sábado, 5 de febrero de 2011

Memoria e Historia legislatura argentina Patrimonio Cultural a7

ACERCA DEL PATRIMONIO CULTURAL DEL CENTENARIO EN VÍSPERAS DEL BICENTENARIO

por Daniel Schávelzon

 

“La prosperidad y la expansión económica son un edificio que puede haber sido construido sobre miseria y hambre. Si detrás de una hermosa fachada hay olor a muerte, lo más grave es que puede ser el principio del fin“.

 

                                                       Akira Kurosawa, 2001

 

“Celebrar, o que se acerque la celebración del Bicentenario, o de un cumpleaños que no es cualquiera, tradicionalmente es algo para festejar. Pero eso puede ser sólo un lugar común por que no siempre hay cosas que nos pongan tan contentos que las celebremos. Entonces recurrimos al eufemismo de que “festejamos el futuro”, así corremos el problema y listo. Esto que nos trae aquí, obviamente, es bastante más complejo y por eso hay que reflexionar seriamente sobre el tema; todos sabemos que los llamados Fastos del Centenario no fueron tan felices como algunas crónicas parecen recordar, tema que los historiadores ya han analizado en detalle.

 

“En 1810 se inició un proceso libertario que culminó el 9 de julio de 1816 al declarase la Independencia. Todos lo sabemos, lo que muchas veces no tenemos tan claro es quién la declaró, porque “ la Argentina ” no existía ni en las imaginaciones más febriles  de los firmantes y las “Provincias Unidas de Sudamérica” -tal como dice el acta-, si bien es cierto como expresión territorial, debe ser definido antes de asumirlo. Y queremos destacar que hay un gesto en esa declaración que indefectiblemente queda olvidado: no fue  escrita sólo en español, fue bilingüe: a la izquierda en español y a la derecha en quechua.

 

“El presidente de dicho congreso, quien firmó primero, resultó ser Francisco Narciso de Laprida cuyo título era “San Juan marcana lantipa presidente, aca hacha tantana hilarata”(1). ¿Cuántos de esos futuros argentinos entendían eso?, seguramente muchísimos y por eso se hizo así. Hoy resulta incomprensible para la enorme mayoría y es nuestra  declaración de Independencia; los oficios de Belgrano de 1810 están en guaraní, escritos de su propia mano. La  Asamblea General Constituyente de 1813 había hecho su acta principal en cuatro idiomas: español, aymará, quechua y guaraní, en un gesto que ha pasado desapercibido (2).

 

“Sigamos haciendo historia, aunque más reciente: en los días finales de 1983 cambió la dictadura militar por un gobierno democrático; quien  si ese día hubiese visto la lista de los Monumentos Históricos Nacionales declarados se hubiera encontrado con el siguiente panorama: de casi 200 edificios en el país ninguno era una universidad, no había un hospital, ni un teatro (ni siquiera el Colón), ni expresiones de ninguna forma de la cultura, a excepción de dos escuelas en Buenos Aires,  que lo estaban por quienes habían estudiado allí y no por su carácter propio

 

“Figuraban el Colegio Nacional Buenos Aires por estar en la manzana de los Jesuitas (es decir, dentro de un conjunto perteneciente a la Iglesia ) y también la escuela de Sarmiento en la provincia de San Luis.  La Escuela Estrada , la primera hecha con ese fin en el país, en 1860, y la única planeada por el mismo Sarmiento en Buenos Aires,  fue demolida en 1927 y rehecha más grande, más clásica, más verdaderamente sarmientina, por lo que ni siquiera puede ser tomada en consideración como monumento histórico nacional. De las dos escuelas capitalinas citadas una de ellas se hizo shopping en 1998, la otra logró salvarse al año siguiente. La escuelita de Sarmiento en San Luis la encerraron en un cajón de hormigón y cristal hipertrofiado en la década de 1980, para que no entren los alumnos de la escuela vecina, templete que hubo que demoler en sólo cinco años. Y luego otro colegio, el San José, declarado Monumento Histórico Nacional en el año 2003 fue hecho un shopping y ahora se lo transforma en hotel (3).

