río de Las Piedras, avanzó hasta Metán, en donde se estacionó doce días, más ó menos, con el objeto de dar descanso á su tropa y esperar la incorporación de algunas divisiones que quedaron rezagadas. Conseguido esto emprendió su marcha, y llegando á Yatasto, tomó el camino real que venía directamente á Tucumán. Allí vió la dirección del camino que llevaban los patriotas y el macizo de sierras que se interponían entre ambos caminos, y supuso que estas no se comunicaban más adelante y que por consiguiente el general Belgrano ya estaría, cuando menos, en Santiago del Estero ó muy distante de Tucumán.

La falta de conocimiento de la topografía de estas tres Provincias lo indujo en un error gravísimo, que le fué tan fatal. En la seguridad de que en Tucumán no había ninguna fuerza que le hiciera resistencia, continuó su marcha con plena confianza. Pero, desde allí, principió á notar el vacío que se hacía en su alrededor, porque todos los habitantes de las inmediaciones del camino huyeron á los montes con sus familias y con todo lo que poseían; y dejándolas en seguridad, volvían con sus amos ó con sus chuzas á hostilizar al enemigo. Cada uno era un Jefe que obraba de su propia cuenta, ya sea aislada ó colectivamente; de manera que en los rumbos inmediatos al camino en cada matorral, en cada pajonal, y en cada árbol se puede decir, habían gauchos armados que caían de improviso sobre todo individuo que se separaba del ejército de suerte que el enemigo no dominaba más que el terreno que pisaba: todo le era hostíl y hasta los mismos elementos de la naturaleza estaban en su contra. Así fué que al pisar la provincia de Tucumán, el coronel Huici, Jefe de la vanguardia, acompañado de un Ayudante y de un asistente, se adelantó unas pocas cuadras, de sus fuerzas para entrar á la población de Trancas, cuando repentinamente cayó sobre él una partida de gauchos, que le tomó preso juntamente con sus acompañantes, y despojándolos de sus mejores prendas, y dinero, los hicieron volver á esta ciudad, y esa misma noche estuvo en presencia del general Belgrano.

Esas partidas de gauchos voluntarios seguían al enemigo como moscas, batiendo el campo en su alrededor, y al más pequeño amago del enemigo se metían á los montes para volver aparecer de nuevo más  tenaces, dando cuenta hora por hora al general Belgrano, de sus movimientos. El 22 de setiembre llegó á Tapias, en donde pernoctó esa noche, de lo que inmediatamente tuvo aviso el General patriota. Mientras tanto el general Tristán venía completamente á ciegas, porque no encontró en toda su marcha una sola persona que le diera noticias del estado de las cosas, y las que encontraba en los ranchos, eran viejos y viejas que no podían moverse, por consiguiente que nada sabían.

No se imaginaba ni remotamente de que el general Belgrano estuviera en Tucumán, y creía que las partidas de gauchos que lo molestaban, eran puramente movidas por el interés de robar y saquear á todos los que se desprendiesen de su ejército.

El 23, el general Belgrano á la noticia de la proximidad del enemigo, salió de la ciudad y fué á tender su línea al Nor Oeste, dando el frente al norte, sobre la pendiente de un bajo que era la continuación de la cañada de los Nogales, cuyas señales se encuentran hoy á pocas cuadras al Norte del Aserradero mecánico que fué de don Emilio Palacios. Allí esperó formado toda ese día y por la tarde recién apareció el enemigo en la cañada, en donde acampó. Con ese motivo el General patriota replegó su infantería á la plaza, cuyas calles principales estaban foseadas y artilladas convenientemente, á una cuadra de la misma, dejando afuera su caballería.

Ese día se incorporó al ejército el contingente de Santiago del Estero, que más valiera que no hubiera venido por el resultado que dió.


El campo de las Carreras

La parte Oeste y Sud de esta ciudad era en aquella época una planicie limpia y despejada, en la que ni se veía ningún arbusto, ni matorral que interceptara la vista, cubierta su superficie de una yerba, que se llama grama. Su amplitud en su parte más angosta, que era al Poniente de la ciudad, tenía como tres cuartos de legua, y un poco más al Sud, tenía más de una legua de ancho, de Naciente á Poniente, y como tres leguas de largo de Norte á Sud. Corría en sentido de su longitud, pasando muy próximo á la ciudad, una suave ondulación en el terreno que aun hoy puede notarse en las quintas de don N. Lillo, de don Augusto Abadie, de don Augusto Aráoz y del Dr. Próspero García. La Cancha de las Carreras estaba como á una cuadra más ó menos al Naciente de esa hondonada; y que es precisamente el mismo sitio que hoy ocupan la quinta que fué de don Manuel Anabia y la de don Vicente Gallo, y es también allí mismo en donde dos años más tarde se construyó el reducto de la Ciudadela
[7].

