miércoles, 2 de marzo de 2016

Papa Francisco Cristina Fernandez, Mauricio Macri revolución fusiladora Patiño Meyer

Enviado: miércoles, 24 de febrero de 2016 08:55 a.m.
 

                                      NADIE ES PROFETA EN SU TIERRA

 

Septiembre de 1955 y Marzo de 2013. Dos recuerdos personales: en los balcones de mi barrio, florecieron centenares de banderas argentinas y vaticanas.

 

En ambos casos saludaban juntas un futuro promisorio. En septiembre del 55 la primavera “democrática y católica” de la Revolución Fusiladora. En marzo de 2013, la elección de Jorge Bergoglio como Obispo de Roma y jefe de la oposición política argentina que iniciaría el otoño definitivo del régimen peronista. Hoy los balcones embanderados son solo recuerdos. La bandera vaticana ha sido arriada. Y el papa argentino es seriamente cuestionado desde el establishment religioso, político y mediático argentino, por “inmiscuirse” en la interna política de su país.

 

Las entrevistas concedidas a la presidenta argentina y a sus exóticas comitivas, alertaron y alarmaron a quiénes veían en Francisco al estratega de la demolición definitiva, del totalitarismo peronista. El jefe de la oposición mutaba incomprensiblemente de líder de la restauración conservadora, a sostén de un “régimen” que insistía en gobernar a perpetuidad. La jerarquía de la Iglesia local comenzó a silenciar su alegría por la elección de un compatriota como obispo de Roma para expresar en voz baja su preocupación por la retórica y los gestos populistas y heterodoxos de Francisco. Sus críticas proféticas al sistema responsable de la exclusión, el descarte y la muerte, pasaron de castaño oscuro cuando se hicieron públicos sus dos documentos pastorales, la exhortación apostólica Evangelii Gaudium y la encíclica Laudato Si en la que proclamaba su concepción integral de la ecología.

 

Sus críticas a la vocación principesca de muchos de los jerarcas de la Iglesia universal y su deseo de que olieran del mismo modo que las ovejas puestas a su cuidado, eran mucho más que licencias poéticas. En los movimientos populares, poblados de jóvenes con entusiasmo de conversos, las palabras y la gestualidad franciscana, se tomaban en serio y se volvían amenazantes desafíos al poder eclesial, responsable de la grave crisis pastoral que aún afecta al pueblo de Dios. Las críticas a la corrupción económica y a las conductas perversas de miembros consagrados de la Iglesia, pusieron en estado de alerta a una de las burocracias más aceitadas y conservadoras del poder mundial.

 

En el ámbito local esta preocupación crecía con sordina, pero no por eso menos intensamente. Después de la derrota de Cristina, Francisco no solo no parecía compartir la alegría general de los vencedores sino que hacía públicos gestos de distancia con la euforia restauradora. Se tomó muy en cuenta que no llamara al presidente electo para felicitar su victoria electoral y que enviara al acto de toma de posesión, al nuncio vaticano en el Paraguay. La supuesta demora en concederle audiencia al nuevo presidente, se tradujo en una ridícula interpretación de la voluntad devaluatoria de Francisco hacia la figura que encarnó la elección soberana de algo más de la mitad de los argentinos.

 

Y llegó el “milagro” del paroxismo. El papa, sin decir palabra envía a través de un colaborador un rosario bendecido por él, a Milagro Sala, detenida en Jujuy por voluntad del gobernador, refrendada por el poder judicial local. El procedimiento de detención generó numerosos cuestionamientos, teniendo en cuenta sobre todo que personajes como Schiavi, Jaime y Boudou, unos condenados y el otro procesado, gozan del privilegio de la libertad ambulatoria. Un rosario bendecido y ni una sola palabra, bastaron para desatar a la fiera y para que algunos voceros del poder mediático mostraran los dientes que hasta ahora exhibían disimulados por sonrisas de circunstancia. Magdalena Ruiz Guiñazú, Alfredo Leuco y Jorge Fernández Díaz por ejemplo, no ocultaron su malestar ante un rosario que parecía provocarles las mismas descontroladas reacciones que el crucifijo de “El exorcista” desataba en el demonio que se había adueñado de su víctima.

 

La inefable Lilita Carrió, no dudó en señalar que no iría a Roma y que confiaba “en los obispos argentinos”. Esos mismos que hasta hoy eluden, por mayoría, sincerar las responsabilidades de sus “hermanos mayores”  durante el terrorismo de estado.

 

Un rosario* que sin duda expresaba gestualmente el cumplimiento por parte de Francisco de una de las razones por las que Jesucristo llamará a su lado al fin de los tiempos, a quiénes además “visitaron a los presos” (Mateo 25,31) sin tener en cuenta, porque no es materia de la caridad sino de la justicia, su inocencia o culpabilidad.

 

No hay duda de que se encuentra en pleno desarrollo en la Argentina, una campaña destinada a darle trascendencia mundial a la estigmatización de la figura y la palabra de Francisco. La Iglesia institucional, salvo honrosas excepciones, guarda sospechoso silencio. Todos conocemos la sentencia evangélica de que nadie es profeta en su tierra, pero todos también deberíamos recordar que la caridad (el amor) bien entendido, empieza por casa.

 

HERNÁN PATIÑO MAYER

 

 

 




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