 

“Esto ha sucedido con el patrimonio de la educación, institución básica para la conformación del país, pero veamos otras áreas: pese a la importancia del ferrocarril en la construcción del territorio nacional, hoy desaparecido gracias a gobiernos anteriores y  a medio siglo de inopia y corrupción, sólo había sido declarada Monumento Histórico Nacional una estación en  la provincia de  Entre Ríos, desafectada desde hacía  medio siglo y porque en ella estuvo de paso Nicolás Avellaneda, lo que realmente nada significa ya que pasó por muchas estaciones e hizo cosas más importantes.

 

“Las grandes terminales de Retiro, Once y Constitución que estructuraron las migraciones a la ciudad en el siglo XX no estaban en la lista; ni el puerto de Buenos Aires o el Hotel de Inmigrantes. Las ruinas de la iglesia y convento de San Francisco en la provincia de Mendoza habían sido declaradas en 1941 pero tres años más tarde se decidió usarlas como pileta de natación; las vecinas ruinas de la iglesia de San Agustín fueron declaradas en 1947, dadas de baja en 1955 y demolidas para hacer una escuela, aunque el resto de la manzana estaba vacía. La casa en que vivió el Dr. Arce en Buenos Aires fue declarada a su pedido  para hacer un centro de estudios -que tardó treinta años- y de paso sacar al inquilino, un embajador con inmunidad diplomática. Logró asimismo que el Estado le pagara la hipoteca e impuestos,  pese a que siguió viviendo allí; la casa nada valía ni entonces,  ni ahora.

 

“No había en el listado de declaratorias una industria, un sitio de trabajo, un emprendimiento colectivo, una comunidad nativa. La iglesia católica ocupaba el 76 % de los monumentos mientras que los otros cultos no existían, salvo la Iglesia Ortodoxa Rusa en el parque Lezama por sus simpáticas cúpulas acebolladas.

 

“La casa natal de nuestro héroe máximo, José de San Martín, en Yapeyú, provincia de Corrientes,  es una burda escenografía;  a tal grado que no es Monumento Histórico  Nacional por la oposición del Ejército, que en 1953 se negó a establecer semejante superchería; la solución fue declarar Lugar Histórico Nacional a todo el poblado para evitar reconocer que la casa había sido borrada, destruida; las verdaderas ruinas estaban sólo a unos metros,  pero se las dejó olvidadas; hoy ha quedado institucionalizada la mentira y jamás se pudo excavar los cimientos de la casa natal verdadera.

 

“ La Casa Histórica de Tucumán es una copia,  ya que había sido demolida para hacer un correo,  por el mismo gobierno nacional que la había comprado por su valor histórico, casualmente el de un tucumano: Avellaneda; en 1940 se realizaron excavaciones para encontrar los cimientos y reconstruirla en base a una única foto, tomada por un viajero italiano,  que la mostraba ya alterada. Para terminar el dislate el gobierno del general Bussi mandó demoler toda la manzana,  para dejarla en el centro de una enorme plaza,  y lo que era una vivienda familiar entre medianeras quedó aislada como un templo griego.

 

“La casa del Almirante Brown, en Buenos Aires fue demolida porque estaba en un rincón detrás de una fábrica. Luego fue reconstruida sobre una montículo enorme y al doble del tamaño original, para que sea verdaderamente una casa de un héroe; la original no era suficientemente grande además su retrato original, en donde figuraba Rosas, fue repintado.

 

“Las casas de la calle Caminito en el barrio de La Boca fueron siempre de chapa gris; fue necesario pintarlas de colores llamativos, que jamás tuvieron,  para resemantizarlas, darles fuerza, ser únicas, entonces sí fueron patrimonio. Las de verdad, las que formaban el barrio, las de nuestros abuelos, ya casi desaparecieron.