El 24 á la tres de la mañana, el general Belgrano salió nuevamente de la ciudad y fué á ocupar el mismo punto del día anterior, situación extratégica que le facilitaba ventajosamente rechazar el ataque que le tragera el enemigo por cualquiera de los dos caminos teniendo sus espaldas resguardadas por el pueblo. El General español que venía con la firme persuasión de que el ejército patriota no se encontraba en Tucumán, creyó entrar ese mismo día á esta ciudad, levantó su campo al toque de diana y emprendió su marcha por el camino que se apartaba á la derecha, dejando rezagado, para que más tarde siga sus huellas, el convoy en que traía su parque, pertrechos de guerra, equipajes, y los caudales de la caja del ejército.

Aquí es ocasión de referir un incidente, que no lo menciona la Historia de Belgrano, y al que la tradición le atribuye una influencia poderosa para el triunfo de ese día.

El oficial tucumano don Gregorio Aráoz de la Madrid, que ese día estuvo de guardia de avanzada, en observación del enemigo, cuando vió que éste venía por la mitad de la Cañada, prendió fuego al campo anterior á ésta. El voraz elemento luego se presentó aterrante en la Puerta Grande, obstruyendo el camino, y á medida que avanzaba, tomaba proporciones formidables, por los altos y espesos pajonales, que dada la estación, estaban muy secos. Este imprevisto accidente obligó al ejército á correr tumultuosamente, y en dispersión á salvarse en los montes de la derecha, que eran los más inmediatos, en donde encontraron, á la orilla del monte, el antiguo carril del Perú que hacía muchos años que estaba en desuso, y que solo lo transitaban los vecinos de los lugares para comunicarse entre sí
[8]. Por supuesto, que con esa corrida tan brusca y precipitada, todos los cuerpos del ejército perdieron su orden de marcha, continuando como su dispersión en una hilera confusa y desordenada, que abarcaba como una legua de extensión.

Esta fué, según la tradición oral, la verdadera causa del desvío que hizo el ejército español, y no un movimiento extratégico, como lo asevera la Historia de Belgrano, porque no se concibe que el general Tristán hubiese intentado tal evolución en un terreno que no conocía, ni tenía la más pequeña idea de su configuración. Por otra parte, venía tan desprevenido y con tal negligencia que la mayor parte de su tropa no estaba suficientemente amunicionada, y su artillería cargada á lomo de mula; y además, el orden de marcha que traía su ejército lo imposibilitaba para desplegar en batalla en un momento dado.

Bajo todo punto de vista, ese movimiento, ó maniobra, habría sido completamente inútil, y sin objeto: inútil, porque ninguna ventaja le habría reportado hacer un pequeño desvío para llegar á un punto, que lo mismo habría llegado viniendo por el camino más corto, que era el que traía; sin objeto, porque dada la convicción que traía de que el ejército patriota no estaba en Tucumán, no tenía razón de ser ese movimiento. De todo esto se desprende que el desvío que hizo, fué forzado por el incendio.

Siguiendo por el antiguo carril del Perú, llegó al Ojo de Agua del Manantial de Marlopa, situado á una y media legua al Oeste de esta ciudad, en donde le presentaron un aguatero que levantaba agua para traer al pueblo
[9]. El general Tristán le pagó á éste una onza de oro para que le llevase una pipa de agua á casa del Padre Jesuita don Pedro León Villafañe para bañarse ese día á las doce [10]. Este hecho es una prueba más, de que el General español traía la plena seguridad de que el general Belgrano no se encontraba en Tucumán.

Mientras tanto el General patriota, desde la posición que ocupaba, pudo ver á la simple vista, por entre la valada de los árboles, y por ser más elevado el terreno por donde iba el enemigo, la dirección que éste llevaba, calculó en el momento el punto en donde debía salir, é inmediatamente replegó su línea y se trasladó al Campo de las Carreras, que como se ha dicho antes estaba como á 9 ó 10 cuadras al Sud-Sudoeste de nuestra plaza.

Allí tendió nuevamente su línea de batalla dando el frente al Poniente sobre la suave ondulación de que hemos hablado antes, y que es precisamente la misma línea por donde hoy corre la vía ferrea Nacional.

No nos detendremos en describir de la manera como estuvieron formados los varios cuerpos del ejército patriota, porque ya lo ha hecho la Historia de Belgrano; sin embargo, agregaremos solamente que la mayor parte de las caballerías tucumanas, con una base de un cuerpo del ejército formaban el ala derecha, la que pasaba un poco al Norte de los fondos de la Capilla de Jesús. La otra parte, con el contingente de Santiago del Estero, y también con otra base de un cuerpo de línea formaban el ala izquierda, que alcanzaba hasta donde está hoy situado el Ingenio de don Javier Usandivaras. De la infantería tucumana, una parte concurrió á la batalla y la otra parte quedó de guarnición en la plaza, que estaba atrincherada y convenientemente artillada. El trayecto que ocupaba la línea de batalla del ejército patriota, según referencias de la tradición, abarcaba la distancia de seis cuadras, más ó menos.

