Un homenaje y abrazo humano a mis hermanas
Eduardo de la Serna
Se celebra hoy el día internacional de la mujer, y se me ocurren algunas ideas sueltas. En realidad, se me ocurren especialmente a raíz de algunas cosas que me provocan reacción.
· Escuchar a algunos -a los que no creo que el tema “mujer”, esto es, su dignidad, su reconocimiento, su valoración, la igualdad les interese demasiado- decir «lo voy a celebrar cuando se haya también un “día del varón”». Y no notar irritación en ellos cuando se cosifica a la mujer en la publicidad, programas de TV, o canciones (por más que sea la maravillosa Garota de Ipanema [“olha que coisa maís linda…”]).
· Escuchar a varios –especialmente dentro del ambiente eclesiástico- hablar críticamente de la “ideología de género”; particularmente porque –por lo que sé- se suele hablar de “perspectiva” y esos tales lo califican (y misteriosamente de modo negativo) de “ideología”. Esos tales suelen usar la palabra “ideología” como una palabra negativa, como si existiera alguien que no la tenga, y –lo que es más irónico- como si ellos mismos no hablaran y actuaran movidos por ideología/s. Y como si no hubiera miles de cosas que indudablemente las mujeres y los varones las hemos adquirido en la cultura, y por tanto, no son necesariamente un “propio”.
· Conocer, por escritos y personalmente, un buen número de personas (la mayor parte mujeres, por cierto) dedicadas al pensamiento –preferentemente teológico- feminista, o de género. Y por valorarlas, valorar su dedicación, sus luchas, sus vidas. Y –en más de un caso- admirarlas.
· Por ver –con un poco de dolor- una actitud de parte de algunas mujeres que han perdido el sentido del humor (algo absolutamente comprensible en determninadas circunstancias). Recuerdo un psicólogo chileno que decía: “soy feminista, pero no de ese feminismo stalinista”, referido a las que no aceptaban una broma (dicha esta en un ambiente amigable, amable y solidario; por supuesto que muy otra cosa es la broma o el chiste dicho “en el aire” que encierra un modo de entender, pensar y vivir generalmente deplorable).
· Por experimentar en los barrios pobres en los que vivo y en los que he podido compartir, no sólo la verdad del conocido dicho de que la mujer es “doblemente pobre: por pobre y por mujer”, sino la victimización de las mujeres (en la cual muchas mujeres también son responsables por la introyección del machismo, y la violencia): el tema sexual, la trata de personas (salvo el caso de menores, trata exclusivamente de mujeres [y vaya un homenaje a Susana Trimarco], y con clientes varones, “¡bien machitos!”), la violencia familiar en la que la mujer es víctima principal (aun por “repetir modelos”), la desvalorización de la mujer en el trabajo (y la diferencia de salarios), y decenas de temas más que vemos a diario.
· Finalmente, por el desconocimiento o relegamiento de la mujer en el seno de la Iglesia. Y me refiero a todas las instancias, de decisión, de acción, de compromiso y de poder.
No pretendo decir nada original ni creativo, simplemente soñar.
- Soñar con que la mujer no tenga que celebrar más su día porque el reconocimiento de sus derechos, su lugar y dignidad sea algo que se estudie en los libros de historia como se estudiaba la esclavitud (aunque, vista la realidad, a lo mejor debería también haber un “día del/la esclavo/a”, a fin de tomar conciencia de la terrible realidad de niños, mujeres, pobres, inmigrantes, etc… [cosa de lo que los “indignados” bien podrían tomar nota]).
- Soñar con una Iglesia fraterna y sororal (frater se dice del “varón”, su femenino es “sor”, de allí que decir “fraterno” esconde lectura androcéntrica), en la que la mujer tenga cabida en todo, como lo tenía en tiempos de Jesús y del cristianismo primitivo.
- Soñar con que no haya machismos larvados en el mundo de la vida pública, y no sospechar que ciertos sectores, sindicales por ejemplo, no soportan (su patriarcalismo no se los permite) ser conducidos por una mujer (algo de eso hemos vivido cuando hubo una mujer en el triunvirato de la CGT y esta fue totalmente ninguneada). Soñar también que desaparezca la ley de cupo femenino porque esta se aplique totalmente y naturalmente de sobra.
- Soñar con que los chistes sean celebrados por todos, porque nadie nunca esconda discriminación negativa, rechazo, o violencia, sino cariño, afecto y reconocimiento de la plena igualdad.
- Soñar con que los enormes y acelerados cambios culturales que estamos viviendo provoquen una cada vez más plena inclusión de todas y todos. Es verdad que los cambios no son necesariamente buenos; lo nuevo no es mejor por sólo serlo, así como lo viejo no es malo por eso mismo. Por ser vida que vamos viviendo las personas, suelen estar impregnadas de todo lo humano: vida, miserias, fiesta, limitaciones, logros, retrocesos. Que provoquen, entonces, mayor encuentro igualitario, justo y solidario. Donde todos y todas puedan desplegar al máximo sus potencialidades, capacidades, y su vida toda. Donde nadie se sienta menos hermano o hermana que los demás.
Es verdad que hay sueños que se empiezan a hacer realidad. Era impensable hace poco tiempo que en América Latina haya (y haya habido) varias presidentas (en lo personal celebro que no haya sido elegida Keiko en Perú, pero no por ser mujer, sino por ser Fujimori). Que haya ministras con fuerte presencia y roles activos. Que haya mujeres en la Corte Suprema de Justicia… Y lamento la ausencia de mujeres en las estructuras eclesiásticas (y veo que cuando alguna es elegida para algún ámbito –no de poder, por cierto- se procura que esta sea “fiel al machismo imperante”, como algunos casos de la Comisión Teológica Internacional, por ejemplo).
No deja de ser fascinante el rol impresionante que han jugado muchas mujeres en los cambios sociales y políticos del presente: es cierto que hay María Julias, Anne Krüger, Condoleeza Rice, Angela Merkel, Hilary Clinton, Margaret Thatcher, o Carrios o Patricias Bullrich, pero también es cierto que hay miles de mujeres, individuales y colectivas que nos enseñan –valga la ironía y la paradoja- que un mundo sin mujeres, tendría mucho menos cojones (es ironía ligeramente androcéntrica, pero consciente). Vale esto para Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, para madres de víctimas de feminicidios en Ciudad Juárez, o también para Rigoberta Menchú, Shirin Ebadi, Wangari Muta Maathai, Ellen Johnson-Sirleaf, Leymah Gwowe, Tawakkul Karman (todas estas premio nobel de la paz; premio por cierto muy cuestionable en más de un caso, pero con importantes indicios de lucha y vida en estos). Y no puedo menos –como argentino- que reconocer y celebrar la memoria de Eva Perón en la lucha activa y militante a favor de la justicia social, y los derechos de los desposeídos. En ellas a las miles y miles de mujeres anónimas o poco conocidas vaya un abrazo militante de un hermano, compañero y –como ellas- felizmente humano que quiere vida digna para todos ¡y todas!