Foto: Jorge Ricardo Masetti de corbata, el Che Guevara de barba.
Especial a 25 años del secuestro y desaparición de Rodolfo Walsh
Jorge Ricardo Masetti y Rodolfo Walsh: la revolución más allá de la pluma.
El 25 de marzo se cumplirán 30 años del secuestro y desaparición de Rodolfo Walsh. Casi doce años antes en Salta, lugar en el que comandaba un grupo guerrillero, desaparecía Jorge Ricardo Masetti (se tomó como fecha de su desaparición el 21 de abril de 1964).
Masetti y Walsh fueron y son sin duda nuestros maestros. Son espejos en los que debemos mirarnos siempre quienes tenemos la pretensión (tal vez ilusa, tal vez estúpida, tal vez ingenua) de revolucionar este mundo y elegimos la comunicación como una de las trincheras vitales, necesarias en esta lucha. Ambos empuñaron la palabra como metralla para deshacer el arsenal de mentiras de los poderosos de ayer y de siempre.
¿Cómo olvidar el espectacular reportaje en Sierra Maestra reflejado en “Los que luchan y los que lloran” de Jorge Masetti? ¿Cómo olvidar “Operación Masacre” o la carta a la junta militar de Rodolfo Walsh? Son referencias inevitables para todos los que eligieron “el violento oficio de escribir”. Mas Jorge y Rodolfo, al margen de lo valioso de sus obras, no se quedaron allí, no fueron sólo eso. No hablamos sólo de periodistas y/o escritores valientes, que... ¿como negarlo? lo fueron hasta la muerte.
Los dos supieron de la necesidad de la organización para romper con la mentira mediática. Rodolfo desde el semanario de la CGT de los Argentinos, desde la inteligencia montonera, desde ANCLA y Cadena Informativa. Masetti desde la Agencia Prensa Latina por él fundada y de la que también participó Rodolfo.
Tamaño legado, inmenso desafío el que Walsh y Masetti nos dejaron. ¿Cuáles son las herramientas de comunicación, que debemos crear hoy para aportar al cambio, para subvertir este país, este mundo? No se trata sólo de escribir bien, o de hacer buenas denuncias (con todo lo valioso que esto puede resultar) ¿Cómo hacer para enfrentar el secuestro informativo de las multiempresas del poder? ¿Cómo hacer para que las voces que pugnan por salir desde los socavones, emerjan? Sin duda que la respuesta es parte de la construcción colectiva del pueblo. Desde la Agencia Rodolfo Walsh sólo intentamos dar un pequeño aporte que justifique el por qué de nuestro nombre.
Sentir cada injusticia como propia, dijo alguna vez el inolvidable y querido CHE Guevara. Jorge y Rodolfo lo hicieron. Ambos llevaron su aporte solidario a países hermanos. Cuba y Argelia lo tuvieron a Masetti como protagonista. Walsh, en Cuba fue el genio que descifró el mensaje que anticipó la invasión yanqui a Bahía de Cochinos.
Walsh y Masetti ejemplos de coherencia. Los dos murieron armas en mano defendiendo y empuñando hasta el final la dignidad de las palabras.
Rodolfo Grinberg
Colectivo Agencia Rodolfo Walsh
Especial para MARCHA, por Rodolfo J. Walsh (1965)
Un recuerdo atenuado de Masetti perdura en la calle Corrientes, en el Café La Paz; en el hall del Nuevo Teatro unas letras de metal dicen su nombre, perdido entre otros, porque hace años estrenó una obra; el único libro que escribió resulta ahora inencontrable.
Y eso es todo. Masetti podía seguir derivando en el olvido. Había otra historia que no acababa de juntarse con la suya. Era la historia de esos muchachos que hace un año se hicieron guerrilleros en Salta, y están algunos presos y otros muertos, y otros fugitivos. Los diarios que contaron el incidente que permitió descubrirlos, rodearlos, capturarlos, mientras su jefe, el Comandante Segundo, se internaba en la selva.
Los que conocían a Masetti se inquietaron. No hubo viajero en La Habana, que en los últimos meses no llevara una pregunta, que siempre volvía duplicada y sin respuesta. Ha pasado un año. Se puede decir ahora que Masetti está muerto, y que Masetti, por supuesto, era el comandante Segundo.
La historia de esa guerrilla se escribirá, tal vez, cuando desaparezcan las instancias judiciales que obligan al silencio; cuando los presos salgan y se pueda hablar de esa aventura atroz, escondida, incomprensible para muchos.
Yo sólo quiero recordar a Masetti como era en la isla lejana y cercada, en la agencia de noticias que fundó y de alguna manera ayudó a destruir, en la pasión casi juguetona que lo devoraba, en la tormenta de sus confusos amores, en el humor grueso y eficaz del suburbio porteño, en el coraje recatado.
Decir que Masetti era un gran periodista, exige aclaraciones. Tenía dificultades con la sintaxis, a lo mejor no sabía lo que es un “lead”, quizá le faltaba sutileza literaria. Y sin embargo se puede decir; Masetti fue uno de los más grandes periodistas que tuvimos, porque a cambio de esos defectos le sobraba lo mero principal, Masetti se metía, y llegaba antes, y volvía con la justa.
