Mis últimas partidas con el Che
Presidí la delegación cubana que viajó a Moscú a fines de 1964 para participar en la constitución de la Asociación de Amistad Soviética con Cuba, que iba a dirigir el famoso cosmonauta Yuri Gagarin e integrarían numerosas personalidades de toda la URSS.
Mi llegada casi coincidió con la sustitución de Nikita Jruschov como Primer Secretario del PCUS por Leonid Brezhnev y todo estaba revuelto. Me informaron que por esa razón, que reclamaba de la máxima dirección del país diversas e impostergables tareas, se vieron obligados a posponer la ceremonia de constitución por diez días.
El propio Gagarin no podía llegar a Moscú hasta dentro de una semana y se excusaron por no haber podido prevenirme antes de mi salida de Cuba. En fin, que no se podía hacer en ese plazo ninguna de las actividades previstas y me proponían un recorrido muy atractivo por varias Repúblicas, que resultó en efecto muy interesante. Regresar a Cuba y volver para la nueva fecha, podía parecer un desaire y además los integrantes de mi delegación, entonces dirigentes del Comité Provincial del Partido en La Habana, Aldo Peña, Norma Porras y Carlos Carrasco, que no habían visitado antes la Unión Soviética, casi hasta se alegraron de esta insospechada demora por la posibilidad de conocer el país.
Cuando regrese a Moscú después de visitar Azerbaiján, Ucrania y Bielorrusia, el Che ya había llegado al frente de la delegación cubana que participaría en una reunión convocada con todos los Primeros Secretarios de los Partidos Comunistas en países socialistas.
Mi homóloga, Nina Popova, Presidenta del Instituto de Amistad y Relaciones Culturales con el Extranjero, también conocía de la presencia del Che. Cuando nos entrevistamos en su confortable oficina, al día siguiente de mi regreso del recorrido, para ultimar los detalles del acto y de todas las otras actividades que requerían mi presencia y mientras sorbía una taza de té ruso, al que rápidamente me había habituado en esos días, Nina me pidió encarecidamente que le planteara al Che que participara en el acto central.
Le advertí que aún no lo había visto y no sabía realmente hasta cuando estaría en la URSS ni las complicaciones que tendría, pero dejando entrever que haría lo posible por persuadirlo.
Averigüé sobre su paradero con el auxilio de la Embajada. Esa misma noche me avisaron que el Che me había mandado a buscar y acudí a la residencia de protocolo donde se alojaba. Saludé a Guillermo García y Sergio del Valle, que venían con él en la delegación y después de saludar también al Che, lo seguí hasta un pequeño saloncito donde tenía preparado un tablero de ajedrez. Me brindó unos excelentes bombones rusos y comenzamos a jugar después que comentó que hacia tiempo que no lo hacíamos.
Ese día o mejor esa noche, los ángeles me acompañaban y le di una buena paliza. Me tome varias tazas de té y casi acabé con la pequeña bombonera. Terminamos 5 a 1 a mi favor y yo estaba bromista, jactancioso y contento. El Che pretendía restarle importancia a lo sucedido y recordaba otras ocasiones en que me había hecho lo mismo.
En mi euforia me había olvidado de Nina y de su encargo; antes de irme le pedí que me revisara el discurso que traía preparado desde Cuba y que quizá fuera necesario modificar después de los últimos acontecimientos; le hizo rápidamente bastantes cambios, más bien de redacción que de contenido y antes de que terminara le comuniqué la solicitud de Nina Popova. Me devolvió el breve discurso y me dijo que aceptaba participar con la condición de que no lo forzaran a hablar en el acto. Me insistió en que si no era así no iba y me comprometió a hablar con ella con toda claridad. Yo le decía que no me parecía que esa fuese su intención pero mi defensa se estrellaba en una mirada de duda y en un sonido de idéntica desconfianza parecido a un ¡Jum!.
