viernes, 29 de junio de 2012

Cuba explica el entorno mundial revolucionaria y verazmente Che Guevara

 

 

 

 

Entorno con emisiones periódicas centra su información en el acontecer internacional. Contiene espacios noticiosos y de opinión, seleccionados de medios de prensa internacional o generados desde nuestro país.  ISSN 1819-4052

 

 

 

Año 10 Número 52 | Fecha 2012-06-28

TITULARES

Opinión

UN RÉCORD CRUEL E INUSUAL por Jimmy Carter

LAS IZQUIERDAS EN LATINOAMÉRICA: NECESIDAD DE REPENSARLAS por Marcelo Colussi

OFENSIVA GRINGA AL SUR DEL RÍO BRAVO por Ángel Guerra Cabrera

EURO - INGLATERRA.- DOS CARAS DE LA MONEDA…BRITÁNICA por Pedro Pablo Gómez

LOS DISFRACES DE LA INJERENCIA NORTEAMERICANA por Javier Couso

Opinión

UN RÉCORD CRUEL E INUSUAL

por Jimmy Carter

Los Estados Unidos está abandonando su papel como el campeón mundial de los derechos humanos.

Las revelaciones de que altos funcionarios están involucrados en el asesinato de personas en el extranjero, incluidos ciudadanos estadounidenses, son sólo la prueba más reciente de hasta qué punto es inquietante la violación en nuestra nación de los derechos humanos y cuánto se ha extendido esta práctica.

Esto se inició después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, y ha sido validado e intensificado por los ejecutivos de ambos partidos y las acciones legislativas, sin gran oposición del público en general. Como resultado, nuestro país ya no tiene autoridad moral sobre estos temas críticos.

Si bien el país ha cometido errores en el pasado, el abuso generalizado de los derechos humanos durante la última década había tenido un cambio dramático. Con el liderazgo de los Estados Unidos, la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue adoptada en 1948 como "el fundamento de la libertad, la justicia y la paz en el mundo." Este fue un compromiso valiente y claro que contenía a los poderes que intentaban oprimir a o lesionar a personas, y establecía la igualdad de derechos de todos a la vida, la libertad, la seguridad, igual protección ante la ley y limitaba la tortura, la detención arbitraria o el exilio forzado.

La Declaración había sido invocada por los activistas de derechos humanos y la comunidad internacional. Es preocupante que, en lugar de fortalecer estos principios, las políticas de nuestro gobierno contra el terrorismo están violando claramente por lo menos 10 de los 30 artículos de la declaración, incluyendo la prohibición de "tratos crueles, inhumanos o degradantes".

La legislación reciente ha dado el derecho legal al Presidente para detener a una persona indefinidamente bajo sospecha de afiliación con organizaciones terroristas o "fuerzas asociadas", un poder demasiado amplio y vago que puede ser objeto de abuso, sin una supervisión significativa de los tribunales o el Congreso (la ley está siendo bloqueada por un juez federal). Esta ley viola el derecho a la libertad de expresión y a la presunción de inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, otros dos derechos consagrados en la Declaración.

Además de los ciudadanos norteamericanos asesinados o la detención indefinida, las leyes recientes han cancelado las restricciones de la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera de 1978 y permiten violaciones sin precedentes de nuestros derechos a la privacidad a través de la obtención de datos y las escuchas sin orden judicial y la violación, por parte del gobierno, de nuestras comunicaciones electrónicas. Las leyes estatales permiten detener a personas por su apariencia, por practicar cultos o por asociarse a otros individuos.

Junto con esa regla arbitraria que permite el asesinato de un individuo por aviones no tripulados, previamente declarado como un terrorista enemigo, se ejecutan a mujeres y niños inocentes y se acepta esto como inevitable. Después de más de 30 ataques aéreos contra viviendas de civiles este año en Afganistán, el presidente Hamid Karzai ha exigido el fin de tales ataques, pero la práctica continúa en las zonas de Pakistán, Somalia y Yemen, que no se encuentran declaradas como territorios de guerra. No sabemos cuántos cientos de civiles inocentes han muerto en estos ataques, cada uno de ellos aprobado por las más altas autoridades en Washington. Esto hubiera sido impensable en tiempos anteriores.

Estas políticas afectan claramente a la política exterior estadounidense. Altos funcionarios de inteligencia y militares, así como defensores de los derechos humanos en las zonas atacadas, afirman que la escalada con
aviones no tripulados estimulan a familias agraviadas a identificarse con las organizaciones terroristas, han despertado sentimientos de la población civil en contra de nosotros y permite que los gobiernos represivos citen este tipo de acciones para justificar su propio comportamiento despótico.