Su reportaje a Fidel en la Sierra, casi al mismo tiempo que Herbert Matthews, es la hazaña más importante - y más desconocida- del periodismo argentino. Matthews tenía alrededor una aureola que venía de la Guerra Civil Española; llevaba consigo el prestigio imponente del New York Times. Masetti, no tenía nada, Masetti era un oscuro cronista de radio El Mundo cuando en 1958 se mete por la libre en el laberinto batistiano, llega a través de oscuros canales a ese pedacito de manigua en que doscientos barbudos famélicos están cambiando la historia y descubre esa fantástica gale-ría de héroes risueños y terrenos, Camilo, Barbarroja, el Che, Ramirito, que tanto lo impresionaron y a cuya imagen y semejanza quiso modelar, y modeló su vida. Masetti es otro hombre cuando de ese Olimpo candoroso y brutal baja a la perturbada sofisticación de La Habana, donde se entera que nadie ha recibido sus reportajes trasmitidos por la emisora rebelde. Se interna nuevamente en la Sierra, repite todo el trabajo, y cuando sale por segunda vez ha visto la acción, ha empuñado el fusil y tiene el grado de teniente (1) del ejército revolucionario. El libro que enseguida escribió, “Los que luchan y los que lloran”, es el testimonio apasionante de esa hazaña y de un momento crucial en la vida de los cubanos.
La segunda empresa de Masetti es aun más importante. A comienzos de 1959, llamado por la revolución triunfante, crea la primera agencia lati-oamericana de noticias que consigue inquietar a los monopolios informativos. Masetti no sabía nada de agencias. Prensa Latina es una pura creación suya, hecha a golpes casi geniales de intuición. Recuerdo el asombro que sentí cuando en julio de ese año llegué a La Habana a incorporarme al equipo periodístico y vi las teletipos funcionando mientras en cada país de América surgía una sucursal. El crecimiento de PL es el más vertiginoso en la historia del periodismo. A dieciocho meses de su creación tenía filiales en cada capital americana, en Londres, en París, en Ginebra, en Praga; convenios firmados con Tass, CTK, Hsin Sua, las agencias egipcias e indonesa, le daban un ámbito mundial. Como negociador, Masetti mostraba una insuperable flexibilidad: conseguía que los norteamericanos le abrieran canales de teletipo (cuyo alquiler nunca llegó a pagar) con Buenos Aires, Santiago, Río, Caracas, Washington, Nueva York; que los rusos le prestaran equipos de detección y escucha; que los chinos le construyeran una planta transmisora; que “L Express” de París y el “New Statesman” de Londres cedieran todos sus derechos latinoamericanos por ínfimas sumas. Más de cien clientes en América Latina y muchos centenares en los países socialistas; un volumen noticioso comparable al de las agencias norteamericanas; colaboradores regulares de la talla de Sartre, Waldo Frank, Wright Mills; todo esto era realidad a mediados de 1960.
Un año después ese meteórico imperio se había desmoronado. En cada país de América, la ruptura diplomática impuesta por Estados Unidos fue precedida por el cierre de la agencia. Una lucha interna asestó a PL el golpe definitivo. Afiliados comunistas montaron en el seno de la agencia una verdadera conspiración anti-Masetti, disfrazándola de lucha ideológica. Masetti contemporizó mientras pudo; al fin, les hizo frente. Se dice que debió intervenir el ejército rebelde para impedir que la diferencia se resolviera a tiros. No me consta, pero de algún modo encaja con la imagen que conservo de Masetti.
Por esa época dejé de verlo. Habíamos sido amigos. Creo que esa amistad no duró hasta el fin, por motivos que ahora resultan triviales. Cuando lo sacaron de PL, se fue a Argelia. De tanto en tanto tuve noticias suyas: estaba en Moscú, estaba alfabetizando en la Sierra, estaba otra vez en el Ejército Rebelde. Que haya aparecido en Salta como el Comandante Segundo (obvia referencia a un esperado Comandante Primero) no me asombra. Durante largas noches en La Habana habíamos hablado de la revolución en la Argentina. El ignominioso gobierno de Frondizi parecía justificarla, volverla posible.
El destiempo, la deshora presidieron el destino turbulento de Masetti. Cuando viene a vestir el uniforme de guerrillero, el país es otro, los argumentos más obvios para una acción revolucionaria se han esfumado. Tiene un día de mala suerte; ése en que se despeña de un barranco salteño y queda malherido. Tal vez sin ese accidente absurdo, este hombre que ya había hecho cosas imposibles pudo repetir la hazaña que lo alucinó cuando era un simple reportero? No sé. De sus heridas se recupera lo suficiente para poder caminar, para que no lo tomen prisionero. (Esa perspectiva, recuerdo, lo obsesionaba: “Imaginate, que te agarren, que te hagan cantar, qué vergüenza viejo”). Cuando todo está perdido, cuando el furor de la selva ha aniquilado prácticamente a su grupo, Masetti llena su mochila y se interna en la espesura, monte arriba.
No vuelve, todo el mundo sabe que no puede volver.
