Luego de varios años de investigaciones
en Cuba y en la República Argentina donde pude consultar en el Archivo del
diario La Nación, de Buenos Aires, todos los artículos originales escritos por
José Martí para ese órgano de prensa durante los años de 1882 hasta 1891 y entre
los cuales descubrí algunos que no aparecen registrados en los veinte y ocho
tomos de sus Obras completas y otros con pequeñas modificaciones, escribí un
libro de 244 páginas titulado La Argentina en José Martí, publicado en 1997, por
la Universidad Nacional de Entre Ríos, Argentina. Aunque parezca
imposible debido al profundo conocimiento que tenía sobre la Argentina y las
relaciones de amistad con prestigiosas personalidades de la cultura, la
diplomacia y la política de ese país hay que decir que José Martí nunca la
visitó a pesar de haber recibido una invitación del diario La Nación y que,
según él mismo relató en carta del 20 de octubre de 1887 a su amigo uruguayo
Enrique Estrázulas, no pudo aceptar por sus responsabilidades con la causa
independentista de Cuba: "La Nación me manda a buscar de Buenos Aires: claro
está que no puedo ir, con mi tierra sufriendo a la puerta, que algún día pueda
tal vez necesitarme" (...). Al desaparecer La Nación Argentina, el 31 de
diciembre de 1869, surgió su continuador, el diario La Nación, de Buenos Aires,
fundado por Bartolomé Mitre, en cuya primera edición del domingo 4 de enero de
1870 puede leerse un editorial titulado "Nuevos horizontes", en el cual se
afirma que La Nación Argentina era un puesto de combate y La Nación sería una
tribuna de doctrina. Si alguien cumplió con ese lema, no obstante
algunas limitaciones de censura impuestas al inicio por la dirección del diario,
fue precisamente José Martí. Ahora bien, ¿cómo, cuándo y en qué circunstancias
se produjo su vinculación con esa publicación bonaerense? Según nuestras
indagaciones, y coincidiendo con las opiniones de otros autores, todo parece
indicar que el señor Carlos Carranza, amigo suyo y Cónsul argentino en Nueva
York, lo puso en contacto con la dirección del diario. Además Carranza era
propietario de la casa comercial Carlos Carranza and Company, en cuyas oficinas
trabajaba Martí en el primer lustro de la década de 1880. La primera
crónica publicada por Martí en ese diario está fechada en Nueva York, el 15 de
julio de 1882, y aparece en la edición del miércoles 13 de septiembre. Es la
única de ese año y trata sobre la ejecución de Charles J. Guitteau, asesino del
presidente de Estados Unidos, James Abraham Garfiel, y otros problemas sociales
y políticos de la sociedad norteamericana. En aquella época, Argentina
dependía más económica y políticamente de Inglaterra que de Estados Unidos; se
sentía el mensaje civilizador de Alberdi y Sarmiento, y por muchas razones
resultaba muy conveniente que estuviera al tanto de cuanto sucedía en la
república norteamericana. Eso tal vez permita explicar la decisión del diario
de, conociendo el prestigio intelectual de Martí y sus grandes cualidades como
periodista, nombrarlo como su corresponsal en Nueva York. Claro está que
esa primera crónica fue censurada en algunas de sus partes, porque a la
dirección del diario le pareció demasiado radical y así se lo hizo saber al
autor el señor Bartolomé Mitre y Vedia (hijo), en carta fechada en Buenos Aires,
el 26 de septiembre de 1882, la cual ha suscitado muchas opiniones. A mi
entender, fue franco al exponerle las ideas de la dirección del diario y seguir
publicando todas sus posteriores crónicas sobre Estados Unidos, así como otros
temas que él considerara de interés para Argentina. De esa manera se mantuvo
como corresponsal hasta el 20 de mayo de 1891, cuando apareció en La Nación su
última crónica, fechada en Nueva York, el 26 de marzo de igual año y también
referida como la primera al asesinato esta vez de italianos en cuyo titular
podemos leer lo siguiente: "Estados Unidos de América. El asesinato de los
italianos.—Las escenas de Nueva Orleans.—Los antecedentes y el proceso.—La Mafia
y la política local.—El asalto a la cárcel.—La reunión, la marcha, los
muertos." En honor a la verdad y haciendo justicia siempre habrá que
agradecer a La Nación, de Buenos Aires, y por ende a los Mitre, haber permitido
al Héroe Nacional de Cuba la publicación de todas esas cartas que, junto con las
publicadas en La Opinión Nacional, de Caracas (1881-1882), y El Partido Liberal,
