REFLEXIONES QUE NO TERMINAN, EMPIEZAN.
De Ambito Financiero del 14/10/01
"Mientras exista pobreza, los ricos no tendrán paz"
El presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, advirtió ayer al mundo que mientras exista pobreza, los ricos no tendrán paz, en un discurso en el que aseguró que lo ocurrido el 11 de septiembre así lo demuestra. "Si no tendemos una mano a la gente viviendo en la pobreza y no creamos una mejor distribución de la riqueza, no habrá paz.
Es muy sencillo", dijo Wolfensohn en un discurso que ofreció en la Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), en Washington. Recordó que 80 por ciento de la población del planeta vive con 20 por ciento del ingreso. Repitió el concepto poniendo números a los porcentajes, y dijo que de los 6.000 millones de habitantes del mundo, 4.800 millones accede a sólo 20 por ciento del Producto Interno Bruto del mundo.
Añadió que la mitad de la población mundial, 3.000 de los 6.000 millones, viven con menos de dos dólares al día. De estos, 1.200 millones de personas viven con menos de un dólar al día.
Esta situación de disparidad en la distribución de la riqueza es la que está siendo "desafiada" desde las calles, con las manifestaciones desde Seatlle hasta Génova. Y también con los atentados terroristas del 11 de septiembre, afirmó. Hasta el 11 de septiembre, para mucha gente había dos mundos, dijo Wolfensohn: el mundo desarrollado y el mundo en vías de desarrollo.
Pero esa idea es falsa, dijo: "La pobreza en un lugar es pobreza en todos lados". Wolfensohn dejó en claro que eso es lo que ha quedado evidente el 11 de septiembre. La pobreza en un lugar del mundo se trasladó en forma de violencia a otro lugar del mundo. Esos atentados dejan en claro, aseguró, que los ricos deben buscar urgente una solución a la pobreza, ya no por solidaridad o caridad, sino por su propia supervivencia, su propia seguridad y s u propia paz. "El que todavía creía que había una pared entre los dos mundos, seguro que ahora ya cree que simbólica y realmente, esa pared se ha derrumbado.
Para mí, esto implica un enorme cambio en términos de la interdependencia global y del rol de mi propia institución, y más allá de eso, la forma en que pensamos sobre el desarrollo". "Los dos mundos han desaparecido. Hay sólo un mundo. Y en la comunidad internacional, debemos pensar cómo ajustarnos para ser ciudadanos globales y preparar a nuestros hijos para ser ciudadanos globales, en un mundo que será mucho más desbalanceado que el mundo en q ue vivimos ahora", advirtió. Wolfensohn dedicó mucho tiempo a hablar de la globalización, pero no en el sentido en que la mayoría de los líderes mundiales lo hacen, sino para dejar en claro que ese "único mundo" en el que vivimos es tan interdependiente, que la pobreza en otro continente, a miles de kilómetros, puede significar la muerte de los que viven en países desarrollados.
Para 2025, los líderes del G7 "seguirán representando al exacto mismo número de personas que representan hoy", en cambio en los países en vías de desarrollo "habrá 2.000 millones de personas más", dijo Wolfensohn. Hizo un silencio y enfatizó: "2.000 millones de personas más". El crecimiento poblacional del planeta está concentrado en los países pobres del mundo, según las proyecciones de todos los organismos internacionales. "Nos tenemos que aco stumbrar a pensar más allá de la pared, a pensar globalmente. Y eso significa muchas cosas. Para los que crecieron en Occidente, significa que tienen que comprender que no están solamente viviendo en una cultura occidental, sino en una cultura global", opinó.
El presidente del Banco Mundial convocó a comprender los valores de otras culturas. Aseveró que en Occidente "tenemos mucho que aprender" de los valores en Africa, que "los valores del Islam son muy apreciables". "De hecho", añadió, "hemos probablemente creado un montón de angustia y desolación en la comunidad islámica, porque hemos hecho un abuso muy superior del mundo islámico, que además, en la primera fase de la globalización, nos ayudó llev ando la astronomía, las matemáticas, la filosofía y la cultura a Europa".