A todo esto, el ejército español, continuando su marcha desde el Ojo de Agua para el Sud, por el mismo camino que había traído, costeaba la margen derecha del Manantial de Marlopa, en un trayecto de media legua, hasta la altura del puente de dicho Manantial, en donde dejando el camino á la derecha, dobló al Naciente para pasar el puente, desde donde se dirigió á la ciudad con rumbo Este-Nord-Este
[11].

El terreno que mediaba entre el puente y los éjidos de la ciudad, era llano y parejo y estaba su superficie salpicada de tuscas, arbusto bajo y espinoso que produce el aroma, que sin ser un monte, interceptaba la vista por lo que solo podía distinguirse las cúpulas de las torres de las iglesias del pueblo. El camino atravesaba esos tuscales.


La Batalla

Serían las nueve ó diez de la mañana del día 24: el cielo estaba limpio y despejado, y el sol irradiaba con toda la intensidad de su fulgor, lo que anunciaba un día caluroso; sin embargo, allá, en el horizonte del Sud, se distinguía una mancha parda, que presagiaba una tempestad, ó por lo menos, un huracán. A esa hora apareció al Poniente, por el camino que venía del puente, la cabeza de la columna del ejército enemigo, que entraba en el campo que antes hemos descripto, por el punto que hoy es la Quinta Normal. La sorpresa y la estupefacción que produjo en el enemigo al encontrarse en presencia del ejército patriota, formado en batalla, es indescriptible, y es más fácil concebirla que explicarla.

Por el momento quedaron petrificados, sobrecojidos de asombro y espanto, sin acabar de persuadirse de lo que veían. Sobre el primer grupo se iban aglomerando los que venían llegando, formándose así una masa informe y confusa. Parece que el general Tristán venía á la cabeza de la columna, porque luego se vió á varios oficiales partir de allí á todo escape para atrás, sin duda á apurar la marcha de todo el ejército.

En medio de ese aturdimiento y confusión, que por lo general se produce en todas las sorpresas, todo se hacía precipitada y desordenadamente. Los unos procuraban formar la tropa en batalla; otros se ocupaban en descargar de las mulas los cajones de munición y la artillería, otros en abrir los cajones, y en repartir á la línea las municiones; algunos en montar la artillería y todo su tren —los soldados que venían de marcha y llegaban corriendo á entrar en línea, los gritos de los jefes y oficiales; las mulas y caballos que se dispersaban asustados—; era todo aquello un maremagnum de hombres y de cosas que aumentaba la confusión y el aturdimiento. Si el general Belgrano en esos momentos les hubiese llevado el ataque, habría tomado prisionero á todo el ejército enemigo.

Sin embargo, á pesar de todos los inconvenientes, el General español alcanzó á formar en línea dos batallones de infantería, que servían al mismo tiempo de núcleo para la incorporación de los rezagados. La caballería cubría sus flancos. No tuvieron tiempo para montar sus artillerías, y las dos piezas que alcanzaron á armarlas no entraron en acción.

Cuando estuvieron así, medio preparados, el ejército argentino los saludó con una granada, lo que produjo en las filas enemigas un espantoso estrago, tanto en lo material como en lo moral. La artillería patriota que se cubrió de gloria ese día, empezó á jugar su rol con tanto acierto, que á cada disparo de cañón se veía oscilar la línea con síntomas de desbande. El jefe de la infantería enemiga, desesperado por las tremendas bajas que hacía nuestra artillería, avanzó, sin tener orden de su General, su línea sobre la nuestra y rompió un fuego muy nutrido que era apagado por nuestra metralla.

El general Belgrano que estaba á retaguardia ocupando el centro de la línea, ordenó al teniente coronel don Juan Ramón Balcarce, que mandaba la caballería de la ala derecha, que atacase de frente, y al mismo tiempo ordenó, que nuestra infantería, protegida de una fracción de la reserva, cargase á la bayoneta. Como era natural, el movimiento de la caballería fué más rápido, y su empuje fué tan terrible que no solamente arrolló al enemigo de su posición, sino que este en su precipitada fuga echó por delante al mismo general Tristán y á la columna de los que aún venían en marcha. La infantería enemiga al ver la derrota de su costado izquierdo, no resistió al empuje de la de los patriotas: también huyó precipitadamente.

