foto: febrero 2009. (Centro) Arq. Rodolfo Livingston; (parada detrás) Irene Perpiñal, (a la derecha) Alexis Lorenzo, y (exhibiendo los libros de Livingston "Polémicas" y "Cuba Existe es Socialista y No está en Coma") Eladio González toto.
Revista cubana “Casa de las Américas” nº 218, mes de Marzo de 2000. página l33 a 136.
Graciela Scheines (falleció pocos años después) CUBA ES REBELDE Y SUEÑA *
Me alegró mucho que Rodolfo me pidiera que presentara su último libro. Somos amigos desde hace nueve años y nuestra amistad empezó gracias a Cuba. Yo había ganado el Premio Extraordinario Nuestra América, convocado por la Casa de las Américas, y estaba eufórica, pobrísima, con tres hijos a mi cargo.
El era mi vecino (vivía a la vuelta de casa). A partir de entonces nos veíamos casi diariamente. Conversamos montañas de palabras, sobre Cuba, la Argentina, los hijos, la vida. En la primera página de su libro me escribió: “A G.S., que tanto me estimula el cerebro y el alma.”
Nos estimulamos mutuamente. Nos ayudamos mucho. Por eso estas palabras son, además de la presentación a su libro Cuba Rebelde. El Sueño continúa, el homenaje al amigo, ya que estamos en la Casa de la Amistad Argentino – Cubana.
Le escuché a Jorge Luis Borges en una conferencia que la amistad es el sentimiento más perfecto, más puro.
Decía que el amor está contaminado por celos, recelos, desconfianzas. La amistad no. Uno puede dejar de ver a su amigo durante años, decía y cuando se reencuentra con él es todo tan intenso y pleno como si lo hubiera visto el día anterior. No creo que la amistad sea un sentimiento superior al amor. El amor a un compañero ó una compañera es lo máximo. Pero la amistad también.
La nuestra fue muy importante en esos años de mi separación reciente, la lucha por la vida, mi alegría.
Creamos una especie de condominio. Mi casa era la prolongación de la suya, y al revés. Cuando Rodolfo invitaba a más de dos personas, como su departamento de Paseo Colón era diminuto (en un ambiente chiquito funcionaban el dormitorio, la cocina, el comedor, el estudio y el garaje de la bicicleta; había otro cuartito, con vista al río, pero se usaba sólo para ver las puestas de sol), la cena se hacía en mi casa, que es mucho más grande. Todo de acuerdo con un reglamento rigurosísimo (¡Rodolfo y su amor por el método!). Yo tenía derecho a invitar a dos personas.
Él me daba el dinero para comprar la carne, las papas, etcétera; y yo cocinaba (me gusta hacerlo), además de aportar lo que él llama “vajilla de casamiento” y los manteles bordados.
La organización era perfecta. Mis hijas aprendieron a trabajar en su estudio. Estaban en la secundaria y él, para ayudarnos económicamente, las empleaba en forma alternada para trabajos de cafetería, ordenarle los ficheros y cosas así.
Cuando una de mis chicas tenía un examen, la reemplazaba la otra. Rodolfo inventó un sistema de relevos que se llevaban a cabo en una sencilla pero emotiva ceremonia. Se firmaba un acta, se hacía el traspaso de mando y se cantaban algunas estrofas del Himno Nacional. Él me lo contaba después y nos matábamos de risa. Pero mis hijas lo tomaban con total seriedad. Creían de verdad que así se hacía en cualquier oficina pública. Este es mi amigo, mi admirado amigo.
El libroCuba Rebelde. Lo leí por fragmentos en las páginas que Rodolfo me mandaba por fax mientras las iba escribiendo. Después, en el prolijo volumen anillado escrito en computadora y finalmente en el libro publicado. Cuento una anécdota: Cuando Rodolfo me entregó la versión en computadora, mi marido Alberto Laiseca, la empezó a hojear y quedó fascinado. Hasta que no terminó, no pudo dejar la lectura.
