¿Y por qué nadie habla de
esto en Chile? El Mercurio.
Odette Yidi David,
cofundadora y directora ejecutiva del Instituto de Cultura Árabe de Colombia
En el mes de
julio y según el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, el 30 por ciento
de Cisjordania (incluyendo los
asentamientos ilegales ante el Derecho Internacional y el Valle del Jordán por
sus preciados recursos acuíferos), será “anexada” a Israel. En
realidad, este movimiento busca ‘normalizar’ la situación sobre el
terreno, y logrará, sin duda, consolidar la realidad de apartheid en la que
viven los palestinos en Cisjordania. Y, para muchos palestinos que están en la
diáspora, el riesgo de perder sus tierras, sin poder hacer nada, es inminente.
Además, se
incrementarán los palestinos desplazados y los refugiados, que totalizan ya 5.4
millones registrado en la UNRWA [United Nations Relief and Works
Agency for Palestine Refugees in
the Near East, Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en
Oriente Próximo],
es decir, un cuarto de la población refugiada a nivel mundial.
Entonces, ¿por
qué ningún medio habla de esto? ¿Y por qué, si hablan de esto, hacen parecer a
las víctimas (los palestinos) como los victimarios? (Nota: Verbo “anexar” entre comillas,
porque es intercambiable con “colonizar”).
Sí, leyó bien.
Colonizar. Es algo que nosotros desde América Latina (término bastante colonial, también) conocemos y cuyas secuelas
vivimos a diario. Pero, al mismo tiempo, creemos que el colonialismo fue algo
que quedó en el pasado, en los museos y en los libros. No nos hemos dado la
oportunidad de entender el caso/caos de Palestina–Israel desde esta
perspectiva, y es que ¿cómo, en este siglo, podría pasar algo así?’
Para ser claros:
la situación en Palestina no es un conflicto entre dos partes iguales; no es la
realización de la “Palabra y Plan de Dios”; no está escrito y
descrito en La Biblia; no es David contra Goliat; no es un choque de
civilizaciones; no es un conflicto ancestral; no son “árabes contra
judíos”; no es la “lucha por La Tierra Prometida”; y no es
una “lucha contra el terrorismo global”.
La situación de
Palestina es una y sólo una realidad: colonización de pobladores, o settler
colonialism, en inglés. Estamos viendo desarrollarse, frente a nuestros
velados ojos, un genocidio, etnocidio y una limpieza étnica que, hasta el
momento, ha permanecido impune. Y en eso, todos somos cómplices.
Sin querer
entrar en detalles, porque el tiempo apremia, vamos a definir brevemente qué
es “colonización de pobladores”. (Y el tiempo apremia, pues el mundo está pasivo –y en
mitad de una pandemia–, a la espera de ver cómo en el mes de julio y de manera
televisada, se colonizan territorios en tiempo real, en pleno siglo XXI, con
todo el costo humano, histórico, social, económico y político que esto implica
para esta y las próximas generaciones).
De manera muy resumida,
la “colonización de pobladores” es un tipo de colonialismo que
se basa en reemplazar al pueblo indígena/nativo con una nueva población que,
con el tiempo, desarrolla una identidad distintiva, soberanía y sistema
económico sobre el territorio colonizado. Este proceso necesita la eliminación
de la población indígena, su identidad, y el control de sus tierras y recursos;
y se sostiene con la construcción de estructuras de poder y narrativas sociales
específicas. Algunos famosos ejemplos de este tipo de colonialismo son Canadá y
Australia.
Después de esta
definición, seguramente podremos entender por qué nunca ha tenido éxito
un “proceso/acuerdo/diálogo de paz” entre palestinos e israelíes. Reiteramos
la razón: en un plan/proyecto colonial, nunca (léase con énfasis) el poder colonial ha tenido la intención de
devolver las tierras que coloniza o suspender su plan colonizador.
Para solidificar
la autoridad y defensa de los territorios colonizados, la fortaleza militar del
poder colonial juega un papel central; pero, por sobre todo, también es vital
la impunidad y el permiso social (mundial) con el que puede realizar
estas acciones que, hechas por otros actores del sistema internacional menos
fuertes o menos populares, fuesen completamente condenables, reprochables y
altamente sancionables.
Y es, así, como
somos todos cómplices. Es cómplice el silencio mediático y la permisividad
social mundial; la falta de condena pública; y la falta de empatía y valentía
para repensar lo que se nos ha enseñado sobre este ‘conflicto’. Tenemos la
misión pendiente de reeducarnos sobre la situación de Palestina, lejos de
eslóganes/fanatismos religiosos u orientaciones políticas que desvían la
conversación real.
Aparte del
poderío militar y la fabricada imagen internacional de víctima, hay que sumarle
la campaña para deshumanizar al enemigo. Así es como, para muchos, en el caso
de Palestina/Israel, las víctimas de la colonización (los palestinos) son vistos como los victimarios. Hagamos el
ejercicio: piense en un palestino. Seguramente la imagen del palestino incluye
escenas de terrorismo. Y, así es como hemos caído en la trampa orientalista,
que vilifica y vilipendia, y logra la esencialización de un pueblo entero en su
lucha anti-colonial.
Pensamos que las
vidas de los palestinos (árabes, en general y musulmanes, también) son
prescindibles; no las necesitamos ni las queremos, es más; entre más subyugados
y controlados estén, mejor. Y los palestinos, al no considerarlos como
recipientes de los mismos derechos que nosotros gozamos como
los ‘occidentales civilizados’ que somos, no necesitan ni merecen sus
tierras ancestrales, ni tampoco nuestra empatía. Israel, entonces, puede y debe
colonizar sus tierras (y ya lo ha
hecho, con vía libre durante el siglo pasado y el actual), hasta en medio de una
pandemia. Y, así trabaja la colonización de pobladores: más tierras, menos
nativos.
Mientras la
pandemia avanza, Israel también avanza con el plan: un plan que, por supuesto,
no es nuevo, pero tampoco es ‘bíblico’, pues nace con los albores del
sionismo, allá en la Europa oriental del siglo XIX. Nuestra responsabilidad
colectiva, con respecto a Palestina, es grande; lo es todo. Los palestinos
solos no pueden, y el sionismo solo, no quiere. La presión internacional, por
ejemplo, coadyuvó a terminar el régimen del apartheid en Sudáfrica. Las
protestas globales, hoy, han obligado a repensar y actuar en contra el nocivo
racismo estructural, si bien un poco tarde. No cometamos el mismo error. Es
tiempo para Palestina.
En unos
cincuenta años, durante probables nuevas olas de protesta en contra del racismo
y en pro de la Justicia, cuándo nos pregunten críticamente cómo permitimos esta
ignominia llamada anexión/colonización en el 2020, ojalá que nuestra respuesta
no sea: “No quisimos saber”.
Fuente: Zona Cero
La colonia judía Har Homa, construida en Jabal Abu Ghneim,
en tierras de Beit Sahour (Belén).