En momentos tan azarosos para los españoles vino á empeorar su angustiosa situación un terrible huracán. El ruido horrísono que hacía el viento en los bosques de la sierra y en los montes y árboles inmediatos, la densa nube de polvo y una inmensa manga de langosta que arrastraba, cubriendo el cielo y oscureciendo el día, daban á la escena un aspecto terrífico.

El general Belgrano, después de haber ordenado esos dos ataques, se dirijió á todo galope á su costado izquierdo á dirijir personalmente la carga y á animar con su presencia á la tropa; pero el enemigo se le anticipó á este movimiento trayéndosela él, y á la sola amenaza del ataque, la división santiagueña se desbandó cobardemente en dirección al Sud, envolviendo en su fuga, no solamente á toda la línea de ese costado sinó que también arrebató al mismo General, que en esos momentos llegaba, llevado en confuso torbellino, por más esfuerzos que hacía para separarse de ese oleaje de gente que lo hacía correr contra su voluntad; no pudo desembarazarse hasta una y media ó dos leguas. El enemigo no persiguió á los patriotas, ya sea porque nuestra artillería con sus metrallas y balas rasas le desorganizaba sus columnas ó ya sea porque viendo que toda la línea española estaba desecha en completa derrota y dispersión, volvió sobre sus pasos, y siguió el movimiento de los suyos; ya sea para contener la dispersión ó buscar á su General.

La caballería patriota de la derecha, que en su empuje había ido hasta la retaguardia del enemigo lanceando, no solamente á los fugitivos sino también á una masa de gente que no había entrado en batalla, persiguiéndola hasta la distancia de media legua hacia el Poniente. En esta persecución nuestros gauchos se entusiasmaron, inducidos por el sebo del saqueo de los ricos equipajes de los jefes y oficiales.

Al regresar el Coronel Balcarce al campo de batalla después de haber triunfado del enemigo que tuvo al frente y dispersado también el que estuvo á retaguardia, vió que el ala izquierda de los patriotas había sido derrotada y que la derecha del enemigo que la había vencido se dirigía al Poniente, hácia donde él estaba, no creyó prudente atacarla, pues aunque iba un poco desorganizada, era superior á la fuerza de línea que mandaba, porque nuestra caballería gaucha estaba esparcida en el campo, entretenida en el saqueo. Mandó tocar á reunión y medio en dispersión emprendió su retirada al Sud buscando la incorporación de la izquierda, y como á una y media ó dos leguas vióse un grupo de gente, se dirigió a él, en donde encontró al general Belgrano, á quien saludó vivando á la patria y felicitándolo por el triunfo obtenido. Así es como vinieron á reunirse en un mismo punto, distante como dos leguas del campo de batalla, los dos extremos de la línea de los patriotas, el uno vencedor y el otro vencido; y así es también como se explica la presencia del general Belgrano en ese lugar, en circunstancias que aun no se había terminado la batalla. Sin creer en el triunfo, que se le anunciaba, puesto que su presencia allí era consecuencia de su derrota, se ocupó en hacer reunir los dispersos, que cubrían en todas direcciones el Campo del Rincón.

Por su parte, el general Tristán hacía los mismos esfuerzos, para reorganizar su ejército sobre el Manantial de Marlopa, que por suerte le había servido de barrera para contener el desbande de su ejército, que de otra manera, hubiera sido muy desastroso; y bajo la base de la columna que se salvó intacta en la batalla, hizo su reorganización.

Á todo esto la infantería patriota quedó dueña del campo de batalla; pero sin caballería y sin su General, por lo que se encargó del mando el coronel Eustaquio Díaz Vélez, y formando luego un consejo de guerra verbal, se dispuso replegarse á la plaza para no comprometer las ventajas obtenidas en ese día; y teniendo también en vista de que el enemigo reaccionaba á una legua al Poniente, sobre el Manantial de Marlopa, se apresuraron á ejecutar esta operación. Al efecto recogieron todos sus heridos, todo el armamento de que estaba cubierto el campo de batalla, con seis ó siete piezas de artillería, de las cuales solo dos estaban montadas, y las demás, á medio armarlas; y colocando á vanguardia más de 400 prisioneros, con las banderas, estandarte y cajas de guerra tomadas al enemigo, emprendieron la marcha en buen orden, sin que nadie los molestase.

Tres horas más tarde, el ejército español, aunque disminuído en más de una tercera parte, siempre era superior al de los patriotas, volvió sobre el campo de batalla, en donde no encontró más que los cadáveres de sus soldados, y continuando su marcha sobre la ciudad, vino á situarse en las goteras de esta, en el punto que hoy ocupa la 4ª manzana y parte de la 3ª del Poniente de la calle de «Chacabuco», que en aquellos tiempos era campo.