Ése es el secreto de un buen ensayo: que se lea con la pasión con que se leería una novela de aventuras y a la vez que lo deje a uno pensando. Es que Cuba Rebelde es un libro excepcional porque no encaja dentro de los habituales trabajos sobre Cuba.
En la última década el tema Cuba inspiró libros apocalípticos (anunciando la inminente caída), por un lado e infinidad de muestras fotográficas que fijaban a Cuba en una sucesión de escenas sueltas, muy coloridas y muy artísticamente enfocadas, por el otro. Los libros apocalípticos (publicados inmediatamente después del derrumbe de la Unión Soviética) se escribieron de acuerdo con una seudociencia que estuvo de moda por los años 70: la prospectiva.
Consiste en aplicar la progresión geométrica. Ejemplo burdo: si en 1989 en la Argentina había un auto cada tres habitantes; y en 1994 un auto cada seis, la prospectiva deducía que, en 1999, habría un auto cada doce personas. Se predecía el futuro como si la historia fuera una cinta transportadora de embotellar cerveza. Otro error es creer que la Isla está expresada en una muestra fotográfica.
Como si la realidad cubana fuera un conjunto de imágenes fijas. No hay país que cambie tan aceleradamente como Cuba en los últimos años.
“Los cambios de Cuba son tan rápidos”, escribe Rodolfo, “que las reformas a la ley corren detrás de los hechos, y también detrás de la ética”. Las leyes se van inventado sobre la marcha para adaptarlas a la realidad. Si algo se puede decir de la Cuba de los 90 es E pur si mueve, la frase de Galileo Galilei.
Y ese movimiento, esa transformación diaria de la Cuba del Período Especial (el peor año fue 1993) está expresada en el texto y en las fotografías del libro de Rodolfo. Cuba es una isla. Las islas tienen una honrosa tradición utópica. Las Islas Felices de Hesíodo buscadas por Colón, la isla Utopía de Tomás Moro. Nueva Atlántida de Bacon, en el océano Pacífico, cerca de la costa del Perú.
Que la utopía social se ubique tradicionalmente en una isla tiene que ver con lo circunscrito, lo cerrado en sí mismo, lo no contaminado por el mundo exterior. Cuba es una isla que figura en los mapas. Pero también es una isla metafóricamente hablando.
No tiene nada que ver con los demás países caribeños, “miamizados”, con una población miserable que se muere de hambre y carencias gravísimas en educación, sanidad, justicia. Cuba no entra en el llamado “concierto de las naciones latinoamericanas”. Y están los viajes de ida y vuelta como fórmula para la felicidad.
Un personaje de Bioy Casares (Gusmán, en el cuento “El atajo”) dice que su auto le brindaba la clave de la felicidad: irse para poder volver. Rodolfo tiene el privilegio de vivir entre la Isla y Argentina. Su vida son viajes de ida y vuelta.
Trabaja en Cuba en el programa del arquitecto para la comunidad, tarea que le obliga a estancias prolongadas allí. Esas permanencias, alternadas con su trabajo y su vida en la Argentina, le dan una visión agudísima, una comprensión profunda de Cuba. Además está el amor. “Cada libro mío sobre Cuba es producto del amor”. “Fui feliz allí, en medio de ellos muchas veces. Allí volví a sentir que los amo tanto como ellos se aman bajo la superficie discreta del agua”.
La frase “El amor es ciego” es lo más falso que hay. Los ojos del amor ven mucho más, no se les escapa nada, por insignificante que sea, de la persona amada. Por eso Rodolfo no canta loas a Cuba. Denuncia los males cubanos, ejerce una crítica desde el amor (que es decir, desde adentro).
Y, sobre todo, muestra la falacia escondida en cada uno de los argumentos que critican la realidad cubana desde distintos frentes: los izquierdistas desilusionados, los turistas clase media argentina, los “defensores de la democracia”, etcétera. El libro se centra en el Período Especial con todas las carencias, apagones, amenazas, cambios y medidas de emergencia hechas al tanteo, por prueba y error, sobre la marcha.
