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SIGUEN LOS
TIROTEOS EN UNIVERSIDADES, CINES Y ESCUELAS Estados Unidos, a los tiros afuera
y a los tiros adentro
En forma
recurrente hay masacres en EE UU, producidas por ex soldados, ex convictos y
personas aparentemente normales hasta la víspera de sus crímenes. ¿Locos
sueltos o un país enfermo de violencia?
EMILIO MARÍN
En julio un
joven armado con fusiles entró a un complejo de cines en Aurora, Denver
(Colorado), donde se estrenada una película sobre Batman, The Dark Knight
Rises. Hubo 12 muertos y 50 heridos. James Holmes (25), teñido de colorado, fue
visto luego en audiencias del juicio y fuera de algunos destellos en su mirada,
parecía un tipo normal.
Al mes siguiente
fue el turno de Greenfield, en Oak Creek (Wisconsin), en un templo de la
religión sij. El domingo, en vez de orar, una persona empezó a los tiros con el
saldo de siete muertos, contando al tirador, abatido por la policía. Hasta las
aguas del cercano Lago Michigan se vieron conmovidas por tanta muerte. Es que a
esa altura de los acontecimientos la manida explicación de “un loco suelto” ya
no le cerraba a nadie. Demasiados locos sueltos...en este caso un ex soldado
estadounidense, Wade Michael Page (40), que había servido en el ejército entre
1992 y 1998 en operaciones psicológicas. Según el Pentágono había recibido
“varias condecoraciones por buena conducta”.
Y en diciembre
aumentó esa estadística. Lo más grave ocurrió en la escuela Sandy Hook, de
Newton, (Connecticut), donde concurrían 450 niños, cuando Adam Lanza (20) llegó
con fusiles y abundante munición, y disparó cien veces contra chicos y
maestras. Según el recuento, 20 escolares y 6 maestras perdieron la vida,
incluyendo la directora del establecimiento. Más la madre de Lanza, que había
sido asesinada en la casa, el saldo fue de 27 muertos. Más el asesino, abatido,
28, aunque la estadística norteamericana habla de 26, para no incluir a los dos
Lanza.
Todavía no
repuestos de tanta tragedia, un ex convicto William Spengler (62), prendió
fuego a su auto y su casa, en Webster, suburbio de Rochester, (Nueva York). Fue
ex profeso para emboscar a los bomberos. Cuando éstos llegaron a apagar el
fuego fueron recibidos con disparos y murieron dos. Otro par quedó herido. El
asesino se pegó un tiro y la policía halló una carta suya donde decía: “todavía
tengo que prepararme para ver cuánto del barrio puedo incendiar y hacer lo que
más me gusta, que es matar gente”.
La obra de
Spengler salió como lo planeaba, pues debido al tiroteo los bomberos no
pudieron ocuparse del incendio y se quemaron siete casas.
Estos fueron los
hechos más dramáticos del año, aunque es imposible no rememorar la matanza del
colegio de Columbine, Littleton (Colorado), en 1999, donde hubo 13 muertos,
materia de un excelente documental de Michael Moore (“Bowling for Columbine”).
Y de la muerte de 32 personas en la Universidad Técnica de Virginia, Blacksburg
(Virginia), en 2007, la más letal de la serie, aunque estos récords pueden ser
siempre batidos en el imperio de la violencia.
Rayados al por
mayor
La lista
indicativa de algunos hechos y en absoluto completa, revela que las masacres se
han producido no en uno sino en varios estados, y que los atacantes han sido
jóvenes, gente adulta y otros que ya habían soplado las 60 velitas. Esto revela
un problema nacional y general, no generacional ni zonal.
Dentro de esa
diversidad, lo usual ha sido el empleo de armas automáticas y fusiles de asalto
tipo Bushmaster AR-15, como los de
Holmes y Lanza. Aunque no es ninguna solución al problema, la prohibición de
este tipo de armamento le hubiera dificultado al criminal producir tantas
muertes, pues debió cargar y recargar varias veces el arma. Algunas víctimas se
habrían salvado...
Esas
limitaciones rigieron algunos años, impuestas por Bill Clinton, seguramente
bajo el impacto de las balaceras de esos tiempos. Luego la acción depredadora
de su sucesor Bush, más el lobby del complejo armamentístico en el Congreso
-que paga a demócratas y republicanos casi por igual- determinó el cese de los
escollos. Y los criminales pudieron volver a las andadas: un solo tirador puede
disparar cien veces sin poner otro cargador.
Llama la
atención que varios tiroteos se hayan producido en escuelas y universidades. A
los citados habría que agregar que en febrero de 2008 hubo 7 muertos y 15
heridos en la Universidad del Norte de Illinois, y que en abril de 2002
murieron 7 alumnos en la Universidad de Oikos, en Oakland (California),
tiroteados por un ex alumno.
