Tue, 25 Aug 2015 19:31:06 -0400
HACIENDO CAMINOS
Jorge Gómez Barata
El restablecimiento de los vínculos diplomáticos, primera parada en la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, crea escenarios políticos que trascienden lo bilateral y repercuten en América Latina, envuelta en una coyuntura inédita. Se trata de eventos políticos dotados de vasos comunicantes y potencialidades nunca imaginadas.
Es conocido el papel desempeñado por los gobiernos latinoamericanos que, en torno a Cuba, alcanzaron el primer consenso político en la región en casi 70 años, anulando la expulsión de Cuba de la OEA y forzando el retorno de la Isla al sistema interamericano, concretado con la presencia del presidente Raúl Castro en la VI Cumbre de las Américas.
A lo largo de los últimos sesenta años he visto algunos países confrontar al imperialismo norteamericano. Los que más éxito han obtenido, lograron resistirlo. Ninguno lo ha derrotado. También son muchos más los que han intentado alianzas e incluso se han plegado sin que ello haya significado cambios ni avances sustanciales.
Más de dos siglos después de la independencia iberoamericana, las vanguardias nacionalistas, los revolucionarios, como tampoco las oligarquías, los militares golpistas ni los neoliberales han logrado resolver el problema de las relaciones con Estados Unidos.
No se trata de que los latinoamericanos no lo hayan intentado de las más diversas maneras, sino de que Estados Unidos no logra definir un patrón para sus relaciones con las elites políticas de la región y cuáles son los rangos de tolerancia y las fluctuaciones políticas que pueden tolerar.
Estados Unidos, que cree en la democracia y en la institucionalidad para su país, durante dos siglos ha convivido con las más aberrantes, brutales y continuadas violaciones de los más elementales preceptos. Esta particularidad no sólo ha creado problemas circunstanciales sino que han dado lugar a deformaciones estructurales que han impedido el desarrollo de las instituciones civiles, sobre todo de los modelos políticos.
Estados Unidos que no vaciló en aliarse con la Unión Soviética de Stalin y durante más de un siglo ha convivido con los gobiernos socialdemócratas en Europa, protagonizó un viraje de 180 grados en sus relaciones con China, se reconcilió con Vietnam y acaba de entenderse con los ayatolas, nada menos que en la cuestión nuclear, es todo intolerancia cuando se trata de gobiernos progresistas en América Latina.
Aunque el centro de gravedad política de las Américas se aleja de Cuba, que para bien cede protagonismo, la distensión con Estados Unidos puede ser una extraordinaria contribución a nuevos enfoques.
Del mismo modo que Estados Unidos puede dejar de ser adversario de Cuba para convertirse en vecino, con más razón puede asumir esa posición frente a otros países. Obviamente para bailar tango siempre se necesitan dos. Allá nos vemos.
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