Rescata la capacidad creadora de los cubanos para solucionar problemas. Cómo en medio de la escasez más absoluta, se echa mano a desechos, a chatarra para resolver. Los ejemplos son maravillosos; se usan carrocerías de guaguas (colectivos) abandonadas que se montan sobre ruedas de ferrocarril y funcionan como vagones de tren. Las cintas de freno se reemplazan con pedazos de cámaras rotas. El motor de un tractor se repara adaptando piezas de lavarropas. Rodolfo vió funcionar un televisor con gasolina: tomaba la energía de un motorcito auxiliar sacado de una moto.
Cuadernos de escuela se hacen borrando las letras escritas de cuadernos usados y retazos de papel. El famoso “camello” es un ómnibus montado sobre un camión plancha de varios ejes.
Un posmodernismo romántico
De los ejemplos enumerados por Rodolfo deduzco que es lícito definir a la Cuba de los 90 como la cultura del fragmento. Su quehacer consiste en aprovechar pedazos de sistemas perimidos, obsoletos y adaptarlos a otros sistemas para ponerlos a funcionar. También el posmodernismo, tal como se lo entiende en el resto del mundo, es la cultura del fragmento; un juego desacralizado con chatarra. Pero hay diferencias sustanciales entre uno y otro.
Cuba ejerce una especie de modernismo romántico y práctico al mismo tiempo. En vez de banalizar y desvalorizar es igual, nada es mejor”, dice Discépolo en su tango Cambalache, anticipándose unas cuantas décadas al posmodernismo contemporáneo), cada pedacito viejo y roto desprendido de un sistema es resignificado dentro de otro sistema. Todo fragmento sirve para armar nuevos rompecabezas.
El posmodernismo romántico cubano no pierde de vista el ideal (el todo funcionando) y busca o inventa la pieza que falta. El posmodernismo nihilista es un dedo extendido señalando el hueco, el vacío. Dentro de este esquema entra esa mezcla que escandaliza a tanta gente: el capitalismo ensamblado al socialismo. Es que los cubanos – por ese proceso de posmodernismo práctico y romántico – inventan una nueva síntesis entre capitalismo y socialismo.
Ciertos aspectos del capitalismo (fragmentos) son revalorizados, resignificados dentro del sistema socialista cubano. Y funciona. Pienso que esto tiene que ver con otro fenómeno importante y que marca la diferencia entre Argentina (por ejemplo) y Cuba. Argentina es un país centrífugo, Cuba es un país centrípeto.
Lo explico. El sentimiento que uno experimenta cuando va a Cuba a trabajar (o simplemente cuando uno participa ocasionalmente de la vida de los cubanos – como le pasó al Toto, un turista argentino que donó sangre para un policía herido-), es de pertenencia.
Un turista (un extranjero) es un fragmento sacado de contexto (de sistema, de su país). Cuba tiende a asimilarlo, a integrarlo.
Al Toto se lo ganaron para toda la vida. Ese fenómeno crea el grato sentimiento de que ocupás un lugar, pertenecés a un orden, formás parte. Al revés de lo que pasa acá, en la Argentina.
Aquí somos todos undergrounds, fragmentos que no encajamos en ningún lado. Somos arrojados a los bordes sin ser aprovechados. Todo nuestro esfuerzo en la vida se agota en mantenernos donde estamos, no ser movidos de nuestro lugar, no ser arrojados a las orillas.
Argentina: centrífuga (movimiento hacia afuera, de dispersión, de diáspora). Cuba: centrípeta (movimiento hacia adentro, de atracción de todo lo de afuera para aprovecharlo para la causa).
