lunes, 28 de diciembre de 2009

Iglesia de la Santa Cruz

Lo que nace y vuelve a nacer en la iglesia de la Santa Cruz.

Sobre un costado de la nave central de la iglesia, bajo su altísima bóveda, cuelga un lienzo multicolor llamado Paño de Cuaresma, que evoca una tradición medieval. Pero este lienzo, correspondiente a la décimo quinta estación del Via Crucis, es diferente. Lo pintó el compañero Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, y se titula "El resucitado acompaña al pueblo de Dios en su camino".

Allí se puede ver, en detalle, la compleja, rica, dolorosa y esperanzada realidad latinoamericana: niños de pies descalzos; hombres y mujeres que llevan en su piel los colores de la tierra; campesinos, religiosos, una muchedumbre con pancartas, antiguas ciudades incaicas, en la cumbre de los cerros.

También la violencia, la represión, el duro territorio del desamor, disputándole unos palmos del lienzo a la vida. En el centro, marchando junto a los suyos, el Cristo resucitado.

Debajo del lienzo, esa tarde del 23 de diciembre, casi como un espejo, vemos niños que tienen el color de la tierra, y que festejan los juegos y trucos del animador. En la nave central del templo y en las laterales, sentados o parados, hombres y mujeres. Y también pancartas, pancartas que dicen "El Hambre es un Crimen", "Digamos basta". O que dicen "Con ternura, venceremos".

Fue bastante fácil, entonces, en el momento culminante de la reunión, que el cura Carlos Saracini, párroco de la Santa Cruz, empuñara su guitarra y entonara consignas que al instante fueron coreadas por todos.

Carlos, micrófono en mano, habló de nacimientos, en Belén o acá muy cerca, hace dos mil años o ahora mismo. Y habló de esos niños que quieren vivir, aquí y allá, y de los Herodes que no los dejan.

Después, les habló a chicos y grandes Alba Lanzillotto, Abuela de la Plaza. La iglesia de la Santa Cruz no es cualquier iglesia, recordamos. Es el sitio que guarda la memoria de las primeras mujeres –madres, abuelas, monjas- que se pusieron de pie frente al terror.

Después de las palabras de Alba, las actrices Leonor Manso y Cristina Banegas, y el pastor Arturo Blatezky, iniciaron una lectura a cuatro voces de la convocatoria de esta campaña, escrita por Alberto Morlachetti, y ya incorporada a la memoria de los Chicos del Pueblo.

En esa memoria transitan, como hermanos mayores que no se terminan de despedir, el obispo Jorge Novak. Y el curita Carlos Cajade. Y Walter, Matucho, Juan, Mariel, Manuel, Ana, David, Luis, Ángel, Lucio, Gaby. Y tantos. En esa memoria desfilan en el recuerdo, los pibes y pibas de las primeras marchas, de los primeros textos, de los primeros sueños, cachuzos, de cambiar la vida.

Han pasado 23 años. Mucho fue construido; y mucho también barrido por un país ingrato y cruel que sacrifica todos los días a su infancia. Pero de todo, incluso de lo bueno, nos quedan las marcas, nos quedan los símbolos. Todo eso estaba presente en esta tarde de la Santa Cruz.

A su turno, de ecuménica forma, el cura Carlos invitó al pastor Blatezky a bendecir los panes y los niños. El pastor dijo las palabras exactas: "Estos niños, estos niños que están aquí, son nuestra bendición".

Laura y Diego leyeron adhesiones y cartas, algunas enviadas desde muy lejos. También fueron mencionadas las personalidades y organizaciones que, con gran esfuerzo y voluntad, estaban presentes. Cada nombre y cada lugar de la patria (e incluso de la Banda Oriental), al ser leído o mencionado, recibía un aplauso.

Siguieron los coros y canciones y hacia el final llegó una nueva bendición, esta vez en boca del cura Carlos, seguida del saludable rito de compartir el pan, reafirmando el compromiso de luchar hasta que el hambre, el crimen del hambre, sea sólo un mal recuerdo, un dato de las épocas oscuras de nuestra patria.

Con murgas y con títeres, con un antes, un mientras y un después, aquí en la iglesia de la Santa Cruz, se cumplió la última jornada de la campaña 2009 "El Hambre es un Crimen".

Fue como un anticipo de la Natividad, de la Navidad, del Nacimiento de ese Niño que es todos los niños, y de una Esperanza que resume todas las esperanzas, las que están en ese lienzo que pintó Adolfo, las que están más abajo, en el espejo de los chicos que ríen y las que están fuera del templo, confundidas con las voces y los sentires de la calle.
 


La revolución es para llevarla en el alma y morir por ella y no para llevarla en los labios y vivir de ella.
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