Mientras tanto, se mantiene el centro de detención de Guantánamo, en Cuba, que ahora alberga a 169 reclusos. Alrededor de la mitad merecen su liberación, sin embargo, tienen pocas posibilidades de obtener alguna vez su libertad. Las autoridades estadounidenses han revelado que, con el fin de obtener confesiones, algunos han sido torturados con técnicas como el submarino en más de 100 ocasiones o intimidados con armas semiautomáticas, taladros o amenazas de asalto sexual. Sorprendentemente, estos hechos no se pueden utilizar como defensa por el acusado, debido a que el gobierno afirma que se produjo al amparo de la "seguridad nacional". La mayoría de los otros presos no tienen perspectiva alguna de ser acusados ni juzgados tampoco.

En un momento en que las revoluciones populares están barriendo el mundo, los Estados Unidos deben fortalecer, no debilitar, las normas básicas del derecho y los principios de la justicia enumerados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero en vez de hacer un mundo más seguro, los Estados Unidos violan los derechos humanos más universales, lo cual incita a nuestros enemigos y distancia a nuestros amigos.

Como ciudadanos preocupados, debemos persuadir a Washington de que debe cambiar de rumbo y recuperar el liderazgo moral de acuerdo con las normas internacionales de derechos humanos que habíamos adoptado oficialmente como propias y apreciamos durante años.

Jimmy Carter fue el presidente número 39 de los EE.UU., es el fundador del Centro Carter y recibió el Premio Nobel de la Paz en el 2002.

Fuente: The New York Times

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LAS IZQUIERDAS EN LATINOAMÉRICA: NECESIDAD DE REPENSARLAS

por Marcelo Colussi

La región latinoamericana tiene características bastante peculiares en tanto bloque. Si bien hay diferencias, marcadas incluso, entre algunas zonas -el Cono Sur con Argentina, Chile y Uruguay es muy distinto a Centroamérica, por ejemplo; o sus países más industrializados, Brasil y México, difieren grandemente de las islas caribeñas-, en su composición hay más elementos estructurales en común que dispares.

Los rasgos comunes que unifican a toda la región son, al menos, dos: a) todos los países que la componen nacieron como Estado-nación modernos luego de tres siglos de dominación colonial europea; y b) todos se construyeron integrando a los pueblos originarios en forma forzosa a esos nuevos Estados por parte de las élites criollas. Estas características marcan a fuego la historia y la dinámica actual del área.

En un sentido, toda la historia de Latinoamérica en sus ya más de cinco siglos como unidad político-social y cultural, es una historia de violencia, de profundas injusticias, de reacción y luchas populares. De las rebeliones indígenas a la actual propuesta del ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) como proyecto de integración no salvajemente capitalista, las fuerzas progresistas han jugado siempre un importante papel. Las izquierdas políticas en sentido moderno (con un talante socialista podríamos decir, marxistas incluso) han estado siempre presentes en los movimientos del pasado siglo. De hecho, con diferencias en sus planteamientos pero con un mismo norte, en casi todas las sociedades latinoamericanas se dieron procesos populares de construcción de alternativas socialistas, o nacionalistas antiimperialistas, en búsqueda de mayores niveles de justicia. En algunas llegando a ocupar aparatos de Estado, con experiencias disímiles, pero siempre con un talante popular: Chile con el proceso de Salvador Allende a la cabeza, Cuba y Nicaragua con sus revoluciones vía armada, Bolivia con un proceso particular de nacionalización y reforma agraria; Guatemala con una perspectiva similar de corte antiimperialista; Venezuela, Bolivia o Ecuador en la actualidad, con proyectos nacionales con matices de izquierda; en otras experiencias, peleando desde el llano: movimientos sindicales, reivindicaciones campesinas, insurgencias armadas.

Sin ánimo de hacer un balance de esta historia, lo que vemos entrado ya el siglo XXI es que la izquierda no está en franco ascenso, pero tampoco ha muerto como el omnímodo discurso neoliberal actual pretende presentar. Es más: luego de la furiosa y sangrienta represión de los proyectos progresistas de las décadas de los 70/80 y de la instauración de antipopulares políticas privatistas en los 90 del siglo pasado, después del derrumbe del campo socialista y un período donde las luchas por mayores cuotas de justicia parecían totalmente dormidas, en estos últimos años asistimos a un renacer de la reacción popular.