 

“Para hacer visible nuestra identidad debemos recurrir a cromatismos resignificantes: después de Caminito vino el Pasaje Lanín, luego la calle Magallanes y así seguimos….  Como si el color le sirviera al turista para saber qué mirar y qué no, en qué callen roban y en cuál no; es lo que legitima y a la vez destruye su entorno.

 

“Las ruinas de San Ignacio en  la provincia de Misiones, tras enormes esfuerzos por restaurarlas y ponerlas en valor, tuvieron el ingreso cambiado de lugar más de treinta años,  para que el público entrara por donde estaba el restorán. Y el Palacio de San José, la versallesca casa de Urquiza en la provincia de Entre Ríos, siempre tuvo su entrada por el patio de servicio y no por el monumental frente, para que la gente pase primero por donde se venden empanadas.

 

“El patrimonio del período precolombino tampoco se salvó: las ruinas del asentamiento de Tafí del Valle fueron destruidas para hacer el poblado actual, impulsado precisamente por el turismo que iba a ver las ruinas,  ahora desaparecidas;  La municipalidad construyó dos pirámides de hormigón que remedaban Egipto,  quizás porque las ruinas parecían demasiado pobres…; hoy nada queda de lo original!, ni un museo siquiera que lo recuerde, pero el turismo sigue llegando masivamente a comprar artesanías fabricadas en el conurbano de Buenos Aires. Los famosos menhires de piedra tallados que se sacaron de las ruinas se colocaron por años en la punta de un cerro, el general de turno mediante -nuevamente Bussi-. Como se desgastaban por el viento y la arena se logró sacarlos, llevarlos a su lugar de origen, en donde fueron puestos en el parque de la Fiesta de la Lechuga ; los menhires sirven para apoyar puestos de comida y artesanías de plástico.

 

“Sólo un año antes del Centenario, Ricardo Rojas había publicado su Restauración Nacionalista, y sus palabras hoy parecen proféticas: “Comenzar nuestra historia en 1810 es de una gran belleza dramática, pero se está mejor en la verdad y en las ventajas que trae a una nación el formar conciencia de una tradición más antigua, el comenzar desde el territorio y sus primitivos habitantes”(4).

 

“Conste, para que la hilación de esta historia no se entrecorte, que estos son ejemplos de conservación patrimonial y no de destrucción; para esto habría que contar como un obispo vendió las joyas de la Catedral de Córdoba en 1980, e incluso los muebles coloniales y los reemplazó por copias de hojalata y vidrio para los diamantes. Los juicios iniciados con la democracia prescribieron, las joyas de verdad siguen parte en manos privadas y el resto en el exterior, obviamente nadie pagó las culpas, nadie fue siquiera responsable. Como bien diría Guillermo E. Hudson, “uno lleva la cuenta de las ganancias, no de las pérdidas” (5).

 

“En esta lista trágica recordemos que la catedral de Buenos Aires comenzó en 1998 a fisurarse, por la torre que Pérez Companc construyó detrás y donde los ingenieros se olvidaron de dejar la obligada y obvia junta de dilatación entre edificios; la decisión fue no molestar a la empresa y sí correr la pared posterior original de la Catedral. El gasto, casi cinco millones de dólares, los pagó el gobierno nacional y los feligreses, es decir el pueblo argentino. Nadie se preguntó porqué el municipio autorizó un torre detrás de un monumento de esa importancia.

 

“Cuando en 1989 se repatriaron los restos de Juan Manuel de Rosas, por ley del Congreso Nacional, los encargados -entre los que no había ningún antropólogo forense-, mandaron excavar el lugar con pala mecánica, llegaron tarde, tras quedarse dormidos y el  ataúd lo habían dejado en la vereda. Se lo abrió sin control científico, sacaron todo lo que había dentro para repartírselo y uno de ellos exhibe en su casa la dentadura. El sarcófago original de plomo fue fundido y vendido; y ni decir que los huesos, sin tratamiento alguno, sin los cuidados mínimos de un conservador, quedaron convertidos en polvo, y el embajador responsable lo publicó orgulloso en un libro.

