jueves, 19 de mayo de 2011

Pablo Neruda análisis crítico a su obra bib1


Jueves, 19 de Mayo de 2011 12:51 a.m.

Análisis Crítico a la obra Nerudiana

A_Pablo_NPablo Neruda - por Raúl Silva Castro
Al año 1921 remonta su conocimiento por el público de Santiago [1] .  Era un niño en esos días, y llegó a la capital para estudiar en el Instituto Pedagógico, con unos cuadernos de versos debajo del brazo y envuelto todo él en un aspecto de turbia y acre tristeza.  Publicó en 1923 su libro Crepusculario; escribió en revistas de todas clases, particularmente en Claridad; estudió y vivió; fué combatido y

negado por muchos y aplaudido por pocos.  Su obra era y es extraña, apta para desorientar.  En el libro mencionado se oye balbucear cosas grandiosas a un poeta que no posee aún enteramente su lengua ni sabe todavía en forma clara lo que quiere ni a dónde va.  No debe engañarnos el signo.  Es la actitud propia de quien ha escrito desde la niñez, junto con aprender a trazar garabatos, para obedecer a la voz íntima que se llama vocación.  Más tarde vendrán las premeditaciones y la autocrítica a depurar y hacer coherentes esos ensueños y formas.  Sin embargo, a pesar de las vacilaciones de la adolescencia, en Crepusculario hay iluminaciones sorprendentes.  En una Sensación de olor el poeta, nostálgico, se vuelve al pasado para hallar emoción:

... Y a lo lisos campanas, canciones, penas, ansias,
vírgenes que tenían tan dulces las pupilas...

Fragancia
de lilas....

Pero también de su vida contemporánea podía extraer temas para el canto:

Hoy que danza en mi cuerpo la pasión de Paolo
y ebrio de un sueño alegre mi corazón se agita;
hoy que sé la alegría de ser libre y ser solo....

(“Ivresse”)

Versos en los cuales hallamos ya los rasgos tónicos del gran poeta que se envuelve en la capa de normalista, por entonces colgada de sus hombros.  Ha llegado al encuentro de la vida con un apetito de infinitud y quiere tocar todos los límites anticipadamente.  Nacen así sus poemas de amor loco, en los cuales topamos expresiones de sensualidad suma:

Dulce rodilla desnuda
apretada en mis rodillas....

(“Morena la besadora”);

de tristeza ejemplar y duradera:

Amo el amor que se reparte
en besos, lecho y pan. 
Amor que puede ser eterno
y puede ser fugaz.

...............................................

Ya no se encantarán tus ojos en mis ojos,
ya no se endulzará junto a ti mi dolor....
Pero hacia donde vaya llevaré tu mirada
y hacia donde camines llevarás mi dolor
.................................................................................

Yo me voy.  Estoy triste; pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos.  No sé hacia dónde voy....                 

(“Farewell”);

de filosofía desencantada y gemebunda, como la voz del Eclesiastés:

Todo se va en la vida, amigos. 
Se va o perece.

Se va la mano que te induce. 
Se va o perece.

Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.

(Los Crepúsculos de Maruri. “Mariposa de Otoño”);

de fresco v sensual panteísmo:

Ambar del sol, quiero divinizarte
en la flor, en el grano y en el vino.

(“Sinfonía de la trilla”)

En el mismo libro se contiene un poema extenso; acaso el más extenso de cuantos ha escrito Pablo Neruda, Pelleas y Melisanda, trazado bajo el influjo evidente de Maeterlink, pero que también revela lecturas de Knut-Hamsun [2] .  En él Neruda cuenta el amor de Peleas y Melisanda con un tono penetrante, transido de pasión, que no puede leerse sin un estremecimiento:

Melisanda la dulce se ha extraviado de ruta;
Pelleas, lirio azul de un jardín imperial,
se la lleva en los brazos, como un cesto de fruta.

Todo el fragmento del poema que se titula El coloquio maravillado es de una belleza peregrina, como un cuadro prerafaelita:

Melisanda

En tus brazos se enredan las estrellas más altas.
Tengo miedo.  Perdóname no haber llegado antes.

Pelleas

Una sonrisa tuya borra todo un pasado;
guarden tus labios dulces lo que ya está distante.

Melisanda

En un beso sabrás todo lo que he callado.

Pelleas

Tal vez no sepa entonces conocer tu caricia
porque en las venas mías tu ser se habrá fundido,

Melisanda

Cuando yo muerda un fruto tú sabrás su delicia.

