En la entrada
anterior recibimos muchas muestras de solidaridad por el daño que nos hizo
el huracán Sandy. Incluso apareció la idea de hacer una colecta para los
damnificados, aprovechando los próximos conciertos que haremos por el cono
sur americano. Yo respondí pidiendo un poco de paciencia, seguro de que
nuestra respuesta al desastre iba a ser inmediata y enérgica, como es
costumbre en nuestro país cuando ocurre este tipo de cosas. Por esos días
algunos segundaciter@s se hicieron preguntas en voz alta que
inevitablemente me llevaron a reflexiones. No era el mejor momento para
ponerme a pensar en estas cosas, porque me encuentro ensayando intensamente
para la gira, y cuando llego a casa continúo elaborando ideas musicales.
Pero ¿quién para el pensamiento? Así que una mañana, muy tempranito, antes
de irme a ensayar, esbocé una idea y se la mandé a Guillermo Rodríguez
Rivera y a Víctor Casaus, para que me dijeran lo que pensaban. Esta entrada
consiste en eso: en lo que tecleé esa mañana y le mandé a mis amigos, y en
lo que ellos me respondieron. En cuanto les leí, me di cuenta de que lo
dicho por ellos completaba y ampliaba mi planteo inicial. Por eso les
propuse que lo publicáramos. En definitiva se trata de asuntos que a todos
nos interesan. Víctor, por estar también en un berenjenal de trabajo, fue
más parco y “amenazó” con seguir participando aquí en el blog, cuando
tuviera un chance.
He aquí lo que yo expuse:
Materialmenta pobres
La verdad es que somos materialmente pobres. No tenemos grandes
yacimientos, excepto de níquel, cuyo valor ha bajado en el mercado mundial
en los últimos años. También parece que tenemos algo de petróleo, lo que se
está explorando todavía. Estamos rodeados de agua salada pero tenemos poca
dulce: no tenemos ríos caudalosos de los que pudiera extraerse fuerza para
turbinas generadoras de electricidad.
Nuestro más valioso yacimiento es el humano, porque gran parte del pueblo
está instruido, gracias a una política correcta que se instauró desde hace
medio siglo. Eso y la tierra, aunque es difícil que un pueblo educado
decida dedicarse a la agricultura. Los estudios relacionados con el campo
trataron de estimularse, pero la mayoría quería ser médico, ingeniero,
arquitecto, o sencillamente vivir en las ciudades. Uno de los dramas
anteriores a la Revolución era que las tierras pertenecían a grandes
latifundios, generalmente de empresas foráneas; los que la trabajaban no
eran propietarios sino peones. La Revolución hizo dos reformas agrarias y
repartió tierras a quienes las querían trabajar, pero por una política
agraria sin luz larga los hijos de los propietarios de tierras se fueron de
los campos, y hoy resulta que hay que importar la mayoría de los alimentos
que consumimos, a pesar de que podríamos producirlos.
No me ofende que alguien nos diga pobres, porque somos dignos. Fuimos
capaces de lanzarnos a una concepción elevada del ser humano. Quizá pecamos
de idealistas, pero teníamos dos mundos que comparar: el injusto que
habíamos vivido y el solidario que soñábamos construir. Los desganos
actuales no son por falta de memoria: es que los que comienzan a decidir no
tienen edad de recordar lo que fuimos. Y ¿qué convence a las nuevas
generaciones de que respondan por las vidas de sus abuelos, más que por la
propias? El mundo parece funcionar por reglas ancestrales, por lo básico
que se suele entender: si trabajas, tienes; si tienes, te das el gusto de
hacer lo que desees.
La actualidad parece estar violentando nuestro espíritu al volvernos
realistas, lo que en cierto sentido podría parecer que nos empobrece,
porque nos hace sacar más cuentas, no sólo de lo que tenemos y aspiramos
sino de lo que estamos dispuestos a dar. Muy al principio de la Revolución,
Fidel dijo una vez: “Nos
casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella. Por eso nos parece
que se hunde el mundo cuando escuchamos la verdad. Como si no valiera la
pena que el mundo se hundiera, antes que vivir en la mentira.”
