viernes, 18 de marzo de 2011

Rodolfo Walsh Osvaldo Bayer Alfredo Astiz Jorge Acosta Radice Pernías

Rodolfo Walsh.bmpRodolfo Walsh eternizado por Ricardo Carpani.

 

 

 

Lunes, 01 de Octubre de 2007

 

La   memoria   sabe   elegir

                                                         por     Osvaldo   Bayer


Ocurrió hace pocas horas en Concepción del Uruguay, en tierras entrerrianas. En tierras del legendario Facón Grande, aquel que salió a defender a las peonadas patagónicas y por eso fue fusilado por el Ejército Argentino. En Concepción del Uruguay, sí, justo allí donde fui concebido. Mis padres eligieron bien el lugar para el amor. Pues allí tuve la enorme satisfacción plena de alegría de inaugurar con la palabra –en la tarde del sábado pasado– el monumento al querido Rodolfo Walsh. Asesinado también por los fusiles oficiales. Rodolfo Walsh, el mejor de nuestra generación. Un verdadero Hijo del Pueblo.

El primer monumento a él en una ciudad argentina. Debieron pasar treinta años para ello. En una plazoleta que lleva ahora también su nombre. Estuvimos rodeados de jóvenes y viejos que aplaudieron cuando con el intendente quitamos la tela que lo abrigaba y así pudimos ver el símbolo de su voluntad y de su dimensión.

Fuerza y coraje civil tuvo el intendente de Concepción del Uruguay, don Marcelo Fabián Bisogni, que aceptó la iniciativa de don Carlos Martínez Paiva y Carlos A. Fagnoni y la llevó adelante. En el acto estuvieron todos, representantes de la ciudad y pueblo. Cantamos primero el Himno y pusimos más fuerza que nunca en el corajudo y noble verso “Ved en trono a la noble igualdad”. Después el intendente nos hizo saber por qué Walsh merece estar allí, enfrente de la estación de ferrocarril de Concepción del Uruguay, monumento al progreso, saqueada por un período de codicia y venalidad. Es que las ideas de Rodolfo eran ésas: una sociedad justa, generosa y limpia. Contra todas las mentiras de la sumisión, la obediencia y el ponerse de rodillas.

Cuando me tocó hablar dije que la preguntaría al uniformado Astiz qué piensa ahora de su vileza y de su cara de traidor por excelencia. Su víctima, el valiente y modesto defensor del pueblo, está allí, homenajeado por el agradecimiento del pueblo, mientras que quien decía defender los altos valores de la sociedad con la picana eléctrica pasará hasta el final de los siglos como una inmundicia, esa que no merece ni siquiera ser arrojada al tacho de la basura de la historia.

Rodolfo Walsh. Su carta a su hija que lo precedió en la muerte contra los defensores del privilegio. Rodolfo Walsh, el autor de la carta a los comandantes en jefe, el mejor documento para definir en cuatro carillas el tiempo del horror y la cobardía armada. Rodolfo Walsh y su Operación Masacre, el mejor documento de la iniquidad argentina, de la desvalorización de los ideales de Mayo. De los uniformados cristianos sin Cristo.

Relaté mi última conversación con él en un café de la avenida Corrientes, ya en abril del primer año de la dictadura. Hubo lágrimas y abrazos. Abracé a los jóvenes como si fueran Rodolfo, como si les estuviera trasmitiendo su legado. Su inextinguible talento de luchar y plantar árboles y flores en el largo sendero hacia la paz eterna de los pueblos.

Alfonsín nos mandó a casa diciéndonos que todo estaba en orden y nos deseó felices pascuas y perdonó a los asesinos. Rodolfo Walsh, en cambio, nos abrió la puerta para salir a la calle y decir que no a la miseria de los niños en el país de las espigas de oro. La Historia nos mostró que a los represores sólo les queda la cárcel y el desprecio de los pueblos. El verdadero Mártir de la Dignidad ya está en el bronce de nuestras calles. Sus verdugos fueron a parar a la letrina de los despreciables.

Después del acto, bajo un sol más que sonriente y brillante como nunca, marchamos al edificio del arte y la cultura. Entré con un regocijo que me hacía caminar muy rápido. Porque en ese viejo edificio trabajó mi padre, en los años 20, y me lo imaginé entrando todos los días por esa ancha puerta y recorrer el sombreado patio. Lo vi asomarse a una ventana y saludarme con la mano, igual que cuando partía todos los días y se daba vuelta en la esquina para despedirse otra vez. Allí en ese patio dialogamos no ya de Rodolfo Walsh –porque él no hubiera permitido que se hablara tanto de él–, sino de los problemas del mundo y las esperanzas. Cómo ejercitar la verdadera democracia y la sagrada palabra: solidaridad. Hubo antiguos presos de la dictadura que hicieron oír sus experiencias, hombres del trabajo de la tierra que labraron la tarde con sus biografías, mujeres con esas frases típicas de los seres que quieren sembrar semillas que fructifiquen y no sufrir diariamente la desigualdad en las calles.

Me voy alejando ya de Concepción del Uruguay. A la vista, las extensas tierras verdes, las aguas conformando un verdadero paraíso. Me voy repitiendo los nombres de los asesinos de Rodolfo: todos de uniforme. Jorge Acosta, Alfredo Astiz (“Cuervo”), Pablo García Velazco, Jorge Radice, Juan Carlos Rolón, Antonio Pernías, Héctor Febres, Julio César Coronel, Ernesto Weber y Carlos Generoso.

A todos ellos y a todo el poder de las fuerzas armadas, Rodolfo Walsh los enfrentó con un revolvito 22. Pero venció finalmente. La Memoria lo tendrá siempre como uno de sus hijos predilectos.