Desgraciadamente esta tensión suprema no puede mantenerse mucho tiempo, y los fragmentos finales del poema, especialmente Canción de los amantes muertos, adolecen de cierta mecanicidad, disculpable porque el poema ha encantado ya al lector por su emoción y su sinceridad, y bajo ese encanto se lee todo con deleite y entusiasmo.

Este libro, Crepusculario, que despertó una justa expectación de la crítica es, sin embargo, hijo de la adolescencia.  En 1919, cuando el poeta trazó la mayor parte de los poemas de que se compone, no contaba sino quince años de edad.  Había vivido siempre en la provincia austral, y había comenzado a rimar cuando, niño aun, apenas sabía garabatear  En contacto con la ciudad populosa, después de lecturas más abigarradas y de experiencias pasionales no poco intensas, iba a dar una poesía de más alta presión.  En 1924, a los veinte años, nacieron los Veinte poemas de amor y una canción desesperada.  Hay ya en las páginas de este libro una maestría que puede parecer inconciliable con la edad.  Si en los versos anteriores daba Neruda impresión de fuerza y de robustez incipientes, en el segundo libro estas cualidades crecen y aparecen maduras ya para el arte.  A ellas se agrega una sensualidad altanera, desafiante, un entusiasmo por la vida sexual que el poeta parece haber bebido en Walt Whitman, al que había leído con interés, pero del cual no se encuentran huellas directas en Veinte poemas.  También adquiere una novedad de imágenes sorprendente.  En el primer poema dice, por ejemplo:

Fui solo como un túnel,

y para elogiar a la mujer encuentra comparaciones y metáforas de rara belleza y, a veces, de deslumbrante interés:

Tienes ojos profundos donde la noche alea.
Frescos brazos de flor y regazo de rosa.
Se parecen tus senos a los caracoles blancos.
Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra.
(Poema núm. 8.)

En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla
y tu silencio acosa mis horas perseguidas,
y eres tú con tus brazos de piedra transparente
donde mis besos anclan y mi húmeda ansia anida.
(Poema núm. 3.)

Apegada a mis brazos como una enredadera....
(Poema núm. 6.)

Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
(Poema núm. 15.)

Hay en las expresiones que he copiado algunos detalles de poética que merecen alguna atención.  Es frecuente que los poetas comparen los ojos negros a la noche; pero Neruda renueva la imagen notando que en ellos «la noche alea».  Los motivos que le da la desnudez de la mujer son casi siempre admirablemente aprovechados por este poeta, al cual sin forzar el sentido de las palabras se le podría llamar el poeta de la desnudez.  Ya se le vió en Morena la besadora aludir con frenesí doliente al cuerpo de la mujer que le ha dado su amor; en el poema primero de este libro dice más y dice mejor:

Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
¡Ah los vasos del pecho! ¡Ah los ojos de ausencia!
¡Ah las rosas del pubis! ¡Ah tu voz lenta y triste!

De este amor carnal, «que se reparte en besos, lecho y pan», extrae Neruda la esencia de que están impregnados sus poemas.  Es una esencia fuerte, inquietante, perturbadora, que parece nueva en la poesía chilena.  En los momentos de angustia, el poeta sabe clamar con voz frenética: pide eternidad al momento que huye, quiere perpetuar en los versos que le brotan, como las hojas a las plantas, la emoción del lecho revuelto, el latido de la vena presurosa, la fiebre y el desmayo de la cópula:

Oh la boca mordida, oh los besados miembros,
oh los hambrientos dientes, oh los cuerpos trenzados.

Oh la cópula loca de esperanza y esfuerzo
en que nos anudarnos y nos desesperamos.

Y la ternura leve corno el agua y la harina. 
Y la palabra apenas comenzada en los labios.

(Una canción desesperada.)

De esta tensión están llenos casi todos los poemas de este libro.  En páginas anteriores hemos visto a Magallane Moure cantar también el amor. ¡Qué distancia entre Neruda y el poeta que moría maduro precisamente en los años en que aquél comenzaba a ser conocido en Santiago!  Magallanes es académico, por decirlo así, en la expresión de sus ansias y de sus ternuras.  No habla propiamente del amor sexual, del combate cuerpo a cuerpo en que batallan los sexos tanto, por lo menos, como las almas, sino del proceso psicológico y sobre todo de las etapas precursoras del encuentro.  Le interesan las citas, las reconciliaciones, los paseos solitarios, las cartas que se cambian los enamorados, los recuerdos con que alimentan su pasión; ve en la naturaleza formas que le evocan la ternura de la mujer amada; viste a la vida en torno del color de su esperanza.  Neruda, en tanto, nos lleva hasta el recinto mismo en que un hombre y una mujer se han amado, y elogia la desnudez que no parece cansarse de contemplar, el abandono, la angustia, la pasión brutal que salta y muerde.  Hay a veces menos cuidado en estos versos que en los de Magallanes, y entre los que he citado, el lector habrá podido ver algunos de medida caprichosa, que un preceptista tacharía indignado.  Pero dejemos el estudio de la forma métrica para otra oportunidad.  Detengámonos un momento en el espíritu que, como levadura, ha levantado esta masa verbal.  Hay en la angustia frecuente de las palabras de Neruda el tormento de ver que el placer huye y de que el alma se ha quedado sin saciar:

Triste ternura mía, ¿qué te haces de repente? 
Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
mi corazón se cierra como una flor nocturna.            