¿Estamos entonces realmente ante un resurgir de las izquierdas, de nuevos, viables y robustos proyectos de cambio social?

Hoy día suele hacerse la diferencia entre izquierdas políticas e izquierdas sociales. Hay, sin dudas, un cierto retraso de las primeras en relación a las segundas. Para decirlo de otro modo: los planteos políticos de fuerzas partidarias a veces han quedado cortos en relación a la dinámica que van adquiriendo movimientos sociales. Muchas veces las reacciones, protestas, o simplemente la modalidad que, en forma espontánea, han tomado las mayorías, no siempre se ven correspondidas por proyectos políticos articulados provenientes de las agrupaciones de izquierda. Con variaciones, con tiempos distintos, pero sin dudas como efecto generalizado apreciable en toda Latinoamérica, hay un desfase entre masas y vanguardias. Lo cierto es que desde hace algunos años la reacción de distintos movimientos sociales ha abierto frentes contra el neoliberalismo rampante que se extiende sin límites por toda la región.

Toda esta izquierda social ha tenido impactos diversos, con agendas igualmente diversas, o a veces sin agenda específica: frenar privatizaciones de empresas públicas, organización y movilización de campesinos sin tierra o de habitantes de asentamientos urbanos precarios, derrocamiento de presidentes como en Argentina, en Bolivia o en Ecuador, oposición a políticas dañinas a los intereses populares. Por ejemplo, la suma de todas estas movilizaciones impidió la entrada en vigencia del Área de Libre Comercio para las Américas -ALCA- tal como lo tenía previsto Washington para enero del 2005, o frenó la instalación de empresas multinacionales extractivas (mineras o petroleras) en más de una ocasión. Eso, por cierto, no es la revolución socialista, pero constituye momentos importantes de una larga lucha de resistencia popular.

El abanico de protestas es amplio, y a veces, por tan amplio, difícil de vertebrar. Los piqueteros en Argentina o los movimientos campesinos con un fuerte componente étnico en Bolivia, Ecuador, Perú o Guatemala, el zapatismo en el Sur de México o la movilización de los sem terra en Brasil, son formas de reacción a un sistema injusto que, aunque haya proclamado que "la historia terminó", sigue sin dar respuesta efectiva a las grandes masas postergadas. ¿Hay un hilo conductor, algún elemento común entre todas estas expresiones?

Hoy por hoy, diversas expresiones de la izquierda política, o al menos, expresiones que caen bajo el excesivamente amplio y difuso paraguas del denominado "progresismo" -la izquierda que en estos momentos es posible: moderada y de saco y corbata- tienen en sus manos el aparato del Estado en varios países: Brasil, El Salvador, Uruguay, Argentina. Habrá quien ni siquiera esté de acuerdo con considerar a estos gobiernos como expresiones de la izquierda. Tal vez no se equivoque quien así lo vea, pero para la derecha (nacionales, o para el discurso hegemónico de Washington, ese difuso abanico no deja de tener valor de "desafío". Con esos proyectos populares, con cierta preocupación social (más, al menos, que los gobiernos neoliberales abiertos), las posibilidades de transformaciones profundas, tal como están las cosas y dada la coyuntura con que arribaron a las administraciones estatales, son limitadas, o quizá imposibles. Más aún: son "izquierdas" que, en todo caso, pueden administrar con un rostro más humano situaciones de empobrecimiento y endeudamiento sin salida en el corto tiempo. En modo alguno podría decirse que son "traidores", "vendidos al capitalismo", "tibios gatopardistas".

La izquierda constitucional hace lo que puede; y hoy, en los marcos de la post Guerra Fría, con el triunfo de la gran empresa y el unipolarismo vigente -más aún en la región latinoamericana, botín histórico del imperio estadounidense, cada vez más inundada de bases militares lideradas desde el Norte- es poco lo que tiene por delante: si deja de pagar la ominosa deuda externa, si piensa en plataformas de expropiaciones y poder popular y si se atreve a armar a sus pueblos, sus días están contados. Es más: ni siquiera es necesario pensar en tales extremos de radicalización: coquetear con propuestas con sabor a popular ya puede ser motivo de reacción, y en algunos países pequeños, como Honduras, Haití, Guatemala, puede llevar a golpes de Estado, disfrazados hoy por hoy, pero golpes al fin (Manuel Zelaya en Honduras o Jean-Bertrand Aristide en Haití fueron movidos de sus presidencias, y casi se logra lo mismo en un momento determinado con Álvaro Colom en Guatemala).