 

“Sirvan estos casos para mostrar que la conservación del patrimonio cultural e  histórico, no vive el mejor de sus tiempos; es cierto que se habla del tema y los casos paradigmáticos están en los medios de comunicación, pero de allí a realmente  conservar el patrimonio hay mucho trecho.

 

“Necesitamos entender un país, y para mi, un Buenos Aires que construye unos cien edificios en altura al mes y que demuele más de treinta casas anteriores a 1950 en el mismo período y donde se continúa, pese a muchas cosas hechas a favor, sin una protección real y concreta al patrimonio, es un problema crucial que hay que enfrentar.

 

“En síntesis, vamos a llegar al Bicentenario sin nada del Centenario, si siguen cayendo cuatro casas por cuadra en los barrios de mayor movimiento y una en los de menos. En cuatro años más no queda una sola construcción que haya estado en el Centenario de 1910; obviamente de 1810 ni soñar que hubiera siquiera una casa, la última que quedaba la demolió su propietario, la Secretaría de Cultura del propio Gobierno de la Ciudad -otra gestión-, en 2005. Hoy, quien fuera la Directora de Patrimonio de ese gobierno ascendió al mismo cargo de la Nación.

 

“En una ciudad como Buenos Aires, incluida en un espacio que está totalmente urbanizado, no hay duda que cualquier construcción que quiera hacerse obliga (¿obliga realmente?) a demoler la preexistente o deben construirse en las pequeñas -o grandes- fisuras que han quedado por diversos motivos. Esto nos lleva a hacernos varias preguntas razonables: ¿hay algo que valga la pena de guardar, y en ese caso qué no lo es?, ¿todo es demolible?, ¿todo es construíble?, ¿quién decide y en base a qué?, ¿porqué la comunidad se queja constantemente de unas cosas y no de otras?

 

“El promedio de edificación conocido, en Buenos Aires, durante los últimos veinte años ha sido, crisis más o menos de por medio, de un millón de metros cuadrados anuales, lo que no llega a cubrir el 1% del total de los 120 millones de metros cuadrados edificados existentes (datos a 1998). En la ciudad ya hay, en ese total, unos 140 mil edificios en altura, pero en el año 2005,  se superaron los tres millones de metros construidos lo que era ya un  record histórico; nadie imaginaba el futuro cercano. Hay en la ciudad 863 hectáreas de verde, lo que es muy poco,  pero en sí misma es la superficie de una ciudad mediana en el país.

 

“Buenos Aires tiene dentro de sus límites políticos 12 mil manzanas edificadas las que están cubiertos por 310 mil lotes con 1.2 millones de unidades de vivienda. Esto es lo censado, obviamente lo ilegal nos es desconocido, y es mucho, y cada día aumenta. Si pensamos que el ritmo normal durante más de un decenio (legal y aceptado) fue el de un millón de metros cuadrados y que ésto se hacía en una ciudad sin espacio vacío, es fácil imaginar que eso implicaba una enorme cantidad de demoliciones, incontroladas e incontrolables por otra parte. No importaba si estaba bien o mal, nadie decidió nada sobre ellas, pocos lo cuestionaron más allá de la nostalgia, nada se hizo concretamente y menos aún el(eliminar) relevarlas o sacar una foto siquiera antes de destruirla. Eran consideradas un bien descartable y que no afectaba en nada al vecino,  ni al contexto. Sólo a partir de la década de 1970 empezó a imaginarse una zona, un barrio, de carácter histórico, es decir con restricciones a la destrucción. Y por ese barrio, luego reducido a lo que es hoy el Casco Histórico, hubo mucho que luchar y enfrentarse a enormes intereses que en realidad no sabían,  ni siquiera muy bien para qué lo querían, salvo para el torricidio que nos afectó hasta la catástrofe que estamos viviendo.

