martes, 21 de junio de 2011

Cuento infantil del amigo del abuelo Toto

De: Eladio Gonzalez [mailto:museocheguevara@fibertel.com.ar]
Enviado el: Martes, 21 de Junio de 2011
Asunto: Cuento infantil del amigo del abuelo Toto

 

Tengo muchos amigos cubanos.  Este es artista plástico, pero además ahora escribe cuentos infantiles. Mis nietos pudieran evaluarlo y opinar que les parece.    A mi me gustó, pero es que yo conozco a Jorge y lo quiero.  Toto

 

 

GATO VIOLETA EXPERTO EN BICICLETA                            cuento de Jorge Jorge González

   Sé que soy un niño anacrónico e impertinente, casi un engendro del que hay que salvarse lo más rápido que se pueda, pues puedo contaminar a todo el que esté a mi alrededor –al menos es lo que dicen las personas mayores de mi pueblo, cuando me ven venir-, sin embargo, mis amigos no lo creen así,  se entristecen un poco cuando  voy a casa de mis abuelos los fines de semana y no podemos jugar, o cuando viajo en mis sueños por lugares lejanos que me mantienen en éxtasis durante varios días…

   En una de esas travesías fantásticas, y hasta casi mágicas, me vi de pronto tomando mate como un porteño -en un anejo conventillo de la calle Defensa y Carlos Calvo, allá en el aun más viejo  barrio de San Telmo, muy cerca del mercado de antigüedades, y a solo unas pocas cuadras de la Casa Rosada-. No podía creerlo, pero allí estaba orondo y feliz este niño malcriado de Esmeralda, oliendo a dulce de leche,  alfajores y bife de chorizo, a mollejas y morcillas, o escuchando a Gardel y al Barón del Tango, en boliches repletos de turistas que muy poco entendían de música o de bailes, pero se sentían a gusto a pesar del muy caluroso verano austral, hartándose hasta casi reventar de asados suculentos y vinos mendocinos.

   “Mi calle” estaba repleta de gatos, de todos los colores inimaginables pero, había uno, que sobresalía por ser el único totalmente violeta, con un cartel anunciador en la remera, en el que se podía leer: GAUCHITO - EXPERTO EN BICICLETA. Por supuesto que me extrañó el letrero en aquella urbe inundada, no precisamente, de ese humilde medio de transporte, sino al contrario, atestada de vehículos contaminantes, en el que un transeúnte simple como yo, corría peligro mortal a cada instante.

  2

 

  Discretamente, seguí al minino en su trayectoria peregrina por la ciudad. Me sorprendió ver a Mafalda sentada en un banco. Él se detuvo un instante y le dio un beso en la mejilla. No paró más, salvo para dejar una rosa en el monumento-tumba del General Belgrano; llegó a la Plaza de Mayo y, como era jueves, dio una vuelta completa junto a las Madres y las Abuelas, solidarizándose con su causa; de ahí tomó hacia el Obelisco para bailar un tango  a su sombra –en definitiva Corrientes estaba bien cerca y, seguramente, Gardel lo esperaba en cualquier esquina.

   Seguí preguntándome dónde estaría su taller, pero ni modo, aquel caminante inveterado marchaba como si estuviera recorriendo la ciudad, pero de una manera nada ortodoxa, pues lo mismo seguía una ruta “lógica” que saltaba de barrio en barrio y yo tras él –en definitiva los sueños suelen actuar de ese modo-, así que de pronto estábamos en La Boca, cantando “Caminito…”, que en Puerto Madero mirando sus espantosos rascacielos. Minutos después,  Recoleta o Palermo, Caballito (en Primera Junta dejé una rosa bien roja para los pibes Toto e Irene que andaban por Cuba)  o Flores y, hasta el mercado de Once, o Mataderos colmado de pibes peronistas, podían ser los destinos escogidos.

   Parecía que yo estaba destinado a conocer la ciudad y… ¡no precisamente en bicicleta!

   Mis piernas no resistían más y desperté de nuevo en Esmeralda, junto a mis amigos de siempre y listo para mortificar al vecindario pero, no por mucho tiempo, porque al oscurecer celebraríamos la Nochebuena en familia y había al menos que bañarse un poco, y hasta ponerse algunas gotitas de perfume,

 

 

3

evitando ser, de alguna manera,  “el pesado” o “el plomo” de la celebración y, en ese caso, escuchar calladamente la reprimenda de mi madre.