Cuando vi a Nina al día siguiente, en la inauguración de una exposición de fotos de Cuba en el mismo edificio donde se efectuaría el acto, le di la respuesta del Comandante; se puso muy contenta y me aseguro, casi jurando, que sólo con su presencia el acto cobraría mas realce y que desde luego no iba a incluirlo entre los oradores pues de la parte cubana sólo yo haría uso de la palabra.
Volví al hotel, le comuniqué el resultado de mi conversación al Che a través del embajador Olivares y por la noche regresé al teatro.
En el vestíbulo lateral se fueron concentrando numerosas personalidades encabezadas por Gagarin. A este cosmonauta lo conocí cuando visitó Cuba después de su ascenso al espacio y de la victoria nuestra en Girón. Nos encargaron a Quintín Pino, destacado combatiente en la provincia de Las Villas convertido en el jefe de Protocolo de la cancillería, al capitán Teruel, ayudante del ministro de las Fuerzas Armadas y a mí su atención. Hicimos una excelente empatía por el carácter abierto y sencillo de este ruso. Bromeábamos pues decía que nos habían escogido porque éramos bajitos de estatura como él y se escondía con nosotros de un general que lo acompañaba para tomarse unos tragos de ron que afirmaba le gustaba más que el vodka. Estuve conversando animadamente con ellos hasta que llegó el Che y se convirtió en el centro de la atención de todos los presentes. Saludó a cada uno de ellos y guiado por Nina recorrió la exposición donde desde luego había algunas fotos suyas. Yo lo seguí y cuando me tuvo cerca me preguntó señalando a Nina con la cabeza: "¿Hablaste con ella?" Yo afirmé con la cabeza y Nina, que no entendía español pero que parecía comprender lo que nos decíamos, nos obsequiaba una de sus mejores sonrisas.
Pasamos a la presidencia del acto en medio de la ovación cerrada al Che y a Gagarin, algunos hurras y gritos en español con dejo ruso a la revolución cubana, la isla de la libertad y Fidel.
Nina actuó como maestra de ceremonias; fue presentando a los cubanos y soviéticos de la presidencia y desde su asiento anunciaba los oradores. Varios representantes de distintas Repúblicas, personalidades de la cultura, el Mariscal Chuikov, yo y Gagarin. Ese era el final de la ceremonia. Cuando ya todos pensábamos en levantarnos a cantar en español y ruso la Internacional, Nina interrumpió los aplausos para resaltar la presencia del Che en el acto, alabó sus condiciones de dirigente, de guerrillero e ignorando nuestro acuerdo se dirigió al millar de asistentes y les pidió que se unieran a ella para solicitarle que les dijera unas palabras. Todos aplaudieron como si se hubieran concertado antes. Yo dije no tan bajo como creí: "¡Ay, mi madre!" Esquivé la mirada del Che pero él no la buscó, se levantó, saludó sonriente y se dirigió al podio. Allí improviso un discurso muy coherente y hermoso sobre las relaciones de amistad y solidaridad de la URSS con Cuba y de nuestra eterna gratitud por ello, mencionando la firme decisión de mantener siempre en alto en nuestra isla las ideas del socialismo. Muy conciso, pero contundente y emotivo.
Cuando he releído ese discurso y recuerdo las divergencias existentes entonces con la dirección soviética, en particular sobre la apreciación de la situación política en América Latina y la forma de enfrentarla, reconozco su profunda habilidad para expresar lo que era justo decir en aquel momento sin mencionar tales discrepancias.
Pensé que me recriminaría por lo sucedido pero ni allí ni después me dijo nada. Supongo que comprendió que eso sucedería pese a mis advertencias e incluso que hasta quizá se preparó mentalmente para tal eventualidad.
Sólo me dijo al irse: "Me la debes". Y aclaró enseguida, para mi tranquilidad, que se refería al ajedrez añadiendo: "Esta noche no puedo pero me desquito mañana".
