Oscar llega repartiendo abrazos
Publicado: martes, 16 de mayo de 2017 |
Durante el encarcelamiento que se prolongó por 35 años Oscar López Rivera no tuvo muchas oportunidades para repartir abrazos. En aquel ambiente diseñado para el castigo el amor y la hermandad estaban absolutamente racionados, como una manera de castigar. Para alguien como Oscar esa privación debió haber sido uno de sus peores tormentos.
Tal vez por eso ahora, porque tiene tantos abrazos acumulados a lo largo de más de tres décadas de privación, los reparte con prodigalidad. Y no te abraza alguien que, cargando 74 años de edad combinados con 35 de prisión, debiera tener sus carnes flácidas y la barriga fofa. El que tiende sus brazos fuertes es el pequeño cuerpo de un atleta, sólido y fibroso. Abraza con energía, como queriendo trasmitir en unos segundos el cariño pacientemente guardado por tantos años.
Barack Obama dejó para el final de su mandato la orden que le conmutó la sentencia al héroe boricua. Muchos ya habíamos perdido la esperanza al ver que se acercaba el 20 de enero de 2017 sin que llegara la alegría. Oscar, sin embargo, esperaba tranquilo, siguiendo su rutina en prisión con la misma paciencia que antes habían desplegado otros grandes.
¿Por qué te excarcelaron?, le pregunté el sábado en la tarde cuando ya respiraba el aire de Santurce y con la pasmosa tranquilidad de siempre esperaba la llegada del 17 de mayo, día de su excarcelación definitiva. "Porque Puerto Rico nunca olvida a sus presos", dijo como si decretara una sentencia.
Relató entonces la lucha que se dio en la Isla y entre los boricuas de Estados Unidos que condujo en 1979 a la excarcelación de los patriotas nacionalistas Andrés Figueroa Cordero, Lolita Lebrón, Rafael Cancel Miranda, Oscar Collazo e Irving Flores. Aquella presión, en la que desde Chicago participó activamente el propio Oscar, atrajo la solidaridad mundial que finalmente condujo a la orden de excarcelación suscrita por el presidente James Carter.
Pocos años después, sigue relatando Oscar, comenzó la lucha por la liberación de los patriotas vinculados a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) entre los que estaba él. La presión desde Puerto Rico y desde los barrios nuestros en Estados Unidos fue otra vez grande, también con impacto internacional, hasta que el presidente Bill Clinton firmó la excarcelación en 1999.
La lucha siguió por los que quedaban en prisión con el desenlace que ya conocemos. Oscar conoce y aprecia el esfuerzo que en su caso se hizo desde distintas partes del mundo; desde la siempre solidaria Cuba, desde Venezuela y tantos otros lugares, así como la participación importante de figuras religiosas como Desmond Tutu y el Papa Francisco. Pero centraliza el esfuerzo en el pueblo puertorriqueño porque es consciente que si aquí no se hubiese desarrollado la lucha que envolvió a prácticamente toda la sociedad, difícilmente los del exterior se hubiesen movilizados.
"Puerto Rico no olvida a sus presos", repite y compara su situación con la de los luchadores afro estadounidenses que, a pesar de la fuerza política que sin duda tiene esa comunidad y de la ubicación estratégica en el gobierno y en la economía de muchas de sus figuras, no ha logrado excarcelar a un grupo grande de prisioneros que ahora mismo extinguen condenas superiores a la que él extinguió. Como los tiene presente en sus pensamientos, uno por uno fue nombrando a los dirigentes del Black Panther Party que permanecen en prisión, algunos desde hace más de 45 años, sin perspectiva de que puedan dejar los barrotes atrás como fue su caso. Lo clave para que finalmente se lograra su liberación y para que Barack Obama la firmara estando ya de salida, fue que nuestro pueblo nunca lo olvidó. De ahí su agradecimiento.
De sus tiempos en prisión Oscar recuerda con cariño los años que compartió con Fernando González Llort, uno de los "Cinco héroes" cubanos que cumplieron largas condenas en Estados Unidos, acusados de espionaje por luchar en la Florida contra grupos terroristas que conspiraban contra Cuba. Fernando y Oscar compartieron la misma celda durante cuatro años, de 2008 a 2011. "Fueron mis mejores años en la cárcel", dice. Por primera vez gastaba sus horas en buena conversación con otro antillano que, como él, llegaba a la prisión por ser fiel a sus ideas revolucionarias.
Nos cuenta que con ayuda de Fernando pudo elaborar un aparato de radio, rudimentario pero efectivo, que les permitía captar las ondas que llegaban desde el entrañable Caribe de donde ambos provenían. Era un aparato construido a partir de uno convencional que, eficientemente alterado y auxiliado por un cable colocado en la reja carcelaria, permitía que voces puertorriqueñas y cubanas llegaran hasta aquella fría prisión del medio oeste estadounidense. Aquel junte antillano terminó abruptamente en 2012 cuando el revolucionario cubano fue trasladado a una prisión ubicada en Arizona. Pero Oscar se quedó con la radio con la que siguió escuchando voces entrañables que llegaban desde Puerto Rico.
Desde el pasado 9 de febrero Oscar ha estado fuera de la celda. Hasta el pasado 17 de mayo estuvo en virtual arresto domiciliario, aunque en la mejor de todas las "prisiones" posibles, el apartamento santurcino de su querida Clarisa. Llegó allí con un grillete electrónico que vigilaba sus movimientos, pero que no le impidió volver a escuchar otra vez el sonar de un coquí y correr al balcón del apartamento en la primera madrugada para ver las estrellas. Ahora que finalmente terminó su condena carcelaria aclara que no sale a la "libertad" sino que solamente ha sido excarcelado. Nadie viviendo en una colonia puede ser libre y él aclara que no lo es ni lo será hasta que la condena de su patria termine.
Como una vez contó sus años un exprisionero de las cárceles franquistas, el poeta Marcos Ana, Oscar tiene 74 años de edad, pero tan sólo 39 de vida. Los otros 35 no los vivió plenamente y, como el poeta español, no puede considerarlos como vividos. Pero sale de prisión con la moral intacta y lo suficientemente saludable para seguir luchando. Preguntado cómo se visualiza aclara que sólo "quiere dar un mensaje de amor" y un aviso "de que se puede". Desea que en el futuro los puertorriqueños pudiéramos "luchar juntos" en un mismo movimiento o frente que nos permita avanzar hacia la terminación del coloniaje. Durante los años que le quedan, que a juzgar por su cuerpo fibroso serán muchos, estará en la lucha diciéndonos con su ejemplo que sí se puede.
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