Ante un auditorio que no ocultó su asombro, y que luego aplaudió y elogió fervorosamente su discurso, Wolfensohn les recordó que "éste no es un filósofo verde (ecologista) y radical que les habla. He estado jugando el juego del otro lado". Pero el 11 de septiembre, aseguró, tiene que hacer "evidente para todos" que "el tema de la inequidad entre los ricos y los pobres no es un tema que se pueda seguir esquivando".
"Quizás", dijo, "nuestra generación pueda evitar el tema, pero nuestros hijos no podrán". Por ser éste el "gran desafío" del futuro, Wolfensohn convocó a la prensa a comenzar a tratar el asunto "con el peso que merece". Ante un auditorio de cientos de empresarios de los medios de comunicación de las Américas, Wolfensohn dijo que "la prensa no ha encarado el tema de la mala distribución de la pobreza con el peso que yo pienso que merece. Pero nadie va a poder evitar darle este peso después del 11 de septiembre".
Me pregunto por qué no lloré cuando...
Reflexiones del profesor estadounidense John Gerassi Queens, Nueva York (Estados Unidos), octubre del 2001
No puedo evitar llorar. Apenas veo a una persona en el televisor detallando la trágica historia de haber perdido a uno de los suyos en el desastre de las Torres Gemelas, pierdo el control y me da por llorar.
Pero me pregunto por qué no lloré cuando nuestras tropas acabaron con 5,000 personas de bajos recursos en los barrios de El Chorrillo, en Panamá, bajo el pretexto de buscar a Noriega. Nuestros líderes sabían que Noriega estaba en otro lado, pero acabaron destruyendo El Chorrillo. Porque quienes vivían allí eran nacionalistas que querían a los Estados Unidos fuera de su Panamá. O peor aún, por qué no lloré cuando asesinamos a dos millones de viet namitas, en su gran mayoría campesinos, en una guerra planificada por el secretario de defensa, Robert MacNamara, quien sabía que no había manera de ganarla.
El otro día fui a donar sangre. Había un camboyano haciendo lo mismo, tres en la fila, y eso me hizo recordar: ¿por qué no lloré cuando el carnicero de Pol Pot acabó con otro millón de seres humanos, a quien apoyamos dándole armas y dinero porque era enemigo de nuestros "enemigos" (quien eventualmente detuvo los campos de la muerte)?
Para quedarme levantado y dejar de llorar, esa noche me fui a ver una película. Decidí ver Lumumba, en el Film Forum, y de nuevo me di cuenta que no había llorado cuando mi gobierno organizó el asesinato del único líder decente que el Congo haya tenido, y en su lugar pusieron al general Mobutu, avariento, vil y asesino.
Ni lloré cuando mi gobierno sacó a Sukarno de Indonesia, defensor de la independencia de su país y héroe de la II Guerra Mundial contra los japoneses. Pusimos en su lugar a Suharto, quien bajo la tutela de los japoneses ha trabajado en eliminar a por lo menos medio millón de "marxistas" (en un país donde si la gente ha escuchado hablar de Marx, habrá sido c uando mucho de Groucho y en el televisor).
Anoche, mirando el televisor, lloraba mirando la imagen de ese padre que sufría la pérdida de su niña de dos meses. Pero cuando recuerdo las muertes de miles de salvadoreños, tan gráficamente descrita por Ray Bonner, de la revista Time, o las violaciones de las monjas estadounidenses a manos de agentes entrenados y pagados por la CIA, ni una sola lágrima derramé. Incluso lloré cuando oí cuán valiente había sido Barbara Olson, la esposa del Procu rador General, cuyas posturas políticas detesto. Pero no lloré cuando Estados Unidos invadió una maravillosa isla del caribe llamada Granada y mató civiles inocentes que esperaban mejorar sus vidas construyendo un campo de aterrizaje para atraer más turistas, al que nuestro gobierno dijo tener pruebas de que era una base rusa, pero que una vez tomada la isla siguió construyendo.