1- Masetti no bajó teniente ni con ningún otro grado de Sierra Maestra. (Aclaración de la familia de Masetti).-
AGENCIA DE COMUNICACIÓN RODOLFO WALSH
Prologo a los que luchan y los que lloran
Que su nombre siga casi tan ignorado en su país como el pedazo de selva que esconde sus huesos era previsible para Jorge Masetti. Periodista, sabía cómo se construyen renombres y se tejen olvidos. Guerrillero, pudo presumir que si era derrotado el enemigo sería el dueño momentáneo de su historia. Masetti, desde luego, era un rebelde integral. La guerrilla de Salta, su presencia en Argelia y en Playa Girón, Prensa Latina, este libro, son eslabones de una misma cadena de admirable coherencia. Entre 1958 y 1964 vivió para la revolución latinoamericana cuya semilla está en Cuba y la revolución vivió tempestuosamente en él. Hubo sin duda un proceso cuya génesis atestiguan estas páginas. Masetti era reportero de radio “El Mundo” cuando en 1958 decidió ir a ver qué sucedía en Cuba. Sus contactos eran débiles, sus medios escasos, su objetivo -Fidel en la Sierra- desmesurado. La medida del peligro está dada, sin énfasis, en su propio relato: de los dos periodistas extranjeros que Masetti encontró en la Sierra, uno fue asesinado, al descender, por la policía de Batista; al otro lo torturaron y “cantó”. Mortales esperas, escondites, marchas imposibles a pie y en mula, la confianza jugada a cara o cruz en cada instante, lo acercaron a los grandes protagonistas de su historia. En el camino iban quedando el pueblo cubano, sus campesinos ametrallados, sus aldeas arrasadas con NAPALM. Masetti, que confesaba no haber tirado nunca un tiro, se encontraba de golpe bajo el fuego de las ametralladoras 50 con que un avión rociaba en la meseta lo único que daba señales de vida: él y su guía. Una campesina le entregaba un revólver 22 no para defenderse, sino para suicidarse si se topaba con los guardias. Cambiaba él mismo su ropa oscura de porteño con aires de compadrito por la guayabera del campesino, por el uniforme del ejército rebelde. Pero en ese ilusionismo de periodista ingenioso había como un oscuro rito, una transformación auténtica. Había ido lleno de dudas, prevenciones, sutilezas y se lo tragaba la insuperable experiencia colectiva de un pueblo en revolución. Los reportajes a Fidel y al Che, transmitidos por Masetti desde la radio rebelde, fueron importantes en la propia isla: era la primera vez que el pueblo cubano escuchaba a sus líderes. En aquel momento la revolución -agraria, popular, antiimperialista- no se definía aún públicamente por el socialismo. Eso llegaría después. “Mucho de lo que estábamos haciendo ni lo habíamos soñado”, declaraba Guevara: Los combatientes se volvían revolucionarios en la lucha misma, sacudían sus ataduras mentales, sus prejuicios, sus lazos con el pasado. Pero al mismo tiempo procuraban no alarmar más de lo indispensable al enemigo verdadero que se ocultaba tras la dictadura de Batista: conocían ya el NAPALM y el fósforo vivo de fabricación norteamericana que regaban los aviones. Los amigos de la revolución libraban una dura batalla dentro de los propios Estados Unidos para contener esos embarques de armas que antes y después han masacrado pueblos enteros. Que Fidel Castro hablara de elecciones, que otros dirigentes eludieran una definición sobre el comunismo, que la revolución no alejara a sus momentáneos aliados de la burguesía, eran necesidades implacables en la guerra. Las decisiones, en todo caso, surgirían del pueblo en armas. Cuando Masetti regresa a La Habana, está marcado. Las radios del Caribe retransmiten todavía su reportaje, el país entero ha escuchado su voz, la policía conoce su cara. Los únicos que parecen ignorar su hazaña son sus jefes en Buenos Aires. Un angustioso cambio de telegramas le confirma que no han recibido nada. Entonces hace algo que requiere un coraje excepcional: vuelve a la Sierra y graba por segunda vez su reportaje. Las tretas que usa para sortear el cerco represivo lo pintan a Masetti. Turista alemán, viajante italiano o presunto esposo de una campesina gorda, no pierde en mitad del peligro su agudo sentido de lo cómico. Mucho menos esa mirada fotográfica del periodista nato, capaz de dar en cuatro líneas lo esencial de cualquier situación. Los pequeños retratos de la pequeña gente brillan con luz propia junto a los héroes mayores del Olimpo. Santiago a oscuras, la carretera desierta, “el sonido de fondo” que acompaña su reportaje a Guevara, son estampas memorables en un relato sin pausas. Este reportaje es, en mi opinión, la mayor hazaña individual del periodismo argentino. Al salir de Cuba con un pasaporte rudimentariamente falsificado, Masetti tuvo la sensación de que desertaba, de que volvía al mundo de los que lloran y dejaba atrás el mundo de los que luchan. Esa tajante división iba a decidir su vida, precipitar su muerte. La revolución triunfante eligió a Masetti para una tarea más difícil que su reportaje en Sierra Maestra. A comienzos de 1959, crea la primera agencia latinoamericana de que consigue inquietar a los monopolios informativos yanquis. La deformación por la prensa internacional de las noticias cubanas había empezado mucho antes de la caída de Batista, cuya