¿Es mejor, entonces, desechar de una vez la lucha en los espacios de las democracias constitucionales? Es un espacio más, uno de tantos; pero no más que eso, y deberíamos ser muy precavidos respecto a los resultados finales de esas luchas. La experiencia ya ha demostrado con innegable contundencia que cambiar el sistema desde dentro es imposible (los casos de Venezuela, Bolivia o Ecuador son una pregunta abierta al respecto: ¿hasta dónde pueden llegar sus transformaciones reales en tanto se mueven en la lógica de las democracias representativas clásicas?) Los movimientos insurgentes que, desmovilizados, pasaron a la arena partidista, no han logrado grandes transformaciones de base en las estructuras de poder contra las que luchaban con las armas en la mano (piénsese en las guerrillas salvadoreñas o guatemaltecas, por ejemplo, o el M-19 en Colombia). Todo lo cual no debe llevar a desechar de una vez el ámbito de la democracia representativa; debe abrir, en todo caso, la pregunta en torno a los caminos efectivos de las izquierdas. Algo así como la pregunta que se hacía Lenin hace más de un siglo en Rusia zarista: ¿qué hacer?

Las izquierdas que hacen gobierno desde otra perspectiva (Cuba, o Venezuela con su Revolución Bolivariana, una izquierda bastante sui generis por cierto, o procesos como los de Bolivia o Ecuador, interesantes semillas de fermento popular sin dudas) son el blanco de ataque del gran capital privado, expresado fundamentalmente en la actitud belicosa y prepotente de la administración de Washington.

Lo que está claro es que en esta post Guerra Fría, con el papel hegemónico unipolar que ha ido cobrando Estados Unidos y su plan de profundización de poderío global, Latinoamérica es ratificada en su papel de reserva estratégica (léase: patio trasero). Ante la desaceleración de su empuje económico (el imperio no está muriéndose, pero comienza a ver amenazado su lugar de intocable a partir de nuevos actores como China o la Unión Europea), el área latinoamericana es una vez más un reaseguro para la potencia del Norte, apareciendo ahora como obligado mercado integrado donde generar negocios, proveer mano de obra barata y asegurar recursos naturales a buen precio, por supuesto bajo la absoluta supremacía y para conveniencia de Washington. De esa lógica se deriva la nueva estrategia de recolonización dada a través de la firma de los diversos Tratados de Libre Comercio -que, por supuesto, de "libres" no tienen nada-, acompañada por la ultra militarización de la zona, con una cantidad de bases como nunca había tenido durante el siglo XX.

La situación actual puede abrir la interrogante sobre cómo enfrentarse a ese poder hegemónico: ¿unirse como bloque regional quizá? Como dijera Ángel Guerra Cabrera: "La victoria no concluye hasta conseguir la integración económica y política de América Latina y el Caribe. Y es que la concreción en los hechos del ideal bolivariano -como lo vienen haciendo Venezuela y Cuba en sus relaciones- es lo único que puede evitar la anexión de nuestra región por Estados Unidos y propiciar que se desenvuelva con independencia y dignidad plena en el ámbito internacional. Lograrlo exige la definición de un programa mínimo que agrupe en cada país a las diferentes luchas sociales en un gran movimiento nacional capaz de impulsar transformaciones antiimperialistas y socialistas". Seguramente ahí hay una agenda que las fuerzas progresistas no pueden descuidar: una integración real y basada en intereses populares, una posición clara contra mecanismos de ataque a la integridad latinoamericana como el Plan Patriota (ex Plan Colombia) o el Plan Mérida (para México y Centroamérica) y los nuevos demonios que circulan y pueden permitir el desembarco de más tropas: la lucha contra el narcotráfico y contra el terrorismo internacional, coartada perfecta para la geoestrategia del gobierno de Estados Unidos.

Esto nos lleva, entonces, a la reconsideración de las nuevas izquierdas en Latinoamérica, tarea impostergable y vital. La izquierda necesita hacerse un replanteamiento en tanto expresión de un pensamiento alternativo al capitalismo, a la lógica del libre mercado, a la sociedad de clases -crítica que no significa el desechar los ideales de cambio luego del derrumbe del socialismo europeo sino su profundización a partir de las lecciones aprendidas-. Preguntas, en definitiva, que podrán servir para reenfocar las luchas.