(*) Aunque parezca contradictorio, lo cierto es que la forma de ser que
teníamos, la más elevada, la más altruista, además de bien, también nos
hizo daño: creó demasiada seguridad. Fabricamos un mundo en el que, incluso
sin trabajar, algunos podían sobrevivir. Y lo cierto es que somos un país
sin mejores recursos que nosotros mismos, los que lo habitamos.
Si pensamos que es justo que todos tengamos derechos, no debemos olvidar
que también es muy justo que todos aportemos. Porque no se trata de que por
haber nacido nos toquen todas las bondades, y nos las den, y después nos
las sigan dando, como si la vida fuera un interminable biberón; se trata de
que, porque nacimos y somos ayudados a sobrevivir, tengamos la oportunidad
de ganarnos el bien que seamos capaces de realizar. Ese principio, el
derecho a lo honradamente trabajado, debiera ser nuestra mayor riqueza.
(*) citado de memoria.
Respuesta de
Víctor:
silviano:
Te comento rápido. y después te mando dos msjitos más rápidos entodavía
sobre otros temas.
El texto me parece bueno para el blog porque abrirá conversaciones y
debates sobre varios temas muy importantes: los sueños soñados y la cruda
realidad actual; el énfasis en que la mayor riqueza es el llamado capital
humano, fruto de aquellos sueños implementados a través de la educación…
Uno de los problemas más graves para la agricultura fue que la luz larga
que se aplicó no fue acertada: intentó el desarrollo a partir de las
grandes grandes empresas agrícolas estatales que no fueron eficientes: una
especie de tercera reforma agraria se está realizando desde hace pocos años
eliminando esas grandes empresas y entregando la tierra a campesinos y
cooperativistas.
El fracaso de la producción de alimentos también tuvo que ver con la
pertenencia de cuba al CAME, donde nos tocaba aportar azúcar, niquel y
otros productos y las frutas y vegetales llegaban desde Bulgaria, la URSS,
etc. (hay un poema satírico excelente de guillermo sobre eso).
En el aspecto interno otra acción devastadora fue la del cordón de la
habana que eliminó las plantaciones históricas de frutales para
sustituirlos por café caturra, que no fructificó, como sabemos (está lo
contado por Raúl sobre el café: enseñamos a los vietnamitas a cultivarlo y
ahora es el segundo productor de café del mundo. ah, qué chinitos esos!
En el final creo que habría que mencionar los deberes de los que trabajan y
de los que dirigen y organizan, que también deben hacerlo bien, y rendir
cuentas por ello. La metáfora de los pichones (el pueblo, los trabajadores)
con los picos abiertos esperando que les echen cosas en el buchecito, que
apareció en granma hace pocos años no menciona la responsabilidad de los
que les ponían las lombricitas y además animaron la política de piquitos
abiertos.
Esas y otras cosas podrían salir de los comentarios, y será bueno. la
entrada hace énfasis en la ética, además de la necesaria racionalidad, y
eso es muy importante en estos momentos, creo.
abra-son con tecleo relámpago,
victoriano
Respuesta de
Guillermo:
Silvio:
Tu reflexión me parece éticamente irreprochable.
El derecho a lo honradamente trabajado es lo que debe tener un ser humano y
conste que ahí operan las circunstancias que rodean ese trabajo y que
pueden magnificarlo y hacerlo mucho más valioso, o degradarlo y hacer que
finalmente no se evalúe en lo que es.
El hombre está en las redes de esas circunstancias que, muchas veces, no
dependen de su bondad ni de su talento.
Cuando tú hablas de las dos reformas agrarias que hemos hecho, no puedo
dejar de decirte que si la primera fue una maravilla, la segunda fue el
inicio de una cadena de desaciertos que nos llevó a una suerte de
neoliberalismo al revés.
