martes, 19 de junio de 2007

Silvio Rodríguez reportaje 2007 Cuba Nueva Trova







Silvio Rodríguez: La lucidez tiene enemigos
Tras la publicación en Juvenud Rebelde
de varios artículos sobre la Nueva Trova en la Cuba de hoy, les
ofrecemos la opinión del importante cantautor

Por Agnerys Rodríguez Gavilán y José Luis Estrada Betancourt

Cuatro décadas se cumplirán en julio de aquel Primer Encuentro de la
Canción Protesta que acogió Casa de las Américas, entre el 24 de julio
y el 8 de agosto de 1967, el mismo año en que Silvio Rodríguez
compartía un recital con Teresita Fernández y poetas jóvenes, y se
adueñaba de la pantalla doméstica una vez a la semana con Mientras
tanto..., espacio musical donde aparecía como figura central y
conductor. De aquella histórica cita, el autor de Ojalá y Te doy una
canción recordaba en una entrevista:

«Es obvio que se nos etiquetó como “protesteros” por aparecer
convocados por el Centro de la Canción Protesta de la Casa de las
Américas —conste que gracias a Haydée Santamaría. En verdad, en ese
momento nuestras canciones consideradas “de protesta” se movían más o
menos en las temáticas reconocidas: la guerra contra Vietnam, la
discriminación racial y el antiimperialismo. Pero a nosotros nunca nos
gustó el término de cantores de protesta porque era muy estrecho,
porque no reflejaba, en un amplio y más profundo sentido, lo que
queríamos, lo que intentábamos y, por supuesto, lo que creíamos hacer.
Y esto no era otra cosa que seguir la tradición trovadoresca cubana en
su diversidad de formas y contenidos. El término cantores de protesta
nos parecía chato, incluso hasta burdo, porque nosotros sentíamos,
además, un fuerte compromiso con toda la trova, con la libertad de la
poesía y la belleza, y nos parecía que esa aspiración no se podía
encasillar, que no tenía límites, que estaba mucho más allá de un
eslogan circunstancial.

«Por otra parte, la Casa de las Américas, durante un tiempo, fue casi
el único lugar donde podíamos exponer los fuegos iniciales. Allí
tuvimos lo que necesita un joven: comprensión y respeto, sentirse
atendido y apoyado. Pero nosotros jamás usamos el término de cantores
de protesta para autodefinirnos. Siempre hemos dicho que somos,
sencillamente, trovadores. O sea que fueron otros los que nos llamaron
cantantes de protesta y también fueron otros los que así nos dejaron
de llamar».

Transcurridos 40 años de aquel encuentro inaugural —rememorado
recientemente con otro internacional dedicado a la Canción Necesaria
durante el Cubadisco 2007—, Juventud Rebelde publicó una serie de
artículos que tenían como centro la Nueva Trova y pensó que sería
formidable conversar con Silvio quien, junto a Pablo Milanés y Noel
Nicola, constituyen los máximos representantes de una manifestación
que es un componente esencial de nuestra identidad.

Ahora, Silvio trae al presente los comienzos que antecedieron al
momento en que la Nueva Trova se impuso en el gusto popular, incluso
disputándole la preferencia a la música bailable: «Al principio eran
muy contados nuestros seguidores. Entonces no existía la variedad de
grabadoras personales de hoy. Ni siquiera se habían inventado las
caseteras. La EGREM era el único lugar de Cuba donde se grababan
discos y semejante dicha nos tocó a nosotros muchos años después. Así
que durante los primeros tiempos la única forma de escuchar a la Nueva
Trova era en directo.

«Los aficionados de nuestra música nos seguían de Casa de las Américas
a los bancos de los parques, a los zaguanes, a las escaleras de los
edificios y a las casas particulares. Cantando constantemente fuimos
llegando a los centros de estudio y de trabajo. La Universidad de La
Habana, en específico la Escuela de Letras, nos recibió en varias
oportunidades y ocasionalmente la televisión universitaria, que al
principio solo transmitía para los alrededores de la CUJAE, cuando la
fundó Chomi Villar».

Y, no obstante, piensa Silvio, «por dificultoso que hoy parezca, me
parece que los jóvenes actuales tienen más facilidades para seguir a
sus artistas que los de aquellos tiempos.

«Cuando nosotros aparecimos había, en algunos sectores de la juventud,
un poco de cansancio de las formas tradicionales de interpretación de
nuestra música. Como sucede ahora, aquello se debatía en los
periódicos; se le preguntaba a profesionales y a ciudadanos sobre una
presunta crisis en la música cubana. Pero eran tiempos muy diferentes
a los de hoy. Había una extrema suspicacia no solo con el rock sino
también con lo extranjero, incluso con lo que oliera a “moderno”; se
desconfiaba de lo que pudiera resultar una mala influencia para los jóvenes.

«Aquella fobia llegó a la locura de vigilar la forma de los compases
musicales, ciertas maneras de hacer ritmos con una batería. Se
hicieron planes para este tipo de vigilancia, se elaboraron y se
circularon esquemas de detección de gérmenes musicales imperialistas y
la música “infectada” automáticamente era condenada al veto.

«Por eso en la segunda mitad de la década del 60, en Cuba, algunos
compositores estaban francamente dedicados a la invención de ritmos, y
a diario salía una agrupación que lanzaba un “hallazgo” diferente.
Algunas de aquellas cadencias eran variantes de los ritmos
tradicionales, como el mozambique; otras, como el Wa-Wa, pretendían
una asimilación descafeinada de lo que venía de “afuera”. La
televisión y la radio apoyaban con bombos y platillos aquellos
lanzamientos y algún ritmo, como el mozambique, no solo arrastró por
un tiempo a la gente de barrio sino que fue enviado a París en plan
conquistador.

«En medio de aquella superproducción de ritmos, de aquellos debates,
de aquellas exigencias y también de aquellos errores empezamos a
coincidir y a interinfluenciarnos un grupo de jóvenes que, más que una
visión igual de la canción, teníamos en común la necesidad de hacer
valer lo que deseábamos cantar. Inicialmente fuimos identificados como
trova “moderna”, pero también nos decían la trova joven. A cada uno de
nosotros lo seguía un grupito minúsculo de partidarios y cuando
empezamos a cantar juntos todos nos beneficiamos, porque se juntaron
nuestros públicos».

—Silvio, ¿cree que la trova incide en los jóvenes de hoy?

—No sé hasta qué punto, pero también ignoro hasta dónde deja de
significar. No pienso que la trova tendría que tener una incidencia a
ultranza. La trova misma es de gran variedad y cada zona tiene sus
adictos. Es admirable que, a pesar de haber sido casi siempre una
música marginada, haya sobrevivido hasta nuestros días, a veces
gracias a reducidos guetos de admiradores.

«No estoy de acuerdo con atribuirle a la ausencia o a la presencia de
la trova, o cualquier otro tipo de música, problemas sociales que
seguro tienen otras razones. Aunque claro que también pienso que en
nuestro país hubo momentos más felices para la canción de texto.

«Yo diría que la lucidez tiene enemigos. Estos suelen atribuirle
exceso de responsabilidad al compromiso social en las artes. Aluden
demasiada conciencia y con ella tristeza.

«Para mí estos son argumentos absurdos, porque todos vamos a tener
suficiente ausencia de pensamientos cuando no estemos. ¿Para qué
anticiparnos a la nada? ¿Qué prisa podemos tener en no reflexionar?».

—Y en su opinión, ¿qué habría que hacer?

—El joven que todavía se debate en mis entrañas podría responder: la
revolución cultural que se empezó con la alfabetización y después se
detuvo. Pero dudo que este momento sea más apropiado que el de
entonces. Así que mientras se crean condiciones para ese salto,
supongo que debemos perfeccionar nuestros medios de difusión y
ponerlos en función también de la cultura.

«Esto no puede ser maquillaje, porque eso ya se ha hecho. Los que
exponen cultura tienen que ser cultos, los que hacen el arte tienen
que ser artistas. Debería comenzar un cambio profundo en varias instituciones».

—¿Vive la trova un buen momento?

—La trova solo es una expresión de la música cubana y en sí misma
contiene una amplia variedad. Hay que ver que, salvo en los tiempos en
que se inventó la radio, la trova nunca ha sido muy divulgada a través
de sus hacedores. El inicio de la radiodifusión lanzó a Matamoros, a
María Teresa, a Piñeiro. Después, en los tiempos del filin, los
grandes trovadores cantaban a la sombra de los clubes nocturnos,
mientras los intérpretes famosos divulgaban sus obras.

«Así que el otro momento de difusión trovadoresca fue cuando se fundó
el Movimiento de la Nueva Trova. Y más que por estar auspiciada por la
UJC, aunque también por eso, me parece que parte de aquel éxito se
debió a que estábamos unidos, a que a menudo decenas de trovadores nos
encontrábamos para hablar de los problemas de la cultura, que era una
forma de debatir los problemas del país. Casi sin darnos cuenta nos
convertimos en un factor vivo y actuante de la sociedad. Yo creo que
ser tantos, estar agrupados y ser coherentes nos fue dando el alcance
que jamás sospechamos.

«Es obvio que actualmente no existe una experiencia cultural con una
fuerza semejante. Puede que valga la pena reflexionar sobre eso. Y no
para calcar aquello, que por supuesto es irrepetible. Tendría que ser
para tener el arrojo de apoyar algo que fluyera naturalmente de la
sociedad, una verdad estimulada, como fue el caso».

Confesiones
EN una entrevista publicada en 1980, Silvio contaba:

«Yo empecé a componer canciones a las que después caracterizaron con
el nombre de Nueva Trova o Nueva Canción. Cuando me preguntaban en esa
época qué era, yo prefería siempre llamarme trovador. No sé si por
intuición. En aquel momento, yo no tenía una idea clara del desarrollo
histórico de la trova ni del significado de todo aquello que
empezábamos a hacer. Estaba en el ejército, tenía otro trabajo
—diseñador de historietas— y pensaba regresar a mi profesión cuando
terminara el servicio militar.

«Así empecé, como un joven al que le gustaba la música, cogió una
guitarra y empezó a tocar. Como todos los jóvenes de mi tiempo, sentía
un poco de rechazo por la música tradicional cubana que se oía en la
radio. No así, sin embargo, por las canciones tradicionales de la
trova que había escuchado de mi madre.

«En esa época se solía pensar que los trovadores eran unos viejitos
que se reunían a cantar con voces desafinadas y roncas. No había una
divulgación ni un rescate de nuestra historia musical.

«Desde que cogí la guitarra, lo hice con la idea de decir mis propias
cosas. Siempre tuve la certidumbre de que tenía mis propias cosas que
decir. Ahora, después de un trabajo profesional de años, de haber
aprendido un poco de música, de poder analizar con más elementos y
rigor algunas cosas, me doy cuenta de que mis canciones siempre
tuvieron una intención diferente a lo que se oía en aquel momento.
Aunque fueran canciones de amor, siempre planteaba las cosas de una
manera diferente. En aquella época, empecé a leer a los clásicos del
romanticismo: Lord Byron, Bécquer, Hoffman, todos ellos. Después me
entusiasmó mucho la obra de Poe. Y aún hoy soy un seguidor de algunas
de sus enseñanzas».