Si esa reformulación se hace genuinamente, deberá preguntarse qué es lo que está en juego en una revolución: ¿se trata de mejores condiciones de vida para la población, como se está dando en estos momentos en Venezuela con un reparto más equitativo de la renta petrolera, o hay que profundizar el poder popular y la construcción de una nueva ética? (en el país caribeño, por ejemplo, sigue siendo dominante la idea de los certámenes de belleza femenina, y el gobierno central destina 300 millones de dólares para apoyar a "su" piloto de Fórmula 1. ¿Eso es el socialismo del siglo XXI?) De tal forma, abriendo esos debates, deberá atreverse a buscar a tiempo los antídotos del caso contra los errores que nos enseña la historia; preguntarse qué, cómo y en qué manera puede cambiar lo que se intenta cambiar; hacer efectiva la máxima de "la imaginación al poder" del mítico Mayo Francés de 1968, hoy ya tan lejano y olvidado, como una garantía, quizá la única, de poder lograr cambios sostenibles.

En esa reconceptualización, sabiendo que nos referimos a Latinoamérica, es necesario retomar agendas olvidadas, o poco valorizadas por la izquierda tradicional. Heredera de una tradición intelectual europea (ahí surgió lo que entendemos por izquierda), los movimientos contestatarios del siglo XX ocurridos en Latinoamérica no terminaron de adecuarse enteramente a la realidad regional. La idea marxista misma de proletariado urbano y desarrollo ligado al triunfo de la industria moderna en cierta forma obnubiló la lectura de la peculiar situación de nuestras tierras. Cuando décadas atrás José Mariátegui, en Perú, o Carlos Guzmán Böckler, en Guatemala, traían la cuestión indígena como un elemento de vital importancia en las dinámicas latinoamericanas, no fueron exactamente comprendidos. Sin caer en infantilismos y visiones románticas de "los pobres pueblos indios" ("Al racismo de los que desprecian al indio porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano", nos alertaba Mariátegui en 1929), hoy día la izquierda debe revisar sus presupuestos en relación a estos temas.

De hecho, entrado el tercer milenio, vemos que las reivindicaciones indígenas no son "rémoras de un atrasado pasado semifeudal y colonial" sino un factor de la más grande importancia en la lucha que actualmente libran grandes masas latinoamericanas (Bolivia, Perú, Ecuador, México, Guatemala). Sin olvidar que Latinoamérica es una suma de problemas donde el tema del campesinado indígena es un elemento entre otros, pero sin dudas de gran importancia, la actitud de autocrítica es lo que puede iluminar una nueva izquierda.

Pensar que las izquierdas están renaciendo con fuerza imparable, además de erróneo, puede ser irresponsable. Si el "progresimo" actual puede llevar a plantear un "capitalismo serio", eso no es más que un camino muerto, o sumamente peligroso incluso para las grandes mayorías populares. Pero creer que todo está perdido, es más irresponsable aún. En ese sentido, entonces, la utopía de un mundo nuevo no ha muerto porque ni siquiera ha terminado de nacer.

Fuente: Rebelión

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OFENSIVA GRINGA AL SUR DEL RÍO BRAVO

por Ángel Guerra Cabrera

La troglodita asonada parlamentaria que destituyó al presidente de Paraguay Fernando Lugo viene a poner de relieve dos cuestiones muy importantes. Una, Estados Unidos, cuya embajada en Asunción incubaba el derribo del mandatario desde 2009, ha sido el diseñador, fabricante, o cómplice, de todos los golpes de Estado contra los gobiernos democráticos latinoamericanos, aunque últimamente los disfrace con ropajes distintos a los tradicionales.

Cataloga de amigos a los gobiernos salidos de las urnas sólo cuando se pliegan a sus dictados y no lleven a cabo reformas que afecten sus intereses. Así lo demuestran sólidas evidencias, cuya investigación debemos a una pléyade de eminentes historiadores insuficientemente conocidos, como el argentino Gregorio Selser.

Dos, esta tradicional conducta no ha sido modificada en lo esencial durante la administración de Barak Obama, que no sólo ha continuado, sino profundizado, la política de su antecesor respecto a nuestra región, persiguiendo los mismo objetivos aunque utilizando el llamado poder “inteligente”.

Este conlleva, entre otros recursos, alianzas regionales de gobiernos derechistas, o efímeras y pragmáticas para ciertas coyunturas, cooptación de mandatarios que enarbolan posturas latinoamericanistas e intentos de dividir al bloque de gobiernos progresistas. Otro de sus componentes importantes es la infiltración de fuerzas populares a través de fundaciones y ONG yanquis y europeas o hasta la propia USAID, cuya expulsión de sus países recién acordaron los miembros de la Alba. De repente nos encontramos luchas sociales con demandas legítimas, usadas por la derecha con fines golpistas contra los mandatarios populares.