Cuando una de mis chicas tenía un examen, la reemplazaba la otra. Rodolfo inventó un sistema de relevos que se llevaban a cabo en una sencilla pero emotiva ceremonia. Se firmaba un acta, se hacía el traspaso de mando y se cantaban algunas estrofas del Himno Nacional. Él me lo contaba después y nos matábamos de risa. Pero mis hijas lo tomaban con total seriedad. Creían de verdad que así se hacía en cualquier oficina pública. Este es mi amigo, mi admirado amigo.
El libroCuba Rebelde. Lo leí por fragmentos en las páginas que Rodolfo me mandaba por fax mientras las iba escribiendo. Después, en el prolijo volumen anillado escrito en computadora y finalmente en el libro publicado. Cuento una anécdota: Cuando Rodolfo me entregó la versión en computadora, mi marido Alberto Laiseca, la empezó a hojear y quedó fascinado. Hasta que no terminó, no pudo dejar la lectura.
Ése es el secreto de un buen ensayo: que se lea con la pasión con que se leería una novela de aventuras y a la vez que lo deje a uno pensando. Es que Cuba Rebelde es un libro excepcional porque no encaja dentro de los habituales trabajos sobre Cuba.
En la última década el tema Cuba inspiró libros apocalípticos (anunciando la inminente caída), por un lado e infinidad de muestras fotográficas que fijaban a Cuba en una sucesión de escenas sueltas, muy coloridas y muy artísticamente enfocadas, por el otro. Los libros apocalípticos (publicados inmediatamente después del derrumbe de la Unión Soviética) se escribieron de acuerdo con una seudociencia que estuvo de moda por los años 70: la prospectiva.
Consiste en aplicar la progresión geométrica. Ejemplo burdo: si en 1989 en la Argentina había un auto cada tres habitantes; y en 1994 un auto cada seis, la prospectiva deducía que, en 1999, habría un auto cada doce personas. Se predecía el futuro como si la historia fuera una cinta transportadora de embotellar cerveza. Otro error es creer que la Isla está expresada en una muestra fotográfica.
Como si la realidad cubana fuera un conjunto de imágenes fijas. No hay país que cambie tan aceleradamente como Cuba en los últimos años.
“Los cambios de Cuba son tan rápidos”, escribe Rodolfo, “que las reformas a la ley corren detrás de los hechos, y también detrás de la ética”. Las leyes se van inventado sobre la marcha para adaptarlas a la realidad. Si algo se puede decir de la Cuba de los 90 es E pur si mueve, la frase de Galileo Galilei.
Y ese movimiento, esa transformación diaria de la Cuba del Período Especial (el peor año fue 1993) está expresada en el texto y en las fotografías del libro de Rodolfo. Cuba es una isla. Las islas tienen una honrosa tradición utópica. Las Islas Felices de Hesíodo buscadas por Colón, la isla Utopía de Tomás Moro. Nueva Atlántida de Bacon, en el océano Pacífico, cerca de la costa del Perú.
Que la utopía social se ubique tradicionalmente en una isla tiene que ver con lo circunscrito, lo cerrado en sí mismo, lo no contaminado por el mundo exterior. Cuba es una isla que figura en los mapas. Pero también es una isla metafóricamente hablando.
No tiene nada que ver con los demás países caribeños, “miamizados”, con una población miserable que se muere de hambre y carencias gravísimas en educación, sanidad, justicia. Cuba no entra en el llamado “concierto de las naciones latinoamericanas”. Y están los viajes de ida y vuelta como fórmula para la felicidad.
Un personaje de Bioy Casares (Gusmán, en el cuento “El atajo”) dice que su auto le brindaba la clave de la felicidad: irse para poder volver. Rodolfo tiene el privilegio de vivir entre la Isla y Argentina. Su vida son viajes de ida y vuelta.