 

“En la actualidad lo que se construye ya son casi seis millones de metros cuadrados al año (para 2008) lo que nos lleva a preguntarnos si quedará algo en pié. Y siempre hablamos de obras autorizadas. En las áreas en que no puede hacerse eso, como en el mínimo Casco Histórico,  o donde hay vigentes leyes especiales (las llamadas APH), no hay siquiera cálculos fiables;  sabemos por los medios y por caminar la ciudad, que se hace igual, aunque generalmente con mayor disimulo; las denuncias han sido públicas y siguen a diario-- Esto ha producido que en muchos barrios de la ciudad, como Caballito o Núñez, salgan los vecinos a expresar sus quejas: ellos habían elegido vivir allí precisamente porque no habían torres, y ahora sí las hay, lo que los afecta directamente. Una torre deja una casa en sombra, los vecinos miran adentro desde sus ventanas internas, le baja el valor a la propiedad y nadie quiere vivir en ella como casa; si no hay un desarrollo completo en que se inserte, es un generador de subdesarrollo y de deterioro urbano. Una cuadra de casas, con una torre en el medio, va a ser en diez años una manzana abandonada, sucia y de casas intrusadas o semi-abandonadas. Y para demostarlo no hace falta más que mirar la realidad que nos rodea.

 

“Una muestra de lo que sucede: veamos una parte del barrio de Palermo Viejo, ahora rebautizado como Palermo Soho -y más allá de lo absurdo del nombre-, con una nueva y fuerte actividad comercial; la mayoría eran (de las )  casas que lo componían hasta hace diez años eran del siglo XIX tardío o de inicios del XX, lo que daba un alto nivel de conservación por el bajo valor del suelo; era una zona tranquila, de bajo movimiento vehicular y de buena calidad de vida,  pese a estar a pocas cuadras de un nodo importante como Plaza Italia. Sólo en el 2001 se construyeron cuarenta edificios en altura en cien manzanas, que ahora superan los cien edificios por año. Si se mantiene la tendencia,  en tres años más,  ya no habrá un metro cuadrado antiguo, siquiera viejo, salvo de milagro.

 

“En lo que va del siglo se edificaron un promedio de mil edificios en altura al año en la ciudad. Barrio Norte, más aristocrático, reunía una importante cantidad de petit-hotels de gran categoría; la información es que se demuelen dos al mes, y aunque aún quedan unos cien,  más o menos completos y otros tantos muy alterados, ya faltan menos de diez años para que se termine con todo. Una nueva Ley de la Legislatura está oponiéndose a toda demolición anterior a 1941.¿Está bien para todos, una u otra cosa?

 

“Para juzgar debemos tener en cuenta tres realidades: la Ley que en diversos sitios de la ciudad restringe la destrucción, parcial o total; la realidad del entorno ¿va a quedar vacía,  porque no es el lugar adecuado, se inunda, la situación social lo hace imposible, o porque genera molestias innumerables a los vecinos?, y la realidad de la infraestructura: ¿dónde se van a estacionar los autos?, ¿los caños pueden llevar agua para tanta gente?, ¿los desagües dan abasto? Todos hacemos los mismos trucos: un edificio con departamentos de menos de 40 metros cuadrados no necesita cocheras, se supone que es para gente que no tiene auto. La realidad es que ahí van a trabajar abogados o dentistas que tienen un movimiento continuo de clientes y que ellos mismos son cuatro o cinco en una oficina: es a la inversa de lo que se reglamenta, obviamente se necesitaría el doble de cocheras que si fueran departamentos “ricos”. Se aprueban supermercados, escuelas y hospitales sin estacionamiento. Alguien toma las decisiones y otros las supervisan y aprueban.

