martes, 19 de abril de 2011

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Boda Real

 

Increíble: desde ya hace varios días proliferan comentarios en periódicos, revistas y noticieros sobre el próximo casamiento de un hijo de Diana Spencer con una muchacha sonriente y ambiciosa, cuyas máximas preocupaciones parecerían los rituales, ceremonias, vestuarios y alhajas que serán lucidos en la ocasión.

 

Me niego a llamar “príncipe” al muchachito, como me niego a llamar “reina” a Isabel, y ni qué hablar de Felipe, con su cara de eterno malhumorado, y lamento que, a esta altura de la historia, se sigan utilizando esos calificativos que no responden a ninguna realidad biológica, para referirse a hombres y mujeres que siguen ostentando esos pomposos títulos que están basados en la nada más absoluta y que gozan, merced a los mismos, de privilegios, exorbitantes presupuestos de gastos, y pleitesías que los simples mortales deben rendirles.

 

Si hace años ya resultaba ridículo el continuar aceptando y perpetuando los títulos que significan un grado de superioridad sobre sus congéneres, a partir del descubrimiento del ADN, que ha demostrado que todos somos biológicamente pares, no consigo comprender por qué se sigue aceptando esa práctica, cuyos comienzos se basaron en absolutas mentiras, como las de la “sangre azul”, o el origen casi divino de sus portadores.

 

Parecería que desde los comienzos de la humanidad, siempre existieron seres que se auto-titularon elegidos para mandar y ser obedecidos y adorados y así se crearon sucesivos imperios, reinados, civilizaciones con un elemento en común: la existencia de uno o varios elegidos, el apoyo de hombres armados en su entorno que así lo hacían posible, y la mansedumbre de masas populares que se sometían a ese sistema y que, con su trabajo, y esfuerzo, hacían posible sus privilegios, al tiempo que se erigían enormes construcciones (muchas de las cuales aún perduran en el mundo, como las pirámides de Egipto, las ruinas de Macchu Picchu, o los castillos en varios países de Europa), en su mayoría levantados mediante el trabajo de míseros esclavos, cuyas vidas nada importaban, casi como si no se tratara de seres tan humanos como sus reales ocupantes.

 

Por todo esto, sigo sin entender que seres que aparentemente están transitando el mismo planeta, que han leído lo suficiente como para comprender la falacia de todo eso, que se consideran modernos e informados, se hagan partícipes de este farandulesco espectáculo y sigan hablando de la “boda del año”, la “boda real” y sigan reverenciando a los poco escrupulosos individuos que siguen ostentando esos rimbombantes títulos como si fueran verdaderos, o basados en hechos reales.

 

Hay mucha miseria en grandes sectores de la población mundial, muchos excluídos, muchos niños que se ven privados de todo sin haber hecho ningnún daño, salvo el de nacer, como para que continuemos aceptando esas reglas de juego increiblemente falaces y para que los locutores y periodistas se sigan refiriendo a estos vagos con títulos reales y poniendo caritas de muda admiración hacia ellos.

 

María Luisa Etchart

17 abril 2011 

 

Aquí están mis emoticones personalizados. El sentado a la derecha de Luna (la perra) es un niño amigo que

a diario viene y toma su vaso de leche. Ese día la mitad se la ofreció a Luna (miren la lengua del animal).

 

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