larga permanencia en el poder profetizaba la revista Time en su primer número de 1959, cuando ya el régimen se había desplomado...La campaña contra el gobierno revolucionario alcanzó una intensidad jamás vista en la historia. United Press y Associated Press, las agencias que monopolizan el mercado mundial de noticias, pusieron en marcha esa catarata de basura informativa que dura hasta hoy, preparando el terreno para la cadena de agresiones que iba a culminar en Playa Girón. Para contrarrestar en lo posible ese ataque incesante y despiadado, nació Prensa Latina. La empresa pudo parecer utópica. Los monopolios informativos reaccionaron ante la competencia como todos los monopolios. La guerra desatada contra Prensa Latina invocó el pretexto de que era una agencia oficial. PL era, por supuesto, tan oficial como United Press, Reuter o France Presse: no hay en el mundo una agencia que no responda a los intereses de un estado nacional, o de un grupo monopolista estrechamente vinculado a ese estado. La diferencia consiste en que los países dominantes del mundo occidental prohíben ese lujo a los países dependientes. Las tentativas realizadas en Argentina y Brasil durante los gobiernos de Perón y Quadros fracasaron ante la embestida de las agencias norteamericanas que contaron como aliados a los grandes diarios comerciales de ambos países, para quienes el periodismo estatal es un crimen cuando se trata del estado nacional, y no lo es cuando detrás se oculta el poder extranjero. En el caso de Prensa Latina había otra diferencia, más “criminal” aún. Todos los periodistas que trabajaron en ella eran latinoamericanos. Plinio Mendoza y Gabriel García Márquez en Colombia, Mario Gil en México, Díaz Rancel en Venezuela, Teddy Córdova en Bolivia, Aroldo Wall en Brasil, García Lupo en Ecuador y Chile, Onetti en Uruguay, Tríveri en Estados Unidos, Ángel Boan en cualquier parte, demostraron que una agencia no era algo tan misterioso como pretendían los viejos amos del periodismo. Dondequiera hubo que pelear por la noticia en igualdad de condiciones, llegaron antes y la escribieron mejor. Como testigo de esa competencia pude comprobar que el periodista norteamericano es profesionalmente mediocre, apegado a la rutina, desprovisto de curiosidad y de amor por lo que hace. Al tener que competir con nosotros, con un conocimiento del medio local que no excedía los despachos ministeriales o el lobby de los grandes hoteles, se encontraban en una impresionante desventaja. Esa prueba no les gustaba para nada, y aunque mejoraron momentáneamente su servicio, acentuaron la campaña de desprestigio y la presión sobre los dóciles gobiernos. Tuve una idea de lo que esa presión significaba en mayo de 1959, cuando en ruta a La Habana debí hacer escala en Río de Janeiro por 48 horas que se convirtieron en 48 días. Se trataba de tomar una oficina, arrendar un canal de teletipo y designar un jefe de corresponsales brasileño, tres cosas sencillas para las que no existían obstáculos legales. Las dificultades que surgieron eran tan absurdas que no tenían explicación dentro del marco idílico de la libertad de prensa, la libre competencia y otras fantasías. Ese año la United Press confesaba para su filial en Río una pérdida de un millón de dólares lo que sin duda revelaba sus buenos sentimientos. Inmovilizar un expediente en el ministerio de Viaçao, era mucho más barato. La burocracia brasileña es la más imaginativa que he conocido: siempre faltaba algo, una coma, un “carimbo”, hasta un análisis de orina y una muestra de sangre. La maquinaria gubernamental chorreaba corrupción y demora en proporciones kafkianas. Téngase en cuenta que las relaciones entre Cuba y los países americanos, incluidos los Estados Unidos, eran todavía “normales”. La agresión contra PL era por supuesto una partícula de la agresión global que se gestaba. Los tropiezos que menciono se reprodujeron en las veinte filiales latinoamericanas de PL. Que hayan podido superarse, bien o mal, es un tributo al genio de Masetti. Un año después de creada PL tenía además sucursales en Washington, New York, Londres, París, Ginebra, Praga. Convenios firmados con TASS, CTK, Tanjug, Hsian Hua, y agencias egipcias, indonesa y japonesa le daban un ámbito mundial. L’Express de París y el New Statesman de Londres habían cedido sus derechos latinoamericanos por ínfimas sumas; The Nation y The New Republic, de Estados Unidos, los daban gratis. Más de cien clientes en América Latina y muchos centenares en los países socialistas, un volumen noticioso comparable al de las agencias norteamericanas, colaboradores regulares de la talla de Sastre, Waldo Frank, Wright Mills: todo esto era realidad a mediados de 1960. La cobertura de ciertos episodios latinoamericanos como los terremotos de Chile, el primer golpe militar contra Frondizi o la revolución de Castro León en Venezuela, fue excepcional. Pero también se dieron algunos buenos “palos”, como decían los cubanos, en territorio enemigo: Ángel Boan (que después murió en Argelia) fue el único en conseguir un reportaje a Chessman doce horas antes de su ejecución. El mismo Boan le sonsacó una divertida entrevista a Trujillo (no teníamos corresponsal en Santo Domingo, por