martes, 6 de noviembre de 2007

Che Guevara economista, Cuba y el gran debate. Fernando Martínez Heredia .


EL CHE Y EL GRAN DEBATE SOBRE LA ECONOMÍA EN CUBA

por Fernando Martínez Heredia

(Prólogo a El Gran Debate del Che)

La publicación de este libro es un acontecimiento en la guerra
cultural que se está librando en la actualidad entre dos sociedades y
dos concepciones de la vida y del mundo: las del capitalismo
imperialista y las de los que se le enfrentan, o al menos se niegan a
ser absorbidos o aplastados por él. El gran debate nos devuelve una
polémica que tuvo una importancia extraordinaria en la historia de
nuestras ideas, y nos sitúa, al menos parcialmente, en el ambiente
histórico de la creación de una sociedad diferente ­y no sólo opuesta—
al capitalismo, ese sentido básico de los años 60 que a mi juicio
permitió que la revolución cubana continuara y se afirmara, y que
mediante un proceso maravilloso y angustioso las personas la hicieran
suya de manera permanente, hasta hoy. Este hecho que nos reúne es pues
una victoria en el rescate de la memoria histórica del pueblo cubano,
esa fuerza que tienen las naciones para enfrentar su presente y para
proyectar su futuro. Pero no es sólo esa la ganancia que obtenemos con él.

Requerido fraternalmente por Aleida March y María del Carmen Ariet
para hablar aquí hoy a ustedes, que están librando batallas porque la
economía de Cuba sea viable, y sea efectivamente un baluarte del
empeño por el socialismo y por la soberanía nacional, me preguntaba
qué sería mejor escoger, ante la escasez de tiempo. Me decidí por
hacer unos comentarios más generales sobre lo que a mi juicio
significó aquel debate, porque él tiene una gran trascendencia para el
proceso en que continuamos, casi 40 años después y en circunstancias
parcialmente nuevas.

Lo que estaba detrás del debate

Es cierto que ellos discutieron sobre organización económica
­centralización o descentralización--, los niveles de decisión, las
políticas de retribución al trabajo, el papel de la banca, el crédito,
costos de producción, precios, relaciones entre las empresas
estatales. Pero esa identificación del debate sería completamente
insuficiente. Ante todo, en los primeros años 60 se jugaban al mismo
tiempo ­en la apuesta tremenda de toda revolución-- la existencia y el
alcance del nuevo poder, la capacidad de hacer cambios trascendentales
y de reproducir la vida social, la defensa frente a sus enemigos, la
creación de nuevas relaciones e instituciones y la formulación de un
proyecto que estuviese a la altura de los ideales y los sacrificios. A
ese contexto más general se sumaba la alianza con la URSS, que pronto
tuvo un peso enorme. El triunfo y la liberación cubanos se habían
burlado totalmente de la geopolítica, pero esta iniciaba ahora una
venganza que duró 30 años. Cuba tuvo que enfrentar la agresión
sistemática de la potencia mayor de la historia, el imperialismo
norteamericano, y evitar en lo posible el peso de los aspectos
negativos de su relación con la URSS. Esto último era muy importante
en el campo que nos ocupa, que es el de la transición socialista,
porque existían evidentes tensiones y contradicciones entre el ideal
comunista, los procesos de socialización, el poder revolucionario y
los ideales internacionalistas de la revolución cubana socialista de
liberación nacional, por una parte, y el sistema soviético y su
ideología teorizada, que sin embargo eran la fuerza mayor que en el
mundo actuaba y hablaba en nombre del socialismo y el marxismo.

Lo que estaba detrás de aquel debate, en el terreno de las ideas, era
el problema, la urgencia y la necesidad de desarrollar un pensamiento
de la Revolución cubana. El Che tuvo un papel fundamental en esa
elaboración en aquellos años, siempre unido a Fidel, como en toda su
actividad, aquí y en los frentes internacionalistas en que peleó
después como comandante cubano. Pero la mayor parte de lo que se
consumía en Cuba con el nombre de marxismo leninismo, y la Economía
Política del Socialismo, eran pesos muertos, más que instrumentos, o
tan siquiera una ayuda para pensar la revolución, y por tanto para
llevarla hacia adelante. Pesos muertos en la espalda, la garganta y la
mente de los revolucionarios, porque parecían insoslayables, y porque
su nexo aparente con el socialismo le daba lustre nuevo a los viejos
argumentos de la dominación: que existe una naturaleza humana
inmutable y toda acción está limitada por ella; que el egoísmo es el
motor fundamental de cada individuo; que las leyes de la economía son
independientes de la voluntad humana; y así otros.