Si los neoliberales quieren deificar el mercado y minimizar el estado,
nosotros hicimos exactamente lo contrario: casi desaparecer el mercado y
construir un superestado que lo manejara todo.
La segunda reforma agraria, con fincas de hasta 5 caballerías - en lugar de
las 30 de la primera - devastó nuestra ganadería. El estado tenía sus
grandes extensiones de tierra, pero su ganado iba a ser semiholstein, los
F1, que precisaban de alimento especial y no de la humilde pangola que
comía el cebú, que dicen que le vendimos a Brasil, porque aquí criaríamos
un ganado superior. Pero esa crianza precisaba de los recursos que se
fueron cuando se fue la URSS. Confiamos en lo que no era confiable. Después
de la 2da RA, vino la Ofensiva Revolucionaria urbana, para completar.
Colectivizamos la tierra (no a la fuerza, como lo hizo Stalin) sino
prometiéndole a los campesinos lo que no se podía cumplir. Los que no
creyeron en los planes de la Revolución y no entregaron la tierra, hoy son
los ricos de nuestros campos. Los abuelos de mi mujer — paisanos tuyos, del
sur de La Habana — fueron de los que creyeron y se empobrecieron.
Como dices, le facilitamos a la juventud campesina el abandonar el campo.
Se becaron e hicieron profesionales, pero resultó que tampoco tenían
posibilidades, y entonces dejaron Cuba. Nos desangramos día a día por toda
la gente joven inteligente que se nos va. Nos roban cerebros, es verdad,
pero hay centenares de jóvenes que van encantados a vender los suyos. Ese
es el dilema.
Los lineamientos no alcanzan. Seguimos presos en los tabúes de siempre. Los
profesionales no pueden trabajar, los profesores no pueden dar clases
particulares a pesar de los desastres de la educación, los peloteros no
pueden jugar fuera en ligas profesionales. Se les va la juventud, que es la
edad del deporte. ¿No podrían jugar fuera en el verano y en invierno en
Cuba, como hicieron Miñoso, Amorós y Marrero? Si como dices, y es verdad,
es el “yacimiento humano” nuestra riqueza, ¿por qué maltratarlo?
El poder que jamás se pierde, haga uno lo que haga, puede ser también un
“interminable biberón” que no nos deja poner los pies en la tierra. Jorge
Luis Borges, que no era revolucionario, pero era brillante, se refirió al
“antiguo alimento de los héroes: la falsía, la derrota, la humillación”.
Hay que ser derrotado, que me humille esa derrota, salir del poder y poder
pensar de veras qué hice mal, cómo me levanto” y que acaso venga otro, aunque
sea peor, a intentar hacer lo que yo no pude. Es lo que creo, hermano, y yo
me voy a morir aquí porque, a pesar de los pesares, esta es la experiencia
más hermosa que nos ha tocado vivir.
Aporte de Aurelio
Alonso, viernes 2 de noviembre de 2012
Silvio:
Más tarde me sumo a ustedes con algunas apreciaciones en la misma
dirección. Aunque adelanto algo, porque me cuesta contenerme: La
experiencia - la personal en todas las escalas y la del sistema - me ha
llevado a la idea de que la revolución, la que toca a nuestro tiempo y a
nuestra geografía, se conforma desde especificidades y se articula a través
de muchas revoluciones. Los cubanos logramos desarrollar una formidable
revolución cultural, que iniciaron, principalmente, la igualdad social en
las políticas de Estado y el efecto masivo de asimilación que la
alfabetización abría desde 1961, y que avanzó, con contratiempos que todos
conocemos, pero avanzó, escalón tras escalón, hasta hacer de Cuba hoy un
país distinto del que vivió la victoria. Distintos por su potencial humano.
Pero fracasamos en hacer una revolución agraria, porque hicimos la apuesta
a que esta se derivara de una industrialización que imaginamos estaría a
nuestro alcance rápidamente.
