martes, 6 de noviembre de 2007

Rigoberta Menchú Tum, Betty Williams, Adolfo Pérez Esquivel, Guatemala, Irlanda del norte, Argentina, Premio Nóbel de la Paz, Maya, Quiché















20 horas del sábado 3 de noviembre 2007. Aula Magna de la Facultad de Medicina de la ciudad de ¿Buenos Aires?. Sobre el estrado una rubia europea, Betty Williams, norirlandesa sonríe y acaricia a la morena sudamericana Rigoberta Menchu Tum, a la que flanquea un argentino Adolfo Pérez Esquivel.
El común denominador del trío es el Premio Nóbel de la Paz, con que fueron galardonados en diferentes años.
Recuerdo la euforia de nuestros locutores de radio (al fin del Proceso) celebrando que “el brasileño Pérez Esquivel hubiera sido elegido”. Claro, fueron solo 10 minutos hasta que se aclaró la nacionalidad de Adolfo, cosa que hizo enmudecer y olvidar del hecho a nuestros informadores.
La ex militante del IRA Betty, devenida apóstol de la Paz, declamaba apasionadamente en su idioma y la traductora castellanizó el sentido de las frases, que ya nos habían exprimido el alma antes de comprenderlas. Repetidamente contrapuso la inutilidad de cualquier proyecto o contienda, que tuviera el costo de una sola vida infantil, allí sentí que el blanco pañuelo de las abuelas y madres de la Plaza Mayor presentes, también ceñía mi cráneo.
Tras los aplausos el micrófono cambió de mano y la guatemalteca Rigoberta Menchu se irguió en toda su incomensurable estatura espiritual (la física es adorablemente femenina) y se paró para hablarnos.
Con una serenidad hipnótica y en una verdadera transmisión oral Maya, que envidiarían los más prestigiosos master en filosofía y oratoria del mundo, ella nos congeló exteriormente mientras hacía bullir, palpitar, estallar y enriquecer nuestro disco rígido espiritual (casi ahogado por las cenizas que el sistema nos obsequia y los abalorios, que por moda adoptan los autores a quienes leemos y que nos hacen arduo el sentir y el comprender.
La descarnada sencillez de su oralidad, la abismal profundidad de sus conceptos, la titánica energía que emanaba esa joven morena, menuda, graciosa, dulce, vestida como una princesa maya (que lo es) me mezcló sus aindiados rasgos con los de la peruana (Hilda Gadea) que sedujo y enamoró a un joven rosarino (Ernesto Guevara), que había recibido su diploma de Doctor en Medicina, en ese mismo estrado, desde donde la (Maya Quiche) Menchu Tum nos robaba el alma.
Cuando esta activadora de lacrimales a distancia dejó en boca del argentino semejante clima me inquieté, pero Adolfo conservó intacta la magia generada, llevándonos de travesía por aridísimas y dolorosas temáticas: desnutrición, olvido de nuestras etnias originales, perversa deuda externa, que a diario nos endeuda internamente en lo que mas duele, la pérdida de oportunidades, de educación de salud, de esperanza, de vida.
El saludable realismo de su denuncia nos hizo parar sobre tierra firme, temible pero firme y no el tembladeral mentiroso de los politiqueros, que venden nuestro presente que es el futuro.
Su ayuno de tres días en este pasado Octubre, fue tan ignorado por prensa, radio y televisión como este encuentro que describo.
La humanísima trinidad de estos Premios Nóbel, derramó sobre nosotros la bendición de la sinceridad, honestidad, fraternidad y conocimiento sobre la durísima realidad que nadie quiere aceptar, pero que condiciona todos nuestros actos presentes y amenaza los futuros.
En dos de las doscientas noventa butacas ocupadas, vivimos Irene y yo una experiencia que se la deseo de corazón, a todos los seres humanos a pesar de que el rating según pudieron leer, fue nulo.
Betty, Rigoberta y Adolfo recibieron un Diploma de Reconocimiento del Museo Ernesto Che Guevara por su compromiso de vida y un ejemplar del libro “Cuba Existe es Socialista y No está en Coma” (del Arq. Rodolfo Livingston) como obsequio del pueblo argentino.

Todo ocurrió gracias a:
* SERVICIO PAZ Y JUSTICIA
* Peace Jam
* Cátedra Libre de Salud y DD.HH. de la Facultad de Medicina (UBA)