 

“La ciudad de Buenos Aires se halla colapsada en parte de su infraestructura de servicios. La proliferación no planificada de edificios en altura no sólo puso en peligro esto sino también la provisión de agua potable,  al producir su contaminación por las bases de las torres construidas sobre la costa, por que al obstruir el normal escurrimiento de las aguas de lluvia hacia el río a través de la primera napa de agua, constituyéndose en factor determinante de las periódicas inundaciones. La red cloacal está colapsada desde hace más de veinte años: los cinco arroyos entubados que atraviesan la ciudad y desaguan en el Río de la Plata -utilizados originalmente sólo como desagües pluviales- son emisores directos de efluentes cloacales e industriales que desagotan en crudo en la costanera. Debido a la deficiente calidad de las aguas está prohibido bañarse desde 1976. El río más ancho del mundo y no podemos usarlo (6).

 

“También está colapsada desde hace años la red de tránsito y se ha polucionado el aire que respiramos; el sistema de autopistas aporta más de un millón de vehículos diarios que entran y salen del centro, sumados al millón propio, lo que configura un caos diario en el que seis millones de personas y dos millones de vehículos se desplazan conformando un  infierno de emanaciones tóxicas y ruidos que superan lo tolerables.. No obstante, los grandes inversores pretenden continuar agravando este cuadro; van por más,  porque no hay Ley que lo impida. Tal, por ejemplo, la pretendida rezonificación del Predio Ferial de Palermo para dar lugar a la construcción de un estadio en Plaza Italia; la urbanización de Retiro y la permanente recepción de propuestas de explotación inmobiliaria sobre cuanto terreno no se encuentre construido todavía.

 

“En los últimos cuatro años, en medio de un auge inusitado de la construcción, la superficie destinada a vivienda de lujo representó la mayor cantidad de permisos de construcción demandados -lo que es lógico que suceda-, mientras la Defensoría del Pueblo  denunciaba que “en los últimos cinco años surgieron 24 nuevos asentamientos de emergencia en los que viven unas 12.000 personas, que sumadas a los habitantes que residen en las villas conforman un núcleo de 150.000 marginados, en su mayoría localizados en la zona sur de la ciudad”(7). También al menos la mitad de los trabajadores de la construcción está, en alguna manera,  en negro y un porcentaje igual de los adquirentes de inmuebles de lujo lo hacen en forma subvaluada para evadir impuestos.

 

“Debemos tener en cuenta que en Buenos Aires, a lo largo del siglo XX,  los espacios verdes públicos disminuyeron en más de un 70% en relación a la cantidad de habitantes (de 7 m2/hab. a 2 m2/hab.) y que la puesta en valor de más de setenta plazas porteñas en los últimos dos años, a resultado en la disminución de una parte de su superficie absorbente por la construcción de superficies, caminos y veredas rígidas.

 

“En 1913 se sancionó en la provincia de Buenos Aires la Ley N º 3.487, llamada Ley de creación de pueblos.  Preveía que de cada 14 manzanas de loteo, la número 15 debía ser área verde recreativa. La realidad fue que se remataron tierras en fracciones de 12 o 13 manzanas sin llegar nunca a la número 15, resultando así la ausencia casi total de espacios verdes en todo el territorio del Gran Buenos Aires. Los urbanizadores fueron los mismos rematadores de esas tierras. Las únicas plazas existentes son las originales históricas de cada municipio y hasta en algunas se construyó sobre ellas. Los grandes parques de la zona sur -el Pereyra Iraola y los bosques de Ezeiza- son los que dan al conurbano un promedio de espacios verdes por habitante de 0,90 m2/hab., igual a la mitad del vigente en la ciudad.

 

“En la segunda mitad del siglo XX los alrededores de Buenos Aires duplicaron su población, pasando de 5 a casi 10 millones de habitantes; mientras, la ciudad seguía manteniendo un nivel estable de tres millones. Esta gigantesca urbanización con improvisados diseños, sin prever el crecimiento, sin ningún tipo de infraestructura actualizada y sin espacios verdes, fue salvaje, debiendo los vecinos organizarse para conseguir esa infraestructura de servicios y medios de transporte. A finales del siglo pasado comenzó el estallido provocado por las condiciones de urbanización y desarrollo. Los bonaerenses no sólo se vieron obligados a usar escuelas, hospitales, plazas y parques de la ciudad de Buenos Aires por la inexistencia en sus  localidades; también a procurar trabajo en la capital viajando diariamente en condiciones indignas.