(Poema núm. 13.)

Otras veces el poeta piensa que a él mismo le toca desear que así sea todo en el amor:

Líbrame de tu amor, mujer lejana y bella que por bella
y lejana me dueles cada día. 
Rompe las claras cuerdas, suelta las blancas velas
del barco que aprisionan tus manos todavía.

Y oh minuto no vuelvas a ser como ahora fuiste. 
Mi alma errante y nostálgico a toda sed se enreda.
¡El mar inmenso y libre para nadie es más triste
que para un barco atado por anclas de oro y seda! 

(Poema núm. 9.)

Pero el tono doliente predomina, y por él venimos a advertir que el poeta pone en su amor una dosis de atención extraordinaria.  Quiere amar hasta el agotamiento, exprimir la fruta jugosa hasta su última gota, hacer de la pasión una gloria y un tormento.  Lo consigue. La ternura lo hace balbucear palabras simples y de sintaxis esquemática, que velen por el más elocuente discurso:

Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga.
Era la que iba formando el viento Con hojas iluminadas,
Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de incendio,
ah, nada puedo decir!  Era hecha de todas las cosas.
Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos,
es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría.
Tempestad que enterró las campanas, turbio revuelo de tormentas,
para qué tocarla ahora, para qué entristecería.

(Poema núm. 11.)

Hay un oscuro delirio traducido en estas palabras inconexas, en estas voces que surgen sin concierto, a veces contradictorias, y por las cuales adivina uno la presencia de una oculta llama de amor, de un amor tan vibrante, tan elocuente, sentido con tanta hondura, que prefiere el sollozo a la voz y el alarido al sollozo.  Y otras veces, más simple y más claro, logra hacerse accesible a todos dentro de su sombría tesitura verbal:

He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles. 
Como ellos eres alta y taciturna. 
Y entristeces de pronto como un viaje.

(Poema núm. 12.)

Alguna vez en un verso solo, perfecto en su sencillez, traduce su amor con tono elevado y contenido:

Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.

(Poema núm. 6.)

Pero estas historias de amor, estos episodios fragantes, tienen la angustia aneja y hieren de melancolía el corazón del poeta.  No es claro Neruda para traducir estos sentimientos profundos, que nadie osa confesar y que pocos podrían disecar en un análisis:

Ansiedad de piloto, furia de buzo ciego,
turbia embriaguez de amor, ¡todo en ti fué naufragio!

En la infancia de niebla mi alma alada y herida.
Descubridor perdido, ¡todo en ti fué  naufragio!
....................................................................................

Era la negra, negra soledad de las islas,
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos.
....................................................................................

Mi deseo de ti fué el más terrible y corto,
el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido.      

(Una canción desesperada.)

Con estas notas de cósmica angustia, de inexorable melancolía, en que el poeta aspira a traducir «la oscura ebriedad de su alma», termina el libro.  Neruda se ha confesado a sí mismo.  No cuenta historia alguna, sino que canta sus sentimientos en un tono casi siempre frenético.  No ha buscado el amor para obtener de él una pálida satisfacción, un bienestar epidérmico y liviano.  Al contrario; ha ido a su encuentro con el alma en tensión, ansioso de sufrir, de ver desgarradas sus ilusiones y de lamentar, en la lejanía, en la ruptura, en el olvido y en la saciedad,- la experiencia renovada siempre.  No parece posible que un alma humana se enriquezca más que ésta con la pasión de todas las horas.