Con Bush o con Obama, presidentes que se oponen enérgicamente a las políticas neoliberales han debido enfrentar intentos de golpes de Estado, llamémosles de nueva generación, como en Venezuela –tres veces-, Bolivia –dos veces, el más reciente abortado hace una horas- y Ecuador una. Contra los presidentes patriotas y latinoamericanistas de Honduras y Paraguay los golpes triunfaron dada la fortaleza política y militar de la derecha comparada con la debilidad de sus movimientos populares no suficientemente articulados, aunque existen diferencias entre ambas situaciones. Zelaya tenía un equipo de colaboradores cualitativamente superior al de Lugo y su combatividad, anterior y posterior al golpe, estimuló la forja de un ejemplar movimiento de resistencia.

En cambio, Lugo optó por hacer concesiones a la jurásica derecha paraguaya pensando tal vez que así podría evitar su derrocamiento.No obstante, el pueblo lo sigue llamando presidente y clama por verlo al frente de la resistencia.

Ahora bien, es conveniente recordar que Hugo Chávez, como Evo Morales, Rafael Correa y antes Salvador Allende, ya desde que eran candidatos tuvieron que vencer feroces campañas de calumnias y maquinaciones orquestadas por Estados Unidos y las oligarquías con la proverbial complicidad de los consorcios mediáticos.

Evo pudo conquistar su primer mandato por la copiosa votación a su favor, pues hubo muchas evidencias de fraude electoral. La misma receta se aplica y aplicará en nuestra región contra cualquier candidato que se proponga cambiar, aunque sea moderadamente, el modelo neoliberal. Y si no es posible frenar su ascenso a la presidencia, Washington y la oligarquía no le darán un minuto de tregua a partir del momento en que se anuncie su victoria, como viene haciendo con los líderes mencionados.

Es también el caso de Cristina Fernández de Kirchner, sometida a una intensa guerra sucia, antes y después de su primera elección, por los consorcios Clarín, La Nación y sus socios continentales, y a los intentos de golpe rural primero, y ahora camionero, lanzados por extrañas alianzas que unen a latifundistas, exportadores, sectores medios culturalmente colonizados, la liliputiense izquierda gorila y los resentidos de turno.

Conviene profundizar en lo que une estos hechos entre sí y a su vez con otros como el ataque a Ecuador de 2008, la restauración de la IV Flota y la red de dispositivos militares y acuerdos de seguridad tipo Plan Colombia sembrados por Washington desde el mismo sur del río Bravo a lo largo de América Latina y el Caribe. Se trata de una ofensiva para acabar con los gobiernos que se oponen a las políticas neoliberales y al saqueo de sus recursos cuando el hundimiento económico del imperio lo empuja a conquistarlos como sea.

Fuente: La Jornada

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EURO - INGLATERRA.- DOS CARAS DE LA MONEDA…BRITÁNICA

por Pedro Pablo Gómez

Una noticia recorre el mundo en la actualidad, al pedir asilo en la embajada ecuatoriana en Londres, el conocido director de WikiLeaks, Julian Assange, después de recibir el fallo del Tribunal Supremo inglés, donde se determinó su deportación a Suecia, ante el reclamo de dicho país, por el supuesto delito de violación y abuso de dos mujeres acusantes. Después de juicios y declaraciones públicas, se reclamo por Assange al Tribunal Supremo la apelación contra la decisión del juez y la fiscalía del caso. Este es el resultado concreto al desconocer el reclamo del acusado.


Para los analistas políticos a nivel internacional, no haría falta haber cursado estudios de Derecho, para estar claro de que lado está la realidad de los hechos, si se toman en cuenta los elementos que concurren en este manipulado caso. Hasta la publicación por WikiLeaks de 400 mil documentos de los archivos confidenciales estadounidenses, donde se revelaban informaciones y criterios de funcionarios oficiales sobre posiciones y declaraciones que demostraban las verdaderas opiniones del gobierno en temas comprometedores con sus posiciones públicas, además de evidenciar los desmanes de las tropas norteamericanas, en IRAQ y Afganistán. Esta denuncia pública hace estallar el "boom", de la agencia informativa de origen sueco y una parte ínfima de las informaciones reveladas son acogidas por los principales medios de comunicación, como el New York Times, Washington Post, Le Monde, The Guardian y Der Spiegel. Julian Assange es reconocido como el autor de las revelaciones efectuadas y por tanto los afectados enfocan sus mirillas en esa dirección. En ese caso el Gobierno de los Estados Unidos de América y todas sus agencias operativas.

