Padre Mugica y la mentirosa prensa argentina
Una reflexión más sobre los 40 años del martirio de Carlos Mugica
La mirada de Caperucita roja Eduardo de la Serna
La conmemoración de los 40 años del Martirio de Carlos Mugica, este año tuvo una importante repercusión. Mucho más importante –según mi opinión- que la que haya tenido toda otra memoria de su martirio. ¿Por qué esa repercusión?, ¿qué ocurrió para que los 40 años tengan semejante resonancia, que no tuvieron los 25 años, o los 30, por ejemplo?
Creo que hay dos circunstancias concretas que dieron a los actos en Memoria de “san Carlos, mártir” razón a lo que decimos: la situación política y la situación eclesial.
La situación política: desde 1974, cuando Carlos Mugica fue asesinado (escuchar decir –se dijo- “murió Mugica” me resulta un poco lavado, por decir poco) fue por un largo tiempo momentos de “catacumbas”. Los tiempos de la Triple A, y luego la Dictadura cívico-militar genocida hacían imposible una sonada repercusión de la figura y memoria de Mugica. En 1984 –si no me falla la memoria- el gran Jaime De Nevares celebró en la Santa Cruz (¡cuándo no!) una misa por los 10 años del martirio, pero el clima nacional no permitía todavía que la resonancia fuera mayor. El genocidio económico llevado adelante por el menemismo y la alianza en la nueva década infame seguía poniendo la figura de Mugica en la “vereda de enfrente”. Hizo falta la llegada de un proceso “nacional y popular” para que la figura de Carlos tuviera repercusión nacional, social y política. Ignorar, o disimular, la enorme encarnación política que el discurso y la persona de Carlos Mugica tenían no haría sino caricaturizarlo, o domesticarlo. Recién un gobierno donde los pobres cuentan, y no como “clientes” sino como personas, podía lograr reflejo en su imagen.
La situación eclesial: ya desde el final de Pablo VI se había empezado a hablar de que se entraba en un “invierno eclesial”, invierno al que Juan Pablo II y Benito XVI nos sumergieron más profundamente. Pasada esta "Era del hielo", el pontificado de Francisco –en mucho, al menos- tiene apariencia de primavera (aunque todavía falta tiempo para poder concluir que realmente lo estamos). Esto –especialmente por la centralidad que ocupan los pobres en el discurso papal- ha permitido que también resurjan aquellos y aquellas que dedicaron su vida al servicio de la vida de los pobres.
Una iglesia en primavera y un movimiento nacional y popular vivió Mugica, y en ese contexto fue asesinado. Era razonable que recién al confluir ambos elementos su figura recuperara trascendencia. Me parece, en suma, que ambos tiempos propicios han permitido que hoy Carlos Mugica fuera rescatado. Pero…
Pero precisamente por eso, los sectores de siempre buscaron confrontar. Por un lado los “mismos de siempre” (La Nación, Clarín, Mariano Grondona, Samuel Gelblum… “casualmente” todos amigos, y funcionales a la dictadura cívico-militar) retomaron la vieja campaña de que a Mugica lo mataron los Montoneros, alentados por la aparición de un libro falsario, escrito por un operador… Fue notable la cantidad de operaciones que se escucharon y leyeron en estos días acerca de quién mató a Mugica, más allá de lo que la misma justicia ya ha dictaminado. El comisario Almirón, que acabó sus días en la cárcel fue silenciado, negado o disimulado… la cosa era atribuir el crimen a los Montoneros (como una pobre manera de –por elevación- disparar contra el gobierno).
Y esta campaña mediática, esta operación, tuvo su culmen en un artículo de un conocido historiador italiano, Loris Zanatta que haciendo honor a su apellido publicó en el diario La Nación (que antes era periodístico) una nota con curiosas falsedades y pobres interpretaciones, propias de la revista Criterio (que antes era un espacio de pensamiento) de la cual, además, parece tomar elementos. El historiador parece no saber que Mugica no murió en la Villa 31 sino en la parroquia San Francisco Solano, en la frontera entre Mataderos y Floresta, donde su gran amigo Jorge Vernazza era párroco. Reeditando sin disimulos la teoría de los dos demonios, el italiano insiste en la amenaza montonera partiendo de la nota: “la cárcel del pueblo” donde Carlos fue colocado en el diario Noticias, de la mencionada Organización. Quizás no sabe, el eximio historiador, que la columna semanal “la cárcel del pueblo” era una columna de la revista Militancia, que dirigían Duhalde y Ortega Peña, que no pertenecían a Montoneros, pero parece que conocer las fuentes no resulta importante para el científico.
Luego, en la misma línea editorial de la revista Criterio (que no parece poseerlo) insiste en la capacidad del actual gobierno de engendrar crispación, de la división que genera y como “esto antes no pasaba”. El monumento a Evita y el recién inaugurado a Carlos Mugica son expresión de esa crispación según el zanatero: la gente que pasa y lo ve, no se sentirá parte de esta Argentina, afirma. Es que “antes” los monumentos eran consecuencia del consenso, propios del ser nacional… Eso quiere decir que todos los argentinos tenemos consenso –según el sabio- al contemplar extasiados los monumentos a Roca, Mitre, Rauch, Garibaldi, Lavalle, el Cid Campeador.... Esa frase final de que un argentino se sentiría extranjero al ver esos monumentos, ¿vale para los mapuches al ver monumentos de Roca?, ¿o los mapuches no son argentinos? Para los "hombres de buena voluntad que quieran habitar en territorio argentino" como los hermanos paraguayos (y su descendencia) ¿vale frente a un monumento a Mitre? Y en suma… ante tanto cuento infantil escuchado en estos días… ¿qué dirá nuestro ser nacional ante el monumento a Caperucita roja?
Foto tomada de www.conozcarecoleta.com.ar
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