Veamos ahora lo que sucedió en el convoy y bagaje del ejército español. Lo dejamos en la Cañada de los Nogales, en disposición de continuar su marcha en pos de este; pero luego los conductores se apercibieron del incendio, el que, con el viento de ese día, había tomado proporciones aterrantes, lo que los obligó a tomar á toda prisa el camino del Alto, para salvarse en el monte. Continuando después lentamente por ese camino, y haciendo paradas á cada instante con el objeto de esperar que pasara alguna persona que les diera noticias del ejército, lo que no consiguieron en todo el día. Como yá declinaba el día y creyendo que el general Tristán estuviera en posición de la ciudad, entraban por la tarde, por la calle del Cabildo (hoy 25 de Mayo). Pero á poco andar fueron vistos por la guarnición del cantón que estaba en esta calle, á una cuadra de la plaza; y llamándoles la atención esta tropa de mulas cargadas y carretas que entraban confiadamente en circunstancias tan anormales, salió un piquete de 25 ó 30 hombres á reconocerlas. Á todo esto, ni los conductores, ni la escolta del convoy se apercibían de su error hasta que el oficial que mandaba el piquete, en actitud amenazante, mandó echar pié á tierra á todo el mundo, y á los remisos los bajaba á culatazos; entónces recién se dieron cuenta que estaban en poder de los patriotas. En el barullo y la algazara y aturdimiento que les produjo esta sorpresa, no atendieron á las cargas, por lo que algunas mulas cargadas de plata se dispararon por las calles, las que fueron aprovechadas por algunos vecinos
[12].

De esa manera inesperada, vino á caer en poder de los patriotas todo el parque, pertrechos de guerra, equipajes y dinero del ejército español.

Esta importantísima presa para los patriotas, que equivalía á desarmar al enemigo, produjo, como era natural, tanto en el pueblo como en el ejército, una inmensa alegría, con cuyo motivo se echaron á vuelo todas las campanas de los cuatro templos de la ciudad. El general Tristán que estaba posesionado en el punto que antes hemos indicado, oyendo los repiques se perdía en congeturas, sin atinar con la causa de tanta alegría de los de la plaza, y en su confusión, no encontraba otro motivo que el descalabro que él había sufrido ese día, lo que lastimaba mucho su orgullo y amor propio, por lo que, en seguida, intimó rendición á los patriotas, quienes le contestaron con la arrogancia y provocación que refiere la Historia de Belgrano.

Mientras tanto, los jefes de la plaza ignoraban completamente de lo que le habría sucedido á su General, ni este sabía nada de la suerte que los acontecimientos del día le habían deparado á su infantería. Sin embargo, el general Belgrano había reunido como 500 hombres de sus dispersos y acampó para pernoctar, según la tradición, en Santa Bárbara, sobre el paso del río Salí del camino real que iba á Santiago del Estero; y según la Historia de Belgrano, en el Rincón, sobre el paso del Manantial, en el camino que iba á los Departamentos del Sud de la Provincia
[13].

Esa noche, como á las nueve, se presentó en la trinchera de la calle de la Matriz (hoy Congreso) el capitán don José María Paz enviado por el general Belgrano á averiguar si la guarnición de la plaza se sostenía aún y á tomar noticias de lo que había sucedido á la infantería. Después de ser reconocido, se le puso al foso de la trinchera unos tablones de puente para que pasara su caballo, y habiendo conferenciado con los jefes de la plaza, de quienes recibió todos los datos ocurridos ese día, y de la decisión y entusiasmo de que estaba animado el pueblo y la tropa, regresó inmediatamente. Mientras tanto, el general Belgrano que estaba sumamente abatido, se paseaba de un punto á otro con agitación febril, esperando con ansiedad la vuelta del oficial Paz, que á su juicio ya tardaba mucho y temía que hubiera sido tomado por el enemigo, no obstante de haber venido acompañado de un buen baqueano y por caminos excusados.

Como á las 4 horas después, regresó este llevándole las importantes noticias que ya conocemos. La transición que se operó instantáneamente en el ánimo del General, fué muy marcada. De la postración y abatimiento en que se encontraba, pasó rápidamente á la alegría y al contento; y según lo asevera la tradición, el general Belgrano, que, aunque hacían varias noches que dormía poco, por el cúmulo de atenciones que tenía, esa noche tampoco pudo dormir, debido á una fiebre nerviosa que le producía insomnio, ocasionada por los acontecimientos de ese día, y más que todo por la fuerte sensación que acababa de recibir con las noticias importantes trasmitidas por el capitán Paz. A su juicio la pátria se había salvado, y el ejército argentino iba á cubrirse de una inmensa gloria por el triunfo completo, que no debía tardar. El ejército enemigo quedó reducido á la impotencia hasta el extremo de no poder proporcionarse los recursos necesarios para su subsistencia, por lo mal montada que estaba su caballería dada la flacura de sus caballos. Con estos antecedentes, que se los dieron los prisioneros, y las noticias que llevó el capitán Paz, el enemigo estaba vencido, y por consiguiente no podía permanecer muchas horas delante de la ciudad.

