Una foto vale más
Eduardo de la Serna
Debo confesar que me llama la atención que tanta gente, de muy diversos lados y ambientes, se muestren sorprendidos por la repercusión que tuvo la foto de Aylan inerme sobre la playa. Si hace décadas que sabemos el drama de los refugiados, ya vimos fotos de camiones cargados hasta lo impensable, de barcazas o pateras, de un niño encerrado en una valija, otros viajando de polizones en barcos o aviones, ya vimos al Papa en Lampedusa, vimos en tren La Bestia cargado en los techos y gente caída, matada o vendida, vimos el drama de los modernos esclavos abusados sexual o laboralmente por amos que explotan su inseguridad e ilegalidad. Vimos, vimos y oímos. ¿Por qué, entonces, esta repercusión?
Es cierto que los grandes Medios, cómplices eternos de los poderosos, no destacaban demasiado la noticia ocultándola, disimulándola o matizándola con otras donde se habla de los migrantes ladrones o asesinos, o de la desocupación preocupante “por culpa de…” Y además, ver una Europa o Estados Unidos blindados para disfrutar su propio bienestar indispuestos a compartirlo con el resto (y me dan ganas de parafrasear a Jesús de Nazaret cuando dijo que lo malo no es lo que entra sino lo que sale) o también recordar a la gran antropóloga Mary Douglas cuando analiza las ciudades amuralladas, o también ver el crecimiento en las intenciones de votos de Donald Trump, de Marine Le Pen o de otros en tantos países. Así, los migrantes eran un problema que se solucionaba cerrando las puertas y que “ellos” se arreglen. Si pueden.
Y vuelvo a Aylan, mi hermano. Es cierto que sabíamos y veíamos, pero no es menos cierto que por motivos varios ésta – y no otras – foto “pegó”, ¿sacudió?, golpeó. No voy a ensayar razones probables: podría ser nuestro hijo, fue devuelto por el agua como pasa con la basura, tuvo nombre (como Barbarita, en Tucumán 2002), ocurrió en un momento y tiempo oportuno, etc… Es cierto, también, que en muchos ambientes hay una suerte de hastío con la imagen de Angela Merkel pisoteando el digno pueblo griego, o maltratando a una niñita palestina, o dominando desde su ideología a toda Europa, pero lo cierto es que algo se quebró. Algo ocurrió. O, al menos, algo “hizo ruido”.
Y lo que creo que ocurrió, lo que pasó, es que una imagen – no la narración del hecho – desnudó todo. Y creo que esto es imposible de entender si no somos capaces de abrirnos a lo simbólico (quienes creen que lo simbólico o lo mitológico, por ejemplo, son cosas primitivas o pre-modernas no podrán entender esto desde las alturas de su soberbia). La foto, esta foto, fue y es un signo. Una especie de signo sacramental. Un signo que llegó en este momento y por eso nos toca (probablemente – o es razonable pensar que – esta foto en otro momento no hubiera golpeado como golpeó). Aylan es todos los refugiados, los de Siria y de México, de Centroamérica y del África Subsahariana, y ayer de Albania y Marruecos, sacramentos de la guerra y el hambre, sacramentos de lo inmensamente capaces de inhumanidad que somos los humanos. Capaces de cerrar los ojos, o mostrarnos indiferentes, buscando excusas o “peros” para que “eso no me toque”.
No sería un ejercicio inútil buscar los nombres, unir nombre con caras o hechos. Quizás eso nos siga sacudiendo la modorra. Aquí van algunos: Adou (8 años, de Costa de Marfil, escondido en una valija); Rolando y Rodrigo (6 y 10 años, bolivianos, muertos en el taller clandestino del macrismo); Raghad (11 años, libia, muerta en una patera); Reem (14 años, palestina, lloró ante una Angela Merkel de hielo), Sebastián de la Cruz (10 años, mexicano, abucheado en las redes sociales por cantar el himno de los EEUU)…
Sin dudas que todo lo que representa el “hecho Aylan” viene de hace mucho; y no debemos desaprovechar el “sacramento foto” para despabilarnos. Movimientos migratorios ha habido es la historia de la humanidad. Y nadie podría ignorarlo: según la Biblia Abraham, nuestro padre, viene de una migración desde Mesopotamia; Jacob y sus hijos migraron a Egipto por el hambre, nuestros países de América tienen – unos más que otros, por cierto – una importante cantidad de descendientes de migrantes que contribuyeron (con justicias e injusticias, no lo ignoro) a que hoy seamos lo que somos; las poblaciones indígenas de América también provienen de migraciones y – si se quiere ir aún más atrás – desde Lucy y sus parientes la humanidad entera migra. Las razones son múltiples: es cierto que algunos migran por imperialismo o por expansión comercial, pero la inmensa mayoría migra por hambre, pestes y/o violencia. Motivos más que suficientes para dejar aflorar la humanidad desde el corazón de los pueblos; no está de más recordar el mandamiento bíblico: “No oprimirás ni maltratarás al emigrante, porque ustedes fueron emigrantes en Egipto”. (Éxodo 22:21). No está mal que Aylan y su símbolo nos golpee las conciencias.
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