Los niños, desterrados de su infancia 11/12/09 Por Alberto Morlachetti Con el 60 por ciento de nuestros niños viviendo en la pobreza podemos afirmar que nuestros pequeños han sido desterrados de su propia infancia. La niñez humilde, otrora un privilegio, fue llevada a los desiertos de la exclusión. Desafectados de todo afecto. Desafiliados de madre y padre. Condenados a unas pocas calles y a unas cuantas migas los convirtieron un poco adictos, un poco trabajadores, un poco delincuentes. Hace unos días, en la ciudad de Santa Rosa, La Pampa, un pibe haciendo equilibrios en un techo, acechado de tanta maravilla que le acercaban las constelaciones y para que éstas no se hundieran en los rápidos de la nada, creyó que no habría cosa que se interpusiera entre él y su quimera de pájaros. En última instancia, "la muerte es el último país que un niño inventa". Tenía 13 años, el pelo despeinado y las siempre ganas de reír. El propietario de la vivienda presumió que tenía intenciones de robarle y le disparó en el lugar exacto de la muerte. Con el hecho ocurrido, la policía desplegó el argumento "el menor habría intentado llevarse una jaula de pájaros". La vida de este chico fue rápida como un tajo. Mañana, en las hojas del tiempo, faltará una gota, irrepetible, necesaria para la renovación humana. El sociólogo francés Alain Tourain nos señala que, hoy, la apelación a la igualdad y a la libertad aburre, porque el interés de la mayoría, en definitiva, se ve excitado por el consumo. En ese sentido, el llamado a mayores equidades es una regresión insoportable para los accionistas de la pobreza. En lugar de transformar el actual modelo económico y social que omite generar condición humana se encuentran abocados a encontrar científicamente cuál es la clave genética diferencial de los niños de oro de los niños de cartón. Mientras la actual administración del país tributa 25 niños pequeños a la muerte acabados de nacer (según el informe Estado Mundial de la Infancia-Año 2008-Unicef) por causas evitables, eufemismo para evitar decir hambre. El Estado abre la boca y se traga a los pibes. Se los saca a la tierra, se los roba. Frágiles palabras las del amor. La superación de la pobreza que sumerge a más de la mitad de nuestros niños y niñas compete a su sistema político. Cuando las organizaciones populares pulseamos con el Estado para revertir esta tendencia no lo hacemos en nombre de compasiones que deteriora el contenido político de la lucha contra un sistema que produce pobreza y exclusión. Nosotros pujamos por derechos que se encuentran en la irrenunciable utopía de una sociedad de semejantes. |