Trabaja en Cuba en el programa del arquitecto para la comunidad, tarea que le obliga a estancias prolongadas allí. Esas permanencias, alternadas con su trabajo y su vida en la Argentina, le dan una visión agudísima, una comprensión profunda de Cuba. Además está el amor. “Cada libro mío sobre Cuba es producto del amor”. “Fui feliz allí, en medio de ellos muchas veces. Allí volví a sentir que los amo tanto como ellos se aman bajo la superficie discreta del agua”.
La frase “El amor es ciego” es lo más falso que hay. Los ojos del amor ven mucho más, no se les escapa nada, por insignificante que sea, de la persona amada. Por eso Rodolfo no canta loas a Cuba. Denuncia los males cubanos, ejerce una crítica desde el amor (que es decir, desde adentro).
Y, sobre todo, muestra la falacia escondida en cada uno de los argumentos que critican la realidad cubana desde distintos frentes: los izquierdistas desilusionados, los turistas clase media argentina, los “defensores de la democracia”, etcétera. El libro se centra en el Período Especial con todas las carencias, apagones, amenazas, cambios y medidas de emergencia hechas al tanteo, por prueba y error, sobre la marcha.
Rescata la capacidad creadora de los cubanos para solucionar problemas. Cómo en medio de la escasez más absoluta, se echa mano a desechos, a chatarra para resolver. Los ejemplos son maravillosos; se usan carrocerías de guaguas (colectivos) abandonadas que se montan sobre ruedas de ferrocarril y funcionan como vagones de tren. Las cintas de freno se reemplazan con pedazos de cámaras rotas. El motor de un tractor se repara adaptando piezas de lavarropas. Rodolfo vió funcionar un televisor con gasolina: tomaba la energía de un motorcito auxiliar sacado de una moto.
Cuadernos de escuela se hacen borrando las letras escritas de cuadernos usados y retazos de papel. El famoso “camello” es un ómnibus montado sobre un camión plancha de varios ejes.
Un posmodernismo romántico
De los ejemplos enumerados por Rodolfo deduzco que es lícito definir a la Cuba de los 90 como la cultura del fragmento. Su quehacer consiste en aprovechar pedazos de sistemas perimidos, obsoletos y adaptarlos a otros sistemas para ponerlos a funcionar. También el posmodernismo, tal como se lo entiende en el resto del mundo, es la cultura del fragmento; un juego desacralizado con chatarra. Pero hay diferencias sustanciales entre uno y otro.
Cuba ejerce una especie de modernismo romántico y práctico al mismo tiempo. En vez de banalizar y desvalorizar es igual, nada es mejor”, dice Discépolo en su tango Cambalache, anticipándose unas cuantas décadas al posmodernismo contemporáneo), cada pedacito viejo y roto desprendido de un sistema es resignificado dentro de otro sistema. Todo fragmento sirve para armar nuevos rompecabezas.
El posmodernismo romántico cubano no pierde de vista el ideal (el todo funcionando) y busca o inventa la pieza que falta. El posmodernismo nihilista es un dedo extendido señalando el hueco, el vacío. Dentro de este esquema entra esa mezcla que escandaliza a tanta gente: el capitalismo ensamblado al socialismo. Es que los cubanos – por ese proceso de posmodernismo práctico y romántico – inventan una nueva síntesis entre capitalismo y socialismo.
Ciertos aspectos del capitalismo (fragmentos) son revalorizados, resignificados dentro del sistema socialista cubano. Y funciona. Pienso que esto tiene que ver con otro fenómeno importante y que marca la diferencia entre Argentina (por ejemplo) y Cuba. Argentina es un país centrífugo, Cuba es un país centrípeto.
Lo explico. El sentimiento que uno experimenta cuando va a Cuba a trabajar (o simplemente cuando uno participa ocasionalmente de la vida de los cubanos – como le pasó al Toto, un turista argentino que donó sangre para un policía herido-), es de pertenencia.
Un turista (un extranjero) es un fragmento sacado de contexto (de sistema, de su país). Cuba tiende a asimilarlo, a integrarlo.
