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Enviado el: Martes, 20 de Septiembre de 2011 09:58 p.m.
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Asunto: Revista POLITICA [CONSEGUILA] Carta del Director: Un Bicentenario Aglutinador
Carta del Director*
Un Bicentenario Aglutinador
Lic. Néstor Gorojovsky
La imposición del nombre de Néstor Kirchner a la sede de UNASUR en Quito fue un acto de justicia histórica. Sin minimizar la voluntad de los restantes presidentes o ex presidentes latinoamericanos, es evidente que el fallecido estadista argentino se constituyó, desde el momento en que asumió
Bastan para hacerlo merecedor de este homenaje la firme determinación que demostró al momento de defender al pueblo hondureño contra la intervención extranjera (apenas velada bajo la forma del golpe institucional del cipayo Micheletti), la decidida y fulminante actuación que le cupo en el repudio masivo e inmediato a la chirinada proimperialista contra Rafael Correa en Ecuador, y la exitosa mediación entre Colombia y Venezuela, donde fue el máximo ejecutor de una política que aventó el peligro de una guerra fratricida, instigada por los partidarios colombianos del alineamiento incondicional con los EE.UU.
Pocas veces fue más cierta la apreciación marxista de que la política exterior se explica por la política interior y no al revés. Estos tres actos de alta política, así como el impulso general que supo darle al recién nacido organismo sudamericano, son a su vez el resultado de un profundo proceso político en el país del Plata. Con el inicio del siglo XXI estalló por los aires la antigua Argentina pampeana agroexportadora y extrovertida, desdeñosa del mundo criollo que empezaba en su propio seno, más allá de las fronteras de
Con ese estallido de una estructura económica que ya había comenzado a fenecer durante la crisis mundial de 1929, se dieron las condiciones materiales para el cambio de las formas de la conciencia que le eran propias. La lenta maduración de una conciencia de unidad americana en
Al Norte de nuestro continente, la prédica bolivariana y unificadora de Hugo Chávez, que le ha valido el odio imperecedero de los países imperialistas y, en especial de los EE.UU., volcó la mirada de las grandes masas de Venezuela hacia el Sur. Gracias a ese militar revolucionario de hondas raíces populares, el país de Miranda se empieza a asumir como bifronte.
El hondísimo cipayismo de la oligarquía petrolera se expresaba en una miserable visión de mundo que hacía de un país de un millón de kilómetros cuadrados, que llega hasta
Orientada hacia los mares a los que accedía desde el Caribe, esa geografía mental de la exportación de petróleo se limitaba a una costa y su hinterland inmediato. El resto del inmenso triángulo venezolano que apunta a Manaos era, como solían decir los beneficiarios del régimen exportador de hidrocarburos e importador de todo lo demás, “monte y culebra”.
Esa Venezuela oligárquica era, así, más una extensión de las Antillas en Tierra Firme que el gran portal sudamericano sobre el Caribe.
Hipnotizada a mediados del siglo XX por
Brasil, con la asunción de Dilma Rousseff a la primera magistratura, sigue consolidando el giro copernicano que empezaron a dar sus élites a principios de la década del ochenta. Henry Kissinger debe de estar lamentando, en su vejez cargada de malas noticias, el haber anunciado medio siglo atrás, en la gozosa celebración del golpe de Estado de 1964, que “adonde vaya el Brasil irá América Latina”. Mucho camino queda por andar al gigante lusoamericano, cuyas élites todavía no se han sacudido la imponente lápida divisionista heredada de la alianza entre la burguesía paulista y el imperialismo, por un lado, y las retrógradas clases dominantes del Nordeste azucarero y los agresivos bandeirantes que por largas décadas consideraron a Bolivia, el Paraguay y el Uruguay como meros cotos de caza a considerar como apéndices del monstruo industrial de exportación asentado en el triángulo San Pablo - Belo Horizonte - Río de Janeiro.
Pero la nacionalización americana del obrero nordestino Lula da Silva, que se fue dando en el ejercicio del poder, encuentra ahora en su sucesora un vínculo profundo con la antigua tradición varguista de reunificación, ésa que intentó cuajar en el ABC con Perón y con Ibáñez del Campo. Hoy se expresa en la gran política unificadora, que promueve por múltiples vías una integración más equilibrada con
La política unificadora, que sigue la vieja propuesta de
Está en las clases populares de estos países, y en las de aquellos que aún no han logrado superar el provincianismo balcanizador, el poder de terminar con estas amenazas. Revolución unificadora y revolución social se irán mostrando, a medida que avance la historia, como dos caras de una misma moneda: la de la unidad de América Latina en una poderosa federación, tal como la habían imaginado los héroes de la emancipación y ese verdadero regalo de lo mejor del Viejo Mundo que fue el pensamiento de León Trotsky desde su atalaya mexicana. Tenemos la suerte de vivir esos tiempos. Seamos dignos del desafío que nos plantea. Americanos, o nada, ésa es la consigna de la hora.
*Editorial de
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