miércoles, 27 de junio de 2007

Combustible vegetal biocombustible Tracción a sangre Jorge Gómez Barata
















TRANSPORTES VEGETARIANOS
Jorge Gómez Barata

Los que creen haber descubierto la piedra filosofal al introducir los biocombustibles, no hacen otra cosa que recrear el pasado.
Durante la mayor parte de la historia de todas las civilizaciones, la agricultura aportó toda la energía necesaria para el transporte, el laboreo de los campos, la industria e incluso la guerra: pasto, heno, alfalfa, maíz y otras gramíneas y leguminosas, alimentaron a caballos y bueyes que tiraban de arados, cañones, coches, carretones, diligencias carretas, tranvías e incluso de embarcaciones.
Con bueyes, caballos, mulos, asnos, camellos, llamas, elefantes y perros, se transportaban los pasajeros y las cargas, se araba la tierra, se acarreaban las materias primas y, mediante sillas de postas dotadas de magníficos corceles y experimentados jinetes, se realizaban las comunicaciones postales, incluso internacionales. Ninguno comía petróleo.
A lomos de caballo y con carros tirados por ellos se realizaron las Cruzadas y las invasiones de occidente a oriente y viceversa. La tecnología progresó en función de los animales. Se crearon arados y cosechadoras eficientes, se diseñaron sillas, arreos y arneses para facilitar la monta, la carga y el tiro y, en las guerras las piezas de artillería eran arrastradas por animales.
Cuando la tierra, mediante cultivos y pastos naturales proporcionaban la energía, la necesidad de alimentar a las bestias de trabajo, lejos de competir con la producción de alimentos para los seres humanos, la promocionaba. Hombres y animales comparten gustos y necesidades comunes por ciertos cereales y granos.
El hecho de que durante milenios el hombre compartiera con nobles bestias su actividad económica e importantes momentos de su vida, llevó a que caballos y bueyes fueran altamente apreciados, incluso las personas humildes que no podían disponer de establos, les hacían espacio en el hogar.
Si bien en los países pobres los animales de monta, tiro y carga conservan significación económica, la modernidad los ha relegado. Algunos, como el caballo, han encontrado espacios en el deporte, la recreación y en la cultura de pueblos que como los de México, algunas regiones de los Estados Unidos y Europa, Argentina y otros le prodigan cuidados y comparten con ellos muchos buenos momentos.
El descubrimiento del petróleo y sus magnificas propiedades, la creación de capacidades para refinarlo y producir gasolina y la invención del motor de combustión interna, lo hicieron todo más fácil y económico. Al iniciar aquel curso maravilloso, al parecer nadie se percató que las reservas de petróleo eran finitas y se trataba de un material no renovable.
Llegado al punto en que las predicciones y advertencias se tornan peligros concretos, se mira a la tierra y se le pide lo que ahora probablemente no pueda dar. Antes era la tecnología y no los caprichos la que imponía los límites. Se podía entrenar un caballo para que corriera más pero no para que volara. Enfebrecida, la humanidad se habituó a vivir a velocidades supersónicas y se adaptó a ritmos que ahora comienzan a parecer absurdos.
Es seguro que de continuar los consumos dictados por estilos de vida derrochadores e irracionales, el petróleo se terminará; lo que nadie puede asegurar es que la tierra sea capaz de producir los sustitutos en las cantidades que se demandan.
Puede ocurrir que los poderosos que gobiernan el planeta impongan los biocombustibles como opción para mantener en circulación mil millones de automóviles, utilizar un alumbrado que en un 70 por ciento es ocioso y emplear equipos derrochadores. Tal vez el remedio sea peor que la enfermedad.
En cuanto a la nostalgia por los automóviles, debe recordarse lo fácil que resultó prescindir de los caballos que tiraban de carros y eran montados 1500 años antes de Jesucristo, mientras los autos apenas han servido en los últimos 100 años.