Esa misma noche, los jefes de la plaza usaron de un ardid que les dió un maravilloso resultado. Fingieron una correspondencia dirijida al general Belgrano desde Santiago del Estero, suscrita por un jefe de Buenos Aires (cuyo nombre no recordamos) en la que le decía más ó ménos lo siguiente: Que de manera alguna se comprometiera en una batalla, hasta que él se le reuniera, que, á más tardar, sería dentro de dos días; que traía dos batallones de infantería y dos regimientos de caballería (los nombraba) y que le aprontase alguna caballada para remontar su caballería, porque con las marchas forzadas que venía haciendo se le había inutilizado mucha parte
[14]. Hecha esta nota tomaron un paisano muy avisado, y valiente, a quien enseñaron lo que tenía que hacer, y el papel que debía representar ante el General español. Al siguiente día, muy temprano, salía nuestro hombre de la ciudad con dirección á la otra banda del río Salí, en donde haciendo correr su caballo largas distancias hasta fatigarlo y hacerlo sudar mucho, se dirigió al campo del ejército enemigo y penetró en él preguntando por el general Belgrano. El oficial que lo recibió le ordenó que se bajase para llevarlo ante la persona que buscaba, lo que le hizo inmediatamente; pero luego se detuvo muy sorprendido y asustado, y quiso volver á tomar su caballo para huir; entonces lo tomaron preso y lo llevaron ante el general Tristán, quien no dándole importancia á la equivocación del gaucho, le interrogó sin embargo, de donde venía y con que objeto buscaba al general Belgrano. Este contestó con toda la timidez y encogimiento de un culpable, que venía de Santiago del Estero, mandado por el general tal, trayendo una carta para el general Belgrano.

Al oír esto, el General español tomó mayor interés en el asunto y le hizo otras preguntas, á las cuales contestaba según sus instrucciones; y á pesar de sus protestas de que lo habían obligado á venir, se lo registró en su cuerpo, en su ropa y montura; y no encontrándole más que la correspondencia que él mismo había denunciado, se le puso preso
[15].

Esta comunicación que la casualidad había puesto en sus manos, vino á empeorar la ya angustiosa situación en que se encontraba el General español. Efectivamente, su posición era sumamente difícil é insostenible: su ejército estaba disminuído en más de una tercera parte, entre muertos, heridos, prisioneros y dispersos, y el resto que le quedaba estaba desmoralizado por el suceso del día anterior; su caballería, también reducida á la mitad, estaba muy mal montada por la flacura de sus caballos, y por consiguiente imposibilitada de prestarle servicio alguno; mucho más, cuando ya se había hecho sentir el general Belgrano con una división de caballería de más de 500 hombres, la que por momentos debía engrosarse con menos refuerzos de la campaña. Su parque y pertrechos de guerra con la baja militar del ejército, había caído en poder de los patriotas; y á todo esto se agregaba la infausta noticia que acababa de recibir de que al día siguiente tendría encima otro ejército, que unido á los de la plaza y á las caballerías, que ya principiaban á actuar sobre él, le traerían la ruina y pérdida total de su ejército de una manera inevitable. No le quedaba más recursos que una retirada sin pérdida de tiempo. Así fué que á las 12 de esa misma noche emprendió su marcha, ó más bien dicho, su fuga.

Ese mismo día el general Tristán le dirigió una carta amistosa al general Belgrano, cuya introducción era la siguiente: «Mi querido Manuel: ¿Quien nos habría dicho, cuando estudiábamos en Salamanca, que corridos los tiempos, habíamos de ser militares, mandar ejércitos, ser enemigos, y batirnos? ¡Vicisitudes de la vida!» No recordamos si le pedía ó le mandaba un cajón de cigarros habanos
[16].

Así terminó esta memorable jornada, cuyo resultado fué debido, en su mayor parte, á un cúmulo de hechos providenciales, y no á combinaciones militares, por lo que el pueblo lo atribuyó á milagro de la Virgen de Mercedes, porque tuvo lugar en el día de su festividad.


[Los triunfos en Tucumán y Salta salvaron la revolución argentina de 1810]

Esta batalla [de Tucumán], aunque como un hecho de armas no tiene gran importancia, fué sin embargo la más trascendental para la causa de la independencia, por su influencia, no solamente en los destinos de la República Argentina, á los que fijó sus rumbos, sinó también en los de medio continente Sud-Americano. Es indudable que ella salvó la revolución de Mayo que en esos momentos pasaba por circunstancias muy críticas y azarosas, porque según se sabe, se trataba secretamente entre el Príncipe Rejente del Brasil y el directorio de Buenos Aires, de traer de Reina de la Argentina á la Princesa Carlota, hermana de aquel, cuyo inicuo plan fué desbaratado por el triunfo de Tucumán.