   Lo extraño es que de pronto, me vi celebrando en Ciudadela y no en mi pueblo, junto a personas maravillosas que les decían  Lalo,  el Negro Batman, Luly , Flor, el Turco, y un atorrante nombrado Alberto –el tipo más cascarrabias que recuerdo hasta hoy, pero que hace unos asados de tiras de vacío y pechugas de pollo, estupendos-. Seguro éramos más, pero como  estaba flotando en una nube cuando comenzaron  los fuegos de artificio, y el vino corría a raudales, sólo recuerdo ver perderse por una calle al gato violeta, con su mismo  cartel y un farol chino encendido en una pata… seguí tras él…

   Ahora era de día y estaba lejos de Buenos Aires, por La Plata. Lo seguí hasta el pasaje Dardo Roche; me perdí en Berisso y terminé allá por Campamento, en Ensenada, bajo una parra estupenda cuajada de racimos de uva, flores y más flores y colibríes que, sin temor, se abastecían de miel a centímetros de mi rostro.

   Otros niños locos como yo me acompañaban en el sueño, eran Melina, Oscar y un duende llamado Mija ¿Qué hacía allí? ¿Dónde estaría escondido aquel gato violeta que había provocado lo siguiera al parecer por toda la provincia, sin conocer aun detalles de sus habilidades para el arreglo de ciclos o, quizás, como corredor de ellos… Todo era muy confuso como los sueños o las pesadillas, es más, estaba dentro de una de ellas en esos instantes.

   Quise descansar de aquel esfuerzo inútil y, como niño al fin, me interesó una exposición de dibujos infantiles que  habían inaugurado en un centro cultural precioso, nombrado “La Vieja Estación” que, de pronto, desapareció, para dejarme solo en el barrio de Mosconi entre un mural del Che Guevara y

 

4

otro enorme con palomas, que habían salido de las manos más humildes de Argentina. Un pequeño niño llamado Luís me regaló un cometa en el que ascendí hasta el cielo, y pude conocer entonces las playas del Río de La Plata y el astillero Río San Juan, a lo lejos.

   Ahora ya no sabía si todo era un sueño o la realidad se  abría paso con su cruda estampa… cuando volví a ver al gato violeta, experto en bicicletas, yo estaba en un  lugar nombrado San Vicente, lleno de  conejos, gansos, cerdos, faisanes, Jorges y Juanas, manzanos pequeñitos cuajados de frutos dulces y olorosos y, como siempre: asados y vinos estupendos. Aquí dormí  una siesta, mientras hermosos sapos volaban sobre mi cabeza, y yo los confundía con los pájaros horneros que construyen sus casas de barro en los lugares más altos, como los tejados y las torres de alta tensión; en una de  ellas volví a divisar al gato violeta y ahora sí, no aguante más y lo llamé:

   - Señor gato, por favor, ¿podría venir acá un instante, para hacerle una pregunta?

   Bajo enseguida.

  - Usted dirá, señor, en qué puedo servirle –me dijo, muy cortésmente.

  - Mire, en realidad me tiene intrigado su cartel en la remera, y me gustaría…

  - Ah, era eso, che –me interrumpió, lanzando una carcajada de campeonato-. Le cuento, pues no  es nada complicado: Resulta que hace muchos, pero muchos años, en mi tierra natal, que es La Pampa, una paisana y yo hicimos una apuesta casi ridícula… pero bueno, eran cosa de pibes…se nos ocurrió ver cuál era el mejor medio de transporte para exportar  reses que podíamos conseguir aquel día y, además, demostrar que era posible, cargando el vehículo con los animales y todo.

 

5

  - ¿Eso? –dije yo, para  que me siguiera contando.

  - Sí, eso…pero, continúo…Al llegar la hora fijada para concluir la apuesta, la gata sólo  había conseguido en pequeño carretón con dos rueditas y ¡allí no cabía de una oveja, che! ¿Qué tenía yo? Pues simplemente una pequeña bicicleta y… ¡gané la apuesta!

  - Pero, ¿cómo fue posible que ganara, si en una bicicleta no podría llevar ni un gallo? –le pregunté muy intrigado-, ¿O sería que era una bicicleta mágica?

