EMILSE MOLER SOBREVIVIENTE DEL GENOCIDIO
Emilse militaba entonces en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), agrupación estudiantil enmarcada en la “tendencia” peronista, de fuerte relación con los Montoneros.
Tenía 17 años y cursaba quinto año del Bellas Artes cuando la secuestraron, en un operativo que incluyó a muchos más compañeros que los de esa noche y de los cuales sobrevivieron unos pocos.
Participaba en volanteadas, en pegatinas, lo cual era todo un desafío, era un riesgo que asumía, pero no daba un paso más allá de eso...
Al principio hacía lo que era la actividad de todos... Las marchas, los juicios a los profesores, las movilizaciones donde se encontrában todos... Nunca habló en una asamblea, en la época en que se hacían, 1973, 1974, era muy chica.
Venía de un colegio de monjas muy cheto, pero se pasó a Bellas Artes porque le gustaba mucho el dibujo.
Al segundo día de su ingreso, la escuela fue tomada a raíz de que le habían puesto una bomba a un profesor.
Era en 1971, y tenía 13 años. Al día siguiente, cuando apareció en su casa, la encerraron. Pero seguió, claro que sin militar en grupo alguno, enamorada de todos los chicos relindos que estaban en lo mismo y teniendo como referentes a sus tres primos varones (a uno luego lo mataron).
“Ellos estaban en el peronismo, mirá si me iba a meter en otro grupo...”
Emilse pertenecía a una familia de clase media, tirando a media-alta, de La Plata. Su padre era un comisario general retirado, su madre tenía una boutique. Ella y su hermana mayor (que luego militaría en la Universidad) habían cursado estudios en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. En el bullicio y la movilización de esos años, jamás imaginaría lo que luego sobrevino, aunque ya en 1976 la situación había cambiado radicalmente.
“No había más reuniones masivas, se instauró la represión en los colegios, los preceptores fachos... Y comenzaron entonces las advertencias con compañeros que se llevaban (uno apareció luego muerto y fue un cimbronazo), de otros no supimos... Pero aún no existía la idea del desaparecido.”
En las primeras horas del 17 de septiembre de 1976, un grupo de encapuchados se la llevó de la casa familiar donde ella había insistido en quedarse. “Entraron gritando que eran del Ejército y que buscaban a una chica de Bellas Artes. A mí, que era chiquita y vestía un pijama, ni me miraron y casi se llevan a mi hermana. Pero luego se dieron cuenta. Y se indignaban porque parecía tan nena, si hasta las esposas se me caían de las muñecas...”
Emilse fue torturada en el “Pozo de Arana”, dependencia de la policía provincial, donde estaban muchos de los secuestrados en esos operativos, entre ellos sus amigas Falcone y Ciochini, y otros chicos de la UES, como Horacio Ungaro y Gustavo Caloti.
Este último, estudiante que trabajaba como administrativo en la Jefatura de Policía y había sido secuestrado el 8 de septiembre, relató al juez Baltasar Garzón: “Durante diez días de los 15 que estuve allí me torturaron. (...) De ese momento, aparte del dolor, no tengo recuerdos de mi cuerpo porque no podía ni tocarme ni verme, sólo ese sentimiento del dolor. (...) Luego me trasladaron a la brigada de Quilmes. Pero antes, recuerdo un día que quedará para siempre en mi memoria. Fue el 21 de septiembre, Día de la Primavera, que también es el Día del Estudiante. Alrededor del mediodía nos sacaron a todos a un lugar que era como un salón y nos trajeron comida, eran ñoquis. Un policía me acercó un plato y me invitó a comer. Como nadie me había sacado las esposas, yo no podía servirme del tenedor, así que él me daba de comer como a los enfermos. Y me hablaba calmamente. Después me llevaron a un patio interno en el que me di cuenta de que estaban todos los detenidos de Arana. No se cuántos seríamos, pero sí varias decenas, todos en deplorable estado. Un policía decía que había dos perros que nos controlaban, uno que se llamaba Santucho y otro Firmenich. Estábamos sentados en el suelo y al lado mío había una persona. Apenas pude hablar, se trataba de Claudia Falcone, una estudiante de Bellas Artes. Recuerdo que lloraba. Allí había muchos jóvenes que provenían de colegios secundarios. (...) Luego nos devolvieron a nuestras celdas...”. De todos los prisioneros que estaban allí, sólo cuatro sobrevivieron.
