Museo del Che
Por Ariel Jonte
Inaugurada en 1996, la muestra sobre Ernesto Guevara cerró seis años después por falta de fondos. Quien la ideó cuenta como surgió la iniciativa y porqué recibe, en la actualidad, a miles de turistas en su comercio de bagatelas.
Este local está custodiado por la señora que vende bombachas enfrente. El cartel está a la entrada del negocio de la calle Rojas 129, en pleno barrio de Caballito, advirtiendo a todo aquel cliente de una supuesta acción inoportuna.
El interior del comercio posee un mundo de objetos que alguien alguna vez vendió o cedió y que otros acuden a su búsqueda: antiguas lámparas de cristal, destornilladores, afiches de Ernesto Guevara, encendedores, libros de la revolución cubana, juguetes, una estatuilla y fotos del Che, viejos inodoros en un rincón, pequeños guevaritas de plástico, vajillas y varias bagatelas.
Una chica brasileña y un muchacho mexicano se acercan al dueño del local. Tímidamente preguntan: “Perdón, ¿esto es el museo del Che?”.
UN POCO DE HISTORIA
El matrimonio conformado por Eladio (Toto) González e Irene Perpiñal viajó de vacaciones a Cuba en el verano de 1992. La estadía les produjo una breve sorpresa: la amabilidad con la que fueron recibidos.
“Imaginaba encontrarme con una multitud de gente vestida de gris, con cuellitos maoístas. Toda una cosa rígida. Pero noté un conjunto de personas que comparte ciertos valores y no miles de autómatas sin vida”, comenta González, entrecortadamente, mientras la clientela le permite un tiempo para la charla.
Entre las sucesivas caminatas que realizaron por la isla, Toto recibió un disparó emocional. Cuatro guardias de frontera fueron baleados durante un ataque -se lo recuerda como La Masacre de Tarará-. Sólo uno quedó con vida.
El turista mexicano deja de observar algunas fotos del Che, que Irene le había acercado, y pone atención en el relato de González: “Fui a donar sangre. No la querían porque había de sobra. Se reían amablemente mientras yo explicaba que mi sangre era valiosa: RH negativo.
La jefa de hemoterapia, que era una mulata simpática, de tanto insistir me hizo una prueba para comprobar mi grupo sanguineo pero no me sacó sangre.
Estaba caliente: quería mezclarme con ellos”. Finalmente logró acercarse. Una carta dirigida al policía internado fue respondida por más de cuatro mil cubanos. Tras 14 años de haber transcurrido la masacre, no pasa un día sin que Toto reciba una nueva correspondencia.
LA REVOLUCIÓN
El ida y vuelta generado con los cubanos a través de las misivas apuntaló en Toto la necesidad de ayudar con donativos a la población de la isla. La iniciativa contagió a un sin fin de personas con las que conformaron la entidad Chau Bloqueo.
Es imperiosa la necesidad que tiene González por contarle a los turistas cómo se desencadenaron los hechos desde un principio. Por un instante lo que estaba tomando forma se interrumpe para preguntarle a un joven que se le acerca qué está buscando.
“Soy noruego, ¿aquí es el museo del Che?” Toto le pide que lo escuche. El relato comienza nuevamente desde el verano del ´92. Siente que cada visitante que acude al lugar “lo hace porque lleva un Guevara en su interior, un sentimiento que necesita sacar a flote”.
HASTA LA VICTORIA SIEMPRE
En 1996 el material recolectado para ser enviado a Cuba tomó demasiada magnitud. Fue necesario alquilar un local para depositarlo hasta su envío. “Cuando entré al galpón de Nicasio Oroño 458 me preguntaron si me gustaba: yo dije que sí, que era el museo del Che Guevara.”
La inauguración fue increíble. No tenían nada. “Si abrís algo la gente viene y trae”, confiesa el fundador y le aclara al terceto internacional, que no deja de observar las 300 fotos inéditas del Che, que lamentablemente no todo lo que consiguió puede ser apreciado en la actualidad.
Esculturas, numismática, filatelia, documentos personales, una condecoración, una cantimplora, monedas y estampillas cubanas con su cara, maquetas alusivas a las batallas, su lata de tabaco, ropa utilizada por la guerrilla, son sólo algunas de las pertenencias que no pueden ser vistas en “la guardia permanente” que se mantiene sobre la calle Rojas.
El museo debió cerrar seis años después de haberse puesto en marcha por falta de fondos para pagar el alquiler. “Yo no pido que el Gobierno me dé un subsidio, sólo pretendo que me den un lugar para llevarlo a cabo. Año tras año me dicen que no lo tienen.”
EL BLOQUEO
Los visitantes cruzan las miradas. Agradecen y se retiran sin antes sacarse unas fotos con la estatuilla del Che. “Diariamente me da mucha vergüenza: vienen acá porque el museo figura en la secretaria de Turismo y creen que van a encontrarse con algo lindo”, lamenta González que tras haber guardado las fotografías le enseña a una clienta unos patines viejos por los que había preguntado. Se siente herido. La cara no lo deja mentir.
Un cartero entra al local y sin decir una palabra apoya un sobre en el escritorio. Toto lo agarra y sus facciones cambian al leer el remitente: Apartado 6240. La Habana. Cuba.
Siente lo mismo que un soldado herido al que se le aplica una dosis de morfina. El dolor se escabulle.
Ve en un futuro no muy lejano como reabre sus puertas el primer museo latinoamericano Ernesto Che Guevara.