  - Nada de eso, che. Yo había puesto una cajita de zapatos en la parrilla del ciclo y, dentro puse como  cincuenta toros y vacas… ¡de juguete! ¡Esa sería mi exportación de ganado! ¿No fui ingenioso?

  - ¡Ja, ja, já, por supuesto! –reí con gran placer, al reconocer que sí, que había ganado la apuesta, aunque de una manera un poco fraudulenta-. Pero, amigo, aun así sigo sin comprender el contenido de su anuncio.

  -¡Ah!, sencillo…Es que quise inmortalizar el resultado de la porfía y pedí a  un amigo impresor, que me pusiera ese texto en una remera, pero se equivocó en una letra y, en vez de poner EXPORTO, estampó EXPERTO y, además, BICICLETA, iba separado en BICI, y CLETA –que es el nombre de la gata-, con lo que al final el letrero debió decir: GAUCHITO - EXPORTO EN BICI, CLETA .

  -¡Qué confusión, madre mía! Y, ¿qué fue de la gata?

  - Esa es la parte más triste de la historia, che. Cleta no volvió a hablarme jamás y hasta se fue de La Pampa; desde entonces la busco para que perdone mi majadería infantil. Así voy a seguir recorriendo pueblos y ciudades hasta que un día la encuentre y poderle decir, no solo eso, sino algo más importante: ¡Qué la amo!

 

6

 

   En esta parte del sueño me volví a despertar en Esmeralda y rápido, me levanté de la cama para ir a decirle a Dulcinea -¡la más hermosa niña que

había visto en mi corta vida-, que la amaba, y regalarle una orquídea violeta para que se pusiera en su pelo negro azabache; no podía esperar ni un día más para confesarle mi amor y, también me prometí,  convertirme en un “santo niño”… bueno, a veces  olvido esta parte, pero ya me quieren un poco más aquellos vecinos que me odiaban.

   No sé si estoy soñando o no… Acabo de ver en uno de los dos parques largos de mi pueblo, a mi amigo el gato Gauchito violeta con un pulóver –así le decimos a las remeras en Cuba-. Tiene puesto un letrero diferente: CLETA, ¡TE AMO!... A su lado, una gata también violeta le da un beso; mi amigo, discretamente me saluda con una de sus patas delanteras y sonríe. Una bicicleta con alas de cóndor  descansa al lado del banco.

  Cuando un día sea grande, y pueda ir a Argentina por primera vez –no en sueños, se entiende-, me llegaré a La Pampa a saludar a mi amigo Gauchito y a su amada Cleta.

 

Por una coincidencia extraña, resulta que  cuando les envié el mensaje no sabía nada sobre el Día de la Bandera Argentina y, como leerán, uno de los pocos homenajes que rindo con una flor, es en el monumento-tumba de Belgrano. Sólo después me entraron mensajes sobre el discurso de Cristina al respecto. Me alegro mucho que , de alguna manera, también yo  le rindiera tributo a Argentina en ese día.

 

Este cuento forma parte de un libro con 10 narraciones , todas sobre gatos de un color diferente. El cuento que les regalo, cierra el libro. Ojalá un día pueda publicarse en Argentina y sus pibes lo puedan disfrutar.

 

Un abrazo, hermanos queridos,         Jorge Jorge González

 

 

difunden: 1er. Museo Histórico Suramericano " Ernesto Che Guevara "  la  Escuela de  Solidaridad con  Cuba " Chaubloqueo " y el  Centro de  Registro de  Donantes  Voluntarios de  Células Madre -  Irene Perpiñal y Eladio González - directores   calle Rojas 129  local  Capital - AAC 1405 - Buenos Aires - República Argentina  telefax:  4- 903- 3285 Caballito

 

 sonrisa total de frente sin boina

email: museocheguevara@fibertel.com.ar   http://museocheguevaraargentina.blogspot.com/
doná sangre, doná órganos, doná células madre, sé solidario, SÉ VOS.
¡Salven a los argentinos! "las ballenas"  -  Cinco Héroes Cubanos llevan 12 años presos en

Estados Unidos que chantajea asi moralmente a Cuba,  enterate ingresando a 

 www.argentinaporlos5.blogspot.com