supuesto) mediante el simple expediente de llamarlo por teléfono en nombre de una agencia rival, mientras un colega argentino conseguía en Madrid la primera declaración de Perón favorable a Fidel Castro. Una noche, en el aeropuerto de La Habana, hice el reportaje más corto de mi vida. Era Ernest Hemingway, que decía: “Vamos a ganar. Nosotros los cubanos vamos a ganar”. Y agregaba: “I’m not a yankee, you know”. Algunas veces excedíamos los límites habituales del periodismo. Fue PL quien señaló con meses de anticipación el lugar exacto en Guatemala -la hacienda de Retalhuleu- donde la CIA preparaba la invasión a Cuba, y la islita de Swan donde los norteamericanos habían centralizado la propaganda radial por cuenta de los exiliados. Vivíamos, puede decirse, al pie de la teletipo, pero no recuerdo un trabajo que se hiciera con tanta felicidad. Masetti era incansable, un temperamento meridional, lleno de recóndito humor. Un tabaco y una guayabera que alternaba con el traje oscuro y la corbata negra, le bastaban para sentirse “aplatanado” sin abandonar una sola inflexión de su lenguaje porteño. Era pintoresco verlo irrumpir en la redacción donde predominaban los cubanos y gritar sus órdenes tratando a todo el mundo de vos. Se casó, por segunda vez, con su secretaria cubana. De madrugada, cuando cerraban los últimos canales, había tiempo para reunirse en su oficina donde circulaba un mate y un tocadiscos pasaba un tango. Alguna vez la presencia de un centinela guajiro en la puerta cerrada indicaba la presencia del Che. La amistad que los unía llevaba el sello indisoluble de la Sierra. La suerte de Prensa Latina estaba ligada a la revolución cubana. La SIP, regenteada entonces por el coronel Dubois, dictó el úkase definitivo prohibiendo a sus miembros usar los servicios de PL. Una noche, en una callejuela de Costa Rica, la casualidad deparó a Masetti el placer de decirle en tres palabras lo que pensaba de él. Dubois se hizo el sordo pero ya las puertas de los diarios estaban cerradas. Es conocida la presión implacable que llevó a los gobiernos latinoamericanos a romper con Cuba. En cada caso la ruptura por precedida por el cierre de PL. Masetti lo había previsto con mucha anticipación. Cuando llegó el momento la agencia contaba con equipos de escucha capaces de suplir en parte el vacío, y la construcción de una potente emisora llegaba a su fin. Cuba no podía quedar aislada en el campo de la información, y no quedó aislada. PL sigue hasta hoy dando al pueblo cubano las noticias del mundo, e informando a los que quieran o puedan escucharla, lo que pasa en Cuba. Esa es la obra de Masetti. En marzo de 1961, Masetti renunció a Prensa Latina. Su alejamiento tiene que ver con el auge momentáneo del sectarismo, pero sobre todo con su deseo de ocupar un puesto de más riesgo en la tarea revolucionaria a la que ya estaba entregado por completo. Esa oportunidad se dio en seguida, en Playa Girón. Masetti retomó el comando de la agencia y vio sucumbir bajo el fuego de las milicias las últimas tentativas norteamericanas por reimplantar su dominio en la isla. Después marchó a Argelia, donde se combatía aún. Era el intermedio necesario antes de acometer su última empresa, la guerrilla de Salta. La idea de traer la lucha armada a la Argentina no era nueva en Masetti. Nació en la misma Sierra, la meditó largamente en La Habana. Puede discutirse, se discute, si el momento elegido era el apropiado, si la teoría del foco es o no correcta, si la lucha armada puede entablarse sin el respaldo de una sólida organización política. La honestidad de Masetti, la coherencia consigo mismo, la fidelidad al precedente cubano, están fuera de la discusión. Pertenece a esa lista ya larga de hombres que en América Latina vivieron sus ideas hasta el sacrificio: De la Puente Ojeda, Lobatón, Camilo Torres, Ernesto Guevara. Sabía que la victoria final de la revolución está amasada con los fracasos anteriores. El triunfo fulminante de los cubanos en enero de 1959 no basta para borrar las derrotas que lo precedieron, ni aun la más memorable de esas derrotas: el asalto al Moncada. Dentro de esa perspectiva no hay quizá victorias ni fracasos individuales, aunque haya experiencias que recoger y asimilar. En los campos de Argelia, Masetti volvió a tomar contacto con la guerrilla. A fines de 1962 estaba de regreso en Cuba, alcanzó a conocer a su hija recién nacida, después se alejó para siempre. Cuando reaparece en la provincia de Salta, el pequeño grupo de rebeldes que lo acompaña lo conoce solamente por su nombre de guerra: Segundo. La elección está explicada en una carta de Federico Méndez y Juan Jouvé, sobrevivientes de la guerrilla encarcelados hasta hoy: “Al ingresar en el EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo) cada miembro adoptaba un nombre de guerra, y Masetti eligió el de Segundo por el siguiente motivo: el Che, que en ese momento realizaba tareas imprescindibles para la Revolución Cubana, pertenecía en forma honoraria al EGP, conociéndosele a ese fin por el nombre clave de Martín Fierro...Masetti eligió el de otro gaucho famoso, Segundo Sombra...Luego Masetti fue conocido simplemente por Segundo, aunque fue realmente nuestro primer y único