La activista sueca de nombre Ann Ardin cursa una invitación a Assange, para participar en un seminario sobre la libertad de expresión, organizada por la asociación denominada "Hermandad", una corriente cristiana de los socialdemócratas suecos. Así todo parecería normal si la joven Ardin, no hubiera estado relacionada directamente con el connotado agente de la CIA de múltiples movimientos en Europa, Carlos Alberto Montanes, el cual la utilizó en viajes a Cuba, para mantener contacto con los llamados disidentes y hacer declaraciones posteriores contra la Revolución Cubana. La otra acusadora de Assange, Sofía Wilen participó en el seminario por ser una admiradora espontánea de Assange.

Durante el seminario Ann albergó al director de WikiLeaks en su apartamento, desde el primer día y mantuvo relaciones sexuales con este en distintas ocasiones, e inclusive al día siguiente celebró una actividad festiva en su casa en honor al famoso visitante. Después conoció que Assange también había mantenido relaciones con Sofía; en esa situación más de una semana después de los hechos, Ann y Sofía se presentaron en una comisaría en Estocolmo para acusar a Assange de violación y abuso, por no utilizar o romper el condón en su práctica sexual; aunque parezca cosa de risa que dos mujeres mayores de edad, mantuvieron en un lugar como Suecia en distintas ocasiones tuvieron las relaciones sin obligación, se aparecen después acusándolo de violador.

La primera fiscal que recibió la denuncia, Maria Kjellatrand, decidió que esta no poseía indicios de delito. Lo cual provocó que el abogado de las acusadoras Claes Borgstrom, buscara con sus relaciones otra fiscal para llevar el caso a juicio. Casualmente Borgstrom es uno de los portavoces del Partido Socialdemócrata del gobierno sueco. En esa circunstancia la fiscal, Marianne Ny asume la acusación y dicta orden de detención sobre Assange y su circulación por INTERPOL; para reclamar su presentación en Suecia ya que en este momento se encontraba en su residencia en Londres. Se inicia la cacería sobre Julian Assange.

El gobierno sueco reclama la extradición del director de WikiLeaks y en base a ello se inicia el proceso jurídico en Gran Bretaña sobre si existen elementos reales a la reclamación para extraditar al acusado. Esto es después de varias visitas y entrevistas donde se determina la validez de efectuar la extradición hacia Suecia. Todo esto parecería muy normal si no existiese un reclamo del gobierno norteamericano contra Assange, al querer aplicar la famosa ley antiterrorista, tan utilizada en sus manejos internacionales con resultados altamente conocidos. Esta situación es la que realmente preocupa a Assange, de que Suecia de acuerdo con Estados Unidos, lo entregue a la llamada justicia estadounidense. Todo el mundo conoce la estrecha relación de intereses británico-norteamericanos y de ahí todo lo ocurrido al determinarse los fallos en favor del envío de acusado para Suecia. Assange no le queda más remedio que buscar otros recursos; lo cual lo llevó a la Sede diplomática del Ecuador a solicitar asilo político, por temor a su integridad física.

Toda la firmeza de la "justicia" inglesa en este caso contrasta claramente con la forma en que se ha manejado la causa acerca de las múltiples violaciones de la legalidad británica de la organización de los medios de comunicación, que dirige el magnate, australiano-británico y norteamericano Rupert Murdoch, que ha provocado numerosos arrestos y detenciones en el Reino Unido; incluido la citación a comparecencias a la comisión Levenson, de las más altas personalidades política de la Gran Bretaña, como, Anthony Blair, Gordon Brown y el propio actual Primer Ministro David Cameron por sus claros vínculos con los intereses de Murdoch.

Dentro de Estados Unidos hay poca información del escándalo desarrollado en Gran Bretaña, a pesar de que esto incide en la propia realidad norteamericana, por los lazos existente de procedimiento de las organizaciones homologas que pertenecen al mismo magnate que los medios ingleses; supuestamente también investigados por el F.B.I. por sus posibles prácticas ilegales en este país.

Si ustedes analizan todos los elementos existentes en ambos casos se ve claramente el funcionamiento de las leyes en el mundo capitalista; un caso claro de violación de las leyes se oculta, mientras otro evidentemente manipulado por intereses espurios se condena y se aplica a gran velocidad; habría que ver como termina este episodio de la vida real.