Desde enero de 1977 hasta el 20 de abril de 1978, Emilse estuvo en la cárcel de Villa Devoto. Las incesantes gestiones de su padre lograron sacarla con vida del infierno. “Mi papá, por el shock emocional sufrido, no pudo escribir durante muchos años. Como en la cárcel sólo podía recibir cartas de familiares directos, arreglamos que me escribiría Fernando, mi novio (que era de la JUP e intentaron que yo delatara) y que firmaría como si fuera mi viejo. Y así fue. Yo fui pasando las cartas a un cuaderno de la cárcel, en el que dibujaba. La semana pasada lo llevé a La Plata y exhibí algunos de aquellos dibujos hechos en blanco y negro en la muestra Arte contra el olvido...”
A su papá, Oscar Moler, que murió hace algunos años, el secuestro de su hija le cambió la vida. Se instaló en otra ciudad, malvendió todo lo que tenía, acompañó y cuidó a Emilse durante su “exilio interno” y en los avatares de la “libertad vigilada” contactó e informó a familiares de otras víctimas, participó en las marchas contra la impunidad, declaró en la causa Camps, en el juicio de Madrid... “Pero, fundamentalmente, todo esto ocasionó a mi familia un profundo e imborrable dolor”, terminaba diciendo su escrito al juez Garzón, en 1998.
Cuando estuve afuera de la cárcel, no temía que volvieran a secuestrarla, lo que tenía era terror a violar las reglas que le habían prescripto.
La familia se había instalado en Mar del Plata porque se les “aconsejó” abandonar La Plata.
“Me dediqué a rearmar mi vida y debía ocultar todo lo ocurrido. Decidí terminar la escuela y, como estaba retrasada dos años, dije que había tenido hepatitis. Di quinto año libre con muy buenas notas... Era medio rara yo... La libertad vigilada me obligaba a ir semanalmente a la comisaría, todo a escondidas, y me imponía no reunirme con más de dos o tres personas. Yo hacía deportes, iba a la playa y me invitaban a salir, a bailar, al cine, pero no podía, daba excusas, me iba de una casa cuando llegaba gente... Como Fernando, mi novio, trabajaba y vivía en Buenos Aires y venía los fines de semana, opté por estudiar de lunes a viernes y dar la imagen de ‘novia fiel’. Ni me animaba a entrar en la facultad... Al final, cuando lo hice, elegí Matemáticas, una carrera totalmente absorbente, que nada tenía que ver con la realidad...”
Mis intentos de convertirme en una descerebrada política fracasaron. Veía la dictadura y la gente festejando el Mundial y lloraba... Quise dedicarme a hacer la mía, pero no pude, me di cuenta de que la solidaridad, el deseo de justicia era un camino sin retorno... Con mi familia al principio hablaba poco, me sentía culpable de lo que estaban pasando. Sobre todo por mi mamá, muy antiperonista, que nunca entendió lo sucedido, que siempre vivió muy mal toda la historia, con mucha vergüenza, que sintió mucho cómo la marginaron sus amigos. Con Fernando hablaba, pero sin detalles. En 1982 nos casamos. Ese año hablé por primera vez todo lo sucedido con una chica de la que me había hecho muy amiga. Era a ella a quien más me pesaba no contarle la verdad, sentía que la estaba engañando. Entonces le conté y le dije que si decidía no verme más, que era un riesgo estar conmigo, yo la entendía; si al fin y al cabo ninguno de mis compañeros de escuela me había vuelto a llamar... Ella reaccionó desde el afecto... Luego, de a poco, me fui abriendo con otros.
Me fui animando a contar mi historia en la medida en que avanzaba la democracia. Sin embargo, luego, al ser pública, ya no dependía de mí el relato, todo mi entorno me conocía. Eso por momentos lo viví como una invasión, luego me fui acostumbrando y lo fui incorporando...
Hoy participo de multitud de actividades por los derechos humanos, por la memoria. Trabajo en la difusión de los Juicios por la Verdad, he declarado en varias causas, colaboro desde la informática con el Equipo de Antropología Forense, estoy trabajando en algo que creo importante que es la transmisión que hacen los docentes de lo ocurrido... Emilse Moler
No se bien si Dios es argentino. Pero juro por lo que más quiero, que Ernesto Che Guevara SI lo es. Toto
difunden: el 1er. Museo Histórico Suramericano "Ernesto Che Guevara", la Escuela de Solidaridad con Cuba "Chaubloqueo" y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre
Irene Perpiñal y Eladio González - directores calle Rojas 129 local (Caballito) Capital -AAC1405-Buenos Aires-República Argentina telefax: 4-903-3285 email: museocheguevara@fibertel.com.ar
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colectivos 1 - 2 - 25 - 26 - 32 - 42 - 53 - 55 - 85 - 86 - 103 - 180
a solo 25 metros de la Estación "Caballito" del Ferrocarril Oeste y a cien metros de la Estación de Subterráneos "Primera Junta" de la vieja línea "A"
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¡Salven a los argentinos! "las ballenas"
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