martes, 13 de mayo de 2014

Carlos Mujica asesinato en Villa Luro Triple A Lopez Rega cristianismo Cristianos para el tercer milenio.



      CARLOS MUJICA, MÁRTIR DE LA FE Y DE SU AMOR POR LOS POBRES.
Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición.”
Carlos Mugica



Era ya de noche cuando el 11 de mayo de 1974,  Carlos Mujica salía de la parroquia de San Francisco Solano en el barrio porteño de Villa Luro. Acababa de celebrar la eucaristía y junto con su íntimo amigo, Ricardo Capelli, pensaban dirigirse a la casa de una compañera de la villa para festejarle su cumpleaños. A las 19,40 Ricardo escuchó una frase a la que ya estaba habituado: “¡Padre Carlos!” y luego lo inesperado, lo apocalíptico: la voz de Carlos gritando “Hijo de Puta” y  más de una decena de disparos efectuados con una pistola ametralladora Ingram MAC-10. Casi todos ellos impactaron en el pecho y el abdomen del cura y algunos alcanzaron a Ricardo que también cayó al piso herido gravemente. Un par de horas más tarde Carlos Mugica, perdía esta vida. Esta vida que tanto había amado y por la que tantos lo habíamos amado.
La Villa de Retiro se inundó de dolor y lágrimas, para despedir a quién dio el más grande testimonio de amor y fidelidad que puede pedírsele a un amigo, a un hermano: su propia vida. No es que Mugica buscara la muerte. Todo lo contrario. Amaba la vida porque gozaba del privilegio de haber encontrado a través de su vocación sacerdotal, la pasión de amar y ser amado por los más pobres, por los preferidos del Señor.
Carlos Mugica Echague tenía 43 años cuando fue asesinado. Había nacido en una familia de clase alta y su padre, político conservador, había sido además  canciller de Arturo Frondizi, el primer presidente electo con proscripción de las mayorías, luego del sangriento derrocamiento del gobierno constitucional de Juan Perón. A los 21 años, Carlos abandonó sus estudios de Derecho e ingresó al seminario.  Ordenado sacerdote y luego de un breve paso por el interior, regresó a Buenos Aires donde fue designado en una de las parroquias más aristocráticas de la ciudad y secretario del cardenal Antonio Caggiano, arzobispo de Buenos Aires.
El destino de Carlos parecía dibujado. Una joya de la corona de la burocracia eclesiástica argentina, acostumbrada hasta  la adicción, al concubinato con el poder. Sin embargo la providencia hizo conocer su díscola voluntad. Poco antes del derrocamiento de Perón, Carlos había cambiado de escenario y dejado la elegante parroquia del Socorro por la popular barriada de Santa Rosa de Lima, donde tuvo una experiencia que marcó definitivamente su camino. Él mismo la contó en una entrevista de 1972 a la revista 7 días: “El día que cayó Perón fui, como siempre al conventillo (de la calle Catamarca) y encontré escrita en la puerta esta frase: “Sin Perón no hay Patria ni Dios. Abajo los curas” Mientras tanto en el Barrio Norte se habían lanzado a tocar las campanas y yo mismo estaba contento con la caída de Perón. Esto revela la alienación en que vivía, propia de mi condición social, de la visión distorsionada de la realidad que yo tenía  y también de la Iglesia en que militaba…”
A partir de entonces se profundiza la conversión de Mugica. El cristianismo es un camino de sucesivas conversiones. Gracias a su trabajo en la villa Comunicaciones de Retiro y su contacto cotidiano con la pobreza y la marginación encarnadas, “aprende y enseña el mensaje de Jesucristo”. Carlos no baja de su torre de cristal para domesticar a los pobres predicando la resignación frente a la injusticia que los oprime. Baja para aprender con ellos el camino evangélico de la auténtica liberación, que no es otro que el de compartir en comunión (común unión) el mensaje de amor que Cristo anuncia al decir: “Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. Esto es, hasta dar la vida, porque: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos”.
Conviviendo con el pueblo y a la luz del evangelio, Carlos se hizo peronista. Comprendió que la redención política de la dignidad popular enajenada, no transitaba por otro camino que aquel que habían abierto Juan y Eva Perón y que habían interrumpido bombardeando y fusilando a su propio pueblo, los sirvientes uniformados del poder oligárquico. Nunca predicó la violencia aunque señaló, citando a Paulo VI que la resistencia y el uso de la fuerza eran legítimas cuando se enfrentaba a una “tiranía prolongada”. Refiriéndose a la situación argentina señaló, palabras más o menos, que si se continuaba cerrando el paso a la libre expresión de la voluntad popular, iba a ser imposible evitar que miles de jóvenes buscaran abrirlo a través de las organizaciones armadas. La historia no hizo más que darle la razón.
Finalmente hay que decir que Mugica fue muerto en democracia, estando aún vivo Perón y por la banda parapolicial Alianza Anticomunista Argentina, dirigida por López Rega, entonces ministro de Bienestar Social y secretario del Presidente de la Nación.  El terrorismo de estado daba sus primeros pasos, antes del asalto militar al poder.
A cuarenta años de su cruel asesinato, quiénes tuvimos la gracia de conocerlo y ser deudores de su ejemplo,  reivindicamos agradecidos su testimonio y su santo martirio y esperamos que Francisco desde Roma, lo recuerde de igual modo en la liturgia de este 4° Domingo de la Pascua de Resurrección. Que así sea.

HERNÁN PATIÑO MAYER
Integrante del Equipo Coordinador de Cristianos para el Tercer Milenio.