martes, 12 de octubre de 2010

12 de octubre de 1492: Día Internacional del Terrorismo Racial

En nombre de La Polilla
Enviado el: Martes, 12 de Octubre de 2010
12 de octubre de 1492: Día Internacional del Terrorismo Racial

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12 de octubre de 1492:       Día  Internacional  del  Terrorismo  Racial
 

Por Hipólito Abreu

Cuando en 1917 Hipólito Irigoyen, Presidente de Argentina para la época, decretó el 12 de octubre como el Día de la Raza en honor “al genio hispano intensificado con la visión suprema de Colón, efemérides tan portentosa, que no queda suscrita al prodigio del descubrimiento, sino que se consolida con la conquista, empresa ésta tan ardua que no tiene término posible de comparación en los anales de todos los pueblos” agregando además “la España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático el magnífico valor de sus guerreros, el ardor de sus exploradores, la fe de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios”, institucionalizó de esta manera el Holocausto Indígena no sólo como una fecha memorable, si no como una de las manifestaciones más imponentes del odio de clase ocurrido en los anales de la historia, proclamando además que el odio y la crueldad forma parte inseparable de la envidia, la codicia y la ambición.

El sentido grandilocuente con el cual fue redactado tal mandato sobre la Raza y su día, resulta tan infame como escandaloso, tomando en cuenta que antes de consumarse la violenta ocupación hispánica, en nuestro continente vivían no menos de sesenta millones de aborígenes, y le bastaron a los invasores europeos ciento cincuenta años para reducirla a menos de cuatro millones; adicionalmente, Colon en su gesta murió convencido de que había logrado encontrar un camino por el occidente hacia el Asia, lo cual desmiente la supuesta “visión suprema” del almirante genovés.

Si bien con este documento no se pretende hacer un relato histórico exhaustivo sobre la ocupación de la América de Vespucio, sí se busca extraer algunas consideraciones de orden político ideológico, a los efectos de desmentir una vez más la magnificencia encubridora con la cual se intenta elevar a la altura de los dioses, hechos tan abominables y horrendos como los cometidos por los europeos, quienes desde finales del siglo XV hasta que EE.UU. los desbancó como imperio, tenían en sus colonias americanas, el mayor de los activos jamás conocido.

colonizacion2.jpgA más de 500 años del primer contacto y la posterior ocupación y conquista, resulta revelador leer textos como el escrito por un hombre perteneciente a la corte de frailes dominicos: nos referimos a Bartolomé de Las Casas, quien horrorizado aseguraba que “los cristianos con sus caballos, espadas y lanzas hacen maldades y crueldades que son extrañas para ellos […] hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría a un hombre por el medio”. Según  Las Casas, el frenesí de la acumulación enloqueció a los conquistadores: “la causa por la que han muerto y destruido tal número infinito de ánimas los cristianos ha sido solamente para tener su fin último: El oro”.

Ratificando la afirmación hecha por el fraile de Las Casas, Carlos Marx  en su primer tomo del Capital planteaba que “el descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista”.

Eduardo Galeano en "Las Venas Abiertas de América Latina", complementaba brillantemente la afirmación hecha por Marx, incluía las palabras de Paul Batan: “la división internacional del trabajo, tal como fue surgiendo el capitalismo, se parece más a la distribución de funciones entre un jinete y un caballo”. Algo similar, pero menos equitativo a la relación jinete–caballo se produjo entre el amo blanco y nuestros indígenas “las colonias americanas habían sido descubiertas, conquistadas y colonizadas dentro del proceso de expansión del capital comercial […] la economía colonial latinoamericana dispuso de la mayor concentración de fuerza de trabajo hasta entonces conocida, para hacer posible la mayor concentración de riqueza de que jamás haya dispuesto civilización alguna en la historia mundial”; claro está, la concentración de trabajo de la que habla Galeano incluye una “descomunal explotación indígena en la cual un número incalculable de ellos fallecían producto del extenuante trabajo”. 

Siempre que la violencia se expresa, son los más débiles quienes sufren las peores consecuencia, y violenta fue la ocupación hispánica en la Pacha mama, siendo las mujeres las más torturadas; nuestras indígenas vivieron en carne propia las terribles consecuencias del hombre blanco, quienes, según nos relatara de Las Casas “tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por  las piernas y daban de cabeza con ellas en las peñas”. Asimismo, la dominación sobre la mujer aborigen era usada por el conquistador no sólo para desatar sus bajos instintos carnales, como de hecho lo fue, sino para enseñarle al varón indígena que no había escape posible, debía aceptar ser domesticados y servir a su nuevo amo, al europeo. De la dominación sexual, la nativa originaria del nuevo mundo, era presa de una moral machista donde su intimidad era violada una y otra vez, naciendo de esta unión el hijo bastardo: El mestizo.