Después de la tensión pasional de Veinte poemas, Pablo Neruda hizo un paréntesis y entregó dos libros de prosa.  Uno, Anillos, mezcla páginas de él y de su amigo Tomás Lago, que desde entonces adquirió cierta nombradía como poeta de la prosa.  La prosa de Neruda, en oposición a los versos de que hemos hablado más atrás, está escrita con olvido o prescindencia de toda temática.  Describe generalmente la naturaleza y alude, de vez en vez, a recuerdos pasionales del autor, con cierta contención casta y de buena compañía.  En su tono, estas páginas conservan sin embargo algunos rasgos de la alta presión de los versos contenidos en Veinte Poemas, pero traducida, traspuesta a otra escala de valores.  Veamos un ejemplo:

Lluvia, amiga de los sopladores y los desesperados, compañera de los inactivos y los sedentarios, agita, triza tus mariposas de vidrio sobre los metales de la tierra, corre por las antenas y las torres, estréllate contra las viviendas y los techos, destruye el deseo de acción y ayuda la soledad de los que tienen las manos en la frente detrás de las ventanas que solicita tu presencia. Conozco tu rostro innumerable, distingo tu voz y soy tu centinela, el que despierta a tu llamado en la aterradora tormenta terrestre y deja el sueño para recoger tus collares, mientras caes sobre los caminos y los caseríos, y resuenas como persecuciones de campanas y mojas los frutos de la noche y sumerges profundamente tus rápidos viajes sin sentido.  Así bailas sosteniéndote entre el cielo lívido y la tierra corno un gran huso de plata dando vueltas entre sus hilos transparentes. (P. 55-56.)

Tienen una belleza extraña estos fragmentos de prosa, en que un ritmo lento, de entonación difusa y grandilocuente a trechos, es el reflejo de la aguda tensión espiritual con que el poeta se asoma al espectáculo del mundo.  No siempre se entiende lo que el poeta quiere decir; pero es difícil negar belleza al ritmo, imposible resistirse hasta el fin a la sugerencia sombría que de allí se exhala.  Todo el libro transcurre en una atmósfera húmeda, la de los campos del Sur, donde el poeta vivió los años de la niñez y de la adolescencia y de la cual se ha hecho intérprete en verso y prosa.  El viento, la lluvia, el ruido de las olas, los ríos anchos, los vaporcitos fluviales, el frío, la soledad, el cielo nublado: tales son los temas sobre los cuales resbala esta prosa sonora y no siempre inteligible.  Es en realidad toda ella un elogio de la provincia:

Provincia de la infancia, desde el balcón romántico te extiendo como un abanico.  (P. 43.)

De allí a veces un aire de nostalgia, lento como un vals:

Cómo no recordar tanta palabra pasada.  Besos desvanecidos, flores flotantes, a pesar de que todo termina.  El niño que encaró la tempestad y crió debajo de sus alas amarga la boca, ahora te sustenta, país húmedo y callado, como a un gran árbol después de la tormenta. (P. 45.)

Después de la vida intensa, después de los amores de la ciudad, que huyen como el humo, la provincia es fiel y aguarda:

Región de soledad, acostado sobre unos andamios mojados por la lluvia reciente, te propongo a mi destino como refugio de regreso. (P. 46.)

Es el tema de Peer Gynt: el hombre audaz, el explorador del mundo, el aventurero, regresa a la casa natal cuando el otoño ha caído sobre las sienes y el pelo blanquea y los pies vacilan.  Allí encontrará la paz que el mundo no le diera; allí también lo encontrará la muerte que no busca.  Todo esto tiene una belleza romántica que se destiñe a veces como una alegoría lejana y que otras vibra como una hoja de metal percutida por el dedo experto del cazador de imágenes:

Atardecer lleno de enamorados, hora florida de nostalgia, tu luz temerosa cae sobre los parques y les besa las bocas prendidas, y los caminantes retrasados levantan las viseras hacia tu espectáculo tan vasto.

De repente borras tus figuras y salpica el oleaje de los grandes mares.

La fiesta se adelgaza.  Disminuída, no es más que un surtidor, y no es más que una hoja, y no es más que una ranura de aceite entre las aguas inundadas.

Detrás del día extinguido, atardecer, triste y negro palanquero de luto, agitas, estiras las largas manos, las rodillas vencidas, y te extiendes de golpe sobre el convoy de la noche violenta. (P. 67.)

Es una manera nueva de cantar los sucesos cotidianos, la fiesta de la luz y el misterio de las horas selectas.  Otro poeta, en otro tiempo o retrasado en el presente, habría obtenido de la sensación de atardecer un fruto más conocido, imágenes de menor novedad y no pocas palabras adocenadas.  Pablo Neruda se impuso una tarea muy diferente y mucho más difícil, y triunfó.

También en prosa fué escrita su única novela, El habitante y su esperanza, especie de conjunto de poemas parecidos a los Anillos, y precedida de un prólogo muy interesante. Desde luego, el autor confiesa que «no le interesa relatar cosa alguna», y agrega:

Yo tengo un concepto dramático de la vida, y romántico; no me corresponde lo que no llega profundamente a mi sensibilidad. (P. 8.)

