miércoles, 21 de septiembre de 2011

America Bicentenario Aglutinador Kirchner Chavez Correa Mujica Rousseff

 

 

De: Publicaciones DEL SUR [mailto:publicasur@gmail.com]
Enviado el: Martes, 20 de Septiembre de 2011 09:58 p.m.
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Asunto: Revista POLITICA [CONSEGUILA] Carta del Director: Un Bicentenario Aglutinador

 

 

Carta del Director*

Un Bicentenario Aglutinador

Lic. Néstor Gorojovsky

 

La imposición del nombre de Néstor Kirchner a la sede de UNASUR en Quito fue un acto de justicia histórica. Sin minimizar la voluntad de los restantes presidentes o ex presidentes latinoamericanos, es evidente que el fallecido estadista argentino se constituyó, desde el momento en que asumió la Secretaría General de esa organización hasta su inesperado fallecimiento, en uno de los principales promotores contemporáneos de la unidad de la Patria Grande.

Bastan para hacerlo merecedor de este homenaje la firme determinación que demostró al momento de defender al pueblo hondureño contra la intervención extranjera (apenas velada bajo la forma del golpe institucional del cipayo Micheletti), la decidida y fulminante actuación que le cupo en el repudio masivo e inmediato a la chirinada proimperialista contra Rafael Correa en Ecuador, y la exitosa mediación entre Colombia y Venezuela, donde fue el máximo ejecutor de una política que aventó el peligro de una guerra fratricida, instigada por los partidarios colombianos del alineamiento incondicional con los EE.UU.

Pocas veces fue más cierta la apreciación marxista de que la política exterior se explica por la política interior y no al revés. Estos tres actos de alta política, así como el impulso general que supo darle al recién nacido organismo sudamericano, son a su vez el resultado de un profundo proceso político en el país del Plata. Con el inicio del siglo XXI estalló por los aires la antigua Argentina pampeana agroexportadora y extrovertida, desdeñosa del mundo criollo que empezaba en su propio seno, más allá de las fronteras de la Pampa Húmeda y de los escasos enclaves de implantación inmigratoria en algunas áreas de riego o de cultivos industriales.

Con ese estallido de una estructura económica que ya había comenzado a fenecer durante la crisis mundial de 1929, se dieron las condiciones materiales para el cambio de las formas de la conciencia que le eran propias. La lenta maduración de una conciencia de unidad americana en la Argentina, que encuentra en el Uruguay de José “Pepe” Mujica un equivalente muy bienvenido, es el signo más claro de la desaparición definitiva del europeísmo fatal con que la colonización pedagógica mitrista envenenó por un siglo y medio la comprensión local del destino irrevocablemente sanmartiniano de nuestro país. Y la acción política de Néstor y Cristina Kirchner está dando forma contundente a esa conciencia.

Al Norte de nuestro continente, la prédica bolivariana y unificadora de Hugo Chávez, que le ha valido el odio imperecedero de los países imperialistas y, en especial de los EE.UU., volcó la mirada de las grandes masas de Venezuela hacia el Sur. Gracias a ese militar revolucionario de hondas raíces populares, el país de Miranda se empieza a asumir como bifronte.

El hondísimo cipayismo de la oligarquía petrolera se expresaba en una miserable visión de mundo que hacía de un país de un millón de kilómetros cuadrados, que llega hasta la Amazonía y contiene una buena porción de cadenas andinas, una mera costa, un país de espaldas no solo a sus vecinos sino, como la vieja Argentina, también a sí mismo.

Orientada hacia los mares a los que accedía desde el Caribe, esa geografía mental de la exportación de petróleo se limitaba a una costa y su hinterland inmediato. El resto del inmenso triángulo venezolano que apunta a Manaos era, como solían decir los beneficiarios del régimen exportador de hidrocarburos e importador de todo lo demás, “monte y culebra”.

Esa Venezuela oligárquica era, así, más una extensión de las Antillas en Tierra Firme que el gran portal sudamericano sobre el Caribe.

Hipnotizada a mediados del siglo XX por la Nueva Roma neoyorkina, y en sus últimas décadas por el agusanado sol miamero, la oligarquía venezolana se daba el lujo de despreciar a sus hermanos, al punto de ni siquiera prestarles atención. Bolívar, en la decepción de sus últimos días, creía haber “arado en el mar”. Su patria chica, asentada sobre un “mar de petróleo”, ni siquiera se interesaba por saber cómo habían sido los territorios donde su espada libertadora había librado los grandes combates de la Primera Emancipación.

Brasil, con la asunción de Dilma Rousseff a la primera magistratura, sigue consolidando el giro copernicano que empezaron a dar sus élites a principios de la década del ochenta. Henry Kissinger debe de estar lamentando, en su vejez cargada de malas noticias, el haber anunciado medio siglo atrás, en la gozosa celebración del golpe de Estado de 1964, que “adonde vaya el Brasil irá América Latina”. Mucho camino queda por andar al gigante lusoamericano, cuyas élites todavía no se han sacudido la imponente lápida divisionista heredada de la alianza entre la burguesía paulista y el imperialismo, por un lado, y las retrógradas clases dominantes del Nordeste azucarero y los agresivos bandeirantes que por largas décadas consideraron a Bolivia, el Paraguay y el Uruguay como meros cotos de caza a considerar como apéndices del monstruo industrial de exportación asentado en el triángulo San Pablo - Belo Horizonte - Río de Janeiro.

Pero la nacionalización americana del obrero nordestino Lula da Silva, que se fue dando en el ejercicio del poder, encuentra ahora en su sucesora un vínculo profundo con la antigua tradición varguista de reunificación, ésa que intentó cuajar en el ABC con Perón y con Ibáñez del Campo. Hoy se expresa en la gran política unificadora, que promueve por múltiples vías una integración más equilibrada con la Argentina y la incorporación de Venezuela al MERCOSUR, acontecimiento que no dejó de merecer la atención de los embajadores de EE.UU. en la región. El reciente acuerdo con Paraguay sobre el uso de la energía de Itaipú marca la nueva dirección con una luz indiscutible.

La política unificadora, que sigue la vieja propuesta de la Izquierda Nacional según la cual en ella se encuentra la clave de la revolución social de los pueblos de América Latina, encuentra por supuesto la histérica oposición de las viejas clases parasitarias que nos habían condenado a más de un siglo de mutua soledad. En Colombia, Chile y Perú, esas clases mantienen las viejas políticas antiamericanas que, sin embargo, no logran convencer a nadie fronteras afuera de sus propias provincias. En Ecuador, Argentina, Brasil, Paraguay, Bolivia y Uruguay están agazapadas y al acecho, esperando el momento de dar el zarpazo retrógrado que restaure su poder.

Está en las clases populares de estos países, y en las de aquellos que aún no han logrado superar el provincianismo balcanizador, el poder de terminar con estas amenazas. Revolución unificadora y revolución social se irán mostrando, a medida que avance la historia, como dos caras de una misma moneda: la de la unidad de América Latina en una poderosa federación, tal como la habían imaginado los héroes de la emancipación y ese verdadero regalo de lo mejor del Viejo Mundo que fue el pensamiento de León Trotsky desde su atalaya mexicana. Tenemos la suerte de vivir esos tiempos. Seamos dignos del desafío que nos plantea. Americanos, o nada, ésa es la consigna de la hora.

 

*Editorial de la Revista POLITICA - Nº 10 – 04.2011 - Buenos Aires - Rep. Argentina.

 

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