Al Toto se lo ganaron para toda la vida. Ese fenómeno crea el grato sentimiento de que ocupás un lugar, pertenecés a un orden, formás parte. Al revés de lo que pasa acá, en la Argentina.
Aquí somos todos undergrounds, fragmentos que no encajamos en ningún lado. Somos arrojados a los bordes sin ser aprovechados. Todo nuestro esfuerzo en la vida se agota en mantenernos donde estamos, no ser movidos de nuestro lugar, no ser arrojados a las orillas.
Argentina: centrífuga (movimiento hacia afuera, de dispersión, de diáspora). Cuba: centrípeta (movimiento hacia adentro, de atracción de todo lo de afuera para aprovecharlo para la causa).
Tal vez lo que el Toto, Rodolfo, yo y tantos otros sentimos, es lo que haya sentido el Che en Cuba: que somos parte.
El país Almodóvar
Rodolfo no deja nada sin enfrentar y analizar. Toma el toro por las astas. Las jineteras, los chicos que piden dólares por la calle (que parecen mendigos pero no lo son) los disidentes cubanos, los balseros, la libertad ó falta de libertad de prensa, la dolarización, la burocracia, la ineficiencia, el apego a la norma, etcétera.
No voy a contar las anécdotas que narra Rodolfo en el libro, para no privarlos del placer de leerlas. Cuba Rebelde está lleno de historias y situaciones deliciosas. Como los “misterios sin resolver” (para reventar de risa). Y los episodios y situaciones vividos en cualquier rincón de la isla. Cada uno serviría para escribir una novela (ó al menos un cuento). Como “El extraño caso del hotel Louvre en Matanzas”, que no tiene desperdicio.
Eso es lo que hace de Cuba lo que yo llamo un país Almodóvar. Voy a contar mi propia anécdota para ilustrar esto. Matanzas. Casa de la Cultura. Nos llevan a un grupo de escritores a la presentación de Carilda Oliver Labra, gloria nacional de la poesía.
Las sillas plegables se alinean frente al tablado. Un piano de cola negro con una enorme mantilla española roja – claveles amarillos y azules bordados y flecos de seda hasta el suelo – es el objeto más grande en el pequeño escenario. Hay también una mesita diminuta con una lámpara y un cuenco con flores frescas y una mecedora tallada de alto respaldo esterillado.
Allí está sentada Carilda. Es mayor. Desde donde estoy resalta su figura vistosa: el cabello ondulado teñido de rubio cayendo sobre sus hombros, la boca pintada de rojo, collares iluminando su vestido floreado. La sala está llena. Es su público habitual más nosotros y unos cuantos turistas traídos por la chica guía. Habla con voz de vieja, con cadencias poéticas. Agradece. Suspira. Recita de memoria. Relata alguna anécdota de su vida.
Detrás de ella, en un rincón está parado su último marido, un joven de no mucho más de veinte años. La escucha con devoción. Mira al público y la mira a ella. Sonríe. Asiente con la cabeza. Aplaude cuando todos aplauden. Y mientras Carilda recita estos versos:
Boca
Que me da la vida
Y me vuelve loca.
El marido se roza los labios con los dedos y nos mira para que reparemos en que es su boca y son sus besos a los que se refiere el poema.
La poetisa invita a los presentes a subir al tablado. Se decide una señor flaquita, pulcra, modestísima. Dice que escribió un solo poema en toda su vida, cuando murió su “viejo” y la dejó sola en este mundo. Se sienta junto a Carilda, y con las manos de la gloria nacional entre las suyas, recita de memoria su larguísima elegía.
La sigue otra. “La maestra”, me sopla al oído el señor que tengo al lado. Esta vez son dos las poesías: una patriótica y otra moral.
Estoy metida en una película de Almodóvar. Todo está a punto de desmoronarse en el ridículo, melodrama de radioteatro, emoción fácil, sensiblería de barrio. Casi me río por dentro.
