viernes, 25 de septiembre de 2009

TERMOPILAS O BAHIA DE COCHINOS PATRIA O MUERTE LIBERTAD Y REVOLUCION O ESCLAVITUD KENNEDY O FIDEL CASTRO CUBA O EEUU

EPICA   HISTORIA   CONTEMPORÁNEA   DE   UN   PUEBLO  QUE  LOGRÓ   SU  LIBERTAD   GRACIAS    AL   CONSENSO   Y    A   LA    PARTICIPACIÓN   POPULAR
ESTADOS UNIDOS   QUISO   HUMILLARLOS,   PERO   LOS  CUBANOS   NACEN
SIN   RODILLAS.      toto

El   consenso   popular         

                                                         por  Salvador E. Morales Pérez

Instituto de investigaciones Históricas , UMSNH

Un fiasco.   El resultado contrarió cuanto creían.   El pueblo cubano no se levantó contra la revolución y mucho menos esperó a la in-fortunada Brigada 2506 con los brazos abiertos.  

 
El Ejército Rebelde constituido en nueva Fuerzas Armadas y las Milicias Nacionales les cayeron a plomazos con todo lo que tenían. No les dieron un minuto de respiro.
 
El tiempo que necesitaban sus propugnadores para sembrar un grupito de "políticos" exiliados a título de gobierno fantoche que les solicitara auxilio y con ese "pre-texto" SIC intervenir "legalmente", quedó reducido a nada.

¿Cómo podía ignorar Estados Unidos ignorar esa eventualidad con su enorme aparato de información, la CIA y otro montón de agencias de inteligencia?   ¿Desestimaron que la Revolución Cubana tenía un enorme consenso popular detrás?   Ellos que son tan fanáticos de las encuestas y esas estrategias de mercadotecnia cómo desdeñaron el ostensible consenso que gozaba el cambio que se estaba operando.
 
Ciertamente, en 1961 ya no había el 99% de enero de 1959.
 
La aplicación del programa inicial de reformas precipitó un deslinde. Inevitable, por doloroso que fuera para los sectores acomodados:  terratenientes y casatenientes.

Entre las primeras medidas que beneficiaron el bolsillo estuvo la "Ley de alquileres", del 10 de marzo de 1959,  la cual dispuso fuertes reducciones en la renta de las viviendas: las que pasaban de 200 pesos se rebajaron en 30%; las que se fijaban de 101 a 200 pesos en 40%; las que no sobrepasaban los 100 pesos, un 50%.
 
Lo cual benefició a la gente de menores ingresos.  Diez días después se decretó la primera rebaja de los precios de las medicinas:   en un 15% las de fabricación nacional y 20% las de importación.
 
En febrero se dispuso un presupuesto millonario para terminar los hospitales que llevaban años inconclusos y a mediados de abril se aprueba un crédito de dos millones de pesos para construir viviendas campesinas mediante trabajo de soldados del Ejército Rebelde.
 
En esos mismos días se aprueba otro crédito de 2 y medio millones para construir una ciudad escolar en Las Villas. A fines de abril se declara de uso público todas las playas. En mayo se le hace justicia a las personas cesanteadas durante la dictadura.
 
La disminución de las tarifas telefónicas y eléctricas fueron otros beneficios sensibles. La aplicación de la Reforma agraria fue de gran impacto. Otras señales serían de ponderar, como la reducción de los salarios del ejecutivo en un 50%, la habilitación de un ministerio de Bienestar Social para atender los casos de pobreza extrema, la creación de nuevas instituciones culturales, la recuperación de bienes malversados. Las subvenciones a la Universidad de La Habana fueron triplicadas.
 
Una encuesta hecha por la revista Bohemia a fines de junio un rotundo apoyo del 90.29% de los encuestados.

Sería erróneo buscar la construcción del consenso al proceso revolucionario sólo por la vía de los satisfactores materiales, que también tienen su peso. Un país pobre, que acababa de salir de un saqueo del Tesoro público, con una parálisis de las inversiones extranjeras que iban por otro lado diferente al del proyecto en redefinición, enfrentado a la inercia de una mediana burguesía criolla que desatendió los alicientes fiscales ofrecidos en 1959, no tenía mucho que ofrecer por esa vía.
 
Los mismos estadounidenses habían cerrado las cajas para darle estabilidad a la moneda nacional.

La cuestión es que el ascendente consenso popular al cual aludimos, no se circunscribe a declaratorias de satisfacción con la actividad del gobierno. El fenómeno consensual que se había producido con celeridad era diferente.
 
Tenía afluencias de profundas procedencias. Vino a ser el resultado de una consustanciación político social. Los definidos por la opción revolucionaria que constituíamos nítida mayoría, no nos considerábamos una comparsa cooptada por los beneficios –digo de aquellos que recibieron algún o algunos beneficios tangibles – sino algo de mayor relevancia: nos sabíamos ya protagonistas convencidos de la hazaña histórica que se estaba realizando.
 
