viernes, 16 de julio de 2010

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AMIA: una mañana imborrable

Breve relato de un cronista - Por Dante López Foresi

http://www.agenciaelvigia.com.ar/007%20AMIA.jpg(Diario EL VIGÍA)- Llevaba casi dos meses de casado. Vivía a pocas cuadras de Pasteur al 600. Era una mañana casi perfecta. Como las mañanas de casi todos los recién casados. Estábamos sentados frente a frente a la mesa de la cocina. El termo medio lleno (o medio vacío) y el mate en mi poder. El diario recorría mis ojos. Era una mañana casi perfecta. Por entonces, trabajaba como corresponsal desde Buenos Aires para LV2 Radio General Paz de Córdoba. Todavía lo único que me parecía "grave" era tener que pagar las cuotas del crédito hipotecario y mi único temor era perder lo que tenía. ¿Notó Usted lo reaccionario que se pone uno cuando está recién casado?. Hasta defiende la propiedad privada por sobre todo (si la tiene...claro). Pero faltando poco para las 10 hs (luego supe que el horario exacto fue a las 09:53 hs) llegó ese ruido atroz. El termo se balanceó hasta caer sobre la mesa. El diario se me escapó de las manos.

Llamé a la radio y dije “pónganme al aire urgente”. Lo hicieron. El conductor del programa era Aldo “Lagarto” Guizardi. Solo atiné a decir: “Acabo de escuchar el mismo sonido que escuché cuando volaron la embajada de Israel...ojalá me equivoque, pero creo que estamos ante otro atentado”. A los pocos segundos, llegaba un cable de Télam y escuché lo que nadie quería escuchar. Guizardi diciendo: “Es verdad Dante...el cable confirma que acaban de volar la mutual judía llamada AMIA”. No quise usar el ascensor. Bajé, salí a la calle y corrí. Los efectos del cigarrillo se hacían sentir, pero no podía parar de correr. Mientras la columna de humo se hacía más grande ante mis ojos, recordaba que pocos años antes, cuando atentaron contra la Embajada de la calle Arroyo, yo me encontraba en un estacionamiento subterráneo de Corrientes y San Martín.

También a pocas cuadras. Esa explosión que se convierte en implosión en el alma, es desesperantemente inolvidable. Desde ese día fueron varias las noches que desperté sobresaltado, y mientras corría esas pocas cuadras hacia Pasteur al 600 sabía que me encontraría con más argumentos para mis pesadillas. Una de las preguntas más estúpidas que un periodista puede hacerle al entrevistado que está sufriendo es “¿Qué siente?. Pero al mismo tiempo es la pregunta más inteligente que puede hacerse un periodista a si mismo cuando sabe que está por encontrarse con el horror.

Cuando llegué al lugar (debo haber sido el segundo..o tercer cronista en llegar..ni lo sé ni me importa por dato mezquino), el panorama era peor que en la Embajada. Es tan difícil explicar ese momento. Esa polvareda que todo lo envuelve, esos gritos que por ser tantos casi no se escuchan. El olor a la muerte es particular. Porque se mezcla dentro de uno con el olor al miedo y al espanto. Ese día confirmé que el miedo también huele. Cuando pasaron pocos minutos las escenas eran anárquicas y repetidas. Decenas de personas caminando en círculos sin saber qué hacer.

Policías con sus cintas amarillas, sabiendo menos que nosotros cómo actuar. Los cronistas que ya habíamos realizado la cobertura del atentando a la embajada de Israel sabíamos que debíamos bajar a los más jóvenes que con el ánimo de ayudar, o de alcanzar una primicia, caminaban sobre los escombros...los trepaban: “Bajá pelotudo...¿no te das cuenta que estás caminando sobre personas que aún pueden estar vivas?. No creo que exista cronista que recuerde con exactitud el contenido de sus relatos para los oyentes ocasionales. No sé lo que dije, ni como lo dije. Mientras hablábamos a través de nuestros celulares, con la otra mano ayudábamos a llevar una camilla, o la apoyábamos en un hombro, o...¡qué soledad y desesperación siente uno ante el espanto!. Humo, polvareda, gritos desgarrantes. Los periodistas buscábamos algún cráter como el que nos quisieron hacer creer que existió frente a la embajada de Israel.

Y es notable que la reacción inmediata de cada una de las personas que pasaban o se acercaban al lugar, poco tuvieran que ver con el morbo humano, y si con esa necesidad imperiosa de ser útil de algún modo. Sé que en algún momento lo pensé: “la morbosidad solo se aplica ante dramas individuales, pero cuando el espanto es colectivo, solo se impone la solidaridad...sale lo mejor de cada uno”. Estábamos presenciando un acto de guerra. De una guerra que no nos pertenecía, en un suelo que no tenía experiencias en ser sacudido por bombas de alto poder, salvo el mencionado caso de la embajada de Israel. Paradójicamente, la embajada fue mudada a una de las zonas más hiper pobladas del centro de la ciudad de Buenos Aires.

Podría escribir carillas enteras, como cualquiera de los cronistas que estuvimos allí aquella mañana imborrable, pero por decoro, respeto a los sobrevivientes e incapacidad de revivir el terror poniéndolo en palabras, me ahorro lo más horrendo que vi y que –anoche mismo- fue otra vez motor de pesadillas. Cada argentino sabe qué estaba haciendo exactamente el 18 de julio a las 09:53 hs. Jamás lo olvidará. Lo invito a que nos recuerde que estaba haciendo Usted, y cuál fue su reacción. No le pregunto que sintió, porque es una pregunta estúpida para hacerle al prójimo en casos como este. Cada uno de nosotros sabe muy bien lo que sintió. Pero es intransferible.

Ochenta y cinco personas de la AMIA y veintisiete de la Embajada no pueden relatar lo que sintieron. Sólo ellos saben lo que realmente ocurrió y como sucedió. Quizás por eso sentí la necesidad de escribir este breve relato de un cronista. Para agradecer la supervivencia.

Aún me pregunto porqué es tan difícil encontrar material sobre el tema en la web. Inténtelo y lo comprobará. Casi no hay fotos. Pocos relatos. ¿Negación?. ¿Autoprotección?. El único material completo se vende, al mejor estilo Sprayette, y con un 10% de descuento si la compra se hace vía internet. Todavía parece que hay quienes caminan sobre los escombros. Pero no lo hacen para ayudar, como aquella mañana imborrable que sabemos muy bien que seguirá impune por los siglos de los siglos, y siendo el argumento principal de una de las pesadillas más recurrentes de la memoria colectiva de los argentinos.