comandante.” Otro sobreviviente recuerda: “Nunca hablaba de su vida personal. Sabíamos que tenía mujer e hijos porque una vez los mencionó. En cierta oportunidad, él mismo habló de Masetti en tercera persona. Pero yo ignoraba que fuese él, y las fotos que después me mostraron tenían poco que ver. Cuando lo conocía tenía una gran barba negra, casi azul. Costaba tutearlo, era imponente.” A comienzos de 1962 Masetti escribía a su mujer: “Ya van cuatro meses y medio que aguardamos, con ansias controladas pero que nos devoran, el momento de rendir “nuestra materia”. Siempre presentes, las primeras palabras de la carta de Martí a Mercado que constituyen también las iniciales de la Segunda Declaración de La Habana: “Ya puedo escribir... Ya estoy todos los días en disposición de dar la vida por la patria”, y agregaba: “La Revolución ya no es un hecho a observar, un hecho histórico a criticar, sino que la Revolución somos nosotros mismos... es nuestra conciencia, la que nos juzga y nos critica y nos exige.” Se sentía fuerte y optimista, a pesar de las dificultades de la vida en el monte. Adiestraba a su gente, se movía sin cesar eludiendo cualquier choque. No había perdido su buen humor, su ácido espíritu de broma. Cargaba la mochila más pesada, a pesar de una dolorosa desviación de columna vertebral que lo hacía sufrir bastante. A fines de 1963 dice en una nueva carta a su mujer: “Ahora llevamos recorridos más de un centenar de kilómetros en el mapa, aunque en realidad son muchísimos más. Nuestro contacto con el pueblo es desde todo punto de vista positivo. De los coyas aprendimos muchas cosas, y los ayudamos en todo lo posible. Pero lo más importante es que quieren pelear... Es ésta una región en que la miseria y las enfermedades alcanzan el máximo posible, lo superan. Impera una economía feudal... quien venga aquí y no se indigne, quien venga aquí y no se alce, quien pueda ayudar de cualquier manera y no lo haga, es un canalla...” A comienzos de 1964 los diarios publican las primeras noticias de la guerrilla, cuyos días estaban contados. En marzo los servicios de informaciones consiguen infiltrar dos hombres que promueven un incidente donde resulta herido el guerrillero Diego. La gendarmería captura un campamento con cuatro hombres, donde estaban todas las provisiones. El hambre acosa ahora a la guerrilla: la zona está desprovista de caza, incluso de pájaros. El guerrillero Antonio muere despeñado. El 18 de abril es sorprendido un nuevo grupo. Días después en un confuso choque con la gendarmería resultan muertos Hermes (Hermes Peña, cubano) y Jorge. Diego, César y Marcos mueren de hambre. Los dispersos van cayendo en grupos de dos o tres. Masetti no aparece nunca. Se ha disuelto en la selva, en la lluvia, en el tiempo. En algún lugar desconocido el cadáver del comandante Segundo empuña un fusil herrumbrado. Tenía al morir 35 años, había nacido en Avellaneda.
Rodolfo Walsh, Marzo de 1969
Aclaración: Masetti murió a los 34 años, no a los 35; tampoco se casó por segunda vez como señala en el texto Walsh sino que tuvo una segunda mujer (su secretaria cubana). Masetti nunca se divorció de su esposa argentina ni hizo una separación legal, lo que en aquel momento, hubiese sido posible. . (Aclaración de la familia de Masetti).-
AGENCIA DE COMUNICACION RODOLFO WALSH
Jorge Masetti y Rodolfo Walsh: Nuestros hombres en La Habana
Por: Hugo Montero (Fragmento de la nota publicada por Sudestada Nº 34 de noviembre de 2004)
Uno era el responsable de la mayor hazaña del periodismo argentino en su historia, según el otro. El otro era el periodista capaz de desenredar la madeja de conspiraciones políticas y policiales con un talento inédito. Los dos confluyeron en La Habana, cuando una revolución florecía y el vértigo se adueñaba de la isla. Los dos ayudaron a crear la agencia Prensa Latina y a mostrar la verdadera cara de la revolución cubana. Jorge Ricardo Masetti y Rodolfo Walsh enseñaron los secretos de una profesión, pero aprendieron las dificultades de una revolución en formación, que exige siempre el compromiso histórico de vencer o morir, y así lo entendieron hasta el final.
El ascensor abrió sus puertas en el quinto piso y el Che comenzó a recorrer el camino que iba a llevarlo ante la oficina de la dirección general, justo en el otro extremo del pasillo. Antes de llegar saludó con sonrisas y sonoras palmadas en los hombros a la multitud de redactores que se fueron agolpando a su paso, entre sorprendidos y felices por la inesperada visita del comandante. Eran ya las dos de la mañana en la sede de la agencia de noticias Prensa Latina, pero el ritmo de trabajo continuaba con el vértigo habitual. Había que apurar, había que picar cables y salir corriendo a los teletipos, había que llamar a los corresponsales y confirmar con urgencia datos y cifras, había que eludir el sueño y matar el cansancio con la charla y el trabajo arduo, interminable. Sin embargo, la llegada del Che rompía los esquemas con esa sonrisa plena que apenas dejaba adivinar la fatiga de un largo día en el Ministerio de Industrias, de donde había logrado escaparse hacía unos minutos. El Che aprovechaba entonces y se pegaba una vuelta por la agencia para saludar a un amigo.