No constituíamos – por lo menos para mí y muchos compañeros – sujetos pasivos de la historia, sino ciudadanos activos de un desafío de grandes magnitudes: romper con un pasado neocolonial, de sujeción humillante y estancadora y conquistar un futuro que concebíamos viable a pesar de la maraña de obstáculos formidables que ya se exhibían en toda su crudeza.
 
Una maraña amenazadora que a muy pocos infundió pavor. Por el contrario, aquel peligro proyectado desde el Norte anglosajón nos hacía crecer en valentía desafiante.
 
Al mito de que "los americanos no van a permitir" o "cuando vengan los americanos", les oponíamos el "tírense para que vean lo que les espera". En pocos meses se había operado una metamorfosis de aquellos cubanos.
 
El arquetipo forjado por los sociólogos empíricos estaba siendo desmentido por estos sujetos emergentes, que sin dejar de ser jodedores, propensos al choteo, indisciplinados, estaban dispuestos a rifársela por su país. 
 
Fue develada una tabla rasa de coraje y determinación ante la desproporción de fuerzas. Ocurren momentos como aquellos, en que se ponían a un lado consideraciones logísticas y se sacan a relucir las determinaciones morales.
De qué otro modo explicar que en una semana común y corriente de trabajo y/o estudio (porque éramos muchos quienes hacíamos ambas cosas) se realizaba una guardia de milicias en el centro donde laborábamos, otra de los Comités de Defensa de la Revolución en nuestro barrio, acudíamos a los entrenamientos nocturnos, llevábamos a cabo un círculo de estudios de materiales políticos o históricos, celebrábamos reuniones de la Asociación de Jóvenes Rebeldes, o de otras organizaciones.
 
Fue una época de reunionitis, ciertamente. Llegamos a competir con los teólogos de Bizancio.

Si existe un heroísmo, de menor escala al de los combates grandiosos, el heroísmo ungido por la muerte en la pelea por una causa noble, es ese heroísmo de la cotidianidad, el de los pequeños sacrificios, donde se pone diariamente en juego la abnegación, el esfuerzo, la convicción en la trascendencia de nuestros modestos actos. Los seres humanos, con lo que somos por nuestra naturaleza, podemos ser capaces de eso y mucho más.
 
Martí escribió una frase susceptible de marcaje: "El hombre cuando más es, no es más que una fiera educada".   Y en aquellos momentos, aquella generación surgida de las entrañas de una seudodemocracia hipercorrupta e ineficiente y de una dictadura brutal, estábamos domeñando nuestras apetencias e instintos egoístas para trabajar y luchar por la generación venidera, por nuestros hijos. Que ya asomaba un boom demográfico propio de estas conmociones esperanzadoras.
La mayoría de los cubanos de esta etapa guerrera pensamos la nueva situación desde una perspectiva de largo aliento que iba más allá del entusiasmo del momento. Una difusa conciencia histórica se redefinió de repente.
 
Se nos había instruido en el mito – reiterado en aquellos días por Eisenhower para tacharnos de ingratos – de que debíamos la independencia, la existencia de la República y las "libertades obtenidas a la intervención "generosa" de Estados Unidos en 1898. Los treinta años de lucha de los patriotas que desde 1868 a 1898 habían dado tanto de sí habían quedado subsumidos en un segundo plano.
 
La injerencia de Washington durante seis amargas décadas de semi protectorado se presentaba como los correctivos de un hermano mayor. Sin embargo, bastaron unos cuantos meses de contrapunteo, de voluntad política soberana, de claros ejercicios de autodeterminación, de corrección de injusticias y de anomalías, para poner en orden nuestra cabeza colectiva.
 
Tomamos conciencia de nuestro valor y dignidad de pueblo nuevo en emergencia dramática, y todavía mucho más de nuestra capacidad de orientarnos y gobernarnos sin imposiciones extranjeras.
 
Tampoco deseábamos la guerra, pero no la temimos. Aspirábamos por un futuro de paz pero se nos estaba declarando la hostilidades y forzándonos a dejar los aperos de labor para tomar el fusil.
 
Queríamos una seguridad alimentaria para todos y se intentaba un estrangulamiento económico para reducirnos por hambre. Nos disponíamos a salir del atraso y del subdesarrollo y nos negaban los medios para superar tan subalterna condición. Las condiciones para dar la pelea eran bien desequilibradas.
 
No obstante, la decisión de poner en marcha la voluntad nacional al precio que fuera estaba tomada. En la justeza de la causa se tuvo el arma más formidable.
 
Cuando llegó el momento supimos usarla. Marcó la superioridad.


No se bien si Dios es argentino.     Pero juro por lo que más quiero, que Ernesto Che Guevara   SI   lo es.     Toto
difunden: el 1er. Museo Histórico Suramericano "Ernesto Che Guevara", la Escuela de Solidaridad con Cuba "Chaubloqueo" y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre
Irene Perpiñal y Eladio González - directores   calle Rojas 129  local (Caballito) Capital -AAC1405-Buenos Aires-República Argentina  telefax: 4-903-3285 email: museocheguevara@fibertel.com.ar
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¡Salven a los argentinos! "las ballenas"