ASESINATO DE UN PRISIONERO DE GUERRA
Graciela Ramírez p/ Resumen Latinoamericano
Hace un mes el diario La Nación de Argentina, que aunque lleva ese nombre representa los intereses de la oligarquía criolla y sus amos imperiales, publicó un Art de Alvaro Vargas Llosa sobre el Che. No hace falta aclarar que el Art era totalmente irrespetuoso, falto de verdad e insignificante, tal como es Alvaro hijo. Tampoco explicar los intereses pagados por el Norte para que el saliera publicado y diera la vuelta al mundo no en ochenta días sino en breves minutos.
En el mismo momento, una espúrea polémica sobre los derechos de la obra del Che se desataba en Italia.
Confieso que me provocó ira ver el manoseo que burdamente se intentaba una vez más. Consulté a Froilán González y Adys Capull, no solo porque son historiadores e investigadores de la Obra de Ernesto Guevara, si no por el enorme respeto que siento ante esta pareja de escritores cubanos cuya ética revolucionaria está intimamente ligada a aquello que el Ché nos enseñó: ser consecuentes con nuestro pensamiento y nuestra vida.
Ellos, con su sabiduría y profundo conocimiento me explicaron pacientemente: siempre que llega esta fecha, la del asesinato del Che, se desatan polémicas para tratar de desviar la atención de la cuestión central: la vigencia de las ideas del Che y el crimen brutal que cometieron con él.
He pensado en estas dos cuestiones capitales desde ese día: las ideas del Che, más necesarias que nunca y el asesinato espeluznante del imperialismo. A él quienes nos sentimos revolucionarios lo llevamos dentro del alma, pero es necesario insistir en ambas.
Al Che lo asesinaron siendo prisionero de guerra. No fue juzgado ni sentenciado. No hubo para él tribunal militar ni civil, ni ley que lo amparara. Estados Unidos puso precio a su cabeza; siempre hay un Judas que por cinco monedas venda el corazón.
Detectado uno de los puntos donde el Che y sus compañeros estaban situados, el ejército boliviano cerca el sitio con un despliegue feroz.
El 8 de octubre hieren al Che en una pierna en aquel desigual combate; lo capturan y es llevado a la escuelita de la Higuera donde pasa la noche entera. No hubo médico para atenderlo ni consideración alguna hacia el prisionero herido. Solo la humilde maestra rural le acercó un plato de sopa.
Felix Rodríguez, el agente de la CIA en La Paz que se ufana hasta hoy de haber participado en su captura, informa de inmediato al embajador norteamericano. Las consultas entre los altos mandos del ejército, la CIA y EEUU van y vienen. Transcurren 24 horas hasta que lo asesinan friamente en la mañana del día 9.
Es hora que demandemos justicia por el asesinato del Che. Una gran demanda de los pueblos por este crimen atroz.
Quién dio la orden de asesinarlo? Por qué no se ha juzgado a Felix Rodríguez y todos los implicados en la ejecución de un prisionero de guerra herido y desarmado?
Quién ordenó cortarle las manos y esconder su cuerpo durante 30 años?
El imperialismo, el ejército boliviano y la CIA cometieron un error criminal con su asesinato, creían que matando al Che acabarían con él.
Y el Che volvió a ganarles el combate. Ni siquiera asesinado dejó de mirarlos de frente con sus ojos cargados de esperanza en el futuro, para recordarles que el hombre nuevo no se rendía jamás ante el enemigo y se multiplicaría en millones.
Aquel guerrillero heroico, joven, valiente y bellísimo que yacía tendido en la lavandería de la Higuera y parecía Cristo resucitando, era solo el cuerpo que habían hecho prisionero. Su alma, su espíritu, sus ideas volaban a la velocidad de la luz para iluminar a los pobres y germinar la tierra.
Nunca ha nacido y vuelto a nacer tantas veces un hombre. Nunca ha estado tan vigente como ahora, 38 años después de su asesinato.
En su afán por borrar su existencia de la tierra, el imperialismo y sus lacayos han intentado todo. Quisieron transformarlo en mercancía pero se equivocaron, sin darse cuenta ellos mismos lo multiplicaron.
Intentaron hacerlo de marmol frío e intocable, también erraron. Cuanto más se conoce al Che más se lo quiere y se lo siente cercano. Mi hermana Celia Hart Santamaría dice que el Che nos pertenece, porque nos ha hecho entender el sentido de la vida.
Hicieron desaparecer hasta su cuerpo y tres décadas después lo encontró el pueblo cubano.
Y ahí está el Che con su adarga al brazo combatiendo por el mundo; en las fábricas en huelga de los obreros belgas o con los mineros bolivianos. En la heroica lucha del pueblo palestino y en la resistencia a la ocupación de Irak. En cada hombre y mujer que reivindica algo justo está el Che, presente y victorioso siempre.
Tomemos cualquiera de sus escritos , una página, un párrafo al azar, y encontraremos la vigencia de su pensamiento, la confianza en el hombre y el amor más puro a la humanidad.
Hasta las cartas que dejó a sus queridos hijos y que ellos, con el mismo desprendimiento de su padre nos permiten conocer, nos enseñan quien fue el Che.
Dice Aleidita Guevara: “…Hay una carta muy linda que me escribió para festejar mi cumpleaños. Yo cumplía seis años. Es muy tierna: a mi me dice que tengo que ayudar a mi mamá, a mi hermana Celia que ayude a mi abuela, a Camilo le recuerda que no diga palabrotas en la escuela y a Ernesto le dice que tiene que crecer porque “si todavía existe el imperialismo tú y yo iremos a combatirlo, y si en cambio se termina el imperialismo, tú, Camilo y yo iremos de vacaciones a la luna” (1)
Como si hubiera visto el ALBA que está naciendo de la mano de Fidel y Hugo Chávez, el Che nos dice hoy, en este octubre convulso de 2005:
“...Y ahora, esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa está empezando a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su propia sangre, la empieza a sufrir y a morir, porque ahora por los campos y las montañas de América, entre las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad y el tráfico de sus ciudades, en las costas de los grandes océanos y ríos se empieza a agitar este mundo lleno de corazones con el puño caliente de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos, casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí, la historia tendrá que hacer cuentas con los explotados y vilipendiados, que han decidido a empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia” (2)
La Nación podrá seguir publicando año tras año lo que quiera, lo mismo que el Corriere della Sera. Habrá que ver muy bien las oscuras razones que los mueven a hacerlo. Nadie recordará los nombres de los escribas a sueldo ni de los que pretenden tergiversar o adueñarse de su obra. En cambio el Che, nuestro Che, seguirá viviendo hasta que podamos irnos de vacaciones con nuestros niños a las estrellas y la luna.
(1)Historias de América Latina, Gianni Miná, entrevista a Aleida Guevara, Mayo 1997, pág. 273. Editorial Sudamericana.
(2) Segunda Declaración de La Habana, cita del Che ante la XIX Asamblea de Naciones Unidas. Obras escogidas 1957-1967 Editorial Ciencias Sociales.
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