Se aseguraba también que para salvar de su compromiso contraído con el Rejente del Brasil, se hizo en Buenos Aires un simulacro de revolución, para derrocar al Directorio que lo había contraído, lo que tuvo lugar el 8 de octubre, tres días después de haberse tenido la noticia del triunfo del Campo de las Carreras.

De manera que se puede decir con verdad, que la batalla de Tucumán y la del Campo de Castañares en Salta [20 de febrero de 1813], que fué el complemento de aquella, son la base de todas nuestras grandes glorias nacionales, porque sin ellas no habrían tenido lugar la expediciones sobre Montevideo, Chile, Alto y Bajo Perú y Quito, en las cuales el cañón argentino ha tronado en cien batallas para dar libertad é independencia á pueblos esclavizados durante tres siglos.

En presencia de estos hechos, es forzoso convenir con el general Mitre en que la batalla del 24 septiembre de 1812 en Tucumán salvó la revolución argentina, y con ella, si no salvó también los destinos de la América del Sud, por lo menos preparó y contribuyó poderosamente al triunfo definitivo de su independencia.

Pero por una aberración inconcebible, estas dos batallas que por la magnitud de sus consecuencias y por la grandiosidad de sus resultados, deberían ocupar el primer término en el calendario de nuestras glorias nacionales y celebrarse á la par del 25 de Mayo en toda la República. Desgraciadamente no sucede así, sino que solo en Tucumán y Salta se festejan los aniversarios de esos inmortales acontecimientos.
MARCELINO DE LA ROSA
Tucumán, octubre de 1890.



Pirámide_de_la_Ciudadela_de_Tucumán
Campo de las Carreras – Luego del triunfo del 24 de septiembre de 1812 se lo denominó “Campo del Honor”. Treinta y tres días después de la batalla, el 27 de octubre, la imagen de Ntra. Sra. de la Merced fue llevada en procesión al Campo de las Carreras, donde el Gral Belgrano colocó en manos de la sagrada imagen su bastón de mando, proclamando a la Madre de la Merced "Generala del Ejército". En 1814 el lugar cambió de nombre; comenzaron a llamarlo de la “Ciudadela” cuando el coronel José de San Martín, a cargo del ejército auxiliar del Alto Perú, hizo construir en el sitio unos espaldones para que sirvieran de defensa en caso de que los vencedores de Vilcapugio y Ayohuma llegaran hasta ese punto con su invasión. Tres años después, en 1817, el general Belgrano se encontraba allí nuevamente, al frente del ejército auxiliar del Alto Perú, cuando el Ejército de los Andes obtiene la victoria en la batalla de Chacabuco. Entonces, en honor a este triunfo que diera el libertador San Martín, el Gral. Belgrano levantó una modesta pirámide en el “Campo del Honor”. Existe una nota del Gral. Belgrano comunicando este acto de justicia que había ejecutado, pero se ignora si existe algún documento en que conste la inscripción original que se puso en la pirámide. El conjunto constituye todo un símbolo de amor, entrega y triunfo de los argentinos, y también, un monumento de amistad y compañerismo entre ambos próceres. A partir de la década de 1850 el monumento sufrió sucesivas remodelaciones y agregados de inscripciones que desvirtuaron el auténtico significado de la pirámide y el verdadero sentido que le dio el Gral. Belgrano cuando la erigió. –Imagen de la Pirámide de la Ciudadela de Tucumán, tomada de una fotografía adquirida por Adolfo P. Carranza en 1869 en esa provincia.
(Fuente: "Memorias del General Gregorio Aráoz de La Madrid". Publicación Oficial. Tomo I. Establecimiento de Impresiones de Guillermo Kraft, calle de Cuyo 1124. Bs. As, 1895)


Referencias:

[1] Entre las muchas personas de quienes hemos tomado estos datos, citaremos solamente algunas, que son: el Dr. Lucas Alejandro Córdoba, Cura y Vicario de Monteros, sacerdote ilustrado y respetable; D. Hermenejildo Rodríguez, Boticario y Cirujano del ejército de la independencia, persona honorable y de vastos conocimientos; D. Felipe Alberdi, hermano del jurisconsulto de este apellido, persona de mucha instrucción; la Sra. Doña Teresa Velardez de Aráoz, distinguida matrona, viuda del ilustre prócer, Coronel Mayor don Bernabé Aráoz. El general Alejandro Heredia, que aunque no se encontró en la batalla perteneció al ejército.

[2]
Tomo 2°, 4ª ed., pág. 96.

[3]
Historia de Belgrano - Tomo 2º, 4ª ed. pág. 100 y 103.

