viernes, 16 de julio de 2010

Adultos inoperantes impavidos indiferentes inservibles como ejemplo para la juventud

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DE AQUELLOS POLVOS ESTOS LODOS.

Por Susana Merino.

Buenos Aires.

Me gustaría saber cuántos son, donde están y cuando y qué han hecho los que hoy se rasgan las vestiduras ante la sanción de leyes que legalizan el aborto en España o en cualquier otro lugar del mundo, para evitar, no la sanción de esas leyes que a nadie obligan y a las que seguramente no recurrirán los que apuestan a la vida, sino para prevenir la proliferación de embarazos no deseados o salvar incipientes vidas y las de sus progenitoras.

Hace mucho tiempo que pregunto sin obtener respuesta porqué quienes nos confesamos cristianos  hemos dejado avanzar la proliferación de la pornografía, la banalización del sexo, la mercantilización del cuerpo femenino, el desembozado avance de la prostitución pregonada casi a voces en diarios y revistas, la indecorosa exhibición  de video - escenas y filmes que ofenden al mínimo sentimiento de pudor, salpimentado el todo con abundantes dosis de chabacanería y de mal gusto. A lo que no podemos dejar de sumarle la nueva moda del “sexting” (conjunción de sexo y envío de textos) o intercambio de fotos propias con alto contenido erótico entre adolescentes a través de los celulares o de las llamadas redes sociales de internet y que creo es también  ineludible consecuencia de esa atmósfera pasiva e indiferentemente aceptada por el mundo adulto.

Y digo entonces: ¿hacia dónde estuvimos mirando todo este tiempo? ¿A quién sorprende que los chicos sean tentados desde la más tierna infancia por  el “fruto prohibido” por decirlo de una manera gentil? ¿A quién la temprana iniciación sexual de los adolescentes? ¿A quién entonces los embarazos no deseados? ¿A quién las brutales y cada vez más frecuentes violaciones? ¿A quiénes la desaparición forzada de jóvenes mujeres y hasta de niños? ¿A quién la trata de personas?  A nadie puede asombrar que en  ese caldo de cultivo, que hemos aceptado prolongada y silenciosamente, crezcan y se multipliquen los actos aberrantes y el subsecuente destierro de los conceptos de amor y de responsabilidad que fundamentan el acto de la procreación.

He leído con estupor culpar a los gobernantes, calificándolos de “bárbaros” como si no solo fueran producto de la sociedad en que vivimos sino además constitucionalmente elegidos por quienes la conformamos. Y poner el grito en el cielo porque la ley convierte la comisión de un crimen en algo irrelevante mientras se ignora hipócritamente que ese tipo de “crímenes” no necesitan de la luz verde de la ley sino que se cometen y se seguirán cometiendo, sobre todo en las clases más postergadas, dentro de la más solapada clandestinidad y en condiciones que ponen en  serio riesgo ya no solo una vida sino dos.

No puedo dejar de transcribir algunas líneas del autor del artículo(1)  que me ha sugerido estas reflexiones porque   aunque su intención sea opuesta apuntala mis argumentos Menciona su texto que estamos creando “una sociedad sin discernimiento moral, una sociedad automática que evita enjuiciar éticamente sus acciones, engolosinada por la consecución del interés propio”  Pues creo que efectivamente ese es el origen  y no la consecuencia de lo mismo que condena. Porque  son las condiciones que se han venido desarrollando a nuestro alrededor ante nuestra más supina indiferencia y hasta con, no pocas veces, nuestra tolerante complacencia, cuando no el propio provecho las que han derivado en la aceptación de y el acostumbramiento a un clima  de deterioro moral del que somos absoluta y únicamente culpables.

Pero el deterioro moral también alcanza a esta porfiada hipocresía de endosar a los demás la culpa de nuestros males sin preguntarnos de qué manera hemos contribuido a la instalación de ese clima y qué hemos hecho como personas individuales y como sociedad para imponer otros criterios, otras maneras de abordar la difusión de los principios que proclamamos defender. Algunas veces he planteado la necesidad de emprender una campaña basada en el rechazo a consumir productos o a utilizar servicios de las empresas que patrocinan determinados programas de televisión o ciertas  revistas o publicidades que bastardean o contradicen nuestros principios morales, pero nadie ha recogido el guante, ni las asociaciones religiosas ni mucho menos aún los ámbitos en que se educan los futuros profesionales, políticos y dirigentes de empresa de formación católica, a quienes en mayor medida les cabe la responsabilidad de trasladar a sus actividades y a la vida cotidiana esos principios.

Desconozco la existencia de iniciativas de este tipo o similares que castiguen a quienes invaden nuestros hogares y nuestras calles con imágenes reñidas con esa moral que luego pretendemos impoluta, llorando sobre la leche derramada en lugar de  haber hecho lo necesario para que no se derramara. El autor de la referencia habla también de la necesidad de un cambio o “conversión social” y en eso estoy de acuerdo pero sin limitarnos a la moral sexual. Nuestra fe va mucho más allá  de  lamentarnos ante la sanción de leyes que causan gran alboroto por contrariar los fundamentos de la vida sin reparar en que la vida está siendo permanentemente atacada por otros flancos que parecen no inmutarnos: las muertes por  inanición, por enfermedades evitables, por guerras generadas por el afán de lucro, por los avatares de los éxodos migratorios, por la miseria y el desamparo  ¿Alguien se detiene a pensar cuantas más vidas se cobran las acciones de los hombres reñidas con toda clase de moral y de ética y se plantea la necesidad de esa “conversión social” e individual que valore por igual la vida de todos, de todos los seres humanos comprometiéndose a encontrar los medios y a ponerlos luego en común para lograrla?

Tal vez entonces empiece a creer que los clamores por la vida de los nonatos son sinceros, que no es solo esa “expresión de barbarie” la que nos preocupa, que también son ilegales los crímenes que ocasionan el hambre, la injusticia, la exclusión, que no son más graves los abortos “químicos” o la píldora del día después, que los que ocasionan   el uso de pesticidas que garantizan buenas cosechas  y por lo tanto buenos ingresos y malformaciones prenatales y enfermedades y cáncer hasta en niños pequeños en las inmediaciones, ni las aguas, ni las tierras contaminadas con cianuro, mercurio o torio u otros desechos de la hoy tan rentable y generalizada minería a cielo abierto que afectan los embarazos y que  provocan con excesiva frecuencia abortos ya no provocados ¡válgame Dios!  sino espontáneos.

Tal vez entonces podré creer que algunas  altisonantes declaraciones en contra de esas leyes  no están solo escritas  con el interesado propósito de mostrar lo “cristiano” que se es o de acallar las malas conciencias o por el simple lucimiento de la pluma.  Mientras tanto seguiré creyendo que es pura hipocresía.+ (PE)

(1)   Cómo parar el aborto – Manuel Prada – ABC, 05/07/10 - Madrid

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