Por qué no lloré cuando Ariel Sharon, hoy primer ministro de Israel, organizó y luego ordenó la masacre de dos mil palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Shatila. Supongo que uno llora sólo por los propios. ¿Pero es ésta la razón para demandar venganza contra quien esté en contra nuestra? Eso parece ser lo que los estadounidenses piden.
Definitivamente eso es lo que nuestro gobierno quiere, y la mayor parte de nuestros medios de comunicación.
¿En realidad creemos que tenemos el derecho de explotar a los pobres del mundo para nuestro beneficio, sólo porque gritamos a los cuatro vientos que somos libres y ellos no?
Iremos a la guerra. Definitivamente tenemos el derecho de perseguir a quienes mataron a nuestros hermanos inocentes. Y venceremos, definitivamente. Contra Bin Laden. Contra los talibanes. Contra Irak. Contra quien sea.
En este proceso aniquilaremos niños que no tienen aún ropa para el invierno que se acerca, ni casa para protegerlos, ni escuelas donde aprender porque son culpables, a la edad de cuatro o seis años. Tal vez los evangelistas Falwell o Robertson dirán que sus muertes eran necesarias porque no eran cristianos, y quizá alguien del Departamento de Estado nos confirme que eran tan pobres que muertos están mejor. ¿Y luego? ¿Podremos hacer lo que nos dé la gana? Con todas las nuevas legislaciones y vigilancia que nos espera, nadie se va a escapar, y nuestros presidentes corporativos se sentirán complacidos porque todos esos que demostraban contra las corrientes globalizadoras ahora serán parte del bando de los malos.
No más protestas en Seattle, Québec ni en Génova. Paz, al fin. Hasta la próxima vez. ¿Quién será entonces? Un niño ya grande, que sobrevivió la matanza de El Chorrillo. Una niña nicaragüense consciente de que sus padres fueron asesinados por unos pandilleros llamados Contras, entrenados por el manual de la CIA, que dice que para acabar con un gobierno hay que darle duro al pueblo, matando a maestros y médicos para desestabilizar los pilares del mismo. O tal vez sea un chileno enojado, que se entere de que toda su familia fue exterminada por el secretario de Estado de Nixon, Henry Kissinger, quien a pesar de ser un genio de la política mundial nunca pudo diferenciar entre comunismo y socialismo democrático, o ni siquiera nacionalismo.
¿Cuándo aprenderemos, los estadounidenses, que mientras sigamos queriendo ser dueños del mundo para el beneficio de los pocos, nos va a tocar sufrir las consecuencias? No hay guerra que pueda detener el terrorismo, no mientras nosotros mismos usemos el terror para alcanzar nuestras metas. Por eso ya no lloro más, y salgo a caminar. Pero salgo y veo gente que llora por los bomberos que perecieron y ten go que regresar y escribir esto. Mientras lo hago ahí está el secretario Powell, diciéndome que está bien matar a estos niños, estos seres necesitados, que odian a EE.UU. porque nosotros somos civilizados y ellos no. Lloré de nuevo. Y me dije, al terminar de escribir esto, que no lo debía enviar: muchos de mis estudiantes y colegas me iban a odiar, quizá hacerme daño. Pero al ver la televisión otra vez decidí arriesgarme. Tal vez, al leer esto, una persona más se pregunte: ¿por qué hay tanta gente en el mundo preparada a morir sólo para darnos a probar un poco de lo que nosotros les venimos dando desde hace mucho?
John Gerassi, PhD, es profesor de Ciencias Políticas, Queens College y el Centro Graduado, CUNY. Traducción de Oskar Sarasky Tertulia Editora: Laura E. Asturias.