Murdoch; bien gracias, pertenece a los intocables del sistema capitalista

Assange: vivir perseguido permanentemente. E n el exilio y abandonado por su propio país .

Fuente: El Heraldo

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LOS DISFRACES DE LA INJERENCIA NORTEAMERICANA

por Javier Couso

En los tiempos de la neolengua, en los que se da el premio Nobel de la Paz a quien mantiene tres guerras abiertas y más de ochocientas bases militares en todo el mundo, o en el que se llama intervención a la pérdida de soberanía que antes solo se podía lograr por la fuerza de una invasión armada, no extraña nada la ingeniería del disfraz para guerras o golpes de estado.

Tras los fracasos comunicativos de la invasión de Irak, se volvió a la retórica humanitaria que tantos buenos resultados había dado tras la guerra del Golfo (Kuwait-Irak). El militarismo de los neocons frente a la piel de oveja del uso espurio de los Derechos Humanos. Y está claro que vende mejor el puño de hierro con guante de terciopelo.

Lo que se busca en cualquiera de los casos es romper la soberanía y hurgar en la cerradura de la no injerencia con la ganzúa de la supuesta filantropía. La coartada de los intereses humanos por encima del principio de No Intervención consagrado en la Carta de las Naciones Unidas (Art.2 P.4).

En cuanto a la guerra, el melón se abrió con el «Derecho de Injerencia» formalizado por la resolución 43/131 de la Asamblea General de la ONU, impulsada por Bernard Kouchner y Mario Bettani, que constituyó una suerte de excusa legal internacional sobre la que se impulsó una nueva intervención-tipo basada en un supuesto altruismo.

El punto de partida fue la Resolución 688 del Consejo de Seguridad de la ONU del año 1991 que supuso la imposición de una zona de seguridad y varias zonas de exclusión aérea en Irak, que permitían bombardeos y acciones de castigo. Parecida argumentación a la usada para los bombardeos de la Operación «Deliberate Force» en Bosnia Herzegovina (1995) autorizados por las resoluciones 770, 816, 836 y 958 del Consejo de Seguridad de la ONU y que dio paso a la acción unilateral de la OTAN contra Yugoslavia en 1999.

Como señalaron algunos de los apologetas de la injerencia humanitaria, la zona de exclusión en Irak se convirtió en un precedente y la campaña de la OTAN contra Yugoslavia, en la plasmación de que el genio había salido de la lámpara como un proceso irreversible y un modelo a implementar en futuras operaciones.

En el marco de la intervención, sea militar o de subversión para cambio de gobiernos, hemos asistido a una pauta que utiliza como manual lo emocional. El uso de los Derechos Humanos como arma arrojadiza contra gobiernos enemigos y su ocultación o invisibilidad con los amigos, “nuestros hijos de puta”.

Es indiferente el marco en que se utilice, el objetivo es apelar a los sentimientos positivos inherentes a la población y demonizar al enemigo. La monstruosidad del satanizado permite convertir la soberanía en algo condicional, saltarse el principio de la no intervención y actuar de manera agresiva para lograr los cambios deseados.

La forma de hacerlo es siempre la misma y requiere de unos actores bien definidos:

-Algunas oenegés, como forma de intervención en zonas donde los gobiernos no tienen permiso.

-Personalidades, expertos o grupos de presión, para modelar la opinión pública e ir implementando una agenda de pensamiento (Soros, Abramowitz, Neier, Henry Levy,…).

-La Red (webs y blogueros cooptados), que actúan como actores desde dentro, para proveer de supuesta información y legitimidad sobre el terreno.

-Grandes medios, como amplificador del mensaje elaborado por los citados con el fin de crear un relato que, por repetición, se convierta en el único discurso de “realidad”.

Da igual que miremos a Siria o Paraguay, a Venezuela o Cuba, los métodos son similares y el objetivo es el mismo. Crear figurantes internos, amplificar lo malo, crear discurso justificativo, apelar al pensamiento emocional superficial y, finalmente, actuar.

De la resistencia interna y del consenso de lo que llaman “opinión pública”, dependerá el modelo de actuación: Golpes camuflados de legalidad, desestabilización por terrorismo, financiación de la subversión interna, campañas aéreas de bombardeo, embargos o el empleo de todo el poder militar como último paso.

Todas, son distintas combinaciones destinadas a imponer la globalización neofeudal sobre países debilitados con soberanías condicionadas en un imperio global dirigido por las transnacionales y la gran banca.

Fuente: Hablando república

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Cubarte, 2008.

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