Al día siguiente el Partido y Gobierno ofrecieron una recepción de gala en el enorme y fastuoso salón construido junto con un enorme teatro dentro del propio Kremlin, cuyas modernas líneas y el color de sus mármoles, pugnan con el resto de las seculares edificaciones del lugar.
En una especie de área presidencial se encontraban todos los Primeros Secretarios invitados y los miembros del Buró Político del PCUS. Entre ellos el Che, que presidía la delegación cubana.
Unas mesitas cubiertas de manteles servían de barrera de separación; aglomerados sobre ellas centenares de periodistas de todo el mundo trataban de fotografiarlos, observaban los gestos y expresiones de esos dirigentes en cada brindis de los miembros del Buró Político soviético y de algunos líderes extranjeros y anotaban presurosos los matices de esas intervenciones.
Era una época en que se profundizaban las diferencias de carácter político e ideológico entre los Partidos Comunistas en el poder, arrastraban tras sí en esa polémica a la mayoría de los restantes partidos, se producían irreparables escisiones en muchos de ellos y como resultado general la lucha revolucionaria y antiimperialista se debilitaba. Esos velados o directos ataques o insinuaciones que allí se manifestaban eran reportados con deleite por quienes deseaban que la brecha fuera mayor y se esforzaban por ahondarla.
Jesús Montané, entonces Ministro de Comunicaciones, Melba Hernández, Presidenta del Comité de Solidaridad con Viet Nam y yo, cerca de los periodistas observábamos a esos dirigentes a los que conocíamos por fotos solamente. Melba distinguió al Che por un lado y al Primer Ministro de Viet Nam, Pam Van Dong por el otro. En eso llegó a nuestro lado Nina Popova, me saludó y le presenté a mis compatriotas. Sin más nos llevó de la mano a un paso entre las mesas donde los guardias vestidos de civil que custodiaban el acceso se le cuadraron chocando los tacones y nos entró sin decir una palabra. Al poco rato nos dejó para ocuparse de otra cosa y nos quedamos los tres allí.
Chucho -le dije a Montané- creo que mejor nos vamos. Esta mujer nos coló y se fue. Todos los demás cubanos están fuera y si el Che nos ve...
Ni que lo hubiera llamado con el pensamiento. Nos vio y vino con paso rápido hasta donde estábamos. Volví a hablar con Montané, esta vez apretándole el hombro: "Chucho, ya nos vio". Yo esperaba que nos preguntara que hacíamos allí y lo que hizo fue decirnos: "Que bueno que están aquí pues esto es muy aburrido".
Se produjo un saludo de alguien, la traducción al ruso y el brindis mientras conversábamos. Un camarero trajo, para nuestra sorpresa café, que parecía bastante fuerte, en una bandeja; seguimos hablando hasta que Pam Van Dong reconoció a Melba y se nos acercó. Enseguida la abrazó con cariño y afecto, muy contento de verla. Melba encarnaba la solidaridad de Cuba con Viet Nam y por eso los vietnamitas la apreciaban mucho. Comenzaron a hablar. Pam Van Dong en vietnamita, que su traductor vertía a un inglés infernal y Chucho - que lo dominaba bien - hacía un gran esfuerzo por hacerlo comprensible en español. Melba emocionada con su interlocutor hablaba en torrente, más rápido que lo habitual, sin percatarse de la Torre de Babel de aquella comunicación.
En un momento el Che interrumpió y en francés, que hablaba muy bien, tradujo las últimas frases de Melba. Perfecto. Pam Van Dong se sonrió y quedaron "interruptos" Chucho y el traductor vietnamita. La conversación era ahora más fluida, directa y Melba enfatizaba con más precisión nuestro cariño y respeto por la lucha del pueblo vietnamita que más adelante Fidel resumiera magistralmente en la disposición de ofrecerles hasta nuestra propia sangre. Melba no se dio cuenta que el Che devino en traductor, ni los demás tampoco.