La segunda reforma agraria fue distinta de la primera. Aquella distribuyó
tierras a los campesinos; esta redujo las tierras que les habían sido
distribuidas, no en beneficio del incremento de la población rural sino en
beneficio del Estado. Después vivimos muchos ensayos de cambios en el
sector agropecuario, pero, como afirma con razón Guillermo, no se podía
subsanar el despoblamiento del campo generado precisamente por el modo de
implementar los principios de justicia social y equidad, columna vertebral
del proyecto social cubano. Se hubiera requerido un balance que rehusamos
buscar. Hoy más del 80% de la población cubana clasifica como urbana. Ante
la desintegración del sistema soviético en 1991, se habló del “programa
alimentario” como prioridad (y así se titula el soneto histórico del
gordo), antes de que se decidiera la cooperativización de la mayor parte de
las tierras.
El concepto de “programa alimentario” se desvaneció al no aparecer los
alimentos. La creación de las UBPC en 1963 se supone que sacaba del dominio
del Estado la mayor parte de las tierras agrícolas, pero el Estado mantuvo
tanto control - en la puerta de entrada del proceso como en la de salida -
que no logró traducirse en lo que se esperaba. Esta insolvencia parece que
hoy se ha comprendido y cobra constancia la secuencia de medidas llamadas a
incentivar la recreación de un sector agropecuario ruralmente enclavado y
con la independencia necesaria del dictado estatal para hacerse efectivo.
¿Se logrará? Por lo pronto seguimos ante la situación de que el porciento
de las importaciones en alimento frente a la producción nacional supera la
desproporción que existía antes del triunfo de la revolución y que
criticábamos implacablemente como deformación debida a la lógica del
capital. Claro que el discurso crítico que podemos desarrollar hoy, que
tenemos los saldos de logros y fracasos, no lo podíamos tener entonces.
Pero yo no recuerdo de mis lecturas que ningún modo de producción haya
generado avances sostenidos porque los líderes exhorten ante las pantallas
de TV y en las visitas personales a producir más, a ser más eficientes, a
ahorrar insumos, etc.: tienen que existir mecanismos que hagan innecesarias
(o suplementarias al menos) las exhortaciones. Y las estructuras tienen que
responder a esos mecanismos.
El hecho es que la economía no se ha destrabado aun y no sabemos cuanto
tome destrabarla (sin entregarla al torbellino incontrolado del mercado
capitalista, quiero decir). El hecho es que la dirección política ha
decidido la profundidad de cambio que debió decidir hacia principios de los
90…, con veinte años de retraso. El hecho es que todavía no parece
prevalecer el consenso de la intensidad de lo que tiene que ser distinto.
Recuerda que a principios de los setenta, cuando se decidió la
incorporación al CAME, se comenzó por diseñar un Sistema de Planificación y
Dirección de la Economía (SPDE) que se puso (hasta cierto punto) en manos
de los diseñadores del sistema. Ahora, que se trata de reinventar el
socialismo y no simplemente de acoplarlo a las reglas del “gran hermano”,
paradógicamente, estamos trabajando simplemente con un racimo de
lineamientos a partir estrictamente de revisiones y debates. ¿No haría
falta pensar en cuanto de la economía va a retenerse por el Estado, cuanto
irá a otras formas de propiedad socializada, cuanto se dejará en manos de
la iniciativa privada, y cómo se va a articular todo eso en otro SDPE,
distinto de aquel? Bueno, hermano, freno ahora, pero podemos seguir más
tarde si quieren ustedes. Un abrazo,
Aurelio
Le conté a mi
también viejo y querido amigo Fernando Martínez Heredia sobre esta entrada,
nos mandó la siguiente colaboración:
Silvio:
Eres un provocador en el buen sentido de la palabra, porque te la pasas
abriendo caminos. Déjame sumar unas pocas cosas a las tuyas y las de
nuestros amigos Víctor y Guillermo.