En ese hervidero en que se había transformado la redacción, la aparición repentina de tanto ruido extrañó al jefe del Departamento de Servicios Especiales de la agencia. De modo que asomó sus lentes por la puerta de su oficina para develar la razón de tanto bullicio en plena madrugada. Era la primera vez que Rodolfo Walsh veía al Che Guevara a corta distancia, perdido entre brazos y voces que lo iban empujando hacia el final del pasillo. Y Walsh, siempre cauto, siempre racional, no pudo más que emocionarse un instante ante semejante oportunidad. De todos modos, la conmoción le duró el tiempo que tardó en recordar la cantidad enorme de trabajo acumulado en su escritorio y volvió a su labor.
Del otro lado de aquella puerta donde el pasillo de la redacción terminaba, otro argentino escuchaba los ruidos y sonreía. La puerta no tardó en abrirse y la voz de Guevara en estallar, irónica y socarrona, en la penumbra de la oficina: -“¿Cómo le va al director de la mejor agencia de noticias de América Latina?”, bromeó.
El director en cuestión, el periodista Jorge Ricardo Masetti, saludó al Che con una sonrisa y con un mate recién cebado. La puerta se cerró y la redacción de Prensa Latina volvió a transformarse en un hervidero. Mucho había que apurar, todavía.
Apenas nueve días después de la entrada triunfal de las tropas rebeldes comandadas por Fidel Castro a La Habana, el avión que trae a Jorge Masetti (que viaja parado, porque no quedaban asientos disponibles) aterriza en Rancho Boyeros. Otra vez la brisa caribeña engorda la camisa del periodista argentino, de regreso al país que lo marcó para siempre, pero esta vez con una invitación urgente de su amigo, Ernesto Guevara.
La Habana era festejos, gritos, abrazos y un manojo de sueños volando por cada barriada, el pueblo en las calles y el dictador de viaje, rumbo a Miami. La revolución de los barbudos había triunfado en las narices del imperio más poderoso del mundo y todo el pueblo expresaba su cariño por aquel puñado de guerrilleros que bajaron de la sierra para cambiarlo todo. Pero las agencias noticiosas de todo el mundo no hablaban de festejos ni de las multitudes marchando. Mentían, tergiversaban, ocultaban la información y el mundo dudaba ante este estallido rebelde en una isla del Caribe, y dudaba más aún de sus dirigentes. Algo había que hacer, y rápido, pensó la comandancia de la revolución. Y allí nació la Operación Verdad, una maniobra del flamante gobierno rebelde para difundir la realidad sin intermediarios, reuniendo en La Habana a una multitud de cronistas honestos de todo el mundo para mostrarles a un pueblo que paría su revolución y que la iba a defender hasta la muerte, de ser necesario. Con el objetivo de planificar la Operación Verdad es que Masetti retorna a Cuba, un año después de su anterior visita. Y a su llegada lo aguarda el Che con noticias frescas.
El 21 de enero, cerca de 400 periodistas de todo el mundo (aunque la mayoría de América Latina) se dan cita en el Hotel Habana Riviera para asistir a la Operación Verdad organizada por Masetti, el periodista uruguayo Carlos María Gutiérrez y Celia Sánchez, miembro del 26 de Julio. “A ustedes, los periodistas latinoamericanos, no les queda más remedio que adoptar lo que les diga el cable que no es latinoamericano. La prensa de América Latina debiera estar en posesión de medios que le permitan conocer la verdad, y no ser víctimas de las mentiras de los monopolios”, afirma un exultante Fidel Castro ante su auditorio, y luego agita con mayor fervor: “Hay que crear una agencia de noticias latinoamericana para contrarrestar las informaciones desvirtuadas”. Los aplausos cierran el discurso de Fidel y la mayoría de los periodistas allí presentes se van conformes, pero dudando de las posibilidades de una alternativa a los monstruos informativos del sistema: United Press y Associated Press. Pero hubo unos pocos que sabían que allí estaba su trabajo, que allí comenzaba su verdadero compromiso con la revolución. Y Masetti era uno de ellos, el principal responsable de llevar esta quimera hacia adelante, de convertir la fantasía del Che en realidad. Había que hacerlo, y hacerlo ahora.
“Hay un fusilado que vive”, escuchó una vez, como al pasar, Rodolfo Walsh, y esa confesión cambió su vida para siempre. Fue el comienzo de una ardua investigación que desencadenó en el libro Operación masacre, publicado por primera vez en diciembre de 1957. Eran tiempos furtivos para el periodista que había desnudado los oscuros mecanismos de la violencia parapolicial en Argentina, tiempos de agitadas reuniones en los cafetines porteños donde las noticias iban y venían por cada mesa. Y en una de esas mesas, Walsh escuchó como al pasar, otra vez, la historia de una revolución imparable, la crónica de un dictador en caída libre y la decisión de un pueblo que, fusil en mano, se disponía a escribir una página inédita para el continente. Y ese rumor lo conmovió.