Todos tomamos el café, depositamos la taza en la bandeja y el camarero se retiró; el Che, con su nuevo oficio de traductor y la lentitud con que habitualmente lo sorbía, terminó después. Miró a ambos lados buscando donde poner su taza pero la mesa más cercana estaba a una docena de metros y él seguía traduciendo. Extendí la mano y le dije: "Comandante, déme la taza". Terminó una frase, me miró y me dijo sin más ni más: ¡No seas tracatrán! Dio media vuelta, caminó hasta la mesa y volvió para seguir traduciendo.
Yo quería que la tierra me tragara. Me sentía ofendido sin ninguna razón y las orejas me las sentía calientes. Puse una cara muy seria. Unas frases más y se despidió el Primer Ministro vietnamita y también el Che con un simple chao, pues todos ellos se concentraban en el otro extremo, dado que la ceremonia concluía.
Salimos del área presidencial. Melba todavía bajo el impacto de su encuentro no escuchaba mi descarga a Chucho, que me consolaba diciéndome: "Era jugando, tú sabes cómo es el Che".
A mi no se me pasaba el insulto. De ahí salimos a la residencia del Embajador, donde más tarde cenamos con varios compañeros; en la mesa yo seguía con mi berrinche, del que hablaba con mis vecinos.
Llamaron al Embajador por teléfono. Volvió y explicó que cuando concluyera tenía que ir a la residencia del Che y añadió dirigiéndose a mí: "Me pidió que te localizara para que fueras conmigo y le dije que estabas aquí, así que nos vamos juntos".
Le dije a Chucho que no iba a ir y otras boberías. Me aconsejó. "Ve a verlo y dale tu opinión de lo sucedido". Otros insistieron y me percaté que estaba un poco majadero y que en efecto lo que tenía que hacer era eso, verlo y darle mis criterios sobre lo que me dijo.
Llegamos a la casa. Yo estaba bastante serio pero conversé con el Comandante Guillermo García de la recepción y otras cosas mientras el Che revisaba un montón de cifrados y hablaba aparte con el Embajador. Cuando terminó vino por detrás y se me paró al lado, me dio con los dedos en el hombro y cuando miré me señaló al tablero, que ya tenía montado en una esquina del saloncito contiguo. Fuimos hacia allí y con cierta solemnidad le dije que antes de jugar quería plantearle muy seriamente un problema. Se sentó y me indicó mi silla. Le sinteticé el encuentro de la tarde y le dije que a cualquier otro compañero o compañera que estuviera traduciendo en esas circunstancias le hubiera llevado la taza de café, que me había ofendido innecesariamente delante de otros compañeros, etc., etc. Me escucho toda la descarga aunque se sonreía con un poco de sorna al final. Cuando termine me dijo: "Chico, que sensible eres, no tienes sentido del humor. Ya te he dicho que soy el argentino más simpático que has conocido. Vamos a ver si eres capaz de ganarme ahora. Demuestra tu "sensibilidad" en el tablero.
Realmente se desquitó. Me ganó 4 a 1. No seguimos porque ya era muy tarde. Lo hizo de conocimiento de todos los que estaban allí y me obligó a hacer una suma rápida de nuestros encuentros en Moscú y subrayar que quedamos 6 por 5 a mi favor.
Yo regresaba a Cuba al día siguiente. Me empecé a poner el abrigo y la bufanda pues hacía un frío de miedo. Me abrazó y me deseó buen viaje y me alborotó el pelo, luego lo alisó, me puso o más bien me encasquetó el chapka (sombrero típico ruso) y me dio un empujoncito por la espalda.
Era el invierno de 1964. Fue la última vez que lo vi y que jugamos ajedrez.
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¡ Salven a los argentinos !..... "las ballenas".
Las Islas Malvinas fueron, son y serán siempre ARGENTINAS.
Guantánamo es cubano ¡ fuera los norteamericanos de allí ! invasores colonialistas como los ingleses.
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