Es bueno recordar que la riqueza mayor de Cuba, con mucho el mayor recurso,
es la gran proporción de gente instruida que tiene, y también la conciencia
política de este pueblo, que puede que no tenga igual en el mundo de hoy.
Los otros recursos que tiene la naturaleza pueden escasear o no en cada
país, pero solo son válidos cuando se ponen en explotación. El capitalismo
ha logrado sacar beneficio a esto siempre, téngalo o no en su territorio,
porque se lo quita a otros de mil maneras. Marx decía hace siglo y medio
que dos naciones pueden intercambiar entre sí según la ley de la ganancia,
mientras una explota y roba constantemente a la otra.
Cuba logró salir de esa prisión hace medio siglo, pero le ha sido muy
difícil - y a veces imposible– no seguir pagando el precio de la
desigualdad engendrada por el colonialismo y reforzada por dos vías: formas
abismales de subdesarrollo y la acción perenne de nuestro gran enemigo.
Italia no podía comprarnos níquel, aunque quiso hacerlo, y el CAME fue la
relación que tuvimos, no el camino del desarrollo. Ese es el marco de toda
nuestra historia desde 1959. Pero no es la historia misma. Ser los dueños
del país y lanzarnos a una concepción elevada del ser humano fue una
maravilla, pero cambiaba los términos de entender y de solucionar casi
todos los problemas importantes y nos ponía ante la obligación de ser muy
creativos y ser diferentes, no solo opuestos al mundo del capitalismo.
Se acabó el enorme desempleo en solo cuatro años, y se acabó también la
disciplina de los explotadores sobre el trabajo, pero no se logró triunfar
en los intentos de establecer unas nuevas relaciones de trabajo eficaces
entre gente liberada. El poder fue entonces el gran repartidor de justicia,
bienes y oportunidades, y el garante de un nuevo y abarcador proyecto
social. Nadie le regaló nada al pueblo, que había generado todas las
riquezas, y que entregó todo el sudor y la sangre que fueron necesarios y
apoyó con entusiasmo todas las políticas de la Revolución. De esa base
moral se ha sostenido la sociedad cubana. Pero hacían falta otras
creaciones diferentes para sustentar cambios eficaces en las etapas que
vinieron después, que profundizaran el socialismo y le cerraran el paso al
predominio de las modernizaciones, que al final siempre se convertirá en la
modernización de la dominación. Y no las hemos tenido.
Hace casi cincuenta años el Che pedía que no se sacrificara la exigencia de
contenido real para el trabajo con tal de tener pleno empleo, que era
preferible, decía, pagarle a unos para que estudiaran y conservar el
prestigio del trabajo. A fines de los años 60 algunos discutían si no era
mejor pagar mejores salarios en el campo y exigir, que ofrecer tanto a
través del Estado y pagarle poco al trabajador rural. Y otros planteaban
que era insuficiente la nacionalización de los medios de producción y había
que ir creando formas de poder de los trabajadores.
Me detuve un poco en esa historia porque nos muestra muy claramente que
fundar una sociedad y unas personas nuevas exige trabajos sistemáticos muy
intencionados y organizados, que sean creadores al mismo tiempo de bienes,
servicios, conciencia y nuevas relaciones humanas y sociales. Y por lo
mismo exige controles reales y efectivos de las mayorías sobre los que
ejercen funciones.
Hoy estamos viviendo grandes dilemas, lo que es igual a afirmar que la
situación actual tiene más de una solución posible. Opino que este país
todavía es muy superior a sus circunstancias. Y una de las acciones
indispensables en este momento es pensar entre todos y compartir esos
pensamientos.
Cometeríamos suicidio si no pensamos y discutimos, que el debate le
es tan necesario a esta sociedad como la respiración a los
individuos. Por eso me entusiasmó la explicación que le diste a lo
que te motivó a encontrar tiempo: ¿quién para el pensamiento?.
Fernando.
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