Por eso, tiempo después y apenas recibió la invitación desde La Habana de Jorge Masetti (que conocía apenas por haber compartido una fugaz experiencia en la Alianza Nacionalista), aceptó sin titubeos la oferta de participar de una nueva agencia de noticias bautizada como Prensa Latina. Walsh armó las valijas con premura, convenció a su mujer y partió con rumbo a aquella revolución que por entonces lo representaba en tanto popular y antiimperialista.
Para cuando el calor agobiante recibe a Walsh en La Habana, Prensa Latina ya es algo más que un proyecto en marcha. Es una realidad asombrosa. A partir del trabajo incansable de Masetti, aquello que se asemejaba más a un sueño daba sus primeros pasos. “Las dos cualidades esenciales del periodista que trabaja en una agencia informativa son exactitud y rapidez”, escribe Masetti en el primer boletín interno de la agencia que lleva su firma. “Es necesario que siempre se tenga presente que el dar exactamente una noticia y antes que todos los demás competidores, constituyen el crédito y por ende el éxito de una empresa informativa”, señala en la minuta, para después agregar que “el periodista en la calle no es otra cosa que una extensión de la agencia hacia el lugar en donde se produce la información, un nervio que hará vibrar, al contacto con la noticia, a toda la organización”. El carácter didáctico de los primeros comunicados de Masetti descansaba en una razón lógica: la redacción estaba compuesta por jóvenes periodistas cubanos, sin ninguna experiencia en el trabajo de agencia. Con este panorama se enfrentó Masetti a principios de 1959, y en este escenario desembarca Rodolfo Walsh meses después.
Sin embargo, Walsh no sale de su asombro los primeros días al observar los avances extraordinarios que logra Masetti al frente de Prensa Latina: los 400 despachos diarios son reproducidos por cerca de 1200 medios en todo el mundo y traducidos a once lenguas (según Walsh, “un volumen noticioso comparable al de las agencias norteamericanas). Al mismo tiempo, se instalan oficinas de corresponsalía en 26 países de América Latina y en ciudades como Washington, New York, Londres, París, Ginebra y Praga; se cierran convenios con las agencias TASS de la URSS, la checa CTK, la china HSINHV y otras de Indonesia, Egipto y Japón, y se cuenta con colaboradores internacionales de la talla de Gabriel García Márquez en Colombia, Juan Carlos Onetti en Uruguay, Rogelio García Lupo en Ecuador y Chile, Waldo Frank en Estados Unidos y Jean Paul Sartre en Francia. Prensa Latina ya era una realidad, mérito de Masetti, que siempre repetía “hay que ser objetivos, pero no imparciales” y no sesgaba en su afán de instalar a la agencia entre las más importantes del planeta. “Masetti convirtió a Prensa Latina, a la que no pocos dieron de vida a lo sumo un mes, en una verdadera escuela de periodismo revolucionario y latinoamericano”, recuerda Juan Marrero, hoy presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.
Así, rápidamente, Prensa Latina se fue anotando varios impactos periodísticos, uno tras otro. Al decir de Walsh: “La cobertura de ciertos episodios latinoamericanos como los terremotos en Chile, el primer golpe militar contra Frondizi o la revolución de Castro de León en Venezuela, fue excepcional. Pero también se dieron algunos buenos palos, como decían lo cubanos, en territorio enemigo: Angel Boan (...) fue el único en conseguir un reportaje a Chessman doce horas antes de su ejecución. El mismo Boan le sonsacó una divertida entrevista a Trujillo (...) mediante el simple expediente de llamarlo por teléfono en nombre de una agencia rival, mientras un colega argentino conseguía en Madrid la primera declaración de Perón favorable a Fidel Castro. Una noche en el aeropuerto de La Habana, hice el reportaje más corto de mi vida. Era Ernest Hemingway, que decía: ‘Vamos a ganar. Nosotros los cubanos vamos a ganar’. Y agregaba: ‘I’not a yankee, you know?’”.
En medio de este vértigo es que Walsh ocupa, por orden de Masetti, la jefatura del Departamento de Servicios Especiales, una suerte de oficina independiente que se ocupaba de desarrollar informes de mayor profundidad sobre ciertos temas clave del continente. Walsh es el hombre que elige Masetti para esa tarea, conocedor de sus antecedentes en el periodismo de investigación y de su capacidad docente, que desarrolló con muchos de los redactores. “Masetti tenía una gran confianza en Walsh que era, de todos los jefes, el que se comportaba con mayor seguridad en sí mismo. Consideraba que no tenía que preguntarle casi nada a Masetti. Él decidía y actuaba, y Masetti lo respaldaba, más que a cualquier otro, pero no porque era argentino, sino porque reconocía que Walsh sabía mucho y podía descansar en su criterio”, señala Rafael Pérez Pereyra, entonces miembro de aquella juvenil redacción...
AGENCIA DE COMUNICACION RODOLFO WALSH
“LOS VIOLENTOS NO SON LOS QUE LUCHAN, SINO LOS QUE NOS OPRIMEN
NO A LA CRIMINALIZACIÓN DE LA PROTESTA SOCIAL.”
LIBERTAD A LOS 5 HEROES CUBANOS,
PRESOS EN LAS CARCELES YANQUIS