de México (1886-1892), constituyen una exhaustiva y valiosa fuente de
información, conocimiento y análisis crítico de la sociedad norteamericana en el
periodo inicial de la fase superior capitalista en ese país. La
remuneración por sus colaboraciones con La Nación, la destinaba a ayudar
económicamente a la madre, doña Leonor Pérez, como confesara en carta del 13 de
noviembre de 1885 a su íntimo amigo mexicano Manuel Mercado: "Trabajo para un
gran diario de Buenos Aires; pero ese sueldo va a mamá". Martí amó
entrañablemente a la Argentina como al resto de nuestros pueblos
latinoamericanos y caribeños. Estaba al tanto de todo lo que en dichas tierras
sucedía. Pero no solamente escribió con amor y profundidad de
conocimientos en defensa de la Argentina, dando a conocer sus grandes valores
humanos y riquezas materiales y espirituales, sino que además mantuvo relaciones
de amistad con excelentes personalidades de ese país como los ex presidentes
Manuel Quintana y Roque Sáenz Peña a quienes conoció en la Conferencia
Internacional Panamericana de Washington, celebrada en Estados Unidos desde
octubre de 1889 hasta abril de 1890 , así como Vicente G. Quesada, Miguel Tedín,
Carlos Aldao y Carlos Carranza. En sus escritos podemos encontrar
referencias y menciones a figuras argentinas de relevancia nacional e
internacional como Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre, Juan Bautista
Alberdi, Manuel Belgrano, Juan Martín Pueyrredón, Justo José de Urquiza,
Bernardino Rivadavia, Juan Manuel Ortiz de Rosas y el poeta Víctor Olegario
Andrade, entre otros. Su amor y lealtad hacia los pueblos
latinoamericanos y la forma en que siempre los defendió, en especial durante la
ya mencionada Conferencia Internacional Panamericana de Washington, según puede
confirmarse en las crónicas publicadas en La Nación, así como sus excelentes
relaciones con la delegación argentina participante en ese evento y presidida
por Manuel Quintana y Roque Sáenz Peña, constituyeron aval suficiente para que
el gobierno de la República Argentina, dando prueba de confianza y
reconocimiento de sus capacidades y méritos personales, decidiera nombrarlo
Cónsul en Nueva York, mediante decreto presidencial del 24 de julio de 1890. En
dicho cargo permaneció de manera brillante y leal a la Argentina hasta octubre
de 1891 cuando renunció para no crearle problemas a dicho país por sus
actividades revolucionarias y patrióticas contra España y dedicarse así por
completo a la preparación de la tercera y última guerra por la independencia de
Cuba. En su carta de renuncia, dirigida a Vicente G. Quesada, ministro de
Argentina en Washington, fechada el 17 de octubre, diría para justificar su
decisión: "Tengo la honra de dirigirme a V. E. para ratificar, en
testimonio de mi respeto y agradecimiento a la República Argentina, la renuncia
del cargo de Cónsul argentino, en esta ciudad que ansioso de evitar comentario
alguno contra aquel agradecimiento y respeto, envié a V. E. por el telégrafo el
día 11. Como el premio más honroso a mi cariño vigilante por los pueblos
de mi raza en América, recibí y procuré justificar en su desempeño, el
nombramiento, ni directa ni indirectamente solicitado, y por eso mismo más
halagador, de Cónsul argentino en Nueva York. Pero se me dice que un periódico
español en esta ciudad ha publicado un artículo en que intenta hallar
incompatibilidad entre mi nacimiento de cubano, que me obliga a luchar para
obtener para mi patria lo mismo que los padres de la patria argentina obtuvieron
a su hora para su país,-- y mi carácter de Cónsul de la República en Nueva York.
Y como añade el periódico, a lo que se me dice, que pudiera mi permanencia en
este puesto provocar un conflicto entre el país que me honró con él y la
monarquía de la Península, ni por un momento puedo consentir en continuar, por
honrosa que ella me sea, en una situación por donde viniera yo a pagar con una
controversia ingrata una distinción de tanto valer para mí, que contará siempre
entre las más caras y lisonjeras de mi vida. Ruego a V. E. se sirva
ordenar al Sr. Vicecónsul, se haga cargo del Consulado que renuncio, y creer que
si en mi persona desaparece el Cónsul argentino en Nueva York, queda en mí
siempre para la República Argentina, un hijo agradecido. Saludo a V. E.
con el testimonio de mi más alta consideración. José
Martí
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