Los psiquiatras
y especialistas analizan el fenómeno de por qué ex alumnos producen tanta
muerte donde supieron estudiar. Argentina, donde esto no es una corriente sino
por ahora casos aislados, lo vivió en un colegio de Carmen de Patagones en 2004
(3 muertos y varios heridos).
Frustración,
deseos de venganza, delirios de grandeza y varios rayes más deben influir para
que esas personas tomen esas determinaciones.
Pero también,
conscientes o no, hay otro factor que pesa: su daño está en principio asegurado
porque al tratarse de establecimientos educativos, la capacidad de defensa es
casi nula. El atacante sabe que puede entrar allí y matar y herir a unos
cuantos; después sí vendrá la policía y puede ir preso, ser herido o muerto, o
suicidarse. Pero el plan se habrá realizado, según esa mente anormal.
Dos pilares
El otro factor
ideológico que facilita las masacres de civiles en el imperio es la violencia
que campea en éste y que hace flamear en su territorio pero también en la arena
internacional. Y a ello se suma el elemento material o técnico, concretamente
la producción y libre comercialización de armas de todo tipo y grueso calibre,
a quienes tengan los dólares para comprarlas, sin límite de cantidad,
certificado de conducta ni otras exigencias que también podrían ser burladas.
El periodista
cubano Randy Alonso Falcón, director del programa Mesa Redonda Informativa de
la TV, en su nota “Una sociedad enferma de violencia”, tuvo una aproximación al
aspecto cuantitativo del armamentismo yanqui. “La cultura de las armas que ha
contaminado profundamente a esa nación y se ha hecho parte de sus estandartes,
desvela hoy a un país de 315 millones de habitantes con más de 280 millones de
armas en su poder: una relación de 89 armas cada 100 ciudadanos” (21/12, Cuba
Debate).
La excusa legal
del mencionado complejo armamentista es que existe la II Enmienda, casi desde
el nacimiento de la Nación, que autoriza a los particulares a tener armas de
fuego. Claro que una cosa era un viejo Colt y otra son los fusiles de asalto
automáticos o semiautomáticos como el utilizado en Sandy Hook. Además una cosa
es tener un arma en la casa, muy discutible, y otra es salir armado hasta los
dientes a atacar a otras personas en la calle, una escuela, etc. Semejante
diferencia debió ser advertida y motivar las correcciones en la legislación
estadounidense, pero fuera de unos escasos límites que duraron casi un suspiro,
no las hubo.
Recién ahora,
bajo el peso de lo sucedido en Newton, Barack Obama ha encargado al
vicepresidente Joe Biden y una comisión el estudio de algunas propuestas de
limitación al armamentismo. Durante enero próximo habrá una recomendación y a
fines de ese mes quizás figuren en el informe presidencial del “Estado de la
Unión”. No hay mucho espacio para el optimismo, por la estrecha ligazón del
negocio de fabricación y venta de armas con el sistema político, gobernaciones
y el Capitolio.
Los defensores
de ese infame negocio citan permanentemente la II Enmienda, pero el capitalismo
norteamericano tiene dos bases: la bolsa de Wall Street y el Pentágono, con una
derivación comercial en la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Muchos oyeron
hablar de la entidad luego del cáustico reportaje de Moore al titular de
entonces, el ex actor Charlton Heston.
El
vicepresidente de la NRA, Wayne LaPierre, negó de plano cualquier reforma que
ponga coto al militarismo, fuente de las ganancias que lubrican su lobby. “La
única forma de parar a un tipo malo con una pistola es un tipo bueno con una
pistola”, pontificó en una conferencia de prensa donde no se aceptaron
preguntas y se expulsaron a dos personas que protestaban con carteles.
En vez de poner
límites al armamentismo, LaPierre quiere más armas en las escuelas, en los
supuestos “tipos buenos”. Su proyecto se denominará “Escudo Nacional de
Escuelas” y la NRA entrenará a guardias armados para la vigilancia escolar. No
se detuvo a pensar que si la sociedad enferma llena de policías las escuelas,
los potenciales asesinos pueden elegir como escenario otra vez las iglesias,
los cines o los parques. “El país -dijo este hombre del rifle- ya protege a los
bancos, los aeropuertos, las oficinas, las generadoras eléctricas, los
tribunales, e incluso los estadios, todos con seguridad armada”.
No toda la culpa
es de personajes como esos líderes de la NRA. Muchas películas de Hollywood y
las series de TV yanqui, que rezuman sangre y violencia en cada escena, de
principio hasta the end, esa cultura de la violencia ejercida en la realidad
-no en la ficción- contra Irak, Afganistán y otros países, más los daños
cerebrales producidos por la droga en tanta gente, componen el combo de un
imperio decadente que se devora a sus propios escolares y maestras.
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Sergio Ortiz
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