CARLOS MUJICA, MÁRTIR DE LA FE Y DE SU
AMOR POR LOS POBRES.
“Nada ni nadie me impedirá
servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su
liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder
la vida en esta empresa, estoy a su disposición.”
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Carlos Mugica
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Era ya de noche cuando el 11 de
mayo de 1974, Carlos Mujica salía de la
parroquia de San Francisco Solano en el barrio porteño de Villa Luro. Acababa
de celebrar la eucaristía y junto con su íntimo amigo, Ricardo Capelli,
pensaban dirigirse a la casa de una compañera de la villa para festejarle su
cumpleaños. A las 19,40 Ricardo escuchó una frase a la que ya estaba habituado:
“¡Padre Carlos!” y luego lo inesperado, lo apocalíptico: la voz de Carlos gritando
“Hijo de Puta” y más de una decena de
disparos efectuados con una pistola ametralladora Ingram MAC-10. Casi todos
ellos impactaron en el pecho y el abdomen del cura y algunos alcanzaron a
Ricardo que también cayó al piso herido gravemente. Un par de horas más tarde
Carlos Mugica, perdía esta vida. Esta vida que tanto había amado y por la que
tantos lo habíamos amado.
La Villa de Retiro se inundó de
dolor y lágrimas, para despedir a quién dio el más grande testimonio de amor y
fidelidad que puede pedírsele a un amigo, a un hermano: su propia vida. No es
que Mugica buscara la muerte. Todo lo contrario. Amaba la vida porque gozaba
del privilegio de haber encontrado a través de su vocación sacerdotal, la
pasión de amar y ser amado por los más pobres, por los preferidos del Señor.
Carlos Mugica Echague tenía 43
años cuando fue asesinado. Había nacido en una familia de clase alta y su
padre, político conservador, había sido además
canciller de Arturo Frondizi, el primer presidente electo con
proscripción de las mayorías, luego del sangriento derrocamiento del gobierno
constitucional de Juan Perón. A los 21 años, Carlos abandonó sus estudios de
Derecho e ingresó al seminario. Ordenado
sacerdote y luego de un breve paso por el interior, regresó a Buenos Aires
donde fue designado en una de las parroquias más aristocráticas de la ciudad y
secretario del cardenal Antonio Caggiano, arzobispo de Buenos Aires.
El destino de Carlos parecía dibujado.
Una joya de la corona de la burocracia eclesiástica argentina, acostumbrada
hasta la adicción, al concubinato con el
poder. Sin embargo la providencia hizo conocer su díscola voluntad. Poco antes
del derrocamiento de Perón, Carlos había cambiado de escenario y dejado la
elegante parroquia del Socorro por la popular barriada de Santa Rosa de Lima,
donde tuvo una experiencia que marcó definitivamente su camino. Él mismo la
contó en una entrevista de 1972 a la revista 7 días: “El día que cayó Perón fui, como siempre al conventillo (de
la calle Catamarca) y encontré escrita en la puerta esta frase: “Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los
curas” Mientras tanto en el Barrio Norte se habían lanzado a tocar las
campanas y yo mismo estaba contento con la caída de Perón. Esto revela la
alienación en que vivía, propia de mi condición social, de la visión
distorsionada de la realidad que yo tenía y también de la Iglesia en que militaba…”
A partir de entonces se
profundiza la conversión de Mugica. El cristianismo es un camino de sucesivas
conversiones. Gracias a su trabajo en la villa Comunicaciones de Retiro y su
contacto cotidiano con la pobreza y la marginación encarnadas, “aprende y
enseña el mensaje de Jesucristo”. Carlos no baja de su torre de cristal para domesticar
a los pobres predicando la resignación frente a la injusticia que los oprime.
Baja para aprender con ellos el camino evangélico de la auténtica liberación,
que no es otro que el de compartir en comunión (común unión) el mensaje de amor
que Cristo anuncia al decir: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los
otros como yo los he amado”. Esto es, hasta dar la vida, porque: “No hay amor
más grande que dar la vida por los amigos”.
Conviviendo con el pueblo y a la
luz del evangelio, Carlos se hizo peronista. Comprendió que la redención
política de la dignidad popular enajenada, no transitaba por otro camino que
aquel que habían abierto Juan y Eva Perón y que habían interrumpido
bombardeando y fusilando a su propio pueblo, los sirvientes uniformados del
poder oligárquico. Nunca predicó la violencia aunque señaló, citando a Paulo VI que la resistencia y el uso de
la fuerza eran legítimas cuando se enfrentaba a una “tiranía prolongada”. Refiriéndose a la situación argentina señaló,
palabras más o menos, que si se continuaba cerrando el paso a la libre
expresión de la voluntad popular, iba a ser imposible evitar que miles de
jóvenes buscaran abrirlo a través de las organizaciones armadas. La historia no
hizo más que darle la razón.
Finalmente hay que decir que
Mugica fue muerto en democracia, estando aún vivo Perón y por la banda
parapolicial Alianza Anticomunista Argentina, dirigida por López Rega, entonces
ministro de Bienestar Social y secretario del Presidente de la Nación. El terrorismo de estado daba sus primeros
pasos, antes del asalto militar al poder.
A cuarenta años de su cruel
asesinato, quiénes tuvimos la gracia de conocerlo y ser deudores de su
ejemplo, reivindicamos agradecidos su
testimonio y su santo martirio y esperamos que Francisco desde Roma, lo
recuerde de igual modo en la liturgia de este 4° Domingo de la Pascua de
Resurrección. Que así sea.
HERNÁN PATIÑO MAYER
Integrante del Equipo
Coordinador de Cristianos para el Tercer Milenio.