La confirmación de esas palabras puede verse en los trozos que hemos transcrito en estas páginas: el poeta en lucha con el verbo, para traducir sus emociones, sus vitales inquietudes, el poeta herido de amor, no cede jamás al estilo fácil, a la adocenado visión de la vida que podría evitarle dudas y titubeos.  El habitante y su esperanza tiene todo lo que el autor prometiera  En sus páginas hay seres que viven una existencia peligrosa, robando animales y burlando a la policía campestre, y todo aquello transcurre en la región austral, en medio de una naturaleza jugosa, que humedecen constantemente las lluvias.  No se espere, sin embargo, encontrar una novela como las corrientes.  Hay en ella abundancia de monólogo interior, y los hechos de los personajes están aludidos de soslayo, no narrados en forma directa.

Finalmente, ese mismo año dió Pablo Neruda su último libro, el que contiene sus más extrañas e inasibles páginas, Tentativa del hombre infinito, poema dividido en estancias irregulares.  Todo en él es poco usual.  No se ha contentado el autor con suprimir en las páginas la numeración, empresa que había cumplido ya en sus anteriores libros poéticos, sino que también suprimió las mayúsculas y todas las puntuaciones.  El libro comienza, en efecto, en la siguiente forma:

hogueras pálidas revolviéndose al borde de las noches
corren humos difuntos polvaredas invisibles

Si el lector quiere, puntúa y halla un sentido.  Es posible que no encuentre tampoco un sentido cabal, como el que necesariamente ofrecen los libros de prosa, los relatos históricos, las proposiciones corrientes y molientes que se escriben todos los días.  Pero eso no importa al poeta.  Ha querido seguramente, en mayor grado que en El habitante y su esperanza, dar paso hasta su literatura al monólogo interior, y así nació este poema curioso y audaz.  Cuando uno parecía haber dado con la clave de esta descripción onírica, el poeta tuerce de pronto el rumbo e introduce en su verso una expresión ajena, que no guarda relación lógica alguna con lo ya leído ni con lo que viene luego.  Como Gide, parece empeñado en que no se le comprenda tan pronto [3] :

no sé hacer el canto de los días
sin querer suelto el canto la alabanza de las noches
pasa el viento latigándome la espalda alegre saliendo de su huevo
descienden las estrellas a beber al océano
tuercen sus velas grandes buques de brasa
para qué decir eso tan pequeño que escondes canta pequeño

Etcétera.  No es fácil introducir divisiones en este poema, donde las viejas amarras de la sintaxis, con su cortejo de puntuación y con sus categorías de minúsculas y mayúsculas, han sido rotas.  El espacio que en libros anteriores habla sido ocupado por este poeta con una materia elaborada en vigilias atentas, alerta la atención y seguro el gusto, ha sido entregado aquí, al parecer, a la materia informe, a los sueños sin orillas precisas, a la ilusión y al balbuceo.

Y con esta impresión de desconcierto se cierra para nosotros la poética de Pablo Neruda.  Después de Tentativa del hombre infinito, el poeta salió a viajar por el mundo, y de la India, de la Indochina y de Java envió a las revistas chilenas e hispanoamericanas muchos poemas de nueva factura, en que se anuncia una vuelta a lo temático.  Se parecen más los versos de Residencia en la tierra –título con que agrupa estos nuevos poemas inéditos- a los fragmentos de Veinte poemas que a los de la Tentativa, y en ellos intervienen la exasperación sexual del poeta, ya conocida, y sensaciones de olor, de gusto, de olfato, halladas en la tierra oriental y sobre los mares amarillos.  Con su carga de emoción, con su angustia humana siempre a cuestas, Pablo Neruda es el gran poeta joven de Chile, y bien difícil será quitarle el imperio que ganara, apenas adolescente, cuando llegó a Santiago a estudiar y a vivir.

en: Retratos Literarios. Santiago: Ediciones Ercilla-Contemporáneos, 1932.


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[1] Nació en Parral el 12 de Julio de 1904.

Obras: La canción de la fiesta, 1921; Crepusculario, 1923 (hay segunda edición en 1926); Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 1924; Anatole France.  Páginas escogidas, Selección de Pablo Neruda, 1924; Tentativa del hombre infinito, 1926; Anillos, prosas de Pablo Neruda y Tomás Lago, 1926; El habitante y su esperanza (novela), 1926.

[2] En la novela Pan de este autor hay un cuento intercalado en el cual se narra un episodio de amor parecido al tema de este poema.
[3] Andrés Gide, Les caves du Vatican.

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Luis E. Aguilera

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