La obediencia indígena para nada mejoró las condiciones infrahumanas en las que fueron esclavizados los nativos americanos, los cuales morían por centenares a diario, producto de una explotación mas allá de la resistencia humana en las minas de oro, plata y de cuanto mineral precioso fuese requerido. Muchos murieron contaminados por mercurio, otros envenenados por gases emanados desde las profundidades de la tierra, otro tanto por el hambre o simplemente por el agotamiento y la fatiga.

Por allí  hay quien asegura que la historia la escriben los vencedores. La corona española, deseosa de enaltecer su tamaña hazaña conquistadora, envió a mediados del siglo XVI al fraile Gonzalo Fernández De Oviedo, un hombre cuya visión de la realidad nada tendría que envidiar al de un psicópata. Para el cronista mayor de las Indias, los indígenas de las Antillas eran tan vagos que “muchos de ellos, por pasatiempo, se mataron con ponzoñas para no trabajar, y otros se ahorcaron por sus propias manos”. Para el fraile no eran relevantes hechos señalados por De las Casas quien decía haber presenciado cómo en una ocasión “quemaban en la parrilla a cuatro o cinco principales y señores, y porque daban gritos muy grandes, los que daban pena al capitán, o le impedían el sueño, mandó a que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba, no quiso ahogarlos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no hicieran escándalo y les atizo el fuego hasta que se asaran despacio, como él quería”...

Para Fernández de Oviedo, el sadismo mercenario empleado por los representantes de la Corona española durante y posterior a la conquista, tenía plena justificación dado que el afán de riqueza se solapaba bajo el manto de una supuesta purificación religiosa a sangre y fuego para estos “meros salvajes”, como los llamaba Adam Smith.

Todos los Imperios conocidos a través del tiempo, han sido testimonio fiel y exacto de cómo la historia de todas las sociedades conocidas está inmersa en una interminable lucha de clases. El idealismo que forma parte inherente de todas las clases explotadoras, desde la era esclavista, pasando por la feudal, hasta llegar a la actual dominación capitalista, expone que la división de clases es la resultante de la superioridad racial de una especie sobre otra. Según Hegel  “Ni los indígenas americanos ni los negros africanos podrán hacer surgir Estado político alguno. Los primeros por indolencia, sumisión y subordinación. Los segundos por crueldad y salvajismo. Ambos, por ausencia de sentido moral y de inteligencia. Incapaces de libertad, parece que pueden ser esclavizados por los europeos, pues con ello se les hace un bien”.

En realidad, para Hegel lo que no tenia explicación es cómo la sociedad precolombina podía estar organizada, tener reglas, e incluso efectuar una distribución del trabajo sin presencia alguna de la propiedad privada como forma de apropiación de bienes para su acumulación.

tupac-amaru.JPGDurante los siglos de sometimiento, los indígenas entendieron que para ser libres debían enfrentar al usurpador; muchas fueron las insurrecciones sucedidas, pero sin lugar a dudas la dirigida por Túpac Amaru, descendiente directo de los emperadores incas, en Cusco (Alto Perú) en 1781, la más impactante de todas; allí, en contra de todo pronóstico, inició una rebelión que en su momento puso a temblar los cimientos de los poderes constituidos, al punto que se sumaban día a día cientos de indígenas ansiosos de liberarse del yugo español. Tan importante fue este levantamiento, que la fama de Túpac Amaru recorrió miles de kilómetros hasta llegar a las costas del Caribe. En 1783, lamentablemente un traidor (un quinta columna) traicionó a este heroico guerrero, quien después de ver despedazados ante sí a su esposa e hijos y próximo a la muerte, decretó: “Moriré, no importa: regresaré convertido en miles”.

Finalmente, es importante dejar claro que la conducta servil de Irigoyen se corresponde con la práctica permanente del lacayo que elogia a su amo. Recordemos que para comienzo del siglo XX, Europa fungía aun como potencia imperial, por tanto, éste y todos aquellos que se sumaron al decreto del día de la Raza lo hicieron con el objeto de que el amo explotador le acariciara el lomo cual perro faldero, aguardando además sumisamente que éste en su indiferencia arrojara alguna migaja para alimentar aun más la herencia dejada por la Madre Patria: nuestra actual esclavitud.

Una esclavitud que nos oprimirá hasta que la gran mayoría de los esclavos del capital nos unamos, nos organicemos y enfrentemos con determinación y fortaleza al amo burgués e instauremos universalmente LA SOCIEDAD SIN CLASES.

Hasta La Victoria Siempre

Hipólito Abreu, Tupamaro, Dirección Nacional

 

Correo: direccionnacional@tupamaro.org.ve
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