Y de pronto, sin saber cómo ni por qué, la escena suspendida en la cuerda floja se salva milagrosamente. La magia de Almodóvar vuelve a funcionar. Y la viejita que llora a su viejo, y la maestra de escuela, y el señor emocionado que tengo al lado, y el marido-niño que gesticula a espaldas de la gloria nacional y la propia Carilda, se cargan de humanidad, son enternecedores personajes de carne y hueso en el juego de la vida, en el trágico juego de la vida donde nadie gana y nadie pierde. Un aire maravilloso vibra en el lugar.
El ron con hierbabuena, el merengue bailado, los chinchín con los poetas lugareños son, un fiesta inolvidable. La vida triunfante.
Graciela Scheines
Un argentino me escribió:
TOTO: Gracias por la nota a Graciela Scheines la conocí en mi casa de origen, en Bahía Blanca, porque fué compañera de mi hermana e hicieron juntas la carrera de Licenciatura en Letras en la Universidad Nacional del Sur, mientras yo hacía la secundaria. Años después, cuando ya en Buenos Aires hice la carrera de abogado tuve alguna noticia por mi hermana, de Graciela, pero creo que no la volví a ver por aquí. Supe, sí, por mi propia hermana que luego falleció. No sé porqué.
EL padre era un abogado y un hombre de cultura en Bahía. Por los años sesenta.
NO sabía, empero, que tuvo ideas y sentires afines con la Revolución Cubana y con la lucidez con que se expresa en la linda nota que hizo. Especialmente la naturaleza centrífuga de la sociedad argentina y el carácter centrípeto, por contrario Imperio(pero no el yankee), de la sociedad revolucionaria de Cuba. Argentina NO ES un país amable; CUBA enamora, aún a distancia.
GRACIAS por tu nota que me recuerda a Graciela Scheines, sabía andar por casa pero yo no fuí amigo de élla sinó élla de mi hermana. Eramos otra generación y otras vivencias; en esa edad las diferencias se notaban sobre el curso de los años.
ERAN otros círculos, el de mi hermana y el mío propio, bién diferenciados. Pero en los años sesenta se INCUBÓ la explosión transformadora de los setenta y reconectamos la Historia por nosotros mismos y ese es un mérito objetivo de nuestra generación.
Gracias,
EL padre era un abogado y un hombre de cultura en Bahía. Por los años sesenta.
NO sabía, empero, que tuvo ideas y sentires afines con la Revolución Cubana y con la lucidez con que se expresa en la linda nota que hizo. Especialmente la naturaleza centrífuga de la sociedad argentina y el carácter centrípeto, por contrario Imperio(pero no el yankee), de la sociedad revolucionaria de Cuba. Argentina NO ES un país amable; CUBA enamora, aún a distancia.
GRACIAS por tu nota que me recuerda a Graciela Scheines, sabía andar por casa pero yo no fuí amigo de élla sinó élla de mi hermana. Eramos otra generación y otras vivencias; en esa edad las diferencias se notaban sobre el curso de los años.
ERAN otros círculos, el de mi hermana y el mío propio, bién diferenciados. Pero en los años sesenta se INCUBÓ la explosión transformadora de los setenta y reconectamos la Historia por nosotros mismos y ese es un mérito objetivo de nuestra generación.
Gracias,
difunden: el 1er. Museo Histórico Suramericano "Ernesto Che Guevara", la Escuela de Solidaridad con Cuba "Chaubloqueo" y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre
Irene Perpiñal y Eladio González - directores calle Rojas 129 local (Caballito) Capital -AAC1405-Buenos Aires-República Argentina tel: 5 3540744 email: museocheguevara@fibertel.com.ar
http://museocheguevaraargentina.blogspot.com/
colectivos 1 - 2 - 25 - 26 - 32 - 42 - 53 - 55 - 85 - 86 - 103 - 180
doná sangre, doná órganos, doná células madre, sé solidario, SÉ VOS.
¡Salven a los argentinos! "las ballenas"
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