 

“En la ciudad de Buenos Aires, el Estado Nacional es poseedor de unas 340 hectáreas que pertenecían a antiguas playas ferroviarias, cárceles a demoler o demolidas, instalaciones militares desactivadas, el Mercado de Hacienda y tantas otras.. En el Gran Buenos Aires esta cifra supera las tres mil hectáreas, sin hablar de las militares. A pesar de que la Constitución Nacional otorga facultades únicamente al Congreso para “Disponer del uso y de la enajenación de las tierras de propiedad nacional”, algunos funcionarios públicos y emprendedores privados parecen dispuestos a volcarlas al ávido mercado inmobiliario, cuando la realidad indica su urgente aplicación a usos de utilidad pública. La continuidad del tejido urbano entre la ciudad y su periferia, por la obvia interacción permanente de su población, hacen necesaria una visión de conjunto a la hora de proponer soluciones. Entendámonos que lo que queremos no es ser catastróficos,  sino entender el contexto en el que evaluamos el valor de un edificio o un área urbana antigua.

 

“Ya es imprescindible, tal como lo plantea el Plan Urbano Ambiental de la ciudad, nunca aprobado del todo, la preservación y restauración del patrimonio natural, urbanístico, arquitectónico y de la calidad visual y sonora en los espacios públicos, la protección e incremento de esos espacios, en particular la recuperación de las áreas costeras que garantizan su uso común y no pago, como parece ser la tendencia, a la vez que es imprescindible la preservación e incremento de los espacios verdes. La protección, el saneamiento, el control de la contaminación y el mantenimiento de las áreas costeras del Río de la Plata y de la cuenca Matanza-Riachuelo, si no sirven los escándalos del Riachuelo como ejemplo; es necesaria la regulación de los usos del suelo urbano y las condiciones de habitabilidad de todo espacio,  sea público y privado. La provisión de equipamientos comunitarios y de las infraestructuras de servicios según criterios de equidad social; la seguridad vial y peatonal, la calidad atmosférica y la eficiencia energética en el tránsito.

 

“Son enormes tareas por llevar a cabo y no todas hacen al patrimonio cultural en su mirada tradicional, pero nos ayudan a explicar desde qué punto de vista miramos el Bicentenario. Y nos duele llegar al Bicentenario sin una casa que haya visto siquiera el Centenario, ya dijimos que de antes, mejor no hablar.”

# Acta de Independencia declarada por el Congreso de las Provincias Unidas en Sud-América, edición facsimilar de la Academia Nacional de la Historia a partir del original del Museo Mitre, 1937; también reproducida con las otras versiones en Emilio Ravignani, Asambleas Constituyentes Argentinas, Academia Nacional de la Historia , Buenos Aires, 6 vols, 1937

# Ricardo Levene, Las revoluciones y las versiones a idiomas de los naturales de proclamas, leyes y el acta de la independencia, Boletín de la Academia Nacional de la Historia , vol. X.XXI, pp. 80-91, 1947-48

# Daniel Schávelzon, Mejor Olvidar: la conservación del patrimonio cultural argentino, Deloscuatrovientos, Buenos Aires, 2008

# Ricardo Rojas, La restauración nacionalista, Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, Buenos Aires, 1909

# Daniel Schávelzon, El expolio del arte en la Argentina , Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1991

# Estos textos se basan en las opiniones de apoyo al Plan Urbano Ambiental por la Asociación Permanente de los Espacios Verdes, 2008

# La Nación 13-2-2007 y 22-7-2007

nota:  Schávelzon es Investigador Principal del CONICET, Director del área de Arqueología Urbana de la Secretaría de Gobierno de la C.A .B.A. y Director del Centro de Arqueología Urbana.