[4]
Historia de Belgrano - Tomo 2º, 4ª ed. pág. 108 y 109.

[5]
Este hecho lo refiere el mismo general Alvarado en una carta fechada en 1869 dirigida á la familia del coronel D. Bernabé Aráoz, con motivo de certificar los servicios de este ilustre y benemérito Jefe, cuya carta original existe en poder de dicha familia.

[6]
Este hecho lo refiere también el general Alvarado en su citada carta.

[7]
Con motivo de que nuestros padres vivieron accidentalmente, en 1825, en la casa que fué del general don Gregorio Aráoz de la Madrid, situada sobre el mismo campo de batalla, que es la misma que hoy ocupa la Capilla y Convento de las beatas de Jesús, hemos tenido ocasión en nuestras correrías de niños de conocer ese campo histórico que se llamó también después Campo de Honor. Por ese conocimiento y los datos que recibimos de nuestros antepasados, podemos describirlos, con rigurosa precisión, porque hasta aquella fecha no había cambiado de fisonomía. Pero ese Campo, la Ciudadela, y la casa del inmortal Belgrano, que han debido conservarse como reliquias sagradas, y como monumentos vivos de una de las glorias nacionales, para perpetuarlas á través de las generaciones venideras, desgraciadamente han desaparecido completamente, hasta el extremo de que no quedan ni señales de sus vestigios.

[8]
Así se llamaba el primitivo camino que venía de las provincias de Cuyo á la primera fundación de Tucumán situada á una legua al Sud-Oeste de Monteros; y saliendo de allí para el Perú y recorriendo todas las poblaciones del Sud, costeaba el Manantial por el Poniente é iba por Cebil Redondo, etc. etc.

[9]
Según la tradición, en aquella época no había más que un aguatero que se llamaba José Vaquero, y es á este á quien el general español le pagó la onza de oro.
De paso vamos á referir un hecho curioso. Como en aquellos tiempos no habían pipas en Tucumán, ni quien las haga, este individuo se hizo una de una sola pieza, cortando un gajo de un Pacará monstruosamente grueso y ahuecándolo por dentro. Este árbol gigantesco y de una enorme grosura, que tenía tres varas de diámetro, ha existido caído hasta el año 1835, en los montes de la Yerba-buena.

[10]
La casa del Jesuita Villafañe estaba en la plaza y era de altos sobre la calle situada en el mismo sitio en que hoy está el Bazar y Joyería del Progreso.

[11]
La tradición oral dice que la marcha del ejército español desde el Ojo de Agua fué por la margen izquierda del Manantial. Esta divergencia con el texto no tiene importancia alguna, porque las dos proyecciones convergen á un mismo punto. Sin embargo nosotros somos de sentir que la marcha fué por la margen derecha, porque apareció por el camino del Puente.

[12]
La tradición designaba con sus nombres propios á los ciudadanos que tuvieron esa suerte inesperada; pero nosotros escusamos de repetirlos aquí, por no herir las suceptibilidades de las familias descendientes de aquellos.

[13]
Estas dos versiones contradictorias, tampoco tienen importancia alguna, puesto que los dos puntos están muy inmediatos entre sí; el primero queda al Naciente del segundo, á distancia como de tres cuartos de legua; pero, á juzgar por las circunstancias, se debe creer que fué en el primero, porque ese era el camino que debía tomar en caso de un desastre.

[14]
De los batallones que se nombraban en la nota, solo recordamos uno que era número 11, y creemos también que nombraba el 2º ó 3er. tercio de Patricios.

[15]
Este hecho se lo oímos referir en 1834 á un coronel Fernández, boliviano, que había sido muy prestigioso entre los indígenas del Alto Perú, que se sublevaron contra las autoridades del Rey, y á favor del ejército argentino, y bajo la denominación de republiquetas hostilizaron tenazmente al ejército español, hasta que en los desgraciados combates de Irupana y Condorchinoca sucumbieron todas esas insurrecciones, para retoñar más tarde con mayor vigor. Este prestigioso jefe se acogió en el ejército argentino, y allí contrajo intima amistad con el coronel Manuel Dorrego, á quien acompañó en todas las vicisitudes de su agitada vida, hasta su trágico fin en Navarro.

[16]
Este hecho nos lo refirió don Hermenejildo Rodríguez.


Fuentes:

- Marcelino de la Rosa; "Tradiciones Históricas de la Guerra de la Independencia Argentina". Tucumán, 1890 (publicado en el Apéndice de las "Memorias del General Gregorio Aráoz de La Madrid", Publicación Oficial. Tomo I. Establecimiento de Impresiones de Guillermo Kraft, calle de Cuyo 1124. Bs. As, 1895). Archivo Fundación "Dr. RAMÓN CARRILLO".




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