Lo verdaderamente grave es que esa ideología y ese cuerpo teóricos
eran propuestos, y aceptados, como los que correspondían a una
revolución socialista. El dogmatismo no era un defecto corregible,
porque a la dominación en nombre del socialismo le eran necesarias
ideas fijas e imposiciones a las mentes. Si sólo se asomaba uno a la
historia de la teoría y la elaboración de sus conceptos podía advertir
enseguida que en las décadas recientes ellos habían sido
desnaturalizados, como una consecuencia más de la deformación
monstruosa de la realidad respecto a la revolución bolchevique y al
proyecto comunista.

No era un enfrentamiento entre adversarios, sino un debate entre compañeros

La causa inmediata del debate fueron las diferencias de criterios en
el seno de la revolución acerca de la conducción de la economía. Eso
ofrece una primera dimensión al análisis que hacemos hoy, pero
enseguida nos conduce a otras cuestiones: ¿Cómo entendían lo que se
hacía y lo que era necesario hacer los diferentes integrantes del
régimen revolucionario? Y a otras preguntas, entre ellas una que es
central: ¿cómo se relacionaban el poder y el proyecto en el seno de la
revolución? Todos los cubanos participantes en el debate eran a la vez
participantes con responsabilidades en las tareas de la revolución.
Todos aspiraban al desarrollo económico de Cuba en el marco de su
revolución. No era entonces un enfrentamiento entre adversarios, sino
un debate entre compañeros. Pero el debate entre los revolucionarios
era --y es siempre-- un ejercicio indispensable para la vida del
socialismo, porque la nueva sociedad hay que crearla, exige
invenciones, intuiciones, y una combinación rara de rigor y audacia,
de principios y herejía, de fidelidad y ejercicio del criterio propio.
Discutieron entonces en las revistas habaneras acerca de problemas muy
importantes, expresando sus divergencias, y eso no debilitó para nada
al régimen socialista: todo lo contrario. Esa es una lección
histórica, y el Che tuvo una participación ejemplar en ella.

La controversia no se limitó a la conveniencia de la autogestión o el
Sistema Presupuestario de Financiamiento, a las relaciones entre
estímulos materiales y morales, a temas de la práctica económica como
el papel de la banca, los costos de producción, las relaciones entre
empresas estatales, y otros. El debate abarcó el carácter y los
papeles de la ley del valor y del plan en el período de transición
socialista, el problema de una correspondencia obligada entre el
"nivel" asignado a las fuerzas productivas económicas y las relaciones
de producción existentes o a establecer, y el alcance del trabajo con
la conciencia en la construcción socialista. Por primera vez en
América, involucró a conceptos fundamentales del marxismo, de la
Economía Política, de los sistemas de dirección económica socialista
posibles, puestos en relación con ideas más generales de política
económica, en un debate entre dirigentes de un país socialista y de
organismos centrales de su economía, en el que terciaron economistas
teóricos conocidos de Europa Occidental.

En l962 había comenzado en la URSS un debate a partir del artículo de
E. Liberman "Plan, beneficio, primas", alrededor del criterio de
rentabilidad, el alcance del plan central y la estimulación a las
empresas a buscar más eficiencia mediante más autonomía, el interés
material y una política de incentivos a los trabajadores. Aquel debate
fue un paso hacia la reforma económica soviética en l965, y reformas
análogas, aunque con sus especificidades, que sucedieron en otros
países de Europa oriental. Como es natural, esas ideas iban llegando a
nuestro país.

