Historias de la Historia |
Posted: 25 Mar 2014 01:47 AM PDT
A imagen y semejanza de la artimaña utilizada
por los griegos para tomar la ciudad de Troya, Pancho Villa logró
introducir su caballo -en versión tren- para tomar Ciudad Juárez.
Cuando estalló la Revolución mexicana en 1910,
José Doroteo Arango,
más conocido por Pancho Villa, era un simple fugitivo escondido en las
montañas. Ya sea por interés o convicción, decidió unirse a la lucha
encabezada por Francisco
Ignacio Madero contra la dictadura de Porfirio Díaz. Formó su
propio ejército en el norte de México y gracias al conocimiento del terreno
pronto comenzó a despuntar entre los líderes rebeldes. La toma de Ciudad
Juárez en mayo de 1911 por los rebeldes fue el punto de inflexión que cambió
el rumbo de la contienda; Porfirio Díaz renunció y abandonó el país. Aunque
poco después fue elegido presidente de México Francisco Madero, la división
entre los líderes rebeldes se agravó. Mientras hubo un enemigo común,
Porfirio Díaz, los rebeldes más o menos se mantuvieron unidos, pero con su
caída todo cambió. Incluso Pancho Villa estuvo en la cárcel sentenciado a
muerte y sólo la intervención del propio Madero logró salvarle la vida. En
febrero de 1913, el general Victoriano
Huerta, un hombre que se movía como nadie entre las aguas de
la lealtad y la traición, dio un golpe de Estado, ordenó ejecutar a Madero e
impuso una dictadura. Pacho Villa consiguió escapar de la cárcel y huyó a
Texas. Volvió a encontrarse en la misma situación que en 1910, así que…
Tras reunir un ejército de 3.000 hombres,
volvió a la carga. Tomó la ciudad de Torreón donde consiguió armas y alguna
pieza de artillería. Envalentonado, decide tomar Chihuahua, pero son
repelidos por las fuerzas federales mucho más numerosas, mejor armadas y,
sobre todo, con muchas de piezas de artillería. Pancho Villa se encontraba en
una encrucijada, al frente, otra vez Ciudad Juárez, fortificada e imposible
de tomar con sus tropas y sin artillería, y tras ellos Chihuahua, donde
acababan de ser derrotados… estaban entre la espada y la pared. Así que,
Villa decidió no mirar atrás y seguir hacia Ciudad Juárez. Mandar sus tropas
en ataques frontales contra la ciudad sería un suicidio; debían idear algún
plan para poder acceder a la ciudad. Y aquí salió el estratega militar que
llevaba dentro: decidió tomar el tren de carbón que circulaba desde Ciudad
Juárez hasta Chihuahua, vaciaron la carga y unos dos mil rebeldes se
camuflaron en los vagones. Obligaron a telegrafiar a Ciudad Juárez que la vía
había sido destruida por las tropas rebeldes y que debían regresar. Desde
Ciudad Juárez confirmaron la orden de regreso pero se les ordenó que debían
telegrafiar el paso del convoy por cada estación. Villa envió una avanzadilla
que fue tomando las estaciones y al paso del tren los telegrafistas de cada
estación amablemente –con el cañón de una pistola apoyado en sus sienes-
confirmaban el paso. A las dos de la mañana, entraba el tren en Ciudad
Juárez. Según la crónica de un periódico de El Paso (Texas)…
El ataque y la toma de Ciudad Juárez fueron
una sorpresa completa [...] Poco después de las dos de la mañana, un tren de
carga entró en los patios del Central Mexicano en Juárez y de él surgieron
cientos de rebeldes. Prueba de que la sorpresa fue total es el hecho de que
no se disparó un solo tiro hasta que los rebeldes hubieron penetrado hasta el
corazón mismo de la ciudad. El tren les había permitido llegar sin
interferencias [...] Tomada por sorpresa, la guarnición federal opuso escasa
resistencia. El cuartel cayó a las cuatro de la mañana y para las cinco había
entregado las armas el resto de la ciudad.
Además de la sorpresa, también influyó el
hecho de que los oficiales se confiaron en demasía y el ataque les pilló
bebiendo, jugando a las cartas u ocupados en algún burdel. Desde aquel
momento, Pancho Villa y los villistas tuvieron nombre propio.
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“Algún
día América Latina tendrá una voz de continente, una voz que será respetada y
oída, porque será la voz de los pueblos dueños de su propio destino”.
(Salvador Allende en entrevista con el filósofo francés Regis
Debray, publicada en Punto Final, marzo/71)