La discusión cubana tenía sus propios puntos de partida

Pero la discusión cubana tenía sus propios puntos de partida. Y fue un
extraordinario adelanto de las ideas marxistas, una consecuencia de la
victoria de la revolución y el socialismo en Cuba, premisa necesaria
que no hubiera sido, sin embargo, suficiente, de haber faltado la
extraordinaria conjunción de factores favorables que se dieron aquí.
Una cultura política que desde hacía siglo y medio relacionaba el
mantenimiento o cambio de los regímenes con las estructuras económicas
de producción y las relaciones sociales a defender o atacar, y
formulaba argumentaciones sólidas en uno u otro sentido. Una historia
de un siglo de luchas revolucionarias de extraordinaria riqueza
política e ideológica, que construyó una nación y dio carta de
ciudadanía al patriotismo popular unido al radicalismo político,
relacionó el antimperialismo con las ideas y la lucha por la
liberación nacional, y a estas con las representaciones de lucha por
la justicia social y de la clase trabajadora. Un arraigo del marxismo
y las ideas socialistas desde la Revolución del 30. El tipo de
revolución iniciado en el Moncada, que supo reunir toda la fuerza
popular acumulada y descargarla contra los enemigos más visibles y los
enemigos fundamentales más solapados de la nación y del pueblo, en una
sucesión ininterrumpida de luchas, transformaciones y victorias. Y la
personalidad revolucionaria de Fidel Castro, conductor de la
revolución armada popular, gestor máximo de la unidad revolucionaria,
dirigente de todos los cambios importantes, pensador socialista
profundo y creador, una fuerza él mismo de gran alcance.

Y a la vez, las resultantes sumamente desventajosas de una historia de
colonialismo y neocolonialismo, y de muy estrechos nexos con su
metrópoli, convertida por la liberación en su enemigo mortal. Todos
esos factores exigían que el socialismo cubano desarrollara su
pensamiento propio, pensara con su cabeza su circunstancia y su
proyecto, utilizara el marxismo como instrumento de su acción
revolucionaria, o no habría socialismo en Cuba. El debate económico de
l963-64 fue una formulación teórica de aquella exigencia. Lo primero
que resalta es la profundidad y el rigor alcanzados en el tratamiento
de sus asuntos, y el más destacado en esas cualidades, y en la
creatividad y fuerza de sus ideas y de sus exposiciones, fue el Che,
guerrillero devenido dirigente y ministro. En realidad lo que se
ventilaba era la elección de una política económica, a su vez inscrita
en decisiones más generales acerca del camino del socialismo en Cuba.
La opinión de que lo necesario es realmente "perfeccionar" el sistema
llamado del cálculo (autogestión, prefiere llamarle el Che), no busca
solamente una modalidad de obtención de la eficiencia económica: es la
creencia en que en la transición socialista el progreso del sistema
económico pasa por el logro de que "la economía se construya a sí
misma", esto es, de que las relaciones económicas gocen de autonomía a
un grado tal que garantice su funcionamiento mediante sus
regulaciones, su control, sus estimulaciones, sus iniciativas y sus
balances económicos.

Esa posición, y su contraria, discuten en realidad cuestiones tales
como: ¿hasta dónde pueden intervenir con su voluntad los actores
calificados en la construcción económica del socialismo? ¿cuál es el
papel real del Estado, del Partido y de la ideología en esa
construcción económica? ¿las "leyes económicas" deben dictar el rumbo
a seguir, y los resultados económicos dictarán las etapas del
socialismo y la conducta a seguir en cada una de ellas? Esas preguntas
atañen a la naturaleza que tendrán las palancas principales de la
construcción socialista, y por tanto también a cómo marchar, a qué
velocidad marchar y, esto es decisivo, hacia dónde marchar.

Llegamos entonces a la encrucijada: ¿Cuba debe cubrir etapas
"intermedias" que le faltarían antes de "construir el socialismo", o
lo que se exige es avanzar simultáneamente en un complejo y prolongado
proceso comunista de lucha por echar bases para la liquidación de toda
forma de dominación, desde el inicio de la construcción socialista? Y
esto, ¿no es un caso particular de una disyuntiva general, que con sus
especificidades nacionales debe regir para todo el socialismo en el
mundo? Es válida la generalización teórica, porque el marxismo desde
su origen ha concebido el comunismo como el resultado de la acción
proletaria en un plano histórico mundial. Y la práctica de aquellos
años venía confirmando ese planteo, con la internacionalización rápida
y creciente de los procesos revolucionarios. No había ocurrido como lo
esperaba Marx, pero los países del llamado Tercer Mundo el mundo del
colonialismo y el neocolonialismo capitalista que se liberaban
realmente, veían en el socialismo su único camino, aunque desde puntos
de partida y realidades nacionales muy diferentes.

En el fondo del debate económico sin desconocer la gran verdad de que
ningún debate de esta naturaleza se explica totalmente si sólo se
investigan sus temas, y los argumentos utilizados-- aparecen
concepciones diferentes del desarrollo social y del carácter de la
revolución. Y ellas están relacionadas con el predominio, dentro de
las posiciones marxistas, de una concepción determinista o de una
concepción basada en la praxis. Hechas, como es obligado, todas las
salvedades del caso: en su larga historia, el marxismo aparece ligado
siempre a luchas políticas y sociales, a organizaciones y a poderes
estatales, a articulaciones internacionales de aspiración mundial, a
complicadas implantaciones en cada cultura nacional y a discutibles
transculturaciones, entre otros factores, que condicionan la presencia
de una gran riqueza de matices en cada caso particular.

La concepción defendida por el Che

El Che defiende una concepción marxista acerca de la revolución que
privilegia el papel de la acción consciente y organizada, y lo hace
con el rigor de quien ha meditado y estructurado sus aspectos y
relaciones internas fundamentales. En sus textos se hace claro el
sentido de aquella advertencia temprana, hecha a sus compañeros de
Industrias: el Sistema Presupuestario de Financiamiento es solamente
parte de una concepción general del desarrollo de la construcción del
socialismo, es expresión de una política económica inscrita en esa
concepción general. Es por tanto, más que un sistema organizado
rigurosamente (y lo es), una parte en un conjunto de acciones
socialistas y comunistas para la transición socialista, incomprensible
para un análisis que se restrinja a aspectos técnicos, e inaplicable
si no es como parte de una totalidad conceptual y de acción
determinada. Esa concepción es la que fundamenta sus planteos claves,
como el de que la vanguardia revolucionaria, influida cada vez más por
el marxismo, puede llegar a prever en su conciencia los pasos a dar y
así forzar la marcha de los acontecimientos históricos, “dentro de lo
que objetivamente es posible”. Afirmación que el Che expone con rigor,
en su núcleo y en sus determinaciones, durante la polémica, pero que
ha estado, expresa o implícita, en sus escritos e intervenciones de
los años precedentes.

La posición filosófica que privilegia la praxis es la que le permite
trascender el falso dilema que clasifica en materialistas o idealistas
a quienes acepten o no el determinismo social de las llamadas fuerzas
productivas, fijo en sus normas y rector de una abstracta evolución de
la humanidad. Y es la que permite al Che recuperar la comprensión
dialéctica, en este caso de la revolución y de la época de transición
del capitalismo al comunismo, y entender como norma de todo el período
histórico el carácter dominante del polo subjetivo en la contradicción
existente entre la reproducción de la formación social y su transformación.

Es cierto que su concepción implica no reconocer el papel rector de la
economía en la revolución y la transición socialista, ni siquiera como
última instancia. Pero no es cierto que el Che contraponga
"conciencia" a "economía": juzgarlo así es no entenderlo, aunque es
comprensible que se llegue a esa dicotomía cuando se permanece dentro
de una concepción determinista de lo social.

Che muestra que es el poder la fuente del mando ejercido sobre la
economía, poder revolucionario que tiene que ser capaz de crecer una y
otra vez, y convertirse en poder de los trabajadores y el pueblo
organizados. La fuerza y el entusiasmo desatados, sistematizados por
la vanguardia política y por los instrumentos del nuevo Estado y la
nueva sociedad, vueltos a desatar y organizar a niveles superiores
cada vez, son decisivos para lograr el propósito que se tiene, que es
nada menos que hacer que las fuerzas productivas y las relaciones de
producción dejen de ser medios para perpetuar la dominación, y al
mismo tiempo lograr la más profunda transformación de los individuos y
del conjunto de la vida y la sociedad que vienen del capitalismo. La
conciencia que guía la acción organizada y planeada debe ser
fundamental, precisamente por los objetivos a alcanzar, los medios que
se movilizan permanentemente para lograrlos, y los obstáculos reales
que hay que combatir: las relaciones mercantiles, el subdesarrollo,
las deformaciones propias y el capitalismo mundial.

Educación, coerción social, normación, deber social, combinaciones de
estímulos, relativa falta de desarrollo de la conciencia social,
emulación, trabajo voluntario, son palabras que aparecen a lo largo de
todos los escritos económicos del Che, perfectamente relacionadas con
producción, planificación, trabajo, mercancía, costos de producción,
valor, precios, finanzas, sistema de dirección económica. En el
trabajo, por ejemplo, la conciencia debe poder medirse, y medirse
técnicamente. Conciencia es también, por su parte, la comprensión que
los hombres van alcanzando de los hechos económicos, y el grado en que
los dominan. Por todo ello, puede llegarse a la definición de
planificación centralizada del Che, que suena tan extraña a los oídos
habituados al mecanicismo: "es el modo de ser de la sociedad
socialista, su categoría definitoria y el punto en que la conciencia
del hombre alcanza, por fin, a sintetizar y dirigir la economía hacia
su meta, la plena liberación del ser humano en el marco de la sociedad
comunista".

No se trata entonces de desprecio a la economía, sino de que esta debe
ser dirigida de manera consciente, porque su nueva meta carece de
continuidad alguna con sus metas anteriores, a pesar de que su materia
proceda de la economía mercantil generalizada y dirigida a la
ganancia: se trata del objetivo más ambicioso que se ha soñado jamás.
Por ser tan importante la economía es que el Che se ocupa de ella con
tanto esfuerzo y tanta pasión, y la estudia y protagoniza una polémica
acerca de ella antes que sobre otros aspectos de la transición
socialista. Hay que impedir que se repita una y otra vez, y arraigue
entre nosotros, el error de pretender construir el socialismo tomando
prestadas las armas del capitalismo. Por tanto, hay que acudir también
a la profundización del análisis, a la teoría, y al debate de las
ideas económicas y sociales, como parte de la lucha socialista.

"Huir del mecanicismo como de la peste"

El Che explica en el debate puntos débiles de la práctica de sus
posiciones, y recuerda más de una vez que faltan demostraciones
necesarias de muchas de sus ideas. Pero sostiene con argumentos y
tenacidad todos los aspectos importantes de su posición, muestra una
gran confianza en la capacidad de los seres humanos en revolución para
análisis del conjunto de la formación social y de sus condicionantes,
al pensamiento económico con el conjunto del pensamiento social, y a
los hechos mover el mundo, y es intransigente en cuanto a la necesidad
de analizar, conectar la teoría con la práctica en la situación
concreta, y ser creativo: "la tarea de la construcción del socialismo
en Cuba debe encararse huyendo del mecanicismo como de la peste".

"La planificación socialista, su significado", en su breve docena de
páginas, es un pequeño clásico de economía marxista, por el valor de
su tesis central, por la brillantez con que ataca a la argumentación
contraria e integra los elementos de su discurso, por su claridad y
hondura al fijar los problemas centrales de la economía de la
transición socialista, y por la calidad y riqueza de su prosa
sintética. Tan apegado al marxismo originario como antidogmático y
creador, Che ataca en ese artículo una deformación fundamental
contraída por el marxismo y mantenida durante décadas. Y relaciona
eficazmente la economía real con el y el pensamiento con su propia historia.

La economía de la transición socialista tiene un lugar cardinal en la
concepción del Che del socialismo y del comunismo, pero no un lugar
independiente. A ella le dedicó cientos de páginas y muchas
intervenciones, profusas meditaciones y propósitos de educación y de
divulgación. Al contrario de los que piensan que sustituyó el realismo
de la economía por el idealismo de la conciencia, Che comprendió la
máxima importancia de los hechos económicos en las sociedades y la
urgencia ineludible de lograr un desarrollo económico de tipo
radicalmente nuevo, socialista. Lo comprendió tanto, y vio tan bien lo
que el socialismo se juega en ello, que pensó, argumentó, defendió y
practicó la tesis de que, para avanzar al socialismo y al comunismo,
la economía debe ser gobernada conscientemente.

Termino con una pregunta del Che: “¿por qué pensar que lo que ‘es’ en
el período de transición, necesariamente ‘debe ser’?”, y con una
invitación suya: “no desconfiar demasiado de nuestras fuerzas y
capacidades”. Ambas pertenecen a aquella polémica, pero siguen
vigentes. Buscando en 1988 un epígrafe apropiado para colocar al
inicio de un libro en que traté de exponer la concepción y la batalla
intelectual del Che, encontré esta frase de José Martí que me sigue
pareciendo ideal para retratarlo: “El único hombre práctico, cuyo
sueño de hoy será la ley de mañana.”

El autor es Investigador Titular. Trabaja en el Centro de
Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana "Juan Marinello".
